Según cuentan algunos libros de historia hay un hecho poco conocido de la II Guerra Mundial. Entre 1943 y 1944 un tal doctor Adams, tras arduos estudios, ofreció al Gobierno de EEUU una nueva arma para conseguir bombardear de manera eficaz y provocar el caos en las ciudades enemigas, muy especialmente las de Japón. Según este doctor y por extraño que parezca, pues es una historia totalmente real, lo que había que hacer era criar a varios millones de murciélagos para posteriormente impregnarles el cuerpo de unas pequeñas bombas. Fue muy convincente porque el Gobierno de EEUU se lo tomó en serio y se llegó a estudiar con gran precisión que cada murciélago debería llevar como máximo 15 gramos de un explosivo incendiario que una vez detonado provocaría llamas de unos 30 centímetros de altura y durante un tiempo de 10 minutos. Dicho así puede parecer bien poca cosa pero claro imaginen miles y miles de esas pequeñas bombas cayendo sobre una ciudad la que pueden liar. Todo ello lo estudiaron con los pobres bichos de la cueva de Carslbad.
Los impregnaban de sustancias altamente inflamables y los dejaban volar, al cabo de batir las alas un rato se incendiaban por la frotación creando una lluvia de fuego. La idea era soltarlos impregnados de explosivos para que al caer sobre la ciudad japonesa de turno se fueran a refugiar en los tejados de las casas, en cuanto se frotaran con algo estallarían y los científicos no olvidaban que las casas en Japón entonces eran de material parecido al papel. Cuando, como decía, el proyecto estaba siendo estudiando seriamente, sucedió algo que hizo que finalmente fuera abandonado, pues al presidente de EEUU le llegó el planteamiento de otra arma más mortífera y simple de utilizar que los murciélagos. Le acababan de presentar la bomba atómica que al final cayó sobre Japón en lugar de los murciélagos.






(Extraído de Bolsamania.com)




