Tras hacer inmesión para escuchar, obtengo un contacto bastante lejano. Tras haber estimado el rumbo del enemigo marco un punto de encuentro. Me lanzo en su persecución. Cuando llego a él, por supuesto no veo nada. Otra vez en inmersión descubro que ha cambiado de rumbo y está lejos. De nuevo a superficie y con rumbo de interceptación. Tras varios episodios parecidos y varios cambios de rumbo de mi presa, logro acercarme. Sé que lo tengo cerca pero no logro descubrirlo.
Pero de repente entre la niebla, veo dibujada en la agitada superficie del mar ¡una estela! ¡Allí tenía que estar: en la cabecera de esa estela!
Y, por supuesto, allí estaba. Poco a poco aparece su oscura silueta entre el fondo gisáceo.
Por desgracia, la euforia me hace perder la paciencia y le lanzo mi último torpedo con un mal ángulo y no estalla.
Si esto mismo lo hubiese leido en cualquier libro de historia de submarinos, hubiera pasado por cierto. Cuando descubrí la estela casi pego un brinco de alegría

¡Fabuloso!
Un saludo.