Historias de la Scorched Earth

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Historias de la Scorched Earth

Como algunos ya sabrán, la Scorched Earth Online War (SEOW) es un sistema que unos señores desinteresadamente han elaborado para incrementar las posibilidades del excelente juego/simulador que los Calaveras conocen como Il2 Sturmovik Forgotten Battles. Estas posibilidades suponen el control total de las unidades terrestres y navales así como la logística, en lo que sería una campaña militar. Para no extenderme más, basta decir que además de dirigir las unidades de combate prácticamente como en la realidad, se puede modificar la producción de las fábricas o enviar suministros a las tropas por medios aéreos, marítimos o terrestres, por poner un pequeñísimo ejemplo.
Con esto, la importancia de la aviación controlada en tiempo real por los pilotos humanos durante el desarrollo de cada misión es fundamental ya que un ataque aéreo exitoso puede desbaratar los planes cuidadosamente elaborados, obligando a los pilotos a realizar misiones que nada tienen que ver con los acostumbrados "dogfights".
Solo añadir que esta aplicación genera una serie de estadísticas donde pueden contabilizarse con muchísima exactitud lo ocurrido durante cada hora de juego real, tanto por los pilotos humanos como por las unidades de tierra, pudiéndose utilizar dicha información de muchas maneras.


Lo que a continuación viene es un relato totalmente ficticio de lo que en el entorno de una sola unidad de combate aconteció durante el comienzo de una campaña que, en tiempo virtual fue de solo dos días pero se desarrolló durante aproximadamente seis meses.

No creo que haga falta recalcar que la siguiente historia única y exclusivamente pretende ser un entretenimiento para esta comunidad, no suponiendo ningún tipo de idea política ni nada que se le parezca o tenga algo que ver.
A sugerencia de terceros, con esto se pretende atraer a más participantes en este simulador/juego que es el Forgotten Battles así como en el estupendo SEOW.
Loon.




Bueno. En la última Escorched sobre la Guerra Civil Española, hubo un momento en el que un solitario cañón de 88 puso en jaque a las unidades de tierra del enemigo.

Esto que iré posteando pretende ser un relato de lo que allí aconteció.


¡Foia!- Gritó el Leutnant de artillería Kurzerschnabel.
Las cigarras siguieron con su sonsonete a pesar del berrido del hombre.
-¿Ca disho?- dijo por lo bajini el sargento Requena, que desde la tarde anterior había sido asignado al puesto de cargador y disparador, aunque no le apetecía –ni una mijica- como solía decir.
- Diu foia – le respondió con el mismo tono el cabo Pujol que ya sabía manejar el volante que giraba el cañón en la horizontal hacia el lado correcto según le dijera el apuntador.
- ¡Main got, foia jab ij guesag!- volvió a gritar el “loin-nan”, como lo llamaban los seis artilleros asignados al flak 18 emplazado entre la arboleda justito enfrente de la carretera que llevaba al puente.
- ¡Ah, coño! Ya lentendío, mi loin-nan. Ejpere un zegundo.- Volvió a decir Requena, haciendo aspavientos con las manos. –Aquistá, lamadrequeloparió-
-Buuuum zing clang glong.- Hizo, más o menos, el cañón al disparar el primer proyectil de casi diez kilos y medio de alto explosivo hacia donde el loin-nan había apuntado. El resto fue el mecanismo de recuperación y la vaina del proyectil al caer al suelo duro y seco del bosquecillo, humeando tras salir impulsada por el retroceso.
Le pasé otro proyectil al Requena al tiempo que miraba hacia donde el cañón apuntaba. Allá a lo lejos comenzaba a distinguirse la polvareda que levantaba una columna de vehículos. En ese instante, justo frente al bosque que comenzaba a media ladera, al otro lado de la curva que los camiones acababan de doblar, se levantó una nube de polvo. –Lejos- pensé y, como si me hubiera escuchado, el loin-nan exclamó –shaise-. Así que pegando el ojo al visor telescópico le dio un cogotazo al Pujol y este movió la rueda hacia la izquierda, como les había explicado el teniente alemán gesticulando y diciendo palabras ininteligibles acompañadas de salivajos, hasta que de rojo que se puso tuvo que desabrocharse la guerrera. El método era fácil. Un cogotazo izquierda y otro cogotazo parar. Dos cogotazos derecha y otros dos parar.
En elevación, el artillero de primera Melián funcionaba igual, pero para arriba y para abajo –Chaacho, deame er totiso, connyo- decía cuando se le iba demasiado para arriba o para abajo y el teutón le daba más de la cuenta. Para el manejo del cañón, por tanto, se hacía imprescindible quitarse el casco que, por otro lado, era una bendición ya que, a pesar de ser algo más de las nueve y diez de la mañana del 15 de junio de 1937, el calor apretaba de lo lindo.
Con una serie de cogotazos rápidos a cada artillero, el teniente se retiró del visor.
-¡Los! Volvió a gritar. Esta vez las cigarras no siguieron con el sonsonete porque el pipanazo del primer disparo las acojonó de veras. Solo un pajarillo hizo una especie de pipirupí, como para darle más tensión al tema.
-¿Gequenna, bisdú idiot?- Dijo el teniente con voz bastante pausada, dadas las circunstancias y sin quitarse los prismáticos de campaña con los que estaba mirando hacia la carretera.
-¿Ca disho ahora?- preguntó el sargento volviéndose hacia mí con el proyectil aún en las manos. –¡Fica la bala, la mare de dèu!- le soltó el Pujol. Estaba claro. Si el Requena no espabilaba y empezaba a repartir sartenazos a los de los camiones como Dios manda, en quince o veinte minutos nos iban a poner a caldo de pollo, sin tropezones y sin fideos, que ya estaba la cosa bastante achuchá en la retaguardia como para andar desperdiciándolos.
Con el ceño fruncido y la puntilla de la lengua asomando bajo el espeso bigote sobre la boca cerrada, “Gequenna” introdujo el proyectil con soltura y echó el cierre para seguidamente accionar el disparador con pulcritud.
Buuummm zing clang glong volvió a repetirse. El humo del cañonazo también se dispersó hacia atrás, hacia la espesura. –A ver si estos tíos no nos descubren-.
Esta vez todos vimos, a pesar de la distancia que Melián calculó con bastante exactitud como “el coñísimo”, la columna de tierra y polvo que junto a la carretera y un algo por detrás del último vehículo de la fila, un camión de combustible, causó el impacto del segundo proyectil. Ese momento fue cuando casi todos nos dimos cuenta de lo que estábamos intentando hacer. Digo casi todos porque los otros dos artilleros, los que iban sacando los proyectiles de sus cajas y me los iban pasando, seguían como si tal cosa, como si la pringá que estábamos a punto de empezar con los que iban en los camiones y los blindados allá en la carretera, no fuera con ellos o no les importara lo más mínimo. Y no se los reprocho. Al fin y al cabo no era su guerra, aunque hubieran venido de Teutonia para echarnos una mano. O para eso nos decían que habían venido. Estaban adiestrados para sacar proyectiles de sus embalajes y pasárselos al siguiente artillero. Como si de una máquina se tratara. Seguro que el “Gequenna” alemán, allá en Alemania no iba a dejar que su loin-nan le repitiera la orden de fuego. Ni los artilleros iban a ir sin casco para recibir señales en morse a través del cuero cabelludo. En fin. Estamos en España.
En lo que le había puesto el tercer pepino al Requena en las manos y este lo introdujo en el cañón y cerró, el loin-nan ya había marcado su peculiar código en las coronillas de los dos artilleros.
-¡Foia!- se volvió a oir y esta vez no hizo falta que Requena abriera la boca. Accionó el disparador y seguido se volvió a oir el mismo bummm etcétera etcétera.
Allá en “el coñísimo” una bola naranja se elevó sobre la carretera. –La mare de dèu- alcancé a oir a Pujol. El zambombazo del disparo aún me pitaba en la cabeza. No habían pasado diez segundos desde que vimos la explosión cuando escuchamos como un trueno, grave, distante. La bola de fuego siguió subiendo y convirtiéndose en humo negro. Algunos pedazos humeantes de lo que, ojalá, no fueran más que restos del camión cisterna, bajaban dejando una estela blanca o negra. Como si algún caprichoso ser hubiera decidido uno u otro color.
Como había decidido el destino de aquellos que iban en el camión.
Ahora vives.
Ahora no vives.
Esta vez sí que nos dimos cuenta de lo que estábamos haciendo.
La fila de vehículos se detuvo.
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Mix-martes86
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Parece interesante. Siempre me ha gustado la estrategia. :D
Navegando las tormentas como mejor se puede.
SID9000
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Siezque, no je quien diho que la realidad supera la ficción ;)

Saludos
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Cpt_Morgan
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gran relato Luny!... cojonudo! :D
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Luny
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seguimos....


El Pujol y yo nos miramos. El loin-nan, por supuesto, también miraba pero por el visor telescópico y ya levantaba la mano derecha para orientar la pieza con su peculiar sistema, refunfuñando en su lengua por lo absurdo del método. Nunca hubiera podido siquiera sospechar que lo emplearía unos años más tarde en una helada planicie muchos meridianos hacia el este con gente como esta, y que esa vez sería esta gente la que les iría a echar una mano a ellos.
-Quiyooo, pazame eze proyetí, engaa- decía la voz de Requena, evidentemente a mí. –Te va cohé er loin-nan y tevanterá-
Así que le pasé el proyectil y Pujol aprovechó para centrarse en el tamborileo sobre su craneo. Mientras Requena introducía el cartucho y se preparaba para otro disparo –Ejto tá shupao-, el soldado alemán me dio un codazo y sin más me pasó otro de esos estilizados objetos metálicos que además esconden una rara belleza, tanto por su forma y brillo como por el poder que ocultan.
En el coñísimo, unos dos mil metros y pico, el ahora enemigo, según suponíamos después del espectáculo que habíamos montado con la ayuda del camión cisterna y, por supuesto, de los que iban en él, se había quedado de piedra. Del primer vehículo, un tanque, se bajó una figurilla que se dirigió hacia un coche que iba delante de la fila de camiones, unos cuantos metros más atrás. Antes de llegar, del lado derecho del coche se bajó otra figurilla, o figurona si la comparamos con la primera, y en un momento dado se juntaron y empezaron a moverse rápidamente de un lado a otro hasta que después de un minutillo de bailoteo o así, se encaminaron hacia el final de la fila de camiones a buen paso.
Buuummm zing glang clong golong fue con lo que culminó nuestra observación porque el fogonazo y consiguiente humareda del cuarto sartenazo así lo quiso.
-Main liiba alta- pareció que dijo el loin-nan. El Requena, con el gustillo que le había cogido a lo del cañoncillo tan pronto vio que el teniente apartaba la vista del visor, accionó el disparador. Suerte tuvo el teniente de que el retroceso no le pusiera la guerrera del revés incluyendo brazos, pecho, espalda y la cabeza de pelo rubio cortísimo con sus cara marcada por cicatrices de viruela que parecía cincelada en piedra. Algo se olía el teutón, seguro, de que no podía fiarse del bigote del sargento ese tan renegrío.
-Otia que me cargo al loin-nan, la madre que mmm…- fue lo que pudo decir el sargento antes de que la ahora ya no tan lustrosa bota del teniente se le empotrara justo por debajo del cinturón. Fue un movimiento limpio y ligero, como de ballet. Bueno, en la vida había visto un ballet, pero sí que había visto a un dantzari en Lequeitio bailando un zortzinango presuntamente al ritmo del txistu. Fue muy parecido. Sí.
El sargento se quedó lívido, con las piernas apretadas, con las manos sobre los muslos ligeramente flexionadas las rodillas, como si fuera a saltar. Aspiró profundamente aire y los restos de cordita inflamada y, de un brinco se puso firmes.
-Uté perdone, mi lon-nan. No ze vorverá a repetí. Ze lo huro por miziho-
-Sea gut, Gequenna, ij jofe só- contestó el teniente.
Evidentemente ninguno de los dos había entendido las palabras, pero la entonación fue más que suficiente. Y la coz, claro.
La brisa calentilla que soplaba hacia el este dispersó el humo del disparo rápidamente, aprovechando el teniente para pegar el ojo al visor y las manos a las coronillas de sus artilleros.- La mare de déu, em té fins el collons- acertó a decir el Pujol recibiendo como guinda un pescozón que no figuraba en el manual. No vimos dónde cayó el chusco, pero sí que distinguimos que la figurilla y la figurona volvían sobre sus pasos a la carrera. Seguro que ver el pepino no lo vieron, pero sentirlo cerca sí que lo sintieron por la forma de correr. Sobre todo la figurilla que ya se acercaba al coche de la figurona sacándole unos cuantos metros a su propietario.
-¡Foia!- dijo con bastante calma el loin-nan mirando fijamente a Requena que, sin pestañear y sin apartar la mirada del “dantzari” vestido de gris en lugar de blanco y con casco en lugar de txapela, disparó el pesado cañón.
Bummmm zing clong clang.
Allá, todavía en el coñísimo, el coche oscuro cuyo copiloto había bajado y acompañado a otro tipo que había salido de un tanque quedó oculto por un fogonazo y una nube de humo y polvo. La figurilla y la figurona quedaron ocultas por el efecto del disparo. Estoy seguro que al menos cuatro de los que estábamos viendo el estreno, en primera fila, anhelamos por unos instantes que la figurilla apareciera de entre el humo y siguiera corriendo hacia su bonito tanque estacionado unos cuantos metros por delante de él.
Alguien había tirado los dados y alguien acababa de perder la apuesta.
El humo y el polvo se dispersaron en dirección este y lo que descubrieron como cuando se levanta el telón en el teatro, ahí sí que había estado unos tres años antes, fue una especie de churrasco retorcido y humeante.
Desde donde estábamos pudimos ver con toda claridad la perfecta y oscura “O” que formaba la boca en la cara excesivamente blanca de la figurona.
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-Ñó- dijo Melián con su típico acento.-¿Y dondehtá er tipo?-
-S’ha esfumat-
Sí, más bien se había desintegrado. Este pobre sí que no había dado ni para una triste pringá. Bummm, ploff, hala, a tomar viento.
De los tres tanques que seguían al del infortunado que acababa de volatilizarse, desaparecieron las figuras que estaban asomadas por las escotillas superiores como ratoncillos asustados. Y no se les puede reprochar lo más mínimo. Hay que tenerlos muy bien puestos para quedarse fuera con lo que estaba cayendo, que no era mucho, pero acertaba de cojones. Era mucho mejor meterse dentro del blindado y mantenerlos puestos, aunque descolocados. Los blindados se pusieron en marcha y, cada uno por su lado, salieron de la carretera para dirigirse hacia el linde del bosque.
-Shaise- volvió a decir el teniente.
El tipo de la boca redonda giró en redondo y se dirigió al borde del camino donde comenzó a gesticular con los brazos. Un minuto más tarde se dirigió al primer camión, sacó al acompañante de un tirón y subió. El soldado, desconcertado, trepó a la caja del vehículo y allí aprovechó para tirar algún resto ennegrecido del automóvil que había encabezado la columna. Del automóvil o del que conducía.
Inmediatamente la columna de camiones comenzó a maniobrar para evitar el humeante obstáculo y dirigirse a donde los blindados, es decir, resguardarse del granizo metálico que les estábamos mandando.
-¡Foia!- Bummm zing glang glong. El proyectil cayó en el centro de la carretera donde poco antes estaba un camión que portaba una pieza de pequeño calibre.
El primer blindado aún seguía en la carretera y comenzó a avanzar por ella, como si con él no fuera la historia así que el loin-nan aprovechó para prestarle toda su atención.
-¡Gequenna, los!-
-Zí zeñó, allavá- Bummm, zing, clang glang clong.
Agua. O tierra. Vamos, que no lo dio a nada importante.
-Um gotes wilen- El tanque seguía por la carretera, eso sí, bastante más rápido que antes por la nube de polvo que levantaba y que, quizá por eso, el loin-nan no le atinaba. Mirando nuevamente por el visor, el teniente maniobraba el cañon con delicadeza, asestando ligeros golpecillos en las cabezas de los artilleros que empezaban a actuar con soltura ante sus insistentes collejilas.
Al parecer, al ver a el primer tanque seguir por la carretera, consciente o inconscientemente, los otros blindados cambiaron de dirección y comenzaron a seguir al primero, eso sí, por el exterior de la carretera donde levantaban aún más polvo si cabe que de paso tapaba a los camiones que quedaban más rezagados e incluso se habían detenido creyéndose, tal vez, ocultos o a salvo de los disparos.
Después de tres “foia” y dos “los” sin resultado aparente sobre el “enemigo”, el sargento, con el brillante proyectil que le acababa de pasar mecánicamente aún en las manos, va y dice:
-Mi loin-nan, ya nohemo pazao la horal bocaillo. Le paeze uté hagamo un rezezo pardezayuno? A vé zi con la tripa llena le azertamo a argo, digo yo, que eza hente viene pacá a toa leshe y no noh vaadá tiempo-
Menos Requena, los demás nos miramos, incluso los artilleros alemanes. Un “¿pipirupí? que venía de un árbol cercano vino a sacarnos de nuestro estupor ya que preguntó lo que ninguno se atrevió a decir, ni siquiera el loin-nan. Ciertamente eran las diez menos cuarto pasadas. - Aquest home és torracollons- dijo Pujol soltando la mano de la manivela y llevándosela al cogote, no se si por desesperación o porque le escocía de tanto apuntar. El teniente se despegó del visor de puntería y se volvió hacia Requena. Entonces vimos que tenía el mismo color que cuando nos enseñaba a apuntar la pieza el día anterior. La guerrera presentaba unas manchas oscuras en las axilas y en el cuello. No se si por el calor que ya apretaba o por la tensión del momento. El caso es que el loin-nan sonrió por primera vez desde que lo conocíamos y con una dulce voz que no parecía pudiera venir de los movimientos de la angulosa boca que sí se movía al ritmo de las palabras que decían algo como:
-Sai laise bite un maj foi bai mainar beféel, Gequenna-
No sé lo que Requena vio en el fondo de los glaciales ojos del teniente. Lo cierto es que aprendió alemán.
-Yabol, main loin-nan- Metió el proyectil en su alojamiento, cerró y disparó todo a un tiempo. Bummmm zing glang glong.
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Sigue, sigue... :lol:
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nos vas a dejar asi, Luny?

que pasa con Requena y compañia? :roll:
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Luny
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Disculpad, pero la preparación de otra Scorched Earth no me deja tiempo para seguir.
Esta Scorched comienza mañana. Si alguno se anima, que me lo diga. No puedo aseguraros un aparato para volar ya que quien organiza los vuelos es otra persona, pero un asiento de artillero, si queda hueco, lo tenéis asegurado. Os paso la IP del TS por el lobby y escucháis lo que se cuece, a ver si alguien más se anima.
En este tipo de campañas el perder un avión es muy importante porque reponerlo cuesta de dos a tres misiones, y eso si la fábrica que lo produce no es atacada durante ese tiempo. Si además el piloto la espicha, pues se pierden 50 valiosos puntos. y si encima el piloto cae en manos enemigas, pues puede ser interrogado y revelar valiosa información sobre la posición de las fuerzas de tierra al enemigo. (Esto último también está modelado en este sistema.)
Os invito a que lo probéis. Pasaros mañana por la tarde noche por el lobby a eso de las 20:00 GMT.

Saludos
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El conductor del blindado de cabeza, que seguía marchando por la carretera a buena velocidad vio una llamarada a cosa de kilómetro y medio largo, en el bosquecillo de enfrente, donde la carretera giraba hacia el norte para bordearlo. –Mi sarxentu, acabu de ver un fogonazu allán laspesura. Allí están los que han despachau al comandante.-
-Muy bien, Poch. Abandone usted la carretera por la derecha que le vamos a dar por el oje… pang bum… - fue lo último que escuchó el cabo conductor.
También fue lo último que oyó el cabo artillero. Luego silencio.
Ninguno de ellos pudo ver, ni sentir, cómo las diez toneladas y media de su flamante carro saltaban un par de metros del suelo ni cómo la torreta se despegaba limpiamente del resto del vehículo y ascendía en vertical mostrando las dos escotillas superiores abiertas y en llamas en contraste con su superficie oscura. La imagen de una siniestra cara con ojos refulgentes cruzó por la mente de aquellos que lo vieron.
Nosotros lo vimos. Y los carristas también lo vieron. -Bueno, ninguno de estos habrá tenido tiempo de ver la luz al final del túnel. Del taponazo habrán pasado directamente al otro lado sin trompetas ni nada- fue lo primero que me vino a la mente – y si seguimos dándole trabajo a San Pedro de esta manera, la luz que vamos a ver tarde o temprano será la de las llamas del infierno.- De un manotazo aparté estos pensamientos de mi cabeza y me di cuenta que Requena me observaba fijamente. El cruce de miradas me bastó para saber que aquello no le estaba agradando. –Zoy sho erquejtá ihparando a ezo ioputah- me dijeron sus ojos. Lo que en los míos vio no creo que le animara en absoluto. –¡Ma rayo meparta, Dioh!- exclamó dándole una fuerte patada a una de las vainas disparadas.
El blindado cayó pesadamente sobre sus orugas y siguió avanzando algunos metros más, abierto por su parte superior como cuando soplas una bolsa de papel y le das una palmetada, yendo a parar al borde de la carretera ardiendo furiosamente. La torreta cayó en el mismo sitio que había ocupado el blindado en el momento de recibir el impacto del proyectil y allí quedó, ladeada y humeando con el delgado cañón, si lo comparamos con el de la pieza con la que disparábamos nosotros, abierta como una cáscara de plátano.
Requena agarró el proyectil que le pasaba. El sol de la mañana que se filtraba por las ramas más altas de los árboles que nos ocultaban arrancó un destello apagado del cilindro metálico, como un guiño, cuando el sargento lo introdujo en el cañón. No sé si fue el guiño del proyectil o qué, pero Requena dijo mirando al teniente- Güeno, mehó aquí callí, ¿no?. Amonó, mi loin-nan, ehpabile que yahtá cargao, coñe y ezoh le tié ganah, a ujté y a nozotro.- y acompañó la frase con un significativo gesto con las manos.
-¡Aquests cabrons ens disparen! La mare de déu- gritó Pujol. Ahí está, a cosa de unos 800 metros, digamos que un tercio del coñísimo estimado por Melián unos 20 minutos antes, el impacto de una granada disparada por uno de los blindados levantó una polvareda que ya estaba asentándose. El teniente con sus prismáticos seguía observando la carretera y el avance de los tres blindados.- ¡Er mamó ehte ha vihto que noh dip-paraban y ni sa movío!- exclamó Melián –Fuet-te cabrón-
-¡Laise!- fue lo único que dijo el teutón al tiempo que dejaba los prismáticos colgando de su cuello y comenzaba a orientar la pieza. Tras una corta secuencia de coscorrones sobre las cabezas de los dos artilleros, con la mano puesta en el visor de puntería el teniente alemán se volvió hacia Requena. -Gequenna, maj foia guenau ben ij los sague. ¿Feashtanden?-
-Zí mi loin-nan, dihparo na mah lo diga ut-té. Bamo, feahtanden totá- contestó el sargento con la mano ya en el disparador.
El germano se quedó mirando al sargento un segundo más de lo necesario. Una leve mueca asomó a sus labios, como una sonrisa apenas esbozada. No fue más que un instante, pero tanto Requena como yo, entendimos lo mismo. Fue un –siento lo de esos desgraciados- junto con un -saldremos de esta.-
Entonces le puso la mano en el hombro y le dio un ligero apretón al tiempo que se volvía a mirar por el visor y corregir el siguiente disparo.
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El conductor del blindado de cabeza, que seguía marchando por la carretera a buena velocidad vio una llamarada a cosa de kilómetro y medio largo, en el bosquecillo de enfrente, donde la carretera giraba hacia el norte para bordearlo. –Mi sarxentu, acabu de ver un fogonazu allán laspesura. Allí están los que han despachau al comandante.-
-Muy bien, Poch. Abandone usted la carretera por la derecha que le vamos a dar por el oje… pang bum… - fue lo último que escuchó el cabo conductor.
También fue lo último que oyó el cabo artillero. Luego silencio.
Ninguno de ellos pudo ver, ni sentir, cómo las diez toneladas y media de su flamante carro saltaban un par de metros del suelo ni cómo la torreta se despegaba limpiamente del resto del vehículo y ascendía en vertical mostrando las dos escotillas superiores abiertas y en llamas en contraste con su superficie oscura. La imagen de una siniestra cara con ojos refulgentes cruzó por la mente de aquellos que lo vieron.
Nosotros lo vimos. Y los carristas también lo vieron. -Bueno, ninguno de estos habrá tenido tiempo de ver la luz al final del túnel. Del taponazo habrán pasado directamente al otro lado sin trompetas ni nada- fue lo primero que me vino a la mente – y si seguimos dándole trabajo a San Pedro de esta manera, la luz que vamos a ver tarde o temprano será la de las llamas del infierno.- De un manotazo aparté estos pensamientos de mi cabeza y me di cuenta que Requena me observaba fijamente. El cruce de miradas me bastó para saber que aquello no le estaba agradando. –Zoy sho erquejtá ihparando a ezo ioputah- me dijeron sus ojos. Lo que en los míos vio no creo que le animara en absoluto. –¡Ma rayo meparta, Dioh!- exclamó dándole una fuerte patada a una de las vainas disparadas.
El blindado cayó pesadamente sobre sus orugas y siguió avanzando algunos metros más, abierto por su parte superior como cuando soplas una bolsa de papel y le das una palmetada, yendo a parar al borde de la carretera ardiendo furiosamente. La torreta cayó en el mismo sitio que había ocupado el blindado en el momento de recibir el impacto del proyectil y allí quedó, ladeada y humeando con el delgado cañón, si lo comparamos con el de la pieza con la que disparábamos nosotros, abierta como una cáscara de plátano.
Requena agarró el proyectil que le pasaba. El sol de la mañana que se filtraba por las ramas más altas de los árboles que nos ocultaban arrancó un destello apagado del cilindro metálico, como un guiño, cuando el sargento lo introdujo en el cañón. No sé si fue el guiño del proyectil o qué, pero Requena dijo mirando al teniente- Güeno, mehó aquí callí, ¿no?. Amonó, mi loin-nan, ehpabile que yahtá cargao, coñe y ezoh le tié ganah, a ujté y a nozotro.- y acompañó la frase con un significativo gesto con las manos.
-¡Aquests cabrons ens disparen! La mare de déu- gritó Pujol. Ahí está, a cosa de unos 800 metros, digamos que un tercio del coñísimo estimado por Melián unos 20 minutos antes, el impacto de una granada disparada por uno de los blindados levantó una polvareda que ya estaba asentándose. El teniente con sus prismáticos seguía observando la carretera y el avance de los tres blindados.- ¡Er mamó ehte ha vihto que noh dip-paraban y ni sa movío!- exclamó Melián –Fuet-te cabrón-
-¡Laise!- fue lo único que dijo el teutón al tiempo que dejaba los prismáticos colgando de su cuello y comenzaba a orientar la pieza. Tras una corta secuencia de coscorrones sobre las cabezas de los dos artilleros, con la mano puesta en el visor de puntería el teniente alemán se volvió hacia Requena. -Gequenna, maj foia guenau ben ij los sague. ¿Feashtanden?-
-Zí mi loin-nan, dihparo na mah lo diga ut-té. Bamo, feahtanden totá- contestó el sargento con la mano ya en el disparador.
El germano se quedó mirando al sargento un segundo más de lo necesario. Una leve mueca asomó a sus labios, como una sonrisa apenas esbozada. No fue más que un instante, pero tanto Requena como yo, entendimos lo mismo. Fue un –siento lo de esos desgraciados- junto con un -saldremos de esta.-
Entonces le puso la mano en el hombro y le dio un ligero apretón al tiempo que se volvía a mirar por el visor y corregir el siguiente disparo.
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Luny, tienes trabajo en el blog de la OAW.

No veo bien que sea yo quien transcriba este relato tan cojonudo, cuando el mérito es tuyo. Hazlo en varias entregas, Y si encima lo adornas con una capturilla del IL2 te coronas 8)

Por aqui, por favor juas.-

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Re: Historias de la Scorched Earth

Y que paso con el amigo Requena?... no sigue?
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Re: Historias de la Scorched Earth

Que pena Luny...
no sabremos que fue de Requena y demas...

PD: subo este post para los que llegaron despues y nunca pudieron disfrutarlo.
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