El tesoro de Odyssey no es el de la fragata 'Mercedes'
Fuente: Santiago Mata.
España da hoy la bienvenida a un tesoro cuya propiedad le han reconocido justamente los tribunales norteamericanos, pero al que falsamente se considera procedente de los restos de la fragata Mercedes, hundida en 1804 por los británicos. En realidad, según los expertos, el tesoro procede de un barco hundido posteriormente, y cuyos restos están a pocas millas de la costa española en el Mediterráneo.
El abogado maritimista Lorenzo Sarmiento, que se dedicó a observar los buques de Odyssey desde 1998, es el más tenaz defensor de la tesis de que el tesoro se extrajo del Mediterráneo, que, según él, se vería corroborada por las principales pruebas presentadas en el juicio celebrado en Florida.
1. Es el 'cambridge'
En 2001 Odyssey bautizó como Cambridge un pecio con 18 cañones hallado a pocas millas de la costa mediterránea española, afirmando que era el buque británico Sussex. En 2002, se le permitió extraer un cañón y una pieza de cerámica que, según el jefe del Museo Arqueológico de Cartagena, Iván Negueruela, no pertenecía al Sussex. En 2003, confiando en obtener permisos, el jefe de Odyssey, Greg Stemm, declaraba en El Mundo que iba a sacar “el mayor tesoro del mundo” cerca de las costas españolas. Al final lo hizo, pero aseguró que procedía del Atlántico y dio al pecio el nombre de Black Swan (Cisne Negro). Sin embargo, una foto presentada en 2007 ante el tribunal de Tampa muestra el mismo cañón, la misma ancla y hasta la misma lata de cerveza que habían publicado en 2001.
2. las monedas
El juez de Florida Mark Pizzo aceptó la tesis de que el barco expoliado era la Mercedes porque no se presentó otra alternativa. Sin embargo, el motivo por el que entregó la carga a España era que todas las monedas eran españolas y, por tanto, no cabía duda de que se trataba de un buque español. Esto se deducía de la declaración del arqueólogo de Odyssey encargado de conservar las monedas, Sean A. Kingsley, quien afirma que son “casi exclusivamente monedas acuñadas en colonias españolas de Sudamérica fechadas entre 1773 y 1804, con mayor concentración entre las décadas de 1790 y comienzos de la de 1800”, la mayoría de la ceca de Lima, “aunque la ceca de Potosí en Bolivia está igualmente bien representada”. De haber sido el barco la Mercedes, las monedas debían ser casi exclusivamente acuñadas en 1803 en Lima, pues son las que fue a recoger, mientras que si las monedas son variadas, según Sarmiento, es probable que el pecio sea el de una fragata hundida en el Mediterráneo en fecha algo posterior a la Mercedes, como la Santa Ana, alias La Dido, o la Félix.
3. La profundidad
Odyssey dijo haber extraído las monedas a casi 1.200 metros de profundidad. El dato está copiado de John Kingsford, que en 1998 dijo haber hallado la Mercedes 100 kilómetros al sur de Faro. Pero tanto las fuentes británicas como las españolas sobre la Batalla del Cabo de Santa María confirman que los buques españoles navegaban teniendo la costa al alcance de la vista, y a una distancia no superior a 15 millas (24 kilómetros). En cambio, el Cambridge (denominado por Odyssey yacimiento E-82) estaba a una profundidad en torno a 900 metros.
4. El tiempo
Odyssey pretendió haber extraído las 15 toneladas del tesoro en un tiempo récord entre marzo y abril de 2007. Los datos de satélite consultados por Sarmiento permiten afirmar que sus buques oceanográficos, Odyssey Explorer y Ocean Alert, no pudieron permanecer más de 100 horas en la zona del Atlántico donde suponen (falsamente, por distar demasiado de la costa) haber hallado la Mercedes. Pero incluso con los métodos de destrucción de pecios que usan (el robot Zeus empuja las monedas dentro de cubos de plástico haciendo presión contra una placa metálica), dado que sólo en la operación de descenso el Zeus tarda más de media hora, y que sólo puede subir cuatro cubos cada vez, es imposible que llenaran 600 cubos en tan poco tiempo.
5. Limpieza
Al presentar el tesoro en mayo de 2007, Odyssey cometió el error de mostrar al menos un cubo con monedas de plata completamente limpias. De esta forma delataba que las monedas se habían hallado años y no meses antes, ya que la limpieza de la corrosión de la plata por el agua de mar es un proceso de larga duración. De la observación de los buques de Odyssey, Sarmiento concluye que comenzaron a extraer material del pecio del “falso Sussex”, Cambridge o E-82, tras la llegada al Gobierno de Zapatero, con una política exterior obsesionada por ceder en todo lo que pidiera Inglaterra con tal de alcanzar logros en Gibraltar. Por tanto, la conservación del tesoro en túneles de la Roca –LA GACETA recogió testimonios de su almacenamiento en el polvorín de Fosse Way– no habría durado, según Sarmiento, semanas, sino años.
6. Moratinos
Mientras que Odyssey no puede probar que haya trabajado tiempo suficiente en aguas del Atlántico, los datos sobre su trabajo sin supervisión ninguna durante años en aguas españolas son abrumadores. Sarmiento afirma que “Moratinos decide darle lo que sea a los ingleses para que le den sus apaños. Él y su subordinado José Pons se convirtieron en los adalides de esos permisos, de una forma absolutamente imprudente. No se entiende que no pusieran condiciones estrictas para que no saliera un barco sin un militar y un arqueólogo a bordo. Cada vez que la Guardia Civil iba a vigilar, recibía contraorden para retirarse”. El abogado maritimista que más luchó contra los cazatesoros concluye que “la culpa del robo es de Exteriores, que usó nuestro patrimonio como moneda de cambio para las fallidas negociaciones de Gibraltar”. Para evitar responsabilidades, Pons apoyó la tesis del Atlántico.
Prueba de que no interesa estudiar a fondo de dónde procede el tesoro es, para Sarmiento como para cualquier observador, que no se haya denunciado al Reino Unido por permitir la exportación dolosa del tesoro a través de Gibraltar. Ni siquiera se ha tomado nadie la molestia de descender con un robot en la posición del yacimiento E-82 (36º 2’ 47’’ Norte, 5º 12’ 35’’ Oeste) para ver si siguen allí los restos del “falso Sussex”.
Odyssey
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Re: Odyssey
Lo gracioso es como decian que por culpa del empeño de España, no se harian mas descubrimientos arqueologicos ni historicos porque ellos mangaban pero por lo menos luego publicaban los resultados de los estudios, pero que ahora la sentencia haria que todo ocurriese igual que antes, pero sin nadie decir ni mu ni informar de los descubrimientos... hay que tener cara dura...
Navegando las tormentas como mejor se puede.
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Re: Odyssey
Los auténticos héroes del caso Odyssey
Están más allá de las fotos oficiales. Han luchado desinteresadamente contra los cazatesoros. Su aportación al caso merece un reconocimiento público que hasta ahora no ha llegado.
jesús g, calero Día 26/02/2012
Misión cumplida, 200 años después
Ni al azar encontraríamos seis historias tan distintas, seis ciudadanos españoles tan diferentes: desde un duque e historiador insigne hasta un ecologista tenaz, desde un abogado a un almirante o un joven arqueólogo. ¿Qué les une? Dicho desde un punto de vista cívico, los seis han dado la talla.
El regreso de las monedas del caso Odyssey es un éxito colectivo que ellos representan bien. Ciertamente destaca el papel de la UCO de la Guardia Civil, con Antonio Cortés, y el del Servicio Marítimo. Además del esfuerzo sostenido del Gobierno que tardó mucho en coordinarse. Y el abogado americano, tan caro como eficaz.
Hablemos claro: sin estas seis personas la victoria no habría sido igual, tal vez ni habría llegado. Todos habrían vivido más tranquilos sin implicarse en este asunto. Y bastante menos agradable, todos han pagado un precio. Incluso han sentido el desdén por su labor desde la Administración. En este tiempo tan necesitado de ejemplos positivos, olvidar su generosa contribución al caso sería imperdonable.
Han sentido el desdén por su labor desde la Administración
Así ha sido la batalla en Tampa: los argumentos de España contra las andanadas de los cazatesoros, que tenían en su mano todas las pruebas y mintieron. Las únicas verdades españolas, halladas en los archivos, fueron como balas de cañón. Hugo O’Donnell, historiador y militar, duque de Tetuán y conde de Lucena, autoridad en la campaña de Trafalgar, tiene el honor de haber puesto en manos del abogado James Goold la más letal munición contra Odyssey.
Recibió el encargo de la Real Academia de la Historia, a la que pertenece, para investigar el caso y se sumergió en su archivo. «Todos sabíamos que tantas monedas en esa zona solo se hundieron con la Mercedes. Pero no teníamos pruebas. Y para el tribunal debíamos hallar entre los restos algo incontestable, algo como el DNI de la fragata. Otros buscaron historiales que demostraron más adelante que era un buque de Estado. Pero esas cosas no iban a demostrar que el Black Swan era la Mercedes».
Tras varios meses de trabajo, en mayo de 2008, O’Donnell, publica un artículo en prensa explicando que la fragata portaba dos piezas artilleras singulares, del siglo XVII, «culebrinas excluidas de bronce», que si fueran halladas identificarían el pecio. Ni Cultura ni Defensa le habían pedido nada, pero a los pocos días recibió una llamada de la subdirección general de Patrimonio. Una llamada tensa, displicente. ¿Por qué? «Porque mi artículo señalaba el poco cuidado por el patrimonio de las aletargadas autoridades españolas». Quien le llamó le dijo que «tenía orden de pedirle que atienda» al abogado Goold. A los pocos días, O’Donnell lo recibió en su casa y ocurrió lo que él ya denominará siempre con cierta guasa «la escena del sofá».
Sabíamos que tantas monedas solo se hundieron con la Mercedes
Porque Jim Goold y José Arvelo, del despacho Covington & Burling, se sentaron en el sofá azul del imponente salón de Hugo O’Donnell y relataron que habían solicitado al juez una película del yacimiento tomada por Odyssey y en ella se veían piezas de artillería. «Leyeron mi artículo y vinieron rápidamente: me enseñaron las fotos y allí estaba, semienterrada, una de las culebrinas. No cabía duda». El historiador les explicó que era lo más cercano al DNI de la fragata que podrían encontrar, porque nunca aparecería una campana con el nombre del barco, pero esto era casi irrefutable. «Entonces a Jim le dio como un ataque: se puso de rodillas y gritaba con las manos juntas: “¡Lo encontramos! ¡Lo encontramos!” Y esa fue la escena del sofá», remacha O'Donnell.
La alegría era lógica, entre los hechos probados del caso se incluiría que el pecio era la Mercedes. El juez lo aceptó con un enfático «I agree». El historiador ha aportado mucha más documentación, imposible de relatar aquí, incluso alguna que no llegó a usarse, balas que el abogado mantenía en la recámara.
Capítulo aparte, Odyssey contrató a dos reputados scholars para dañar el prestigio de O’Donnell: Rodney Carlisle y William Flayhart. La batalla fue total, contra sus libros y sus conclusiones. Ese y otros sinsabores —además del esfuerzo— no han sido agradecidos. Por ello, concluye: «Aspiro a un reconocimiento personal».
Gran parte de la documentación que demostró que la Mercedes era un buque de Estado fue hallada por la Armada en sus archivos. El almirante Teodoro de Leste encargó el zafarrancho archivístico, que ha concluido su sucesor en la dirección del Museo Naval, Gonzalo Rodríguez González-Aller. Desde los Archivos de la Armada demostraron que la flotilla partió por encargo de Carlos IV, y aportaron al tribunal la carta de Godoy y un sinfín de documentos desde la descripción de la carga y tripulación hasta los relatos de los supervivientes. Por ello, el sumario de Tampa es también un libro de historia. Pero González-Aller no se limitó a los archivos. Se movilizaron contactos con la Navy a todos los niveles tejiendo una red de interés mutuo: «Hay un valor patrimonial obviado por Odyssey y además son las tumbas de nuestros héroes», subraya el almirante.
Su papel en esta historia tiene mucho más de futuro que de pasado. Vivió con paciencia el nacimiento de un plan nacional, el de César Antonio Molina, el ministro más motivado en la defensa del Patrimonio sumergido, y la impugnación de las autoridades andaluzas a la colaboración con la Armada. Logró superar los problemas y convencer a casi todos de que la Armada debe tener un papel importante en esta historia («un pecio es arqueología pero también historia militar», asevera). Aun así, los arqueólogos de Cultura y las Autonomías dejaron a la Armada fuera de sus planes, definidos en un «Libro verde».
España ya había indemnizado a los descendientes
Pero Odyssey también tenía ases en la manga. Se esforzó por demostrar que la Mercedes llevaba fortunas privadas y era en realidad un mercante. De hecho reunió a descendientes de los afectados por el naufragio en una demanda paralela cuyo abogado era David Paul Horan, el «cerebro» jurídico de la industria cazatesoros desde tiempos de Mel Fisher, que pensaba abrir así una nueva veta de futuro al negocio. Pero no se salieron con la suya gracias al empeño de un sencillo abogado español, José María Lancho, que no paró hasta encontrar las pruebas de que España ya había indemnizado a los descendientes. No se lo pidió nadie, pero se las entregó a las autoridades. Los cazatesoros no lo encajaron bien cuando Goold salió con la documentación que, asumida por el tribunal en la sentencia, ha cerrado su acceso a los buques de Estado actuando por encargo de herederos de los naufragios. Lancho se ha convertido en uno de los referentes jurídicos para el patrimonio sumergido y representa en el juzgado de La Línea a los arqueólogos malagueños de la empresa Nerea, acusación popular contra los presuntos expolios de Odyssey. Aun así, ni su esfuerzo ha sido reconocido públicamente hasta hoy, ni su asesoría. Al contrario, la historia se repite, da la impresión de que la sociedad civil molesta.
Que se lo digan a Javier Noriega, arqueólogo de 38 años, ejemplo de emprendedor que fundó Nerea (spin-off de la Universidad de Málaga) que ha merecido en 2009 el sello europeo de responsabilidad social. Tecnología y arqueología 100 por 100 españolas, y una conciencia cívica a prueba de desdén público que ayudó mucho en el caso. En 2002, un colega británico, George Lambrick, había denunciado los contratos de Londres con Odyssey ante la Unesco y auguraba que acabarían en expolios. Javier recoge el testigo y comienza a denunciar desde 2003 la presencia de los cazatesoros en España. Realizó informes para Cultura, colaboró con la Guardia Civil, y cuando se hartó de la aparente impunidad de Odyssey decidió personarse en el juicio de La Línea, lo cual le ha costado bastante dinero y disgustos. Se demostró que Lambrick tenía razón y por eso quiere que se investigue qué más pasó entre 2001 y 2007, por qué dejamos que estuvieran en nuestras aguas. Y rompe una lanza por la participación de las empresas españolas en la incipiente industria cultural que posibilitaría un plan de patrimonio sumergido ambicioso. Cree tanto en el futuro que preside la Asociación de Jóvenes Empresarios de Málaga.
Aún hay más. Antonio Muñoz es un ecologista algecireño de 53 años que trabaja en el Hospital Punta Europa, en mantenimiento. Lleva desde 2002 los asuntos de tráfico marítimo (cien mil buques al año) en el Estrecho para Ecologistas en Acción/Verdemar. Él también trajo la conciencia al caso Odyssey. Desde su casa utilizaba prismáticos y, junto a Lorenzo Sarmiento, el entonces pionero sistema AIS vía satélite para seguir barcos. Pronto le llamó la atención uno que hacía «cosas muy raras»: el «Odyssey Explorer». Era 2003, los pescadores le avisan de que «bajan máquinas al agua en el Mar de Alborán». El barco operaba en medio de las rutas y por ello Muñoz empieza a poner denuncias en Fomento. No se queda ahí. Ofrece los datos a Cultura y a la Guardia Civil. Un día le pregunta un agente: «¿Y tú qué pintas en esta historia?» Nunca olvidará su respuesta: «Soy un ciudadano y me indigna lo que está pasando sin que nadie haga nada». Él puso una de las primeras denuncias contra Odyssey en La Línea. «He sufrido mucho —confiesa — No me creían cuando decíamos que se llevaban monedas. Un día me acerqué a Magdalena Álvarez en Algeciras para decírselo. Y me miró… —un silencio— como si yo fuera un loco que no tenía derecho ni a acercarme». Tras el escándalo, «la Junta quiso apuntarse un tanto. Y en Cultura sabían lo que pasaba». Ahí no acaba la cosa: «Me sentí vigilado, perseguido. Dejaron de permitirme el acceso a Gibraltar; a mí, al humilde ecologista que les daba por saco... ¡les hacía bajar en la bolsa!».
Navegó en su velero de recreo, persiguiendo a los barcos de Odyssey
Y desde 1998, en el principio de todo, está Lorenzo Sarmiento, Pipe para los amigos. Sin él estaríamos ciegos. Durante años navegó en su velero de recreo, persiguiendo a los barcos de Odyssey junto a su esposa, Magdalena, haciendo fotografías y vídeos de las andanzas de los cazatesoros. Las mejores imágenes que existen de ellos en el Estrecho son suyas y han dado la vuelta al mundo. Él logró que los medios nacionales informaran de lo que pasaba, desde que contó a Santiago Mata la salida del avión con las monedas. Algo que molestó en muchos despachos, más preocupados por cómo salían los políticos en la foto. «Seis años de soledad terrible, nadie nos hacía caso, íbamos muertos de miedo, y la Guardia Civil nos advertía que no nos arrimásemos tanto al barco, pero yo soy curioso: ¿qué estaban haciendo?», se pregunta este abogado maritimista con 35 años de profesión y patrón de barco desde 1981.
«Soy abogado, que nadie crea que me dedico a perseguir barcos —se ríe—. El velero es mi hobby». A pesar del miedo, «ha sido un placer y estoy satisfecho. Lo importante es el futuro, saber que nunca va a volver a pasar». También ha sufrido: «Éramos molestos, yo sentí mi teléfono intervenido».
Ojalá las autoridades sean sensibles con estos hombres que, sin tener obligación, pusieron datos relevantes en manos del Estado que han hecho posible esta gran victoria.
Los seis héroes
Hugo O'Donnell Historiador y militar, 63 años
Autor de un libro de referencia, «La campaña de Trafalgar» (Esfera), aportó documentos vitales para ganar el caso. A él se debe que el juez aceptase que el pecio era la «Mercedes»
Antonio Muñoz Ecologista, 53 años
Trajo la conciencia, fue de los primeros en vigilar y denunciar las actividades de Odyssey a la Administración. Le hicieron la vida difícil.
Pipe Sarmiento Abogado maritimista, 59 años
El primero y el que más ha persiguido a Odyssey, desde su barco, durante 6 años. Sus fotografías y vídeos han documentado los expolios. Logró que el escándalo saltase a la prensa nacional
José María Lancho Abogado, 42 años
Abogado procesalista especializado en patrimonio sumergido. Presidente de Hispalinux. Aportó las pruebas de que ningún heredero podía reclamar las monedas
Gonzalo R. González-Aller Almirante de la Armada, 65 años
Director del Museo Naval y los Archivos de la Armada, que aportaron documentación vital para el caso. Su visión de la defensa del Patrimonio Sumergido incluye a la sociedad civil y a la Armada
Fuente ABC
Están más allá de las fotos oficiales. Han luchado desinteresadamente contra los cazatesoros. Su aportación al caso merece un reconocimiento público que hasta ahora no ha llegado.
jesús g, calero Día 26/02/2012
Misión cumplida, 200 años después
Ni al azar encontraríamos seis historias tan distintas, seis ciudadanos españoles tan diferentes: desde un duque e historiador insigne hasta un ecologista tenaz, desde un abogado a un almirante o un joven arqueólogo. ¿Qué les une? Dicho desde un punto de vista cívico, los seis han dado la talla.
El regreso de las monedas del caso Odyssey es un éxito colectivo que ellos representan bien. Ciertamente destaca el papel de la UCO de la Guardia Civil, con Antonio Cortés, y el del Servicio Marítimo. Además del esfuerzo sostenido del Gobierno que tardó mucho en coordinarse. Y el abogado americano, tan caro como eficaz.
Hablemos claro: sin estas seis personas la victoria no habría sido igual, tal vez ni habría llegado. Todos habrían vivido más tranquilos sin implicarse en este asunto. Y bastante menos agradable, todos han pagado un precio. Incluso han sentido el desdén por su labor desde la Administración. En este tiempo tan necesitado de ejemplos positivos, olvidar su generosa contribución al caso sería imperdonable.
Han sentido el desdén por su labor desde la Administración
Así ha sido la batalla en Tampa: los argumentos de España contra las andanadas de los cazatesoros, que tenían en su mano todas las pruebas y mintieron. Las únicas verdades españolas, halladas en los archivos, fueron como balas de cañón. Hugo O’Donnell, historiador y militar, duque de Tetuán y conde de Lucena, autoridad en la campaña de Trafalgar, tiene el honor de haber puesto en manos del abogado James Goold la más letal munición contra Odyssey.
Recibió el encargo de la Real Academia de la Historia, a la que pertenece, para investigar el caso y se sumergió en su archivo. «Todos sabíamos que tantas monedas en esa zona solo se hundieron con la Mercedes. Pero no teníamos pruebas. Y para el tribunal debíamos hallar entre los restos algo incontestable, algo como el DNI de la fragata. Otros buscaron historiales que demostraron más adelante que era un buque de Estado. Pero esas cosas no iban a demostrar que el Black Swan era la Mercedes».
Tras varios meses de trabajo, en mayo de 2008, O’Donnell, publica un artículo en prensa explicando que la fragata portaba dos piezas artilleras singulares, del siglo XVII, «culebrinas excluidas de bronce», que si fueran halladas identificarían el pecio. Ni Cultura ni Defensa le habían pedido nada, pero a los pocos días recibió una llamada de la subdirección general de Patrimonio. Una llamada tensa, displicente. ¿Por qué? «Porque mi artículo señalaba el poco cuidado por el patrimonio de las aletargadas autoridades españolas». Quien le llamó le dijo que «tenía orden de pedirle que atienda» al abogado Goold. A los pocos días, O’Donnell lo recibió en su casa y ocurrió lo que él ya denominará siempre con cierta guasa «la escena del sofá».
Sabíamos que tantas monedas solo se hundieron con la Mercedes
Porque Jim Goold y José Arvelo, del despacho Covington & Burling, se sentaron en el sofá azul del imponente salón de Hugo O’Donnell y relataron que habían solicitado al juez una película del yacimiento tomada por Odyssey y en ella se veían piezas de artillería. «Leyeron mi artículo y vinieron rápidamente: me enseñaron las fotos y allí estaba, semienterrada, una de las culebrinas. No cabía duda». El historiador les explicó que era lo más cercano al DNI de la fragata que podrían encontrar, porque nunca aparecería una campana con el nombre del barco, pero esto era casi irrefutable. «Entonces a Jim le dio como un ataque: se puso de rodillas y gritaba con las manos juntas: “¡Lo encontramos! ¡Lo encontramos!” Y esa fue la escena del sofá», remacha O'Donnell.
La alegría era lógica, entre los hechos probados del caso se incluiría que el pecio era la Mercedes. El juez lo aceptó con un enfático «I agree». El historiador ha aportado mucha más documentación, imposible de relatar aquí, incluso alguna que no llegó a usarse, balas que el abogado mantenía en la recámara.
Capítulo aparte, Odyssey contrató a dos reputados scholars para dañar el prestigio de O’Donnell: Rodney Carlisle y William Flayhart. La batalla fue total, contra sus libros y sus conclusiones. Ese y otros sinsabores —además del esfuerzo— no han sido agradecidos. Por ello, concluye: «Aspiro a un reconocimiento personal».
Gran parte de la documentación que demostró que la Mercedes era un buque de Estado fue hallada por la Armada en sus archivos. El almirante Teodoro de Leste encargó el zafarrancho archivístico, que ha concluido su sucesor en la dirección del Museo Naval, Gonzalo Rodríguez González-Aller. Desde los Archivos de la Armada demostraron que la flotilla partió por encargo de Carlos IV, y aportaron al tribunal la carta de Godoy y un sinfín de documentos desde la descripción de la carga y tripulación hasta los relatos de los supervivientes. Por ello, el sumario de Tampa es también un libro de historia. Pero González-Aller no se limitó a los archivos. Se movilizaron contactos con la Navy a todos los niveles tejiendo una red de interés mutuo: «Hay un valor patrimonial obviado por Odyssey y además son las tumbas de nuestros héroes», subraya el almirante.
Su papel en esta historia tiene mucho más de futuro que de pasado. Vivió con paciencia el nacimiento de un plan nacional, el de César Antonio Molina, el ministro más motivado en la defensa del Patrimonio sumergido, y la impugnación de las autoridades andaluzas a la colaboración con la Armada. Logró superar los problemas y convencer a casi todos de que la Armada debe tener un papel importante en esta historia («un pecio es arqueología pero también historia militar», asevera). Aun así, los arqueólogos de Cultura y las Autonomías dejaron a la Armada fuera de sus planes, definidos en un «Libro verde».
España ya había indemnizado a los descendientes
Pero Odyssey también tenía ases en la manga. Se esforzó por demostrar que la Mercedes llevaba fortunas privadas y era en realidad un mercante. De hecho reunió a descendientes de los afectados por el naufragio en una demanda paralela cuyo abogado era David Paul Horan, el «cerebro» jurídico de la industria cazatesoros desde tiempos de Mel Fisher, que pensaba abrir así una nueva veta de futuro al negocio. Pero no se salieron con la suya gracias al empeño de un sencillo abogado español, José María Lancho, que no paró hasta encontrar las pruebas de que España ya había indemnizado a los descendientes. No se lo pidió nadie, pero se las entregó a las autoridades. Los cazatesoros no lo encajaron bien cuando Goold salió con la documentación que, asumida por el tribunal en la sentencia, ha cerrado su acceso a los buques de Estado actuando por encargo de herederos de los naufragios. Lancho se ha convertido en uno de los referentes jurídicos para el patrimonio sumergido y representa en el juzgado de La Línea a los arqueólogos malagueños de la empresa Nerea, acusación popular contra los presuntos expolios de Odyssey. Aun así, ni su esfuerzo ha sido reconocido públicamente hasta hoy, ni su asesoría. Al contrario, la historia se repite, da la impresión de que la sociedad civil molesta.
Que se lo digan a Javier Noriega, arqueólogo de 38 años, ejemplo de emprendedor que fundó Nerea (spin-off de la Universidad de Málaga) que ha merecido en 2009 el sello europeo de responsabilidad social. Tecnología y arqueología 100 por 100 españolas, y una conciencia cívica a prueba de desdén público que ayudó mucho en el caso. En 2002, un colega británico, George Lambrick, había denunciado los contratos de Londres con Odyssey ante la Unesco y auguraba que acabarían en expolios. Javier recoge el testigo y comienza a denunciar desde 2003 la presencia de los cazatesoros en España. Realizó informes para Cultura, colaboró con la Guardia Civil, y cuando se hartó de la aparente impunidad de Odyssey decidió personarse en el juicio de La Línea, lo cual le ha costado bastante dinero y disgustos. Se demostró que Lambrick tenía razón y por eso quiere que se investigue qué más pasó entre 2001 y 2007, por qué dejamos que estuvieran en nuestras aguas. Y rompe una lanza por la participación de las empresas españolas en la incipiente industria cultural que posibilitaría un plan de patrimonio sumergido ambicioso. Cree tanto en el futuro que preside la Asociación de Jóvenes Empresarios de Málaga.
Aún hay más. Antonio Muñoz es un ecologista algecireño de 53 años que trabaja en el Hospital Punta Europa, en mantenimiento. Lleva desde 2002 los asuntos de tráfico marítimo (cien mil buques al año) en el Estrecho para Ecologistas en Acción/Verdemar. Él también trajo la conciencia al caso Odyssey. Desde su casa utilizaba prismáticos y, junto a Lorenzo Sarmiento, el entonces pionero sistema AIS vía satélite para seguir barcos. Pronto le llamó la atención uno que hacía «cosas muy raras»: el «Odyssey Explorer». Era 2003, los pescadores le avisan de que «bajan máquinas al agua en el Mar de Alborán». El barco operaba en medio de las rutas y por ello Muñoz empieza a poner denuncias en Fomento. No se queda ahí. Ofrece los datos a Cultura y a la Guardia Civil. Un día le pregunta un agente: «¿Y tú qué pintas en esta historia?» Nunca olvidará su respuesta: «Soy un ciudadano y me indigna lo que está pasando sin que nadie haga nada». Él puso una de las primeras denuncias contra Odyssey en La Línea. «He sufrido mucho —confiesa — No me creían cuando decíamos que se llevaban monedas. Un día me acerqué a Magdalena Álvarez en Algeciras para decírselo. Y me miró… —un silencio— como si yo fuera un loco que no tenía derecho ni a acercarme». Tras el escándalo, «la Junta quiso apuntarse un tanto. Y en Cultura sabían lo que pasaba». Ahí no acaba la cosa: «Me sentí vigilado, perseguido. Dejaron de permitirme el acceso a Gibraltar; a mí, al humilde ecologista que les daba por saco... ¡les hacía bajar en la bolsa!».
Navegó en su velero de recreo, persiguiendo a los barcos de Odyssey
Y desde 1998, en el principio de todo, está Lorenzo Sarmiento, Pipe para los amigos. Sin él estaríamos ciegos. Durante años navegó en su velero de recreo, persiguiendo a los barcos de Odyssey junto a su esposa, Magdalena, haciendo fotografías y vídeos de las andanzas de los cazatesoros. Las mejores imágenes que existen de ellos en el Estrecho son suyas y han dado la vuelta al mundo. Él logró que los medios nacionales informaran de lo que pasaba, desde que contó a Santiago Mata la salida del avión con las monedas. Algo que molestó en muchos despachos, más preocupados por cómo salían los políticos en la foto. «Seis años de soledad terrible, nadie nos hacía caso, íbamos muertos de miedo, y la Guardia Civil nos advertía que no nos arrimásemos tanto al barco, pero yo soy curioso: ¿qué estaban haciendo?», se pregunta este abogado maritimista con 35 años de profesión y patrón de barco desde 1981.
«Soy abogado, que nadie crea que me dedico a perseguir barcos —se ríe—. El velero es mi hobby». A pesar del miedo, «ha sido un placer y estoy satisfecho. Lo importante es el futuro, saber que nunca va a volver a pasar». También ha sufrido: «Éramos molestos, yo sentí mi teléfono intervenido».
Ojalá las autoridades sean sensibles con estos hombres que, sin tener obligación, pusieron datos relevantes en manos del Estado que han hecho posible esta gran victoria.
Los seis héroes
Hugo O'Donnell Historiador y militar, 63 años
Autor de un libro de referencia, «La campaña de Trafalgar» (Esfera), aportó documentos vitales para ganar el caso. A él se debe que el juez aceptase que el pecio era la «Mercedes»
Antonio Muñoz Ecologista, 53 años
Trajo la conciencia, fue de los primeros en vigilar y denunciar las actividades de Odyssey a la Administración. Le hicieron la vida difícil.
Pipe Sarmiento Abogado maritimista, 59 años
El primero y el que más ha persiguido a Odyssey, desde su barco, durante 6 años. Sus fotografías y vídeos han documentado los expolios. Logró que el escándalo saltase a la prensa nacional
José María Lancho Abogado, 42 años
Abogado procesalista especializado en patrimonio sumergido. Presidente de Hispalinux. Aportó las pruebas de que ningún heredero podía reclamar las monedas
Gonzalo R. González-Aller Almirante de la Armada, 65 años
Director del Museo Naval y los Archivos de la Armada, que aportaron documentación vital para el caso. Su visión de la defensa del Patrimonio Sumergido incluye a la sociedad civil y a la Armada
Fuente ABC


¿Profesión?
Técnico Superior en sistemas de refrigeración de materiales de construcción.
¿El que moja los ladrillos en las obras?
El mismo.
Re: Odyssey
Pues vaya mi sentido aplauso
a las seis personas que a nivel particular han logrado la devolución del tesoro a España. Como siempre, las administraciones suspenden.
Y digo yo, ¿los países originarios de las monedas -Perú por ejemplo- no tienen derecho a nada?
Saludos y gracias por la información Oarso.

Y digo yo, ¿los países originarios de las monedas -Perú por ejemplo- no tienen derecho a nada?
Saludos y gracias por la información Oarso.


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Re: Odyssey
Para mear y no echar gota .... en finsilverman escribió:Y digo yo, ¿los países originarios de las monedas -Perú por ejemplo- no tienen derecho a nada?

FdU/U-bootwaffe
Soldbuch: http://www.24flotilla.com/oficinas/odg/ ... ealowe.jpg

NUESTRO HONOR, ES LA LEALTAD ¡¡¡ GLORIA A LA 24ª !!!
Soldbuch: http://www.24flotilla.com/oficinas/odg/ ... ealowe.jpg

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Re: Odyssey

Acuarela de un galeón del siglo XVI que se expone en el Museo Naval de Madrid,
UNA FORTUNA BAJO EL MAR
Los galeones hundidos guardan suficientes riquezas en sus bodegas como para sacarnos de la crisis.
Las 594.000 monedas del Odyssey son calderilla. El galeón 'San José' llevaba en sus bodegas mil millones de dólares en metales preciosos. Los pecios españoles se reparten por todo el mundo
A las 594.000 piezas de oro y plata que Odyssey acaba de devolver a España, Claudio Bonifacio las llama el 'tesorito' de la 'Mercedes'. Suena aún más suspicaz, más ácido y más afilado si se pronuncia a la manera en que lo hace Claudio, arrastrando las eses y poniendo las sílabas a bailar, con una mezcla de deje andaluz y acento italiano. «Porque es un 'tessoriito', guey», insiste, rematando esta vez la ironía con jerga mexicana. «Decían que eran unos 900.000 pesos, unas trece toneladas de plata, más de 500 millones de dólares, pero es mentira. Su mercado no es el de los metales, sino el numismático. Son monedas y se venden como monedas. Unos 70 millones como mucho, tirando por lo alto. Y porque son las famosas moneditas del Odyssey, que si no.».
En su casa de Sevilla, no muy lejos del Archivo de Indias, sobre el escritorio, entre cartas anotadas, regletas y sextantes, Bonifacio guarda algunos cálculos, los números que le hacen hablar de los millones de la 'Mercedes' con cierto desapego, como si fueran calderilla, el chocolate del loro, un puñado de perras chicas hinchadas por el escándalo. «Solo en aguas andaluzas hay 800 toneladas de oro y unas 20.000 de plata», lee. «En las aguas territoriales españolas el número de barcos hundidos con carga supera los 13.000», sentencia. «Y luego está el Caribe, Bahamas, México, Florida, Filipinas, Azores, Japón.» Por ejemplo: el 'San José', hundido en Colombia, en 1708, se fue a pique con 370 toneladas de metales preciosos reventándole las cuadernas. «Llevaba encima más de mil millones de dólares. Eso sí que es un tesoro».
Al margen de la pose exagerada de erudito y de la importancia real de los 900.000 pesos de Odyssey, el investigador -que recorre el mundo en busca de galeones hundidos desde 1981- insiste en que el fruto del desagravio de Tampa «no es más que la punta del iceberg», y «que una política seria de recuperación de todo este patrimonio sumergido, planteada desde el respeto absoluto a su valía histórica, nos sacaría de la crisis». «No podemos cegarnos por la comedia del Odyssey y de la supuesta 'Mercedes', lanzar las campanas al vuelo y olvidarnos del resto: quizá para ver claro el futuro haya que mirar el pasado de otra manera».
Bonifacio pasa por ser el cazatesoros más famoso de España (aunque le desagrada la etiqueta). Ha trabajado para las principales empresas de localización de pecios (incluyendo Odyssey Marine), ha colaborado con la Unesco y ha escrito algunos tratados imprescindibles. «No debo de ser muy malo -bromea- porque en el juicio de Tampa todas las partes han citado mi último libro 'Galleons and suken treasures' ('Galeones con tesoros') como un referente. Cuando yo digo que un barco está en un sitio, hay que buscar en ese sitio. Si me equivoco es siempre por muy poquito». ¿Cuáles son, entonces, las joyas de la Corona española? ¿Dónde están los pecios más buscados? ¿Qué llevaban? ¿Cuánto podrían valer esos tesoros hoy en día? ¿Quiénes son sus legítimos propietarios? Y, sobre todo, ¿por qué no se rescatan?
Profundidad y seguridad
Saquen la calculadora. Se busca el 'Nuestra Señora de la Concepción', (con una carga valorada en 200 millones de dólares), el 'Nuestra Señora de las Maravillas' (250 millones de dólares), el 'San José' (con mil millones en 'preciosos'), el 'Santo Cristo de Maracaibo' (con la misma cantidad como poco). Sólo en la Bahía de Veracruz, reposan 80 galeones de pabellón español, hundidos entre 1545 y 1811. La mitad llevaba oro y plata en sus bodegas. A medida que la búsqueda en los archivos se sistematiza y se aplican nuevas tecnologías al barrido de los fondos, aparecen nuevas sorpresas. La última fue solo hace unos días, cuando arqueólogos filipinos hallaron un pecio colonial frente a la costa de Panay. En 1999, en la misma zona, apareció el San Diego, que guardaba 6.000 objetos de época. El Gobierno español los adquirió por 4,8 millones de euros. El mapa del tesoro se extiende, sin límites, por todo el mundo navegable.
Los 'localizadores' no siempre sitúan en su punto de mira los galeones con la carga más valiosa. Las prioridades son otras: si ya ha sido alguna vez parcialmente rescatado (hay más coordenadas fiables), la seguridad de los datos, la profundidad, la legislación del país ribereño, el pabellón del barco. A veces se sacrifica el beneficio en pos de la accesibilidad. Las empresas 'especializadas' saben que recuperar el pecio y poner en valor sus tesoros puede convertirse en una odisea legal capaz de entretener durante años al interesado. Bonifacio lo resume así: «Hoy por hoy, desde el Tratado de la Unesco del 93, la ley no permite que se toque nada. Los barcos de la Armada española, es decir los militares, son propiedad de España estén donde estén. Los particulares son propiedad de sus herederos, aunque muchos países no reconocen su derecho a reclamar. Tanto el Estado propietario como los herederos necesitan los permisos oportunos para acceder a ellos». Y siempre prima «el valor científico». Así que los gobiernos, sin negociación del beneficio, se niegan. No es fácil.
Buscadores
«Soy consciente de que durante décadas a los buscadores de tesoros no les ha preocupado lo más mínimo la conservación del yacimiento, y que solo iban a por los metales. Pero también es verdad que hay miles de barcos hundidos cuyo estudio no va a ofrecer ninguna novedad sobre lo ya documentado, y que sus monedas o lingotes de oro y plata tampoco tienen ningún valor cultural más allá de la anécdota, como ocurre con las monedas de la 'Mercedes'. Pero ese oro y esa plata sí tienen un valor tangible y pueden ir a los respectivos Tesoros del Estado y beneficiar a la ciudadanía». Para Bonifacio, lo ideal es un modelo que permita «compaginar el estudio arqueológico con su uso turístico, con el aprovechamiento de las piezas por los museos y con un impulso económico. No es ninguna utopía».
Los últimos movimientos en las legislaciones de países especialmente 'favorecidos' por los naufragios en los tiempos dorados del comercio con América, como Bahamas, parecen darle la razón. «Acaban de revocar la moratoria que impedía el rescate de galeones desde el 99. Saben que la iniciativa generará puestos de trabajo, y los necesitan, aunque no tanto como aquí».
El primer paso ya lo dio Uruguay, en 1993. Con parte del tesoro recuperado del galeón 'El Preciado' (1752), el gobierno construyó una escuela. El resto del dinero fue a parar a la Armada. El oro de Indias pagó pupitres, pizarras y barcos.
Fuente DANI PEREZ - Diario Vasco de San Sebastian


¿Profesión?
Técnico Superior en sistemas de refrigeración de materiales de construcción.
¿El que moja los ladrillos en las obras?
El mismo.
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Re: Odyssey
Dos u boost tipo VIIC de 1942 parten a hundir al odissey...




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