La jugada de Tanger

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

Moderador: MODERACION

Responder
Cpt_Morgan
Kommodore
Kommodore
Mensajes: 9390
Registrado: 31 Ene 2000 01:00
Ubicación: 37º58'47''N-1º03'00''W
Contactar:

La jugada de Tanger

La agitada aventura de que fueron protagonistas dos submarinos oceánicos italianos durante su traslado a la base de Burdeos.

La tarde del 3 de noviembre de 1940, los paseantes que aprovechaban el ultimo sol en los muelles de Tánger fueron sorprendidos por el ruido de fuertes explosiones procedentes del mar. A pocas millas de la costa, el destructor ingles Greyhound, en servicio de vigilancia del estrecho de Gibraltar, parecía enloquecido. Volaba con repentinas y bruscas viradas que lo inclinaban peligrosamente, ya disparando con sus cañones de 120mm, ya arrojando cargas de profundidad que levantaban enormes columnas de agua.

Para los habitantes de la feliz ciudad, neutrales en un mundo envuelto en la guerra, no era un espectáculo anormal. "¡Están cazando un submarino!" gritaba la gente corriendo al puerto. Fuera del malecón se estaba desarrollando un drama. Durante unos minutos, el Greyhound continuo zigzagueando furiosamente y lanzando cargas contra el invisible enemigo. Luego, la torreta de un submarino apareció entre remolinos de agua a unos kilómetros dentro de las aguas jurisdiccionales. "¡Lo ha conseguido!" ,comentaban los espectadores; "¡Ya esta a salvo!". Pero la unidad británica, aun sin hacer uso de las armas para no violar las leyes internacionales, no se dio por vencida e intento finalmente lanzarse de proa contra el submarino ya en superficie. El choque parecía inevitable, pero el sumergible logro virar a tiempo y se dirigió al puerto izando bandera italiana. El Greyhound desistió de la caza y las dos unidades adversarias se cruzaron a poca distancia.

La muchedumbre agolpada en el muelle asistió entonces a un rasgo caballeresco y emotivo. Erguido en la torreta, el comandante italiano llevo la mano a la visera y luego se quitó la gorra agitándola como saludo hacia el comandante inglés, bien visible en el puente. Éste respondió alzando las manos sobre la cabeza y estrechándolas vigorosamente: un gesto deportivo entre dos leales enemigos.

El submarino entrando felizmente en el puerto neutral de Tánger esta el Michelle Bianchi. Desplazaba 1.191 tn en superficie y 1.489 en inmersión, y estaba mandado por el capitán de corbeta Adalberto Giovannini, el cual, descendido a tierra, se dio cuenta pronto de que la parte mas difícil de su misión comenzaba ahora.

El comandante había recibido una orden concreta: llegar al Atlántico y hacer buen uso de sus torpedos contra los convoyes enemigos. Pero ahora todo cambiaba: el “lobo de mar” tenia que convertirse en diplomático, en espía, en conspirador, para luchar con armas desiguales en una pugna silenciosa y audaz si quería llevar a su unidad a la zona de operaciones, desafiando el bloqueo organizado contra él por la unidad británica. El Bianchi había salido de La Spezia la tarde del 27 de octubre, con meta final en la base atlántica de Le Verdón (Burdeos). Pasar el estrecho de Gibraltar, continuamente vigilado por los navíos ingleses, no era empresa fácil, pero ya lo había logrado otros submarinos italianos empezando por el Finzi, que lo había cruzado en superficie. El peligro no venia tanto de la defensa enemiga como del mar constantemente agitado por el encuentro de las dos corrientes, la atlántica y la mediterránea, que provocaban remolinos y vacíos de agua profundos como abismos, y por el hecho que los mandos italianos carecían de cartas de aquellos fondos. Aventurarse por el peligroso camino que llevaba al océano era como navegar a ciegas por un mar desconocido.

Los primeros días todo se desarrollaba normalmente a bordo del Bianchi. Por la noche, la navegación en superficie con motores de petróleo, para recargar los acumuladores de los motores eléctricos; de día navegación en inmersión o parada en le fondo. Después de una semana, el Bianchi avista el peñón de Gibraltar. Era la una y cinco minutos de la mañana del 3 de noviembre. El comandante Giovannini ordenó la inmersión. Si todo hubiera ido bien, el submarino habría emergido en el atlántico aquella tarde hacia las 19 horas. Pero el comandante no era demasiado optimista. “Bailaremos mucho” , dijo a los oficiales. El novilunio de noviembre había aumentado las mareas.
El “baile” empezó a las pocas millas: los “ecómetros” registraron el rápido disminuir de la profundidad, señal de que se estaban desviando involuntariamente hacia la costa africana. Los saltos arriba abajo eran continuos, y a veces de una docena de metros. Después, a las 8:20, el Bianchi se hundido en uno de los “vacíos de agua” que las corrientes del estrecho provocan frecuentemente. “Era como tirarse de un rascacielos”, contó un hombre de la tripulación. “Caíamos de proa, luego de popa, y muchas veces verticalmente. Dentro, los hombres rodaban por el suelo o por el techo. Los pañoles se levantaban, los cajones rodaban, vaciándose. Hacia falta sujetarse bien a la estructura para no romperse la cabeza contra los mamparos”
El tremendo salto en el abismo se interrumpió a 120m de profundidad, es decir, al limite de pruebas. Bajar mas podría significar la muerte, porque se habría superado el límite de resistencia del casco a la presión externa. Para frenar la caída el Bianchi sopló el lastre, y su nueva ligereza provocó un salto hacia arriba. Subía “en globo” con velocidad vertiginosa. Los hombres observaban el manómetro; surgiendo de ese modo se puede salir bajos los cañones enfilados de los cazadores ingleses. Por suerte, el submarino se detuvo a 50m, pero sólo cuestión de un momento, porque se abrió otro remolino y el Bianchi volvió a precipitarse.
Las manecillas de los manómetros giraban como locas: 100 metros... 120... 130... 140... finalmente se para en los 142 metros. Los marineros respiran aliviados. A pesar de los siniestros crujidos, el casco resiste a la presión del agua. Pero he aquí que vuelve la subida “en globo”. Se llega a pocos metros de la superficie y luego se vuelve a caer en el abismo. Muchos hombres gritan, otros rezan, o maldicen, otros se muestran descompuestos. Las manecillas del manómetro siguen girando velozmente: 120... 130... 140 ... 150... y esta vez se paran en 154. La resistencia del casco ya es cosa de la Providencia.
Los hombres de barbas húmedas del sudor se hacen la señal de la cruz. En este punto se vuelve a encabritar el Bianchi y sale hacia arriba como una pelota de tenis. A las 15:50 llega a la superficie. El comandante abre la escotilla y corre a la torreta. Increíblemente, a poca distancia de una de las mas armadas bases británicas, la calma es absoluta. Andan por allí solo unos pesqueros, y el submarino pasa tranquilamente el estrecho. Durante casi una hora sigue tranquilo su marcha, y luego aparecen lejos algunos destructores enemigos. El mas próximo es el Greyhound, que avanza amenazadoramente, el comandante Giovannini no puede escoger. Su unidad esta seriamente dañada y no puede sostener un encuentro. Por eso decide sumergirse y entrar al puerto de Tánger. Da las ordenes con voz quebrada de rabia mientras a su lado el guardiamarina Colica grita: “¡No! ¡No podemos huir!”, y estalla en sollozos.

La entrada del Bianchi en Tánger es saludada por la población como si fuese el vencedor de una competición deportiva. Los miembros de la numerosa colonia italiana subieron a bordo distribuyendo apretones de manos e invitaciones a cenar. Pero aquella excepcional jornada no había terminado aun, pocas horas después, otro submarino italiano, el Brin, mandado por el capitán de corbeta Longanesi, entró en el puerto huyendo del Greyhound. También el Brin, cogido por las corrientes, había sufrido graves daños en el intento de cruzar el estrecho.

La llegada de dos unidades beligerantes a un puerto neutral tenia ya un precedente en el caso del acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf Spee, que un año antes se había refugiado en el puerto de Montevideo para huir de tres cruceros ingleses. Al Graf Spee se le había concedidos setenta y dos horas de plazo para reparar las averías. Al expirar el plazo salió del puerto y fue hundido por su propia tripulación para evitar que cayera en manos enemigas que lo esperaban fuera de las aguas territoriales. ¿Pasaría lo mismo con los dos submarinos italianos? Indudablemente si, si al día siguiente, 4 de noviembre de 1940, no hubiera sucedido un hecho inesperado. Aquella mañana, las tropas españolas ocuparon Tánger por la fuerza. La ciudad mantuvo su neutralidad, pero la junta administrativa que la gobernaba fue sustituida por un general español.
Cuando Giovannini fue informado de lo sucedido, quedó mas tranquilo. Sabia que era mas fácil tratar con los españoles. El gobernador concedió, en efecto, sesenta días de plazo para reparar los daños de los submarinos . Para los marineros italianos, aquel alto inesperado se convirtió en una alegre vacación llena de aspectos absurdos y divertidos. Por ejemplo, ocurría que se encontraban por la calle o en un bar con grupos de soldados ingleses llegados de Gibraltar para el week-end. Pero no hubo incidentes; incluso a veces los enemigos se cambiaron frases bromistas o se ofrecieron beber recíprocamente.
El mismo comandante Giovanni recibió un día un cumplido inesperado. Durante una visita a tierra, un amigo común presento al almirante ingles de la reserva John Gaunt, que habitaba en un chalet sobre el mar y se decía era el jefe del Intelligence service local. “He seguido desde mi ventana su maniobra para evitar al destructor ingles” le dice el almirante. “Quiero expresarle a usted y al comandante Longanesi mi enhorabuena por la brillante manera con la que se libraron de las proas adversarias”
Pero estos gestos caballerescos no frenaban, naturalmente, la actividad de los agentes enemigos dirigida a sabotear las unidades italianas.
Por eso reinaba una férrea disciplina a bordo. Por otra parte, Tánger ofrecía demasiadas distracciones a los marinos durante las salidas vespertinas.
Otro problema que tuvo que resolver el comandante Giovannini fue el económico. Los medios financieros de los dos submarinos eran muy limitados, y pronto se vaciaron las cajas. Cuando ya los comandantes habían renunciado a distribuir la paga a sus hombres, un italiano de Tánger, el panadero Giovanni Macca, subió a bordo y entrego veinte mil francos. “Son todos mis ahorros” dijo “pero me alegra muchos podérselos dar a su tripulación”. Otras 60.000 libras fueron ofrecidas luego por el Consulado italiano.
En esas extrañas vacaciones de guerra, las tripulaciones del Bianchi y el Brin quisieron celebrar la fiesta de Santa Bárbara , su protectora, con encuentros deportivos a los que asistió mucha gente. Aquel día fueron entregadas también algunas condecoraciones por una acción realizada en el Mediterráneo.
Como faltaban las medallas, las señoras italianas de Tánger se dedicaron a coser cintas que, a falta de nada mejor, el comandante Giovannini impuso a sus hombres en el pecho.

Mientras la unidades inglesas seguían el bloqueo a la salida del puerto, los dos submarinos se habían convertido en peones de un silencioso juego político. En Roma, Mussolini quería ser informado diariamente de la situación y contaba con resolverla forzando el bloqueo. En Londres, Churchill debía defenderse de los Comunes de una interpelación que acusaba al gobierno de no haber sido capaz de lograr el secuestro de los dos sumergibles. En Madrid, las autoridades seguían desmintiendo las noticias publicadas por la prensa angloamericana, según la cual el incidente de Tánger había sido provocado deliberadamente por el gobierno italiano para inducir a Franco a entrar en guerra al lado del Eje.
Transcurre así mas de un mes. A principios de diciembre, el Bianchi y el Brin estaban dispuestos a zarpar, pero los comandantes harán todo lo posible por demostrar que todavía hacían falta muchas reparaciones. Demasiadas personas interesadas seguían la vida de abordo. Hubiera bastado una llamada telefónica para comunicar a Gibraltar la inminente partida. Para convencer a los agentes enemigos de que los italianos no tenían prisa por dejar un puerto tan cómodo y acogedor, el comandante Giovannini acudió a diversas estratagemas. Los ingleses se dejaron engañar y frenaron la vigilancia, dejando en la embocadura del puerto solo al destructor Agate.

La noche en que los dos comandantes decidieron intentar forzar el bloqueo el mar estaba calmadísimo e iluminado por la luna llena. Era en realidad la noche menos adecuada para una empresa así, pero precisamente por eso fue escogida. Durante la jornada los marineros habían colgado la ropa mojada en cubierta y enviado a limpiar en Tánger sus mejores prendas de vestuario. Los agentes ingleses que los vigilaban considerarían estos movimientos como señal de que la partida aun estaba lejana. Por la tarde, los hombres recibieron permiso, pero con orden de estar todos a bordo antes de la una. También los comandantes Giovannini y Longanesi bajaron a tierra como de costumbre. Estuvieron en un cóctel y luego se marcharon tranquilamente al cine, sentándose a pocas filas de distancia de la ocupada por algunos oficiales británicos.
Después del espectáculo, los dos comandantes caminaron lentamente hacia puerto hablando y parándose de vez en cuando, como dos amigos que no tienen ninguna gana de irse a la cama. Pero apenas llegaron a bordo su actitud cambio de golpe. Las ordenes pasaron de boca en boca, susurradas febrilmente. Todos los hombres ocuparon sus puestos. Dos buceadores descendieron silenciosamente al mar, armados con grandes tenazas, y cortaron los cables de la línea telefónica que unía Tánger y Gibraltar. Cuando volvieron, comenzó la operación de partida.
La noche era clarísima. Se distinguía perfectamente la costa española al otro lado del estrecho. Tánger y los chalets en la colina de Marshan se veían como en pleno día. El Agate (qué los marinos italianos llamaban jocosamente “el mulo”) daba vueltas delante del puerto. No había que hacerse ilusiones, la partida seria pronto descubierta.
El comandante Giovannini espero a que el mulo se alejase lo mas posible y ordeno luego largar amarras. Los dos submarinos, con la colada empavesando toda la cubierta, se hicieron lentamente a la mar. A bordo, los hombres callaban y esperaban ser descubiertos de un momento a otro. Pero en aquel momento el Agate lanzó señales luminosas. ¿Eran señales de alarma a los otros barcos? Nunca se ha sabido. Pocos minutos después, a las 2:44, los dos submarinos italianos doblan la punta del muelle con los motores acelerados al máximo. Los británicos llegaron ante el puerto de Tánger cuando ya era demasiado tarde. Sembraron cargas de profundidad en un radio de algunas millas, pero inútilmente. Se había forzado el bloqueo.
Durante la navegación hacia la base atlántica de Le Verdón, el Bianchi no tubo mas incidentes. Pero el Brin sostuvo un duelo artillero con un submarino enemigo que abandonó el combate, quizá alcanzado. Ambos llegaron, pues, felizmente a la base, aunque con algunos días de retraso. Pero el mismo día, Radio Londres anunciaba inexplicablemente el hundimiento del Brin y la captura del Bianchi.
“Después de haber forzado el bloqueo” cuenta el comandante Giovannini, que ahora habita en Johannesburgo, donde dirige una fabrica de sombreros, “entré en mi cámara. Estaba muy cansado. Mi oficial de derrota había dejado en la litera el cuaderno de a bordo para que escribiese el informe, pero no tenia ninguna gana. Solo la fecha, escrita ya en la pagina, atrajo mi atención: había salido de Tánger un día 13, viernes de diciembre”. La misma fecha no había traído suerte al comandante del Graf Spee. Exactamente una año antes, el navío alemán se había hundido a si mismo ante el puerto neutral de Montevideo.

Crónica militar y politica de
la segunda guerra mundial
ediciones Sarpe.


Imagen
Última edición por Cpt_Morgan el 04 Sep 2006 20:12, editado 2 veces en total.
Imagen
YES, WE JAAAAARL!!!
FFuston
Stabsbootsmann
Stabsbootsmann
Mensajes: 431
Registrado: 23 May 2006 02:00

Muy buen relato comandante Cpt Morgan

Saludos
Imagen
Hay tres clases de hombres... Los vivos, los muertos y los que van por la mar.
Aristocles de Atenas al. "Platon"
Responder

Volver a “FORO DE RELATOS”