Las apariencias engañan...
Cuenta Marcelino Menéndez Pelayo en su
Historia de los heterodoxos españoles que, según cierta leyenda, Ramón Llull quedó prendado un día de la hermosura de una joven genovesa a la que siguió hasta el interior de la iglesia de Santa Eulalia (Palma de Mallorca). La dama (a la que algunos llaman Ambrosia del Castelló y otros llaman Leonor) no halló otra manera mejor de contener el ímpetu de Llull que descubrirse el pecho y mostrarle su seno devorado por el cáncer. Así, el filósofo recibió una de las lecciones más reveladoras que se puedan aprender sobre la "vanidad de los deleites" humanos y lo engañosas que pueden llegar a ser las apariencias. a partir de entonces, Llull abandonó su casa y su familia y se dedicó al estudio de la ciencia y la religión.
Esta historia -comenta burlonamente Alberto Savinio en su
Nueva Enciclopedia- no sólo muestra lo falaz que es la apariencia, sino también la gran integridad de aquella dama, muy distinta de aquella otra que consiguió casarse y, en la noche de bodas, entre peluca, dentadura postiza, relleno de pecho y pantorrillas de pega, se dejó tres cuartas partes de su persona en el tocador.


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Si hago una buena obra, me siento bien; y si obro mal, me encuentro mal: Esta es
mi religión.
(A.Lincoln)...¡Vivir y dejar vivir: Esta es mi política!