Este es el sugestivo título de la novela (en su versión castellana) de Patrick O'Brian que inspira la película Master and Commander. Aunque no sigue fielmente el guión, respeta el ambiente marinero de la serie.
A Patrick O'Brian lo llamó Arturo Pérez Reverte el último almirante de Nelson. En todas sus novelas, y en la película, se venera el nombre de Nelson como si de una divinidad se tratara. Y su espríritu parece estar muy presente en le marina británica.
De los episodios de la segunda guerra mundial que he leido, tal vez los más asombrosos son los protagonizados por marinos ingleses, como el del destructor Glowworn enfrentándose al crucero pesado alemán Admiral Hipper.
Aunque sólo sea una especulación, estoy convencido de que si al mando del Bismarck hubiese estado un marino británico, el Prince of Wales no hubiera sobrevivido.
Nelson decía: "Adelante, siempre adelante".
La película es muy recomendable: pero sólo apta para "marineros".
Un saludo.
La costa más lejana del mundo
Moderador: MODERACION
La costa más lejana del mundo
Comandante en Jefe de la 24 Flotilla
¡Larga vida a la 24!

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Fuí a verla el otro dia y me gustó.!!!!!!!!! Que barbaridad los estragos que producían los disparos de aquellos cañones " X por banda" . Me imagino el trabajo del médico y el sufrimiento de los marineros amputados!!!!!!!!!

Saludos caballeros."Cuida de tus hombres y ellos cuidarán de ti".
Kapitän Zur See Wolfrang Lüth.(Cruz de caballero con hojas de roble,espadas y diamantes).
Kapitän Zur See Wolfrang Lüth.(Cruz de caballero con hojas de roble,espadas y diamantes).
Si señor, eran otros tiempos. Hay que imaginarselo para vislumbrar lo que debía ser.
En unos barcos que hoy en dia con 80 turistas a bordo se ven abarrotados navegaban 380 hombres. En unas entrecubiertas donde a duras penas cabías de pie, donde se mezclaba el olor de sal con el de sudor y los hediondos vapores de una cocina que hervia a partes iguales moho y gusanos. Vivían luchaban y morían hombres habituados al sufrimiento.
Arrancados de su vida en tierra por una patrulla de leva, se veían arrojados en un mundo perpetuamente húmedo de olas rugientes, salpicado por el violento pánico de trepar una noche lluviosa a las jarcias a treinta metros sobre cubierta. El perpetuo temor a mirar mal a un oficial y acabar atado a un enjaretado para recibir dos docenas de crueles azotes y la siempre presente posibilidad de acabar despanzurrado en una entrecubierta en un enfrentamiento naval.
Porque no lo olvidemos, aquellos eran barcos de guerra. El objetivo era enfrentarse a otros buques y hundirlos. Cuando los tambores tocaban zafarrancho, la tripulación corría a sus lugares asignados:
Los infantes de marina, subían con sus casacas rojas y sus mosquetes a la arboladura donde se aprestaban a instalar en las cofas pequeños cañones giratorios que dispararían metralla sobre las cubiertas enemigas.
La marinería se dividía en tres grupos. Artilleros, Gavieros y Marineros.
Los artilleros en grupos de 5 se arrimaban a sus cañones donde tiraban de gruesas maromas de pesadísimos cañones de bronce que se movian sobre sus ruedas en inestables cubiertas en movimiento. Allí en cuclillas alrededor de sus piezas, en medio de un humo asfixiante, se afanaban en cargar y disparar lo más rápido que podían mientras las bolas de hierro de los cañones enemigos impactaban en la reseca madera del propio casco enviando al interior de las cubiertas lluvias de astillas de todos los tamaños, desde la pequeña astilla del tamaño de una uña que podía sacar un ojo hasta el de las astillas de varios palmos que podían seccionar un miembro o una arteria. Las balas que atravesaban el casco, además de la lluvia de astillas, impactaban contra los puntales y los cañones, rebotaban locamente en aquellos espacios cerrados causando destrucción y muerte a su paso. Un cañon impactado por una bala podía salir despedido aplastando a su dotación. Era cosa de azar. El hombre a tu lado era decapitado y tu no te hacías ni un rasguño... o era al revés y el que acababa aullando atado a la mesa del cirujano eras tú.
Porque no nos engañemos. En aquellos barcos les llamaban cirujanos, pero si el matasanos que te tocaba a bordo entendía de poco más que hacer muñones con herramientas oxidadas que no se limpiaban entre cura y cura, podías considerarte afortunado.
Según los barcos se acercaban, las cargas de polvora se duplicaban y en lugar de una bola de hierro se ponían dos. Si no hacía demasiada mala mar, se calentaban bolas al rojo antes de meterlas en los cañones. Las bolas al rojo eran tan peligrosas para la madera reseca del casco del barco enemigo como para la madera reseca del propio barco. Además, tenían la nefasta costumbre de dispararse espontáneamente al entrar en los cañones llevandose a menudo uno o dos de los brazos del desafortunado artillero.
Los gavieros no lo tenían mejor. Los barcos se movían gracias a las velas, por lo tanto, el aparejo era objetivo prioritario. Se utilizaban las piezas de artillería para disparar metros de cadena contra la arboladura enemiga. Al ser lanzada, la cadena se abría y arrasaba con todo lo que encontraba, rasgaba las duras lonas de las velas como si fueran de papel, cortaba los tensos y gruesos estays de cañamo como si fueran de paja, era capaz de dañar seriamente un mastelete o mastelerillo como si fueran ramitas. Los infantes de marina y los gavieros que se encontraban en el camino de las cadenas, eran barridos con cada andanada y ellos o sus miembros caían segados sobre la cubierta o directamente al mar. Cuando las distancias se acortaban, la cadena dejaba lugar a las bolas que trataban de impactar a los mástiles. Pocas lo hacían, y estar cerca de un mastil era un sitio muy peligroso... lamentablemente, todas las escalas y jarcias pasan pegadas a los mastiles y la mortandad de gavieros era tan atroz como en las cubiertas de artillería.
Y los marineros? Cuando sonaba el zafarrancho y los artilleros se iban a sus cañones y los gavieros a los mástiles, ellos tiraban arena sobre todas las cubiertas para impedir de esta forma que la gente resbalara sobre los charcos de sangre que inevitablemente se formarían. Luego manejaban las bombas de achique, trataban de restañar los daños de los impactos enemigos y corrían por las cubiertas llevando munición y polvora desde la santabarbara, esquivando o recibiendo balas y astillas según les tocara la suerte. Cuando llegaba el momento de las distancias cortas, los marineros se reunían sobre la cubierta y se hacían con alfanjes, picas y hachas de abordaje. Tras la tenue protección de sus coyes de lona amontonados en la regala, les tocaba aguantar las últimas andanadas, que para distancias cortas, se reservaban a metralla: Se cargaban los cañones con sacos de lona llenos de bolas de mosquete. Al dispararse el cañón la lona desaparecía quemada por la deflagración de la polvora y las bolas salían rebotando entre ellas. El efecto perdigonada era atroz y segaba las cubiertas como una guadaña. Los que sobrevivían asaltaban al abordaje o debían rechazarlo. Tajos de todo tipo, fracturas, decapitaciones, hemorragias imparables... solo Dios sabe cuantos valientes quedaron tirados en una cubierta tratando de meterse de nuevo sus intestinos en el vientre.
En un barco no había sitio para esconderse. Desde la quilla hasta la cofa se luchaba a muerte. Si perdían era para ser abandonado sobre las olas a una muerte lenta y dolorosa. Si sobrevivian era para luchar otro día, y mientras tanto, más disciplina, privaciones, hambre, incomodidades, sed, azotes y vertiginosas trepadas a la arboladura.....
La guerra ha evolucionado y hoy en día una tripulación se amotinaría si fuera tratada durante un sólo dia tal y como aquellos hombres eran tratados durante meses. Pero sólo el que lucha entiende como nadie que la guerra es cosa de los políticos: "esos viejos que se odian pero que no se matan entre sí y obligan a jovenes que no se odian a que se maten entre sí"
Joder, que parrafada más filosófica y cruda me ha quedado! ya me callo!
Buena Caza!
En unos barcos que hoy en dia con 80 turistas a bordo se ven abarrotados navegaban 380 hombres. En unas entrecubiertas donde a duras penas cabías de pie, donde se mezclaba el olor de sal con el de sudor y los hediondos vapores de una cocina que hervia a partes iguales moho y gusanos. Vivían luchaban y morían hombres habituados al sufrimiento.
Arrancados de su vida en tierra por una patrulla de leva, se veían arrojados en un mundo perpetuamente húmedo de olas rugientes, salpicado por el violento pánico de trepar una noche lluviosa a las jarcias a treinta metros sobre cubierta. El perpetuo temor a mirar mal a un oficial y acabar atado a un enjaretado para recibir dos docenas de crueles azotes y la siempre presente posibilidad de acabar despanzurrado en una entrecubierta en un enfrentamiento naval.
Porque no lo olvidemos, aquellos eran barcos de guerra. El objetivo era enfrentarse a otros buques y hundirlos. Cuando los tambores tocaban zafarrancho, la tripulación corría a sus lugares asignados:
Los infantes de marina, subían con sus casacas rojas y sus mosquetes a la arboladura donde se aprestaban a instalar en las cofas pequeños cañones giratorios que dispararían metralla sobre las cubiertas enemigas.
La marinería se dividía en tres grupos. Artilleros, Gavieros y Marineros.
Los artilleros en grupos de 5 se arrimaban a sus cañones donde tiraban de gruesas maromas de pesadísimos cañones de bronce que se movian sobre sus ruedas en inestables cubiertas en movimiento. Allí en cuclillas alrededor de sus piezas, en medio de un humo asfixiante, se afanaban en cargar y disparar lo más rápido que podían mientras las bolas de hierro de los cañones enemigos impactaban en la reseca madera del propio casco enviando al interior de las cubiertas lluvias de astillas de todos los tamaños, desde la pequeña astilla del tamaño de una uña que podía sacar un ojo hasta el de las astillas de varios palmos que podían seccionar un miembro o una arteria. Las balas que atravesaban el casco, además de la lluvia de astillas, impactaban contra los puntales y los cañones, rebotaban locamente en aquellos espacios cerrados causando destrucción y muerte a su paso. Un cañon impactado por una bala podía salir despedido aplastando a su dotación. Era cosa de azar. El hombre a tu lado era decapitado y tu no te hacías ni un rasguño... o era al revés y el que acababa aullando atado a la mesa del cirujano eras tú.
Porque no nos engañemos. En aquellos barcos les llamaban cirujanos, pero si el matasanos que te tocaba a bordo entendía de poco más que hacer muñones con herramientas oxidadas que no se limpiaban entre cura y cura, podías considerarte afortunado.
Según los barcos se acercaban, las cargas de polvora se duplicaban y en lugar de una bola de hierro se ponían dos. Si no hacía demasiada mala mar, se calentaban bolas al rojo antes de meterlas en los cañones. Las bolas al rojo eran tan peligrosas para la madera reseca del casco del barco enemigo como para la madera reseca del propio barco. Además, tenían la nefasta costumbre de dispararse espontáneamente al entrar en los cañones llevandose a menudo uno o dos de los brazos del desafortunado artillero.
Los gavieros no lo tenían mejor. Los barcos se movían gracias a las velas, por lo tanto, el aparejo era objetivo prioritario. Se utilizaban las piezas de artillería para disparar metros de cadena contra la arboladura enemiga. Al ser lanzada, la cadena se abría y arrasaba con todo lo que encontraba, rasgaba las duras lonas de las velas como si fueran de papel, cortaba los tensos y gruesos estays de cañamo como si fueran de paja, era capaz de dañar seriamente un mastelete o mastelerillo como si fueran ramitas. Los infantes de marina y los gavieros que se encontraban en el camino de las cadenas, eran barridos con cada andanada y ellos o sus miembros caían segados sobre la cubierta o directamente al mar. Cuando las distancias se acortaban, la cadena dejaba lugar a las bolas que trataban de impactar a los mástiles. Pocas lo hacían, y estar cerca de un mastil era un sitio muy peligroso... lamentablemente, todas las escalas y jarcias pasan pegadas a los mastiles y la mortandad de gavieros era tan atroz como en las cubiertas de artillería.
Y los marineros? Cuando sonaba el zafarrancho y los artilleros se iban a sus cañones y los gavieros a los mástiles, ellos tiraban arena sobre todas las cubiertas para impedir de esta forma que la gente resbalara sobre los charcos de sangre que inevitablemente se formarían. Luego manejaban las bombas de achique, trataban de restañar los daños de los impactos enemigos y corrían por las cubiertas llevando munición y polvora desde la santabarbara, esquivando o recibiendo balas y astillas según les tocara la suerte. Cuando llegaba el momento de las distancias cortas, los marineros se reunían sobre la cubierta y se hacían con alfanjes, picas y hachas de abordaje. Tras la tenue protección de sus coyes de lona amontonados en la regala, les tocaba aguantar las últimas andanadas, que para distancias cortas, se reservaban a metralla: Se cargaban los cañones con sacos de lona llenos de bolas de mosquete. Al dispararse el cañón la lona desaparecía quemada por la deflagración de la polvora y las bolas salían rebotando entre ellas. El efecto perdigonada era atroz y segaba las cubiertas como una guadaña. Los que sobrevivían asaltaban al abordaje o debían rechazarlo. Tajos de todo tipo, fracturas, decapitaciones, hemorragias imparables... solo Dios sabe cuantos valientes quedaron tirados en una cubierta tratando de meterse de nuevo sus intestinos en el vientre.
En un barco no había sitio para esconderse. Desde la quilla hasta la cofa se luchaba a muerte. Si perdían era para ser abandonado sobre las olas a una muerte lenta y dolorosa. Si sobrevivian era para luchar otro día, y mientras tanto, más disciplina, privaciones, hambre, incomodidades, sed, azotes y vertiginosas trepadas a la arboladura.....
La guerra ha evolucionado y hoy en día una tripulación se amotinaría si fuera tratada durante un sólo dia tal y como aquellos hombres eran tratados durante meses. Pero sólo el que lucha entiende como nadie que la guerra es cosa de los políticos: "esos viejos que se odian pero que no se matan entre sí y obligan a jovenes que no se odian a que se maten entre sí"
Joder, que parrafada más filosófica y cruda me ha quedado! ya me callo!
Buena Caza!
Kron: eres subversivo. Por que la verdad desnuda es subversiva.
¿No tendrás por ahí escritas algunas novelas? Por que consigues lo que pocos: hablar sin tapujos de como es la guerra, de sus miserias y devastación, de sus absurdos y abusos, pero con un estilo inigualable y que invita a la lectura y a la reflexión.
Me descubro ante tí por otro motivo más.
Un abrazo.
¿No tendrás por ahí escritas algunas novelas? Por que consigues lo que pocos: hablar sin tapujos de como es la guerra, de sus miserias y devastación, de sus absurdos y abusos, pero con un estilo inigualable y que invita a la lectura y a la reflexión.
Me descubro ante tí por otro motivo más.
Un abrazo.
Kron.......
Por muchos motivos, cada vez que leo uno de tus esporádicos
pero magníficos
textos, me alegro muy especialmente de saber que sigues ahí, con nosotros, y que sigues deslumbrándonos con tus conocimientos.
Muchas gracias, de verdad.


Muchas gracias, de verdad.
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- Admiral
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