"El primer destino que tuve"

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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"El primer destino que tuve"

EEl primer destino que tuve, tras ser promocionado a Alférez de Navío, marcó de una forma definitiva mi carrera. Debido a mis conocimientos en idiomas, me enviaron a comienzos de 1939 como ayudante del agregado naval en la embajada de... un país.
En el último verano antes del comienzo de la guerra, me ocurrió un suceso que no puse en conocimiento del Ministerio de Asuntos Exteriores ni de la Kriegsmarine, por afectar a mi intimidad y mi dignidad.
Un día de finales de agosto de ese año, fui invitado a una fiesta propia del circuito diplomático, donde se encuentran embajadores, agregados militares y civiles y demás gente de mal vivir, para intercambiar sonrisas falsas y mutuas protestas de consideración muy distinguida. Fue organizado por un anciano embajador muy conocido por su devoción al dios Baco y por su escultural y joven esposa, en su castillo de las afueras de la ciudad.
El transcurso de la fiesta fue bastante parecido al de muchas otras, con abundancia de canapés y bebidas, con grupos de gente que se intercambiaban continuamente, y con la sonrisa a flor de labios continuamente.
El comienzo de mi infierno particular (o de mi cielo, que no lo tengo claro todavía), fue la negativa de mi auto a ponerse en marcha al final de la fiesta. En ningún momento sospeché de sabotaje, aunque más tarde si se me pasó esa idea por la cabeza. Desgraciadamente para mí, a esa hora los únicos invitados que quedaban eran dos parejas amigas del embajador, que no habían traído coche, pues habían sido invitadas a quedarse el fin de semana.
Así pues, tras comentar con el embajador mi incidencia, se decidió que yo también me quedase, hasta el día siguiente al menos, en el castillo. Rápidamente, la servidumbre preparó uno de los dormitorios desocupados en el ala vacía del castillo, para poder pasar la noche.
Al retirarnos a nuestras habitaciones, el embajador tuvo que ser transportado por dos sirvientes, debido a su estado de embriaguez. Yo entré en la mía, una habitación muy amplia, con una cama enorme y un mobiliario muy completo, que incluían numerosos espejos alrededor de la cama. Tras lavarme cara y manos, me desnudé completamente debido al intenso calor de ese día de fines de agosto y me tendí en la cama. Al poco tiempo estaba profundamente dormido.
Aproximadamente al cabo de una hora, oí un ruido en la puerta de mi dormitorio, que no había cerrado con llave, lo cual era lo normal como muestra de confianza en mis anfitriones. Era la mujer del embajador, que se llamaba... Bueno, aquí la llamaremos “Marina”.
En la oscuridad, entró en mi dormitorio en completo silencio. Una vez cerrada la puerta, se dirigió a la ventana y corrió las espesas cortinas, encendiendo posteriormente las luces del dormitorio. Vestía un camisón de cuerpo entero, de seda blanca completamente transparente, totalmente abierto y trabado sólo por un lazo en la parte superior.
Lo que vi me quitó el sueño con la fuerza de un directo. La mujer del embajador tenía unos 30 años, y era un ejemplar femenino en el que la Naturaleza había decidido ser harto generosa. Medía 1.85, 70 kilos, y sus medidas (fue tanta mi curiosidad que al final del “evento” se las tomé) eran 110-70-105, lo cual la hacía abundante en los extremos pero delgada y de vientre plano en el centro. Desde ese momento quedé en un estado de “shock”, que me dejó inerme y sin voluntad propia.
Sin decir palabra, retiró la sábana con la que me cubría, y se sentó a mi lado en la cama tras despojarse de su camisón, descubriendo que mi virilidad se había despertado aún más rápido que yo, por lo que decidió darle un efusivo, profundo y prolongado saludo.
Al terminar, se deslizó hasta la cabecera, y, mientras yo seguía tumbado, tomó mi cabeza en sus manos y me la puso en su regazo, derramando sobre mi cara sus abundantísimos, rotundos senos, coronados por una gran aréola rosada y un pezón erecto que acaricié con mis labios, endureciéndose al compás de sus jadeos. Al cabo de unos gloriosos minutos, entré con mi juguete entre el profundo canal que enmarcaban sus pechos, navegando repetidamente en dirección norte- sur, y cada vez más rápido.
Nuestra piel se fue poniendo colorada y brillante, debido a la intensísima exitación que nos dominaba, que subió aún más de tono al colocarnos de forma invertida y deleitarnos con el placer del centro de nuestras anatomías.
Sin cruzar vocablo, me hizo entender que prefería que yo me tumbase boca arriba para ella cabalgarme esclavizada a mi periscopio. Abrí mis ojos y vi, en los múltiples espejos que nos rodeaban, como sus enormes pechos se movían acompasadamente sobre mí, que procuraba acertarlos con mis besos. Sus fuertes embestidas hacían que nuestras proporciones se acoplaran por completo. Mientras ella experimentaba un intensísimo orgasmo, me dijo, y fueron sus primeras palabras, que esperase un poco, que aún quedaban cosas todavía mejores.
Tras hurgar en la mesilla de noche, sacó una pequeña botellita con un líquido oscuro, que después supe que era una receta especial de unas hierbas locales, que conseguía aumentar las sensaciones y relajar algunos músculos, para hacerlos más flexibles. Lo ingirió y se volvió a coger algo que no llegué a ver de la mesilla de noche. Se puso a cuatro patas en la cama, en una clara invitación a continuar la acción en esa postura.
Una vez mi ariete estuvo humedecido por sus jugos, lo tomó delicadamente con una mano y lo retiró. Ya estaba a punto de reventar. Cogió el objeto que había sacado de la mesilla, que me di cuenta era una réplica masculina de gran tamaño, y se lo introdujo de donde yo acababa de salir. Yo estaba expectante, sin saber que querría a continuación. Con la mano, en la que aún me tenía, apuntó a su popa, presionando al principio ligeramente. Una vez la cabeza detonadora hubo entrado, empezó a aumentar la presión, hasta que nuestros cuerpos chocaron. Entonces empezó a mover el sucedáneo delantero, mientras me daba unas salvajes embestidas, con un ritmo simultáneo y cada vez más febril que hacían que me hundiese completamente en sus nalgas. Volví a abrir los ojos y me deleité en las visiones de aquella bomba de mujer desde varios ángulos, en sus colgantes y llenos pechos bamboleantes y, en otro espejo estratégicamente dispuesto, en su entrepierna con el suplente hincado en su lado anterior y mi ariete entrando y saliendo violentamente en el posterior. Terminé por abandonarme a aquella sensación, hasta que ella empezó a reírse con unas carcajadas estruendosas al llegar, al tiempo que mi hombría se diluía en su interior, fundiéndonos en un clímax embriagador.
Al finalizar, nos tumbamos lado a lado, y, al cabo de un rato, me comentó que ese cuarto estaba muy alejado del resto de las dependencias del castillo, por lo que no llegaban los sonidos por fuertes que fueran.
En esa misma noche, repetimos tres veces más la experiencia, con esas y otras semejantes y cuasi-demoníacas prácticas, lo que nos dejó completamente exhaustos.
A la mañana siguiente, por supuesto sin dar signos en público de lo que había sucedido en la noche, volví a la capital en mi coche, que, de manera extraña, funcionaba perfectamente. Al llegar, recibí órdenes de regresar a mi país de inmediato, debido a la creciente tensión internacional que desembocó en la guerra, la Segunda Guerra Mundial. Fue una gran suerte, pero no sé si buena o mala suerte. Mala suerte por perder ese sueño de mujer, o buena por la certeza que adquirí de que otra noche más como esa podría significar el más sensual de los suicidios.
Invitado

Eras tu el que escribia los relatos cachondos de la archifamosa 'Clima' o 'Charo Medina'???, esas revistas de culto al sexo que recuerdo muy bien por las extraordinarias modelos que copaban las paginas de su interior jejeje!
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