El último tren

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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amoryamistad
Oberfähnrich zur See
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El último tren

El tiempo avanza y se anuncia la llegada de un tren. Al borde del andén solo se acercan dos ancianos. Parecen apresurarse, aunque el resultado es menos practico que la ilusión. Sus gestos pausados y ateridos les sitúan en primera fila. Los ancianos se muestran fatigados por el peso que les supone el repleto equipaje. A su edad son muchos los recuerdos que hay arrastrar y muchos de ellos tienen forma de objeto y motivos para no olvidarse, aún en los viajes de placer. Son un matrimonio de los de antes, supuestamente duradero y confortable. Tuvieron su época mala, cuando Secundino dejó su casa para trabajar en Alemania. Allí conoció a Frieda y se le olvidó que ya tenia una mujer que le aguantase y se quedó por algún tiempo más de lo necesario. Se conocieron siendo aún niños, sus padres eran amigos y labraban tierras vecinas. Se acostumbraron a verse todos los días, a mirarse desde la distancia, a compartir colegio y deberes y amigos y más tarde, aunque no mucho más tarde, se quedaron en el pueblo solos, el uno para la otra y la otra para el uno. Tras los ojos vidriosos de Altea se quedan aquellos días, donde el destino a la fuerza les empujaba a ser pareja. El propio tiempo iba llevándose a sus amigos del pueblo a la ciudad y la ciudad nunca los regresaba.

En el pasado los recuerdos son más benevolentes que en el presente y parece que su perdón tuviera ahora un efecto casi preciso y definido y que de algún modo ella, con su manifiesta tibieza en el sexo, le hubiera empujado a buscar otras compañías más aprendidas y experimentadas. Pero en el fondo piensa que dejó de quererle hace algunos años, ahora solo es su compañía, acostumbrada a la fuerza de tantos años, casi los 72 que posee. Aunque no siempre pensó como ahora. Hubo un tiempo, en que lo que se antojaba obligatorio, se deseaba, y se sentía mujer de hombre especial y a la vez buscadora de sueños siempre a su lado. Los recuerdos son bagaje de todos, porque todos los guardan en el mejor sitio disponible, pero los recuerdos de los dos son diferentes aun refiriéndose al mismo día y al mismo momento de sus existencias. Sin ir más lejos, el día que nació su primer hijo...

Para ella fue un inmenso sentimiento, por el que creyó que la vida ya tenia un fin y no era un todo a descubrir. En ese momento además de su apreciado hijo nació en su alma su verdadera vocación, de la que nunca se dejó abandonar y la que le sigue donde vaya. Secundino no estaba junto a ella, no pudo localizarle, pues se encontraba en Alemania en su inacabable tarea como parte de una cadena de montaje de automóviles, esmerado siempre en dejar con tres vueltas la rosca que une partes hasta entonces inconexas de aquel modelo que ya no se fabrica. A veces, no estaba en la fabrica, si no con Frieda tras los apilamientos de chapa del almacén, apretando otras tuercas de ensamblaje, menos productivas en cuanto a monedas y más en cuanto a favores del cuerpo.

Ella lo supo de su propia boca. Lo confesó todo, pues sabía que se lo adivinaría en la primera mirada tras su ausencia y en verdad era así. Su conocimiento extremo de tantos años le daba a Altea su pensamiento y por añadidura el de Secundino, quien con el tiempo dejó de hablar, pues lo que tenia que decir ya se sabía...


Una vez acomodados el tren, Secundino repara en dos jóvenes mujeres que se besan apasionadamente en el asiento de al lado.

Él no entiende de amor diverso, tiene las normas claras. La mujer es para el hombre y nada puede cambiar esa ley natural. Le da un codazo a Altea y ella le devuelve un rostro contrariado y apenas interesado por lo que a continuación dirá Secundino:

- ¿Has visto eso?

- Si, son dos chicas muy monas. Responde Altea, sin apenas darle importancia.

- Sí eso ya lo sé. Se han besado. ¿No lo has visto?. Claro vas mirando a Dios sabe donde...

- Si, lo he visto y he pensado ¡Qué suerte tienen, amarse de esa forma!. A mí nadie me besa desde hace años. ¿Qué otra cosa quieres que piense? ...

- ¡Mujer que cosas tienes! Si quieres me visto de mujer y me besas delante de todo el mundo, no te digo.

- Mejor reflexiona sobre lo que significa el amor. Reflexiona sobre tus prejuicios y sobre si honestamente has estado a la altura de las circunstancias. Renunciaría a mis principios sagrados de mujer, por obtener un cariño como el suyo ¿Y tú? ¿Qué esperas ya de la vida? Sorpréndeme anda.

Secundino, calló, miro al techo del destartalado vagón. Se sometió a su silencio habitual, del que solo salía para jugar al mus y al dominó en el hogar del jubilado. Allí pasaba las horas, mientras Altea en casa hacia su labor de mujer. La que toda mujer normal tiene como costumbre y como tarea inamovible, según su marido. Apenas se ven durante el día. Antes no se veían, porque él trabajaba mucho, algunos meses hacia dos turnos en la fabrica. Ella estaba deseando que se jubilara para gozar de su compañía y ahora sus vicios no le dejan estar en casa. Así de curiosa es la vida que nos aguarda a todos. Los deseos que más fácilmente deben cumplirse se quedan en eso, en deseos y sueños que mientras dependen de varios no pueden serlo solo de quien se cree su autentico dueño.

Altea tuvo que bregar durante meses e incluso fingir una enfermedad para poder hacer este viaje. Él nunca quiere salir de casa, ni llevarla a visitar otros lugares. Siempre le da largas y con su sorna habitual le dice: - ¿Pero donde vamos a ir nosotros con nuestra edad? Somos de la tercera edad y estamos para que nos cuiden no para ir de picnic. En el fondo es todo un montaje y una treta, para no quedarse a solas con ella y para no perder el ritmo de sus partidas diarias. Pero esta vez, un medico inventado ha aconsejado a Altea ir durante una semana al campo, para paliar su grave afección circulatoria que irremediablemente acabará con ella si no se siguen al pie de la letra las indicaciones del tratamiento imaginario.

Para Altea es el último esfuerzo por intentar conservar a Secundino. Sabe que separarse con 72 años es casi una ordinariez y que si le ha soportado el desliz o la cabronada de Frieda no hay ya motivos para romper ahora. Pero en verdad ¿Qué necesidad tiene ella de trabajar a sus años para un hombre tan poco agradecido?. Hace años que duermen en camas separadas y no la besa ya ni el día de su cumpleaños. ¿Se merece alguna atención un hombre como este? La fuerza de la compañía y el acomodo de la costumbre ya han tenido suficiente cabida en su vida. Secundino tendrá que ganarse el derecho a terminar sus días con ella.

- Creo que he sido un buen marido, excepto por la debilidad de aquellos días, pero aquello no puede pesar más que toda una vida juntos. ¿No crees?

- No, claro que no. Pero es que lo demás es nada. Mis hijos lo son solo míos. Por no saber, creo que no sabes ni sus nombres. Jamás has venido a ofrecer tu ayuda. Volvías de trabajar y exigías y exigías, como si el papel que ejercía sobre ti tu patrón, tuvieras que endosárselo a quien tenías en casa. Ahora, ya no trabajas y tampoco vienes en mi busca. Nunca vamos a ningún sitio. Si quiero ir al teatro he de buscarme compañeras, si quiero ir contigo al club de jubilados, todo son pegas. ¿No crees que de marido, no me ha tocado ni el reintegro? Sí, ni tan siquiera lo que aposté. Porque aposté mucho por ti. No he hecho otra cosa que servirte durante los últimos 55 años. He sido benévola contigo, porque creí que debía ser así. Pero, mírame, ¿Cual es mi recompensa?. Te lo diré yo. Estas varices inmensas, el reuma, la artritis, esta barriga que no me deja ya casi ni bajar las escaleras. ¿Y tú? ¿Dónde está tu desgaste? ¿Qué has hecho más que yo para merecer esas partidas y esa vida tan libre y sin cargas? No sé si es que me tomas por estúpida o es que de verdad crees que nacer mujer es ser esclava para siempre. ...

- Los tiempos cambian Secundino, ahora incluso se besan dos mujeres, y no se nos recluye en casa y además, y por si fuera poco, los maridos son de otra pasta. Sí, no me mires con incredulidad, mira Juan, ese chico joven que tiene la perfumería enfrente del portal de casa. Lleva todos los días a sus niños al colegio. Antes de abrir la tienda ya ha hecho la casa y se encarga de cuidar a su mujer y proponerla actividades y van juntos a todos sitios. ¿Has visto a Juan alguna vez en el bar? No verdad. ¿Y sabes por qué? Porque prefiere estar con su mujer en cualquier lugar que sin ella en el bar. Eso debe ser amor o al menos debe ser algo mas parecido a un marido ¿ no crees?.

- No, si por culpa de esos blandos medio amariconados acabaremos perdiendo nuestros derechos. Además si te parece tan ideal esa vida, donde las mujeres desayunan en el bar todas juntas como cotorras hasta las doce de la mañana, pues adelante, no seré yo quien te lo impida. Pero a mi edad no creo que me vayas a convencer de que renuncie a nada. Soy un hombre de verdad, por favor no me compares con estos pobrecitos, que no han pasado hambre ni saben lo que es el trabajo de sol a sol. Así le va al país, tenemos que aguantar que las mujeres se prefieran a sí mismas que a los hombres. ¿No lo ves? Si estos hombres de ahora lo fueran de verdad, ¿Crees que habría escenas tan repugnantes como esta? No me hagas reír. Es cierto que no he sido nunca muy cariñoso, pero ¿Alguna vez te ha faltado de comer? ¿No he cumplido con el primer y principal papel de un hombre de traer el sustento a nuestra casa?. Me he dejado la vida en una fabrica solo por sacaros adelante, ¿Por unos besos que no te he dado ya no merezco nada?. Te los daré todos juntos esta misma tarde, no te preocupes.

- Un beso alimenta el alma, por mucha comida que traigas a mi no me has alimentado mas allá de lo que yo misma hubiera conseguido si los tiempos me lo hubieran permitido. ¡Menudo esfuerzo has hecho!, ¡El mismo que hace un animal con su manada! Pero y el padre de tus hijos, ¿Dónde está? ¿Y los abrazos que se necesitan para vivir? ¿Y el amor? Dime Secundino ¿Dónde esta el amor?

- ¡Pamplinas! Las mujeres sois todas pura tontería, la vida es la vida y uno no puede perder el tiempo en carantoñas que no sirven nada más que para ablandarse y olvidarse de lo prioritario.

- No, lo prioritario es vivir y amar, lo demás es solo placer mundano, como tus aventuras por Alemania o las partidas interminables que te montas en tu egoísta vida. Me has dejado al margen, pero has olvidado que para terminar la historia de tu vida es muy importante que haya a tu lado alguien que pueda contarla y me temo que este viaje es tu ultima oportunidad de mirarme a los ojos y decirme todo lo que he esperado durante este tiempo. Cualquier día moriremos, porque así debe ser, uno antes y el otro un poco después. Espero que aún haya tiempo de que me resarzas de todo lo que me has negado en nuestros años de vida en común, que en realidad es toda nuestra vida.

Secundino, se quedó pensativo, sus ojos cansados, se tornaron rojos, profusos de una irrigación que lejos de acumular cansancio, intentaba no derramarse como cataratas por las que dejar salir sus necesarias ganas de llorar. Los hombres no lloran. Bueno, ahora ya todo es licito, hasta los hombres pueden llorar. Porque el sentimiento no esta en las personas según lo marque su sexo, sino en el alma y tanto sufre el hombre como la mujer y tanta ley humana atiende a uno como a otro. Por primera vez en sus muchos años, Secundino se sentía perdido, totalmente ahogado por una tensión inexacta, injusta desde su punto de vista y a buen seguro producida por unas palabras reprimidas durante largo tiempo. No encontraba sentido a esos reproches después de tanta vida en común, de tantos esfuerzos innegables...

Pensó que aquellas quejas no eran de ahora y que era un sin sentido que Altea le abandonara cuando ya todo estaba listo para la sentencia que a todos nos proporciona la vida. ¿Qué sentido tiene cambiar ahora? Todo es indiferente a ciertas edades y ahora era su tiempo, el tiempo de vivir tras una vida de sacrificio. Pero en realidad no era su tiempo, era el tiempo de los dos. Tanto tiempo juntos, ya no sentía su compañía. Era como una querencia cómoda la que le servía para convivir a su lado. Saber que sus necesidades estarían siempre resueltas y que una mujer servicial le atendería en todo momento, sin ningún reproche y como una obligación adquirida por un contrato inexistente. Las dudas arrastraban su mente. Hacía mucho tiempo que no hablaban tanto. Tanto hace que no se ocupa de conocer lo que siente, tanto tiempo, tanto... Era de esperar, algún día debía explotar el globo que había hinchado con su egoísmo y su desprecio por lo ya conocido. Hace falta el temor a perder lo que no usas, para que eches en falta los momentos del pasado donde te resultaba imprescindible. Pero ahora se le hace difícil separar los sentimientos, no logra comprender si en verdad es el amor que se perdió, el que arma y hace dolorosas sus palabras, o si es su necesidad de no estar solo lo que le lleva a sentirse inmensamente triste. Quizá subyace su ego mezquino, quizá sea lo que siente una punzada aguda en sus pensamientos sobre él.

Se creía divino, inigualable, excelente, cordial, intachable en sus razonamientos y ahora siente que le abandonaran, como si ya no fuera nada, como si fuera prescindible para todo y a la vez se desinflasen sus supuestas virtudes, que no debían serlo tanto. A nadie le gusta que le digan lo que se piensa de él, cuando no es para colmarle de exquisiteces, pero bien visto, que mejor que una critica sincera de una persona que te aprecia para mejorar en los aspectos humanos que deben sentar las bases de las relaciones de uno mismo, con los demás. Quizá es una forma de reflexionar que primero rompe los sólidos pilares que nos fabricamos los seres humanos y después como un ave fénix se resurge desde los escombros para hacer de nuevo vida. Ya no es edad para construirse a uno mismo, 72 años son demasiados para romper el pasado y empezar de cero en algo que ya parece demasiado usado. El amor se desgasta o lo dejamos desgastar, se pasa y se queda rancio, porque es perecedero, como el propio hombre, el amor nace para morir y muere a cualquier edad, en cualquier lugar, entre las piernas de Frieda o entre las fichas de un domino inacabable que solo tiene los puntos de una suerte efímera y discreta. El amor es el momento que cautiva y se acaba cuando el preso de su propia dicha se abandona a otras consecuencias y a otros placeres menos profundos. Ese amor es el que sobrevuela la mente de Secundino. Un amor con parches, al que retomar en un punto alejado solo obliga a creer en el fracaso en el que nos sume el tiempo. Al final solo se pretende salvar el amor de compañía, el de los silencios y los gestos. Un amor para no ser uno solo el que mire por la ventana como pasa el tiempo y para hacer balance de los recuerdos como si fuera ya un álbum de fotos la vida que nos vio pasar.

Secundino:

- No se recupera el amor. No, no se recupera, le dijo cabizbajo y en un tono melancólico a Altea.

- Quizá tengas razón, pero a veces no hay que recuperarlo, solo sacarle brillo y tener por consideradas las diferencias que nos trae el tiempo. Yo estoy enamorada de ti, sigo estándolo, a pesar de todo, a pesar de que haber recibido tan poco de ti, en todos estos años. Sabes, el amor es algo que nunca se termina, que hay que mimar y cuidar, que no es mundano, ni es una sensación de euforia de unos pocos días. El amor se guarda por siempre, nadie lo arranca en su frenesí de apartarse del pasado. Fíjate en mi, soy el ejemplo de una mujer que ama por encima de todas las cosas, nunca esperé el retorno de lo que te entregué, pues era tanta mi querencia a darlo todo que no me hacia falta entender que fuera posible corresponderme. Pero, tu nunca has estado enamorado de mí, nunca te has sentido de esa forma. Tus sentimientos se manejan por los criterios de la comodidad, no por los de la entrega. Y por mucho que te ame, acaba muriéndose una por dentro y se llega tan pesada a esta edad como las lagrimas que se pierden por no sentir el retorno de un cariño que siempre te he dado en grandes cucharadas. Creo, que el amor no se te fue, simplemente es que no lo dejaste venir y no se puede recuperar lo que no se tuvo.

- ¿Cómo puedes decirme eso? ¿Nunca has sentido que te amaba?

- Aún me queda la esperanza que no ha conseguido robarme la vida y aún puedo remover mis ilusiones y despegarlas del fondo al que tu forma de vivir las ha llevado.

Una línea imaginaria o quizá real, sí, exageradamente real, separa en un abismo la forma de entender el tiempo de los dos. Es un solo tren el que les lleva. Es solo un viaje lo que les une.

Es la vida un entrecruzado y constante trajín de afectos que necesitan de la voluntad del hombre para compensarse, para entramarse en única senda. Es la humanidad que se aloja en los corazones la que da un placer sensato a los minutos que componen las vidas. Cuando Altea busca los ojos de su esposo encuentra una derrota de sí mismo, un baldío esfuerzo por justificar la imposición de una condena absurda, un montón de ambiguos deseos de cariño que fueron convincentes durante el tiempo pasado, pero que al día de hoy, carecen del poder persuasivo que coloreaba de rosa los sueños de una mujer complaciente.

El rostro apesadumbrado de Secundino ha dejado de ser un muro tosco e infranqueable. Sus mejillas se han dejado llevar por el impulso del tiempo y en sí mismo ahora parece un hombre de la edad que le corresponde. Las palabras hacen del tiempo una losa, no por su expresión sentida, sino por el valor que les otorga, el que las entrega en posesión de una plena sinceridad. El ruido vacilante del tren parece golpear sus pensamientos. Se siente como un preso aquejado de un dolor punzante, que le priva de la cadena perpetua para enseñarle los dientes de la muerte, de la soledad, de sí mismo, del desmesurado padecimiento de su propio pasado. En sí mismo el no es su historia, pero las reflexiones no llegan siempre en la supuesta madurez, sino que aparecen como pedazos salteados del alma y van regando el camino de cada existencia, sin un momento definido donde se adquieran de un solo golpe. Si se hubiera parado a pensar... Una lagrima acude en su ayuda, una sola lagrima. Tremenda de inmensidad. Dura de digerir. Consistente por cuanto procura de rabia. Ajena a los ojos jóvenes que la miran. Es muy duro ver llorar a un anciano. Parece que todo lo habrá vivido y que su fondo resistente hará rebotar ya toda queja. Parece que la vida a todas horas da un sentimiento y lo verdaderamente estremecedor es que no corresponde al que lo siente decidir ni la magnitud, ni el signo que debe acompañarlo.
"Ámame cuando menos me lo merezca,porqué será cuando más lo necesite"...

Besos camaradas.

Buena proa.
amoryamistad
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Re: La última estación

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"Ámame cuando menos me lo merezca,porqué será cuando más lo necesite"...

Besos camaradas.

Buena proa.
Haifisch
Kapitänleutnant
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Muy bonito el relato amory. Un saludo. :P :P :P :P :P
Kapitantunant,,, Frus Fris Von_Haifisch
Comandante del U-178, Calaverorcio alado de la 24,
La guerra es dura, caballeros; los Follonarios, más


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Seawolf
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Muy interesante tu relato Marta, sobre todo porque esta escrito desde el lado de una mujer y muy pocas veces nos dejais verese rayito de luz sobre vuestra forma de ver las cosas,que la mayoria de los hombres nos portamos como autenticos egoistas es cierto pero seguro que Altea tampoco entendia demasiado a Secundino
¿por que va un hombre a dejar a la mujer con la que a decidido compartir su vida?yo tengo una ligera idea de lo que puede ocurrir, si algun dia nos reunimos en madrid o en otro lado los camaradas de la 24 me gustaria charlar sobre el tema contigo
asi tu quiza descubririas la forma de pensar de un hombre y yo entenderia la vuestra, creo que a veces las dos partes de una pareja se sienten solos estando a menos de 10 cm, hay hombres muy bestias pero tambien hay mujeres muy castrantes, un abrazo camarada
seawolf
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