El mar Adriatico I 1914-1918

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Nazarius
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El mar Adriatico I 1914-1918

Ataque al puerto de Pola. 31 Octubre de 1918.

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Los amigos numerosos que en Venecia tenían Raffaele Rossetti, mayor de Ingenieros navales, y su tocayo Paolucci, capitán médico, ambos pertenecientes a la Armada italiana, estaban intrigados ante la extraña conducta de ambos : todas las noches, Paolucci y Rossetti abandonaban su tertulia del café Florian y desaparecían misteriosamente. No faltó quien sugiriese el encanto de una misteriosa mujer, en un típico canal en que la góndola se deslizase silenciosa; otros, más maliciosos, guiñaron un ojo pensando en que el misterio estaba en el nombre de la enamorada.
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Rossetti

Quien hubiese seguido a Paolucci y Rossetti por las estrechas «mercerie», los hubiese visto cruzar calles, cruzar puentecillos, torcer a la izquierda, deslizándose por los callejones y en la noche,entrar en el Arsenal.
Una vez llegados a la dársena donde está la Escuela de Mecánicos, les vería coger un bote y salir fuera, a la laguna; y ya lejos de la vista de los curiosos, lanzarse al agua y nadar, nadar...
El primer día fue una hora solamente; buenos atletas, trataban de mantenerse a flote muchas horas. Su resistencia se fue haciendo mayor; un día eran tres horas; cuatro, cinco más tarde, seis dos semanas después. Nadar, nadar siempre...
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Paolucci

Entraba el invierno y las aguas, en la noche, nada tenían de agradables, pero los dos tenaces nadadores seguían aumentando su marca.
Otras visitas, no menos misteriosas, ocupaban sus horas; furtivamente entraban en un taller del arsenal, donde el que hubiese podido burlar la estricta consigna vería un artilugio, ideado por el propio Rossetti, en el que trabajaban unos cuantos, pocos, obreros.

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La Mignatta (Sanguijuela)

Era una especie de torpedo alojado en una funda, cilíndrica aproximadamente, con una hélice en embrión que parecía manifiestamente insuficiente para poder producir un efecto propulsor, por pequeño que fuese. La traza, en conjunto, era sencillamente grotesca aun para el marino, acostumbrado a lo antiestético que resulta, en tierra, cualquier artefacto destinado a flotar.

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Eran visitas detenidas, en que el ingeniero discutía con sus obreros y a veces agitaba los brazos, como si siguiese desplazándose en el líquido elemento; todo tenía un interés superlativo para aquellos dos hombres en cuyos semblantes parecía brillar una luz nueva cuando se hallaban ante el futuro aparato destructor.
Paolucci ideó, cuando los ánimos estaban un tanto deprimidos a raíz del desastre que sufriera Italia en Caporetto, la posibilidad de forzar un puerto enemigo para atacar los acorazados austríacos encerrados en él; el que mayores posibilidades de éxito presentaba era Pola, pues aun cuando su acceso nada tuviese de fácil, era seguro encontrar buques grandes tranquilamente amarrados en las aguas del puerto istriano. Y el futuro héroe, expeditivo como suelen serlo siempre los de su temple, comenzó a adiestrarse en la natación y desde el mes de febrero de 1918 no cejó en sus continuados ejercicios y entrado el otoño fue cuando tuvo lugar su unión con el ingeniero Rossetti.
El cual había ideado, a su vez, un aparato que recibió el nombre de Mignatta, que no era otro sino el que visitaban en el misterioso taller del arsenal veneciano; fue en Roma, en el Ministerio de Marina, donde, conocedores de las intenciones de ambos arrojados oficiales, decidieron hacer una sola hazaña de las dos iniciativas generosas.

Los ejercicios entraron en la fase más delicada; con una numerosa asistencia de personas enteradas de lo que se preparaba, cruzaban una y otra vez la dársena del arsenal sin que los apostados en ios muelles fuesen capaces de advertir el menor ruido en las aguas : Ciano, el héroe de tantas audaces empresas, preparó unas obstrucciones en la parte exterior y los dos oficiales se adiestraron en pasarlas con y sin el aparato, que estaba imitado por un artefacto de igual forma y peso.

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Terminada tan difícil preparación, llegó el día señalado para la temeraria empresa: en la noche del 31 de octubre del año de gracia de 1918, el torpedero 65-PN salía del puerto de Venecia llevando a bordo a Rossetti y Paolucci, Sem Benelli, el famoso poeta y dramaturgo, Ciano.
A las ocho el torpedero estaba a la vista de las islas Brioni, avanzada de la plaza fuerte de Pola. La Mignatta fue puesta en el agua y una embarcación menor la remolcó hasta media milla de la primera obstrucción. Cuando el bote automóvil se alejó en las sombras, Paolucci y Rossetti se quedaron solos con su artilugio. Eran las diez de la noche.

Pusieron en marcha su Mignatta y avanzaron lentamente hacia las obstrucciones austríacas; arrimados al muelle pudieron deslizarse entre éste y el amarre de la estacada. Las obstrucciones estribaban en gruesos troncos amarrados, en diversas filas y coronados por espino artificial con sus puntas hacia el exterior; penosa faena la de ir pasando, una a una, las siete líneas que cerraban el puerto, arrastrando el aparato que navegaba a corta velocidad para no llamar la atención de los que vigilaban y, al mismo tiempo, ahorrar aire comprimido, propulsor del mecanismo y precioso para la fase decisiva de la arriesgada operación.

Ya dentro del puerto, hubieron de pasar otras obstrucciones que salían del muelle, tras las cuales se creía seguramente parapetada la flota imperial; a las tres de la madrugada del primero de noviembre decidieron celebrar un pequeño consejo de guerra, y agarrados al artefacto fatal comprobaron que de las 205 atmósferas de presión que acusaba el manómetro al lanzar al agua la Mignatta, desde el torpedero 65-NP, una mitad aproximadamente había sido consumida. Era el instante en que la vuelta estaba aún en la medida de lo posible, si Paolucci y Rossetti hubiesen querido desistir del intento; pero la decisión, no cabía esperar otra, fue la de seguir adelante.

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Los buques austríacos estaban, amarrados en el puerto a lo largo del muelle exterior, de suerte que los de mayor potencia, los dos dreadnoughts Viribus Unitis y Prinz Eugen eran los que quedaban más al interior; era, pues, necesario pasar ante toda la línea antes de alcanzar el fondeadero de los colosos, porque era lógico suponer que, teniendo a su merced toda la flota, no iban a conformarse con hundir un buque cualquiera. No solamente el daño material era mayor, sino lo que en la guerra es de suma importancia, el efecto moral inmenso. Un acorazado, el mayor de la escuadra austro-húngara hundido, no en una acción de guerra, sino en el mismo rincón de su puerto militar en que normalmente estaba amarrado, sin disparar un solo cañonazo, sin llegar casi a ocultar su mole bajo las aguas, sino quedando allí mismo mostrando casi todo su casco, sentado en el fondo, un cuerpo sin alma; lo que en realidad era desde mucho tiempo antes...
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Los primeros acorazados, tres del tipo Radetzky, de 14.600 toneladas, con cuatro cañones de 305 milímetros, ocho de 240 y veinte de 100, eran el tipo clásico del acorazado anterior al dreadnought, en el cual, como es sabido, la innovación estribaba principalmente en que toda su artillería gruesa era de un calibre único y en su mayor andar; estaban apagadas todas las luces como juzgando que eran los más expuestos en el caso, considerado como casi imposible, de que alguna embarcación enemiga pudiera deslizarse hasta ellos. Más allá, los dos grandes dreadnoughts mostraban sus luces, flotando tranquilamente en las aguas quietas de la bahía de Pola. Y hacia ellos fueron los audaces violadores
de la plaza fuerte austrohúngara...
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Bajo la lluvia y el granizo que presagia el invierno, en el agua fría, van avanzando Rossetti y Paolucci con mayor velocidad de la calculada; si bien la corriente les ha impedido caminar rápidamente en los primeros momentos, ahora, en cambio, los arrastra a lo largo de la línea de los buques enemigos y lo bastante fuera de ella para no ser vistos. El mal tiempo, aun cuando haga mayores sus sufrimientos físicos, les favorece en su intentó audaz. Las masas sombrías van desfilando por su derecha y ambos oficiales sienten acelerarse el ritmo de sus corazones a medida que se acerca el momento de terminar su empresa.
Son las cuatro y cuarto de la madrugada cuando se ven en las inmediaciones del Viribus Unitis, al que han elegido como víctima, acaso porque su nombre es la divisa de la odiada Austria.

A unos cien metros de la proa del acorazado, que parece mayor en la sombra, paran el motor del aparato para dejar que la corriente los arrastre hasta el costado del Viribus Unitis; sólo que los caprichos de ella los aleja en vez de llevarlos cerca del acorazado.

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Rossetti se separa entonces de su compañero de aventuras y va hacia la mole obscura que se alza allí, entre las sombras que la envuelven. Paolucci lo ha de esperar afuera...
La Mignatta avanza lentamente en dirección del Viribus Unitis; son las cinco y cuarto de la mañana y hay que apresurar el fin de la hazaña, porque la luz del Sol naciente puede dar al traste con ella justamente en el momento de lograr el éxito. Pasan los minutos con una lentitud angustiosa para Paolucci; un proyector ha pasado por la superficie del agua, pero ha sido con rapidez tal que no cree posible que haya podido descubrir a su heroico compañero. No obstante, sus temores comienzan a ir creciendo a medida que los minutos se deslizan en esta angustiosa espera en el agua. El frío hace sus efectos y es grande su desesperación ante la idea, sólo la idea,de que todos sus esfuerzos sean inútiles.
Han pasado veinticinco minutos desde que el ingeniero Rossetti se separara de él, para ir a llevar el artefacto mortal bajo el flanco del acorazado enemigo; Paolucci se decide a ir en busca de Rossetti cuando, apenas dadas unas brazadas ve, cerca de él, algo que flota.

Con la alegría que no es capaz de explicar quien no haya pasado por un instante análogo, los dos compañeros se reconocen; una seña es suficiente para que Paolucci comprendaque todo ha sido llevado a cabo con arreglo a los proyectos y que el Viribus Unitis ha de durar pocos minutos. Y los dos nadan,esta vez sin grandes precauciones para evitar ser oídos por sus adversarios, para alejarse de lo que pronto ha de ser el teatro de una gran catástrofe marinera.
Lanzan el aparato con el otro torpedo, que va a varar a una ensenada, porque se ven descubiertos; el proyector ha pasado sobre ellos, sin duda porque alguien, más vigilante que los demás,ha oído el tenue rumor de los cuerpos al deslizarse en el agua.

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Su luz les da de lleno, mientras un bote de vapor se aproxima a las dos cabezas que emergen del agua, recoge a los dos oficiales y los conduce a bordo del Viribus Unitis, ¡prisioneros! En una guerra como la Ítalo-austríaca, en que el odio latía fuertemente por ambas partes, caer prisionero era el azar más temido por ios beligerantes.
En la cubierta del acorazado son objeto de la curiosidad general; ¡dos oficiales italianos en plena rada de Pola! Nadie puede explicarse cómo hayan podido llegar allí, precisamente el punto más interior de los ocupados por los buques de Su Majestad Imperial y Real. Y, empero, allí están empapados en agua, tiritando a las primeras luces de la aurora, para demostrar que no es una historia de guerra y que las obstrucciones son inútiles cuando los que tratan de pasarlas se hallan animados de un valor a toda prueba.

El comandante, a quien van a despertar inmediatamente, no sale de su asombro cuando le dicen que dos italienische offizieren se hallan en cubierta; y este estupor llega al colmo
cuando Rossetti le advierte que su buque corre un serio peligro inminente.
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Capitan de Navio Yanko Vukovich

El capitán de navio Yanko Vukovich se frota los ojos para convencerse de que no está dormido todavía. ¿Correr peligro su buque? ¿En qué puede consistir el riesgo? Y contempla a estos hombres, con aspecto de náufragos, que van dejando un charco en cada sitio en que se detienen un instante y que sonríen confiados.
—¿De qué peligro hablan ustedes?
—No lo podemos explicar — contestan a un tiempo los dos italianos —, pero lo que le aseguramos es que no han de pasar muchos minutos sin que vuele su acorazado.
Comienza una extraña agitación a bordo del Viribus Unitis; Vukovich se ha dado cuenta de que no se trata de una broma de mal género, sino de una amenaza que es una próxima realidad.
Y da la orden de arrojarse al agua todo el mundo, autorizando a los dos oficiales italianos para que se salven a su vez. Paolucci y Rossetti no se hacen repetir la indicación; es la salvación, no de la muerte sino del cautiverio...
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Esta vez el frío se hace más sensible; la estancia en cubierta, mojado, al aire fresco del amanecer, entumece a Paolucci, que está a punto de ahogarse sin el auxilio del ingeniero. Recorren un centenar de metros, alejándose del acorazado, cuando un bote de remos boga hacia ellos y les anuncia, en tono amenazador, que deben regresar inmediatamente a bordo del buque enemigo; la tripulación los espera con actitud poco tranquilizadora, porque el tiempo transcurre sin que se cumpla la amenaza de los italianos. Mientras unos creen realmente haber sido engañados, otros inquieren dónde han sido colocadas las bombas. Y los más sensatos piensan que algo peligroso debe estar en el ambiente, porque ciertamente no han venido los dos italianos a dar un inofensivo paseo por la bahía de Pola la inviolable.
Los dos se dirigen hacia popa, entre una multitud que los increpa; sólo entonces advierten que las gorras han dejado de llevar el clásico letrero en la cinta que rezaba Kaiserlische und Konmgin Marine, para ostentar una inscripción que dice Yugoslavia. No saben aún que la revolución ha minado Austria-Hungría y que el Imperio ya no existe virtualmente; aquellos buques son de un nuevo Reino que surge en el horizonte internacional y Yukovich es un mandatario de los nuevos señores. De ser de día, hubiesen visto ondear en la popa una bandera azul, blanca y roja. Son las 6 y 27 y de funcionar bien el mecanismo, conforme a lo previsto, a las 6 y 30 debe hacer explosión lo que, como una flecha en el costado, tiene colocado el Viribus Unitis. Y, en efecto, a la hora en punto, sin un segundo de retraso, un ruido sordo que parece venir de las entrañas de la Tierra acompañado de una trepidación extraña se hace oír entre el estupor general.

Paolucci y Rossetti se arrojan al agua una vez más; es la tercera que lo hacen en el espacio de ocho horas. Los dos alcanzan un bote y se vuelven a contemplar su obra. A la lívida luz del día que nace, el Viribus Unitis escora lentamente a estribor, como cinco meses antes lo hiciera su gemelo el San Esteban; acuden los botes, recogiendo a los náufragos del acorazado zozobrante ; se oyen gritos, se ven escenas en que apresuradamente tratan de salvarse los tripulantes. Diez minutos después de la explosión, en el sitio en que estaba fondeado el acorazado, orgulloso de sus veinte mil toneladas, no queda sino un como hervor del agua, remolinos, objetos que flotan, botes que se afanan en alcanzar a los que aún están en el agua. Del Viribus Unitis, nada...

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Paolucci y Rossetti, hechos prisioneros, habían de recobrar su libertad cuatro días más tarde cuando, al firmarse el armisticio que daba realidad al símbolo del hundimiento del Viribus Unitis, el acorazado Saint Bon entraba en el puerto enemigo y se hacía entregar a los dos heroicos italianos, cuya popularidad en su país era inmensa. Y un torpedero gemelo del que los llevara hasta el lugar fijado para dar comienzo a su aventura, el I6-OS, los llevó a Venecia que ha vivido una de las existencias más gloriosas en los anales marineros.

http://www.viribusunitis.ca/

Saludos.
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