St Nazaire, Francia, 25 noviembre de 1943
Hoy mi tripulación y yo hemos recibido una misiva del Alto Mando, instándonos a hacer el petate y a mantenernos en estado de alerta, listos para partir.
Las reparaciones en el astillero terminaron ya hace más de una semana y nos extrañaba la ausencia de directrices por parte del BdU.

Aún espero las órdenes finales en las que se me asignará un destino, pero mucho me temo que será el Atlántico donde debamos dirigirnos. Parece que por allí la guerra se recrudece. No son alentadores los últimos informes. En este último mes nos han confirmado que dos de los nuestros han sido hundidos, uno po por cargas de profundidad y otro por los cañonazos de uno de los bastardos de Churchill. Además hemos dejado de recibir noticias de tres submarinos más.
No obstante la moral es alta. En la anterior patrulla nos fue muy bien. Incluso recibimos las felicitaciones del mismisimo Doënitz.
Los hombres se encuentran compenetrados y con ganas de enfrentarse al enemigo. Me alegro de que este periodo de incertidumbre y espera termine.
Hoy mismo he despachado el correo personal para casa. Cuando Elena lo reciba ya estaremos en medio del oceano gris y deslustrado, buscando al escurridizo enemigo. La verdad es que no envidio la suerte de mi princesita bávara, siempre esperando la fatídica carta, o lo que es peor sin recibir nada, durante meses.
He autorizado a mis hombres a pegarse una buena juerga esta noche. Hay que relajar la tensión. También les he advertido de que no quiero lios. En estos momentos de tensión antes de la partida, los muchachos suelen dejarse llevar demasiado por los efluvios del alcohol.
Ahora a a prepararlo todo, y a esperar las çordenes definitivas, que deben estar al llegar.
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