El Cónsul británico en Madrid, John Hunter, al Ministro de Exteriores de su Majestad Británica, George Canning.
Relato de los acontecimientos del 2 de mayo de 1808.
( Fuentes: Public Record Office, Kew, Londres ( P. R. O. ), Foreign Office docs. 72/62, folios 50-54 ).
( Localización, transcripción y traducción de: Dª Alicia Laspra Rodríguez )
“ Desde mediados de marzo el estado de ánimo de la población nunca llegó a estar en una situación de absoluta calma desde mediados de marzo, cuando se sospechó por vez primera de los planes de Carlos IV respecto a trasladarse a Sevilla con toda la familia real.
La destitución del Príncipe de la Paz el día 18; su encarcelamiento el 19, junto con la abdicación del Rey Carlos y el acceso al trono de su hijo el Príncipe Fernando, que tuvo lugar ese mismo día, fueron acontecimientos que generaron gran satisfacción y podrían haber tenido el más dichoso efecto con el tiempo. Pero la llegada de las tropas francesas a Madrid, la entrega al General Murat de la espada de Francisco I (la cual había permanecido en todo momento en la Armería Real desde la batalla de Pavía), la partida del Rey Fernando hacia Burgos, la entrega del Príncipe de la Paz a los franceses y, finalmente, la decisión Real de cruzar la frontera y ponerse en manos de los franceses en Bayona fueron circunstancias que reavivaron el fermento y aumentaron poco a poco hasta alcanzar una tensión tan alta que la Junta de Gobierno (de la que se había nombrado presidente al Infante Don Antonio) temía en cualquier momento una explosión formidable. Y la Junta utilizó todos los medios posibles para aplacar los ánimos de la gente e impedir que iniciasen actos de violencia contra los franceses.
Cada tarde llegaba de Bayona un Parte, o Correo Extraordinario, con noticias relativas a las negociaciones que allí se llevaban a cabo. Dichas noticias nunca se publicaron en La Gaceta, pero de ellas circulaban extractos procedentes de correspondencia privada de los ayudantes del rey. Y los primeros de ellos generaron una satisfacción temporal por contener únicamente detalles de los honores de que fue objeto Fernando a su llegada, así como del cordial recibimiento que le hizo Bonaparte.
Las siguientes informaciones empezaron a ser menos satisfactorias cada día. Al principio se sugería de manera un tanto oscura que las cosas no iban tan bien y después se fue dejando más claro que la intención de Rey de Francia era forzar a Fernando a abdicar.
El parte del sábado 30 de abril no llegó. Seguía aún sin llegar el domingo 1 de mayo por la tarde. Y se juntaron muchos miles de personas en la Puerta del Sol y en otras calles cercanas a Correos esperando ansiosos al mensajero.
La guarnición francesa en Madrid permaneció toda la noche en alerta y el sol del lunes dos de mayo se alzó sobre numerosos habitantes desgraciados que estaban destinados a no volver a contemplar otro amanecer.
Se señaló ese día para la salida con destino a Bayona de la Reina de Etruria y su hermano, el Infante D. Francisco de Paula. La curiosidad de mucha gente les llevó a la plaza que hay delante del palacio para contemplar esta escena y muchas esposas y familias se dirigieron allí para despedir a sus maridos y padres, y para lamentar su propio destino al quedar abandonados sin la menor prevención. Cuando apareció ante la verja el primer carruaje, gran parte de la multitud manifestó sus sospechas respecto a la posible marcha del Infante D. Antonio, Presidente de la Junta Provisional de Gobierno. Y movidos por este error, comenzaron los disturbios.
Cortaron las correas del carruaje y lo volvieron a introducir por la fuerza en el patio del palacio, pero una vez que se les aseguró que Don Antonio no iba a abandonar Madrid, permitieron que se unciera de nuevo y que saliera. Un ayuda de campo del General Murat fue enviado para informarse acerca de este asunto. La multitud se dispuso a tratarle con mucha rudeza pero gracias a la intervención de algunos oficiales españoles, fue rescatado y le permitieron volver junto a su comandante.
Se permitió entonces a los carruajes salir con la Reina de Etruria y su hermano –observándose que este último se mostraba muy reacio y que incluso lloraba amargamente, todo lo cual conmovía e irritaba a la gente. En ese momento, el mismo ayuda de campo volvió con una partida de soldados franceses. Y entonces comenzaron las escenas de horror y derramamiento de sangre.
No resulta fácil asegurar con certeza si los primeros en agredir fueron la multitud o los soldados franceses –pero los franceses comenzaron muy pronto a disparar ráfagas de mosquetería entre sus oponentes, y cayeron muchos espectadores inocentes. Uno de cinco u ocho años murió de un tiro en una ventana a raíz de los primeros disparos. Esto sucedía en torno a las 11 de la mañana. La noticia se esparció como una hoguera veloz por toda la ciudad y en menos de una hora todos los paisanos que tenían medios para ello aparecieron armados por las calles.
Los españoles al principio tenían una posición ventajosa en la mayor parte de la ciudad, incluso a pesar de que no se permitió a las tropas españolas inmiscuirse en el conflicto pues sus oficiales les encerraron en sus acuartelamientos, y cayeron muchos franceses, cuyas armas fueron utilizadas después por quienes que no tenían ninguna de entre los españoles que formaban parte de la multitud.
Pero en cuanto comenzaron a ponerse en práctica las disposiciones del General Murat, la situación quedó sin duda en manos de los franceses. Se movilizó a todos los soldados de dicha nación, que atravesando las diferentes puertas de la ciudad procedentes de todos los destacamentos acampados en sus cercanías, entraron en columnas apoyados por una o más piezas de artillería ligera, las cuales provocaban estruendo en las calles a medida que avanzaban y se instalaron después en los puntos en que se adecuaban para actuar con mayor eficacia.
Además de esto, la infantería disparaba ráfagas hacia el interior de todos los cruce de calles por las que pasaban y apuntaban de manera especial a toda casa o balcón a los que asomase cualquier persona
La defensa más gloriosa llevada a cabo por los españoles tuvo lugar en el depósito de artillería en la Casa de Monteleone, antiguo hotel de Sir Benjamín Pring, cuando estaba de embajador en esta Corte, y en la están enterrados los restos del respetabilísimo ministro.
Murat envió un destacamento a este depósito para tomar posesión de la artillería y los suministros, pero se encontraron con que ya estaba ocupado por un puñado de artilleros españoles y algunos civiles, al mando de dos valientes oficiales de artillería llamados Daoiz y Velarde. Estos dos caballeros tomaron el mando de unos pocos artilleros y algunos civiles que se presentaron voluntarios, y tras apuntar un cañón de 24 libras cargado con metralla hacia la verja del depósito, que estaba frente a una larga calle de ladrillos por la que la columna francesa debía avanzar necesariamente, les dieron un recibimiento tan caluroso

y provocaron una matanza tan considerable que el comandante francés no pudo actuar y se vio obligado a pedir refuerzos a Murat. En su ayuda enviaron otras dos columnas que atacaron a la reducida guarnición por los dos flancos desde las ventanas y los tejados de las casas de la vecindad y les apremiaron repetidamente a que se rindiesen; pero los oficiales rechazaron toda propuesta de acuerdo y, valientemente, resistieron hasta el final. Uno de ellos murió de un disparo de fusil y Daoíz, con la cadera rota debido a otro disparo, continuó dando órdenes sentado en el suelo hasta que le hirieron otras tres veces, la última de las cuales terminó con su gloriosa carrera.
Asumió el mando un cabo de artillería quien, al ver que no quedaban ya perspectivas de enfrentarse con éxito, ofreció capitular ante el general francés, el cual se mostró de acuerdo en garantizar los términos de la rendición. Pero en el momento en que se establecían los artículos del trato, llegó cabalgando el Alcalde de Madrid, agitando un pañuelo blanco y proclamando la paz, ante lo cual se permitió a los franceses tomar posesión del depósito. Sus pérdidas no han sido confirmadas correctamente hasta ahora, pero tienen que haber sido muy considerables, ya que se habían disparado 26 libras de metralla y casquillos en la ya citada larga calle de ladrillos.
Hacia las dos en punto cesó el fuego en toda la ciudad a consecuencia de la intervención personal del Consejo de Castilla y otras instituciones, que desfilaron a caballo por las calles, acompañados de numerosos miembros de la nobleza española y algunos generales franceses, escoltados por algunos cuerpos de caballería formados por unidades españolas y guardias imperiales franceses mezclados.
Entonces la población se congratuló inocentemente pensando que se había puesto fin a la carnicería. Pero pronto descubrieron que una matanza de naturaleza más fría y deliberada estaba decidida. Por la tarde Murat emitió una orden general a las tropas manifestando su deseo de que se formase inmediatamente un tribunal militar bajo la presidencia del General Grouchy.
Todas las personas que habían sido apresadas por la mañana, o que habían sido halladas por las calles con cualquier tipo de arma encima (por insignificante que fuese) fueron presentadas ante este tribunal.
Los portadores de un fusil, un sable o una navaja, o incluso un par de tijeras, fueron declarados culpables y condenados inmediatamente a ser fusilados, y la sentencia se ejecutó sin demora.
Fusilaron a tres grupos, formados cada uno por cuarenta personas, en El Prado. Muchos (no se conocen las cifras) fueron fusilados en la Iglesia de la Soledad, cerca de la Puerta del Sol. Y otros grupos de 30 ó 40 tuvieron un destino parecido cerca de la Puerta de San Vicente.
Se juzgó a varias personas más y les ajusticiaron al día siguiente, pero se cree que su número no era muy grande.
Las cifras de los caídos de cada bando nunca se han llegado a confirmar correctamente. Los franceses ocultaron cuidadosamente sus pérdidas, pero se sabe que murieron un general y muchos otros oficiales, y tuvo lugar una deserción importante entre sus soldados alemanes e italianos. Se da por cierto que la disminución de sus efectivos el dos de mayo, por una u otra causa, superó los cuatro mil hombres.
Se dice que el número total de efectivos que actuaron en Madrid tal día estaba en torno a los doce mil y si se hubiese permitido a las tropas españolas actuar junto a la población, es probable que ni uno solo de esos doce mil hubiese escapado.
Pero fue más afortunado para la capital que esto no sucediese puesto que había más de cincuenta mil franceses acampados y acantonados en las cercanías, todos los cuales habrían sido puestos en movimiento de inmediato y todo ello habría derivado en el saqueo y la destrucción de Madrid.
