De la Oficina de Servicios Históricos de la la 24F
Carlos Ballesta (Silvest U-490) - Oficina de Documentación y Servicios Históricos de la 24 Flotilla Geweih.
http://www.24flotilla.com/ODSH/historia ... -endr.html
Escribí estas páginas en la soledad yerma del Atlántico, cuando toda esperanza de que Engelbert Endrass pudiese volver vivo de su patrulla se había desvanecido.
De nuevo el submarino se dirige hacia el oeste a través del tormentoso Atlántico. Esta, nuestra decimoquinta patrulla, es como todas las otras. Tuvimos nuestras dudas durante la decimotercera, pero eso es ahora cosa del pasado. El mar se ha convertido en el único lugar que me hace sentir como en casa desde que se que tu, Bertl, estas ahí fuera conmigo, debajo de mi en las profundidades del océano. Puede que el mar, con su vasta eternidad arqueante, llene la triste sensación de vacío que me ha estado persiguiendo desde que falleciste. No me estoy quejando. Cuando un niño sufre por un dolor, las lágrimas pueden ser un consuelo. Esto no funciona conmigo. A cualquier parte que pueda llegar con mis ojos y mis oídos, con mis pensamientos y mi espíritu… tú estás allí. Y sin embargo, ya no estás más. Lo que permanece es el saber que alcanzamos el cenit de nuestras vidas juntos. Es un sentimiento grande y amargo a la vez.
Una mar gruesa se abate sobre el puente. Un cinturón me mantiene amarrado a la plataforma bamboleante, oscilante. Encima de mi las parpadeantes estrellas, con su imagen borrosa a través del agua que azota y con la sal que quema mis ojos.
Las estrellas se han desplazado a lo lejos y ocultan su habitual resplandor. Tu, también, experimentaste esta armonía cósmica cuando la eternidad está al alcance de tus dedos y te hace sentir que el corazón está a punto de estallar, cuando te sientes uno con lo que está a tu alrededor y dentro de ti. Llámalo como quieras: en esos momentos estaba lo más cerca posible de ti, Bertl. La conciencia de nuestra amistad llegó a ser la fuerza con la cual dominábamos todos los desafíos de la vida. Era nuestra unión hacia la eternidad.
Nadie lo podía haber expresado mejor que tú cuando zarpaste en tu última misión:
“Destino, si nos amas, permítenos a los dos sobrevivir a esta guerra. Pero si quieres ser misericordioso, por favor déjame ser el primero en marchar”.
Arriba en lo alto, Castor y Pollux todavía resplandecen con brillo, ese par de gemelos a quienes los dioses colocaron en el cielo como símbolo eterno de amistad entre dos hombres. “Castor y Pollux”, así es como solían llamarnos los que nos conocían bien, ¿recuerdas?. ¿Y no están sorprendidos y furiosos ahora que Castor no se hundiese en las profundidades cuando Bertl murió?.
Tu mismo encontraste la respuesta a todo esto en las ultimas palabras que me escribiste, palabras llenas de premonición por lo que iba a ocurrir:” Dios no nos devuelve a los buenos tiempos que disfrutamos, pero hace que la tierra siga girando para que podamos perseguir nuestra felicidad.” No quiero, pero escucho la voz de mi hermano asesinado y lo tomo como un legado y un desafío para seguir viviendo, para navegar por los mares y batallar con el enemigo hasta que sea derrotado.
Así comenzó nuestra decimoquinta patrulla.
Alcanzamos una posición al noroeste del cabo de Finisterre en nuestro camino hacia el Atlántico cuando el reconocimiento aéreo informó de la presencia de un convoy de Gibraltar hacia Inglaterra. El BdU ordenó a diez submarinos en las proximidades que se acercasen. Guiándome por la señal de radio pronto fui capaz de establecer contacto con el mismísimo convoy. Nuestra manada de lobos se llamó “Grupo Endrass”. El acechar cuidadosamente el convoy nos permitió guiar a las otras naves hacia la presa. Con la caída de la noche teníamos el convoy rodeado. El nombre de Bertl y su memoria inspiró la operación por completo: cada pensamiento, cada acción estaba dedicada a su legado.
La lucha fue terrible. El convoy estaba estrechamente custodiado por destructores y otros escoltas que portaban lo último en equipo y armas. Hundieron tres de nuestros submarinos, mientras que otros dos volvieron a la base gravemente dañados. Nosotros mismos hicimos tres ataques separados y hundimos seis barcos. Tu espíritu, Bertl, nos dio fuerzas y protección.
Un domingo, hace mucho tiempo, tres cadetes, Klaus, tú y yo, salieron a navegar. Pertenecíamos a ese gran grupo de oficiales reclutas que habían salido recientemente de la academia. Amábamos el agua y el mar y pasábamos cada minuto libre en los barcos. La vida de la ciudad, ajetreada y relumbrante, significaba poco para nosotros. Navegamos bahía abajo hacia Sonderborg, compramos huevos y mantequilla, comimos más crema batida de lo que era aconsejable para nosotros, echamos piropos a las muchachas, y, en general, decidimos que estábamos hechos para ser amigos.
Esa noche navegamos de vuelta por el exterior de la bahía, donde se encuentra con el Báltico. Por la mañana temprano decidimos dar la vuelta cuando el viento comenzó a refrescar desde el noroeste. Con bordadas largas hacia el oeste-sur-oeste aguantamos hasta volver, pero cualquier recorrido lo perdíamos debido a la tendencia del barco a caer a la deriva por las bandas. El viento se transformó en una tormenta. Recogimos velas, pero aparentemente no lo suficiente. A mediodía, justo cuando bordeábamos el pico de la península de Holmis, una repentina ráfaga nos alcanzó con toda su fuerza. Liberé la vela principal para que Klaus pudiese recogerla mientras Bertl hacia lo mismo con el foque. Pero antes de que tuviésemos alguna posibilidad de hacer esto, otra segunda ráfaga golpeó la voluminosa vela principal y nos empujó irremediablemente hacia la orilla. El timón, incapaz de soportar la presión, se partió en dos. El ancla, sin preparar, era inservible. Antes de que supiésemos que habíamos encallado, nadé hasta la orilla mientras mis dos amigos intentaban salvar lo máximo posible. Horas mas tardes, húmedos y con heridas, despeinados y con las ropas rasgadas, pero orgullosos, con los ojos brillando, nos tranquilizamos cuando una motora nos remolcó hasta la orilla.
En esos momentos nos encontramos el uno a al otro. Lo que los sucesos del día anterior habían fallado en lograr, lo que las muchas horas compartidas hablando y escuchando, y la diversión ociosa nunca pudieron producir, lo lograron al momento esos minutos de inminente peligro y de dependencia mutua. Nos vimos el uno al otro, nos sentimos radiantes a medida que comenzamos a apreciar nuestra comprensión profunda… y fuimos felices.
Nuestros caminos desde entonces nos mantuvieron apartados con frecuencia. Servimos en diferentes cruceros a medida que aprendimos los asuntos de ser oficiales. Típicamente, el tiempo vino a determinar quien entre nosotros tenia el mejor registro como alférez, cada uno de nosotros deseaba que el otro ocupase el primer puesto, no por que adoleciésemos de habilidades para el mando o no pudiésemos tomar decisiones, sino porque cada uno estaba convencido de que el otro era de hecho mejor y un objeto mas merecedor de tal honor.
Cuando alguno de los tres se separaba de cualquier otro si que lo hacíamos con el siguiente juramento: “No importa lo que pase, nos encontraremos de nuevo en la U-bootwaffe”.
Durante los destinos siguientes en embarcaciones o en tierra nos sentíamos como prisioneros detrás de una alambrada. Recuerdo como tarde tras tarde Klaus y yo nos sentábamos en la galería del casino de oficiales en Friedrichsort y respirábamos el fresco aire del mar después de sufrir todo el día en los barracones polvorientos. Veíamos las naves de las flotillas Weddigen y Saltzwedel volver de sus ejercicios en el mar, unas siluetas pequeñas y oscuras moldeadas en el agua por los últimos rayos del sol que se ponía. Un inexplicable anhelo nos obligaba a desear el día en que nosotros también formaríamos parte de ellos.
Al final incluso tu, Bertl, fuiste liberado del odioso trabajo de despacho que despreciabas con toda su inercia y desvíos burocráticos, su falta de vida y de desafíos, tanto que de hecho estuviste a punto de arrojar la toalla y abandonar.
El día que Bertl y yo fuimos asignados a la flotilla Wegener lo señalamos en rojo en el calendario y lo celebramos con champán, hasta que nos sumergimos en la tierra de los sueños que marca el mundo de los submarinistas. Eso fue en Octubre de 1938. Al final pudimos blandir el arma más aguda de nuestro arsenal marítimo. Cualquier cosa que el futuro tuviera guardada para nosotros, estaremos ahí fuera en la vanguardia de la acción. Incluso, juntos crecimos mas cerca aun en aquellos meses de duros y rigurosos ejercicios de entrenamiento, con el telón de fondo del conflicto internacional inevitable e inminente. Los desafíos diarios no dejaban tiempo para nosotros mismos y muy poco para mimar nuestra amistad. Recuerdo como nos apiñábamos juntos en el camarote a bordo del viejo y voluminoso Hamburg que servia como alojamiento durante aquellos días. En el invierno, el agua se condensaba en las sobrecalentadas paredes metálicas y goteaba hacia abajo, siempre y cuando la calefacción funcionase, como a menudo lo hacia hasta el punto de brillar al rojo vivo amenazando en la oscuridad. Otras veces fallaba por completo y todo el mundo pasaba la noche con escalofríos en el frío glacial. En el verano, las paredes calentadas por el sol caldeaban el aire dentro hasta tal temperatura que en comparación el Sahara hubiera sido un lugar agradable. Estaba también el sistema de cañerías con su incesante golpeteo machacante, reminiscencia del fuego de ametralladora durante el ataque enemigo, haciendo la vida miserable en aquellas cabinas que se alineaban en el “pasillo triste”, como normalmente llamábamos al corredor de fuera.
Pero al final nos reímos de estos males nocivos de la vida diaria, nos divertíamos a costa de ellos y finalmente los ignorábamos. Odiábamos perder nuestras noches o domingos preparando el papeleo para las actividades del día siguiente, papeleo que venia devuelto a nosotros de parte de nuestros superiores con peticiones interminables de insertar una coma aquí o facilitar datos mas precisos de tal manera que nuevamente teníamos que escribir todo el informe por completo. Pero todas estas pequeñeces se desvanecían cuando permanecíamos en el puente de nuestros submarinos mientras navegaban hacia el mar abierto en formación bajo un cielo brillante. Entonces, con cuidado de que nuestros comandantes no se dieran cuenta, te hacia señales: “…de oficial de guardia a oficial de guardia. Que se vayan al infierno”. Y tu contestaste:”…de oficial de guardia a oficial de guardia. No solo eso. Que se vayan dos veces”.
El estallido de la guerra nos cogió en nuestras posiciones asignadas en el Atlántico.
Una noche muy tarde después de nuestra segunda patrulla, Bertl vino a hablarme. Habíamos pasado la tarde con Klaus, pero hubo una incomoda atmósfera de suspense. De hecho, Klaus se retiró pronto, mucho antes que de costumbre.
“Tengo que decirte algo Erich, no puedo guardármelo mas tiempo. Prien saldrá en una misión especial. Esta relacionado con los principales navíos del enemigo. Es una cuestión de todo o nada, de ellos o de nosotros. Klaus y su submarino saldrán en una incursión similar”.
Pregunté, “¿Emsmann?” asintió Bertl. Silencio. Entonces dije, “Bertl, te envidio”. Bertl contestó radiando confianza: “ todo saldrá bien”. Y ninguno de nosotros tenía la menor duda en cuanto a ello.
Estábamos a bordo del U46 cerca de las islas Shetland cuando empezó la historia de Scapa Flow. Prien había alcanzado aguas abiertas, y todo había salido a pedir de boca. Además de Prien, Bertl y los hombres del U47, había otro individuo que no podía estar mas feliz, y ese era yo.
¿Y Klaus? Durante mucho tiempo no tuvimos noticias. Después de todo, nos decíamos a nosotros mismos, a veces la radio de un submarino falla. Pero, en una misión como esta, la ausencia de noticias significa malas noticias. Un día, cuando ya habíamos abandonado toda esperanza, noticias de una radio enemiga anunciaba que los cuerpos de tres submarinistas alemanes habían llegado a los estrechos de Dover. Sus nombres coincidían con los del barco de Klaus. Nos negamos a creerlo. Tenían que existir otras posibilidades. ¿ Cautiverio quizás?. Circulaban rumores de submarinos volviendo a sus patrullas con tripulaciones diezmadas y tanques de combustible casi vacíos. Después de todo los submarinistas estábamos acostumbrados a esperar y a ser pacientes.
Nuestras misiones nos llevaron muy lejos, al interior del mar del Norte y fuera hacia el Atlántico. Estábamos a menudo separados de nuestros camaradas por largos periodos de tiempo. Teniendo que estar siempre alerta, y sumidos en la rutina del submarino, que impedían que pensásemos demasiado en nuestros amigos y sus destinos. Pero ellos permanecían en nuestra mente, incluso cuando no estaban presentes físicamente. En ocasiones no sabes nada de ellos. A veces sus submarinos se mencionan en las emisiones de radio, entonces te sientes tan cercano a ellos como si pudieses llegar a alcanzarles y estrechar sus manos. Pasan los meses, la mitad de un año. Nuestras bases están ampliamente desperdigadas; uno no se reúne con sus camaradas tan a menudo como en los tiempos de paz. Y todavía, permanecemos unos fieles a otros. Durante un ataque de repente tu imagen, mi camarada, surge en mi mente, aunque solo sea por un segundo. Tu ejemplo, quizás tu muerte me inspira a asumir mayores riesgos de los que normalmente tomaría. Y cuando nuestros pasos se cruzan de nuevo, nos damos palmadas en los hombros e intercambiamos miradas conocidas como si de algún modo tuviésemos que pedir perdón por la larga separación, como si quisiéramos asegurarnos a nosotros mismos que de hecho aun seguíamos vivos. Si, Klaus, nosotros conocemos lo que es esperar.
Mucho tiempo después del mensaje de aquellos hombres que aparecieron en la playa, y mucho tiempo después de que la Cruz Roja internacional nos hubiese informado que no sabía nada de prisioneros de tu submarino, de repente comprendí que nunca te volvería a oír reír. Mi camarada Klaus, ya no estas más, tu lugar está vacío. Fuiste el primero en marchar. No serás el último. Mi pena por ti esta mezclado con mi orgullo.
Los que permanecemos vivos continuamos buscando al enemigo. Sufrimos bajas, pero sus puestos son rápidamente ocupados por otros. Hay algo único en esta camaradería entre los hombres del U-bootwaffe. Muchas cosas contribuyen a ello: la duración de las misiones, el desafío físico; la rutina que nunca acaba; la tenacidad con la que uno pasa las horas cuando la muerte repentina puede aparecer en cualquier momento durante una persecución con cargas de profundidad, horas en las cuales uno se siente terriblemente desasistido incluso sin la posibilidad de responder al ataque. Estas experiencias dejan una marca duradera en un submarinista. Cualquier cosa trivial desaparece. Lo que permanece es el ser humano desnudo, el camarada genuino.
Bertl, deseo recordar un poco más a cerca de ti, amigo mío. Y cuando haya terminado de hacerlo, todo el mundo sabrá porque te llamo amigo fiel en contraste con la manera superficial en la que la mayoría de la gente usa esa palabra.
Si hubiese querido dar una indicación de tu coraje y predisposición a tomar riesgos, todo lo que tenia que mencionar sería Scapa Flow o casi las 150.000 toneladas de barcos enemigos que enviaste al fondo del mar. Pero tal elogio te abrumaría, tú que nunca le diste gran importancia.
Una vez tuve oportunidad de observar a un escultor trabajando. Lo que más me impresionó era la manera de elegir entre rocas cortadas aquella que mejor se adaptaba a sus ideas y su trabajo. Lo hacia rápidamente y con tal seguridad que uno tenia la impresión que esas rocas escogidas y no otras se podían transformar en obras de arte. Nunca pidió mi opinión para asegurarse. Su confianza en sí mismo no necesitaba que se lo confirmaran otros.
Exactamente del mismo modo fuiste escogido para ser un comandante de submarino. Todo dentro de ti trabajaba feliz y en armonía hacia un único objetivo sin que tú realmente estuvieses al tanto de ello. Solo entre tus camaradas más cercanos compartirías experiencias y preocupaciones; si hubiera un grupo sospecharías de sus ansias por historias sensacionalistas más que por la verdad.
Pero siempre que estuvieses con ánimo de contar historias -con tu manera calmada y nunca exagerada, siempre con un ojo que conoce las preciosas limitaciones que marcan a todos los seres humanos y sus creaciones- eras sin embargo como un regalo para nosotros, conjurando un hechizo sobre nosotros gracias a la intensidad de tu experiencia y la genuidad de tu existencia. Nunca menospreciaste los peligros que tenemos que vivir; ni siquiera fallarías al no mostrar respeto a nuestro enemigo. Después de todo, una tormenta era una tormenta, y unas cargas de profundidad unas cargas de profundidad. Mientras hacías recuento de esos momentos eras honesto al admitir lo pálido que tú y tus hombres os volvíais mientras os mirabais a los ojos en esos instantes de crisis. Por que sabias que es una falsa clase de coraje el enfrentarse a la muerte con una sonrisa falsa. Si alguien hubiese mencionado tu propio coraje imaginarías de que estaba hablando esa persona. Le habrías mirado con sospecha y habrías decidido en el momento que realmente él no nos pertenecía. Igualmente hubieras sido lo suficientemente amable como para no regodearte en ello. Sabías que las noches de convoy, el éxtasis de acechar a una presa incauta, o incluso la agonía de una persecución bajo el agua no son experiencias al alcance de todos. Nunca comprenderán que las palabras y los valores tradicionales no apliquen en esos momentos.
Sí, eras modesto. Por que tu eras la única revelación que lo abarcaba todo, o llámalo verdad, y esa era la suma total de las conclusiones que tu extraías de tus experiencias en el frente. Esas conclusiones te convirtieron en un ser humano y redujeron todos los ponderables a algo muy simple y profundo. La guerra y sus desafíos te elevaron por encima de tu entorno ordinario para que pudieras ver y comprenderlo mejor mas allá de toda lógica, por que con la lógica puedes probar cualquier cosa. Y mas allá de toda ideología, por que cada uno de nosotros ve una cara distinta en aquel a quien reza. Para ser humano, para sentirse responsable de uno mismo y de la influencia de uno en los demás. Esta era tu esencia: franqueza, integridad, equilibrio y circunspección.
Erich Topp.
Endrass
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Re: Endrass
Gracias Prostock por lo que has publicado.
Aunque tropp era un hombre culto, solo la tristeza de haber perdido a su mejor y verdadero amigo, pudieron insiprar este escrito.
Felicicitaciones Comandante. y gracias por el enlace para acceder a la ODSH.
Quetengas, tu y los demás amigos de esta ilustre flotilla un buen cominezo de semana.
Un semana muy especial por cierto.
Roguemos por nuestros amigos y sus familias.
Un cordial abrazo para todos los Comandantes de la 24 Flotilla Geweih . Kamille
Aunque tropp era un hombre culto, solo la tristeza de haber perdido a su mejor y verdadero amigo, pudieron insiprar este escrito.
Felicicitaciones Comandante. y gracias por el enlace para acceder a la ODSH.
Quetengas, tu y los demás amigos de esta ilustre flotilla un buen cominezo de semana.
Un semana muy especial por cierto.
Roguemos por nuestros amigos y sus familias.
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Kamille Rososvky


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- Leutnant der Reserve
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Re: Endrass
Texto emotivo y profundo. Gracias prostock. Por cierto veo que te has cambiado el avatar, ¿y éso?.
Un saludo compañero.
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- Bootsmann
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Re: Endrass
Emociona solo leerlo..............muy buen post,,,,,,,,,,,,,,,,,siempre me gusto saber que se les pasaba por la cabeza a los comandantes de submarinos.
Un saludo a la gran familia que somos
Un saludo a la gran familia que somos
" Apartense de mis helices, voi a sumergirme"
Kapitan zur see " WOLFGANG LUTH "
U-181
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