Más relatos de Sakai (os prometo que los últimos)

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Backman
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Más relatos de Sakai (os prometo que los últimos)

Y con ellos os prometo que os dejo en paz :oops: . Son los últimos...

1er relato

Los cazas se dividieron en dos grupos: uno se quedó para escoltar a los aviones de bombardeo mientras que el otro se adelantaba para atajar a los interceptores, los cuales, estábamos seguros, nos estarían esperando, tras el gran retraso de nuestro ataque, con todos sus efectivos. Yo volaba en la primera oleada, y nuestra formación avanzaba a 5.000 metros ... Y luego aparecieron las Islas Filipinas, verde oscuro sobre el bello azul del océano. La línea de la costa se deslizaba debajo de nosotros, maravillosa y pacífica, sin otros aviones en el aire. Después volvimos al Mar de China.
A las dos menos veinticinco de la tarde salimos del Mar de China en dirección a Clark Field. Lo que veíamos resultaba increíble. En vez de encontrarnos con un enjambre de cazas norteamericanos picando sobre nosotros para atacarnos, echamos un vistazo abajo y descubrimos unos sesenta bombarderos y cazas adversarios perfectamente alineados junto a las pistas de aeródromo. Allí estaban como patos sentados; los estadounidenses no habían hecho intento de dispersar los aparatos y aumentar su seguridad en el suelo. No entendíamos en modo alguno la actitud del enemigo. Pearl Harbour había sido atacado más de cinco horas antes; seguramente les habrían informado de dicha operación y esperarían una acción semejante contra tan críticos aeródromos.

Aún no podíamos creer que los norteamericanos no tuvieran cazas en el aire esperándonos. Por último, tras varios minutos de sobrevolar las instalaciones, descubrí cinco aviones de combate estadounidenses a una altura de 4.600 metros, unos dos mil por debajo de nosotros. Soltamos enseguida los depósitos auxiliares de combustible, y todos los pilotos prepararon sus ametralladoras y cañones. Sin embargo, los aviones enemigos rehusaban combatir, manteniendo su altitud de vuelo. Era una cuestión ridícula; los cazas norteamericanos a 4.600 metros, mientras volábamos en círculos por encima de ellos. Nuestras órdenes, no obstante, nos impedían atacar hasta que llegara la fuerza principal de bombarderos.

A las dos menos cuarto, los veintisiete bombarderos con su escolta de Ceros se acercaron desde el Norte disponiéndose a efectuar sus pasadas. El ataque resultó perfecto. Largas ristras de bombas caían de la panza de los aviones y se precipitaban hacia los objetivos que los bombarderos tripulantes habían estudiado tanto en las fotografías de los reconocimientos aéreos. Su exactitud era fenomenal: se trataba, en realidad, del bombardeo más certero de nuestros aviones que jamás presencié en toda la guerra. La base aérea entera parecía alzarse en el aire con las explosiones. Trozos de aviones, hangares y otras instalaciones se dispersaban por doquier. Surgían grandes fuegos y empezaba a elevarse el humo.

Cumplida la misión, los bombarderos cambiaron su rumbo y comenzaron el vuelo de regreso a sus puntos de partida. Nos quedamos en función de escolta otros diez minutos, y luego volvimos a Clark Field. La base norteamericana se hallaba en ruinas, ardiendo entre nubes de humo. Volamos en círculos a cuatro mil metros y, aún sin oposición enemiga, recibimos órdenes de efectuar pasadas de ametrallamiento.
Con mis dos compañeros de formación unidos a mí como por lazos invisibles, empujé la palanca y piqué en ángulo muy agudo. Elegí como objetivos dos B-17 intactos que había en una pista, y los tres lanzamos una lluvia de balas a los grandes bombarderos. Cruzamos como un relámpago a baja altura y volvimos a elevarnos recogiendo el picado.

Cinco cazas se precipitaron sobre nosotros. Eran P-40, los primeros aviones norteamericanos que yo había encontrado nunca.

Empujé violentamente la palanca, di un pisotón al pedal del timón y volé en espiral a la izquierda; luego volví a accionar la palanca para subir en ángulo cerrado. La maniobra desbarató el ataque enemigo, y los cinco P-40 viraron abruptamente y se dispersaron. Cuatro de los aviones describieron un arco por encima de las columnas de humo negro que se elevaban del campo, y desaparecieron.

El quinto avión voló en espiral a la izquierda ... fue un error. Si hubiera permanecido con su grupo podía haber escapado por entre el espeso humo. Gané altura de inmediato, acercándome al enemigo desde abajo; el norteamericano viró a medias e inició un rizo. A doscientos metros, el vientre del aparato apareció en mi colimador. Moví duramente la palanca de mandos de gases y acorté la distancia a cincuenta metros al tiempo que el P-40 trataba desesperadamente de escapar. La cosa estaba casi terminada, y una corta ráfaga de mis ametralladoras y cañones acribilló la cabina haciendo saltar la cubierta de la misma. El caza pareció vacilar en el aire, y luego se desplomó en picado hacia tierra.

Era mi tercer victoria: el primer avión norteamericano que derribaba en las Islas Filipinas.

No vi otros cazas después, pero otros pilotos de Ceros cogieron a un grupo de aviones en el aire. Más tarde, aquella noche, de vuelta a Tainan, declaramos nuestros triunfos en nueve aviones abatidos, cuatro probables y 35 destruidos en el suelo.




2º relato

Aquel día marcó una de las más violentas luchas aéreas de las primeras fases de la guerra en el Pacífico. Por lo menos cincuenta cazas aliados, volando a unos tres mil metros de altitud, mantenían una sombrilla de protección sobre la ciudad, desplazándose en sentido contrario a las agujas del reloj. La fuerza enemiga, anticipándose a nuestra llegada, no tenía precedentes: una larga línea compuesta de tres oleadas de grupos en V, cuya superioridad numérica sobre nosotros era de más de dos a uno.

Tras localizar a los cazas enemigos, lanzamos los depósitos auxiliares y ganamos altura. Al divisarnos, los aparatos aliados rompieron su movimiento y cerraron contra nosotros a toda velocidad. Estaban preparados y deseosos de luchar, a diferencia de los cazas norteamericanos que encontramos el 8 de diciembre en la vertical de Clark Field.

Menos de un minuto después, las ordenadas formaciones se desintegraron en una salvaje y turbulenta pugna cerrada.

Vi cómo un P-36 se me venía encima chillando, virando después a la izquierda, en espera de la reacción del enemigo. Mantuve su rumbo insensatamente. Eso me bastaba, y me lancé a un cerrado viraje a la derecha con el Cero apoyado en un ala, y fui a parar directamente encima de la cola del P-36, cuyo piloto debía estar asombrado.

Eché un vistazo atrás para asegurarme que no me encontraba yo en la misma situación del caza aliado, y acorté distancias. El P-36 viró a la derecha, pero un ligero movimiento de los mandos mantuvo el Cero pegado a su deriva. A cincuenta metros de distancia abrí fuego con ametralladoras y cañones. Casi de inmediato, se le desprendió el plano derecho, voló por el aire; saltó luego el ala izquierda. El P-36 entró en barrena y se fue haciendo pedazos al caer. El piloto no logró abandonar el avión.

Describí un amplio giro para subir y volví al combate principal. Por lo menos seis aviones caían envueltos en llamas. Los cazas se arremolinaban alocadamente en el aire y, de pronto, la mancha verde oliva de un P-36 viró hacia mí. Di la vuelta para hacerle frente, pero otro Cero se lanzó hacia las alturas en una subida en candela, cazó al P-36 en una larga ráfaga de cañón y luego se alejó al tiempo que estallaba el avión holandés.

A mi izquierda, un P-40 se cerró sobre la cola de un Cero que huía, y yo giré desesperadamente para espantar al caza enemigo. No había necesidad de ello; el Cero ejecutó un apretado rizo que terminó exactamente encima y por detrás de la cola del P-40. Los cañones y ametralladoras dejaron oír su voz, y el aparato adversario hizo explosión.

Otro P-40 pasó como una flecha, dejando tras de sí una estela de llamas tres veces más larga que el propio caza. Un P-36 se movía a sacudidas en el aire, con su piloto muerto a los mandos.

Debajo de mí, nuestro buscasendas - un avión sin armamento- se vio sorprendido por tres cazas holandeses. El piloto japonés entró violentamente en un tirabuzón para escapar de las trazadoras enemigas, que silueteaban enteramente su avión.

Nuevamente llegué demasiado tarde. Un Cero se lanzó en picado en un alarde de fuerza, y sus granadas de cañón hicieron estallar los depósitos de combustible de caza holandés que se hallaba en posición más elevada. El aparato Mitsubishi recogió el picado y ganó altura en ángulo casi vertical, cogiendo por detrás al segundo P-36. Cayó sobre un ala incluso aunque el tercer piloto se disponía a hacer frente al Cero. Demasiado tarde también; su cabina estalló en una lluvia de cristal.

El otro Cero se situó paralelamente a mí, y su piloto me saludó y sonrió con toda la boca; luego se alejó escoltando al aparato de reconocimiento fuera de la zona de combate.

Un P-36, que aparentemente huía de la lucha, pasó sobre mí. Di todo el gas con sobrealimentación y tiré de la palanca hacia atrás, rizando el rizo para salir cerca del holandés. Todavía subiendo, abrí fuego de cañón. Demasiado pronto; el efecto del viraje arruinó mi puntería.

El cañón me traicionó; el P-36 se lanzó en un viraje a la izquierda y picó verticalmente. Corté su giro y piqué a mi vez al tiempo que el Curtiss pasaba como un relámpago a menos de cincuenta metros de distancia. Mi dedo golpeó el botón, y las granadas hicieron explosión en el fuselaje. Brotó un espeso humo negro. Lancé dos ráfagas más, y luego recogí el picado al tiempo que una cortina de llamas envolvía al caza holandés.




3er relato

A principios de abril, treinta de nosotros del Ala de Tainan fuimos trasladados a una nueva base aérea en Lae, en la costa oriental de Nueva Guinea. El Capitán de Navío Masashisa Saito condujo nuestro grupo a la nueva instalación. Comenzaron entonces algunas de las más duras acciones aéreas de toda la guerra del Pacífico. A solo 180 millas del bastión aliado de Port Moresby, iniciamos nuestras nuevas tareas de escoltar casi cada día a nuestros bombarderos, Que partían de Rabaul para machacar los objetivos enemigos en la crítica zona de Moresby. La guerra ya no era totalmente unilateral. Con la misma frecuencia con que castigábamos Moresby, venían los cazas y bombarderos a castigar Lae. El valor de los pilotos aliados y su disposición para la lucha nos sorprendieron a todos. Siempre que operaban contra Lae, se les interceptaba invariablemente, y algunos de sus aviones eran derribados o averiados. Nuestras acciones sobre Moresby contribuían también a las pérdidas aliadas.

El 11 de abril de 1942, pasábamos sobre el aeródromo, esta vez con el sol a nuestras espaldas, y volábamos con lentitud cuando avistamos por fin aparatos enemigos: cuatro P-39, los primeros Airacobras que yo había visto nunca. Volaban casi directamente hacia nosotros, a unos cinco kilómetros de distancia y a la izquierda. Resultaba imposible decir aún si nos habían visto o no. Lancé mi depósito auxiliar y di gas al motor, con mis dos compañeros de formación sin separarse de mi avión ...

El Teniente de Navío Sasai señaló a proa: "Adelante. Te cubriremos ".
Los Airacobras no habían hecho ningún movimiento todavía. Teníamos suerte. Con el cegador sol ante ellos, los pilotos norteamericanos no lograban distinguir a nuestros cazas acercándose. Los P-39 volaban en dos parejas, con la primera precediendo a la otra unos trescientos metros.

Situé a Honda detrás y por encima de mí, e hice señales al menos experto Yonekawa para que me siguiera. Luego nos encontramos a quinientos metros de los aviones adversarios, inclinándonos a la izquierda. En pocos segundos estaríamos dispuestos a atacar. Si continuaban cegados por el sol, podíamos alcanzarlos antes de que se dieran cuenta siquiera que nos hallábamos en el aire.


Aunque ya estaba preparado a virar para el ataque, cambié mi aproximación. Si subía para venir de un picado, perdería la ventaja del sol a mis espaldas. En vez de ello, empujé la palanca y piqué. Honda y Yonekawa iban pegados a mí como con cola. Bajamos y luego nivelamos en una maniobra precisa y rápida, en perfecta posición.

Los dos últimos cazas se hallaban ahora por encima y delante de mí, ignorantes de nuestro acercamiento. Aún estaban cegados, y yo acorté distancias progresivamente, esperando hasta que fuera imposible perder el objetivo. Los dos P-39 se encontraban casi ala con ala, y a cincuenta metros se destacaban nítidamente en mi visor de puntería. ¡ Ahora! Pulsé mi botón de los cañones, y en un segundo el primer Airacobra estuvo eliminado. Las granadas convergieron en el centro del fuselaje: piezas de metal saltaron y volaron. También surgió una fuente de humo y llamas.

Me deslicé y apunté al segundo P-39. De nuevo las granadas encontraron su blanco, haciendo explosión en el interior y reduciendo el caza a pedazos. Ambos aviones cayeron sin gobierno.
Saque el Cero de su deslizamiento y subí en un viraje cerrado, dispuesto a salir directamente detrás de los cazas que iban en cabeza.

El combate ya estaba terminado. Ambos P-39 se precipitaban alocadamente a tierra, dejando detrás estelas de humo y llamas. Habían sido derribados tan rápidamente como los dos que yo cogí tan desprevenidos. Reconocí a uno de los Ceros que aún recogía su pasada en picado, con Hiroyoshi Nishizawa, un aviador novato a los mandos. El segundo Cero, que se había anotado un derribo en una sola pasada, pilotado por Toshio Ota, maniobraba para ganar altura y unirse a la formación.


Fuente: internet (no recuerdo la peich ahora mismo).
BACKMAN, OAW, 24ª FLOTILLA
Luny
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Muy buenos... gracias Backman
Die honorably, just not today
Siurell
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¿Y porqué han de ser los últimos...?

Gracias Back :wink: :D
Tuerto
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¿¿Como que el ultimo??? no seras capaz.... arg.- arg.- arg.- arg.- arg.-
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Nur_125
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yo tambien quiero mas
Kamikaze Joe
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Ultimo relato de Saburo Sekae:


Me dirijo a la pista, alineo el avión, tengo permiso de la torre, me dispongo a aterrizar............... flaps abajo, reduciendo potencia, ..............en senda de planeo, en senda y a rumbo, bajo el tren de aterrizaje............. bajo el tren............ bajaaaaaaaandoooo el trennn............... el tren no baja........ sigo descendiendo............. pierdo velocidad............. me acerco a la velocidad de perdida............. aumento gases............. necesito potencia................ potencia.................... vamosssssssss, ...........................................sa calao, .........................el jodio motor sa calao......................... unaaaaa m.........da pa la Nakajima, .....................................entrando en perdida........................... entro en perdida..................... los mandos no responden................................... no respondeeeeeenn...................................!!!!!!!!!!!!!




PLOOOOOOFFFFFFFFFFFF!!!!!!!!!!!!!!

Cabrones

Y aqui termina el ultimo relato de Saburo Sekae.
Última edición por Kamikaze Joe el 02 Nov 2006 20:00, editado 3 veces en total.
"Ninguna gilipollez es respetable. Lo unico respetable es el derecho de cada cual a expresar cualquier gilipollez. Tan respetable como, acto seguido, el derecho de los otros a llamarlo gilipollas."
Arturo Pérez-Reverte.
Tuerto
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:mrgreen: :| :mrgreen: :mrgreen: :mrgreen: :mrgreen: :| :| :mrgreen: juas.- juas.-

Me encanta tu relato, Kami, nose, pero tiene unos matices, unos claroscuros, pero sobre todo la relacion que tienen sus numerosos personajes. Pero el pasaje mas interesante es ese que su Abuelita le espeta aquello de:-

" y contigo 5, por el sussi te la hinco".......

Pletorico, Kamikaze, como siempre.


Von Tuerto.-
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