Oswald se había perdido la despedida en el puerto. La banda de música, las mademoiselles, los paisanos, habían estado allí mientras Oswald intentaba recuperarse de la resaca que le había dejado la fiesta de bienvenida a la tripulación. En realidad era una excusa para emborracharse como cubas, mearse al lado del escenario y darle alcohol al más novato hasta que vomitara. Tal como le habían dicho, en esas ocasiones era cuando Weismuller, el primer oficial, se congraciaba con los marineros novatos. Weismuller, a quien nadie osaba llamar Tarzán, llevaba viviendo en submarinos casi desde que El Viejo ofreció el gobierno a Hitler. Había sido instructor y era el más veterano de la tripulación, esperaba lo mejor de cada hombre ante cualquier orden del Kaleun, y pagaba con un trato cortés y moderadamente paternalista, de viejo oficial prusiano, cosa que no era por nacimiento pero sí en espíritu.
Y así había tomado a Oswald y a los otros tres tipos nuevos bajo su ala protectora y los había enterrado en las literas del submarino, a salvo de las bromas pesadas que les pudieran hacer aprovechando que el alcohol los había dejado KO. Hacía tiempo que en el U-309 no le afeitaban las partes a nadie…
Cuando Oswald se incorporó a su guardia en los tubos de proa, estaba dolorido pero razonablemente en forma. El U-309 estaba en inmersión mientras se alejaba de Saint Nazaire, rumbo al golfo de Vizcaya y el atlántico. Los aliados habían empezado a usar radares y a acosar los puertos de refugio de los submarinos, y ya nadie se atrevía a emergir como no fuera lejos de la costa y de noche, a la espera de los tan prometidos alertadores de radar.
El día transcurrió sin incidentes y Oswald pasó la mayor parte intentando aprender sus tareas. Weismuller se había pasado por la sala de torpedos de proa en su ronda para ver a los novatos, y le había dicho:
- Bien, marinero Gross, bien. Aprenda a hacer el trabajo duro y luego le enseñaremos a hacer el trabajo inteligente.
Era novato y aún no podían confiarle mucho más que hacer fuerza cuando y donde se lo pidieran, mientras le repetían qué era cada indicador, tubo, válvula, para qué servían, y le daban nociones de cómo manejarlos. Pero iban a pasar semanas antes de que le dejaran hacer el “trabajo inteligente”.
Oswald se fue a su litera y entabló conversación con otro novato, un muchacho pálido que dijo ser prusiano y estar destinado a la sala de motores. Era emocionante y preocupante estar bajo 30 metros de agua, viviendo en ese extraño mundo de metal, olor a gente y ruidos mecánicos. Cayó la noche y el U-309 emergió para recargar sus baterías, y Oswald se arropó con la sábana y se dispuso a dormir la segunda noche a bordo, primera de su viaje.
En su sueño, la borrachera seguía con él, mientras se tambaleaba por Saint Nazaire y oía a Weismuller diciendo, “venga, marinero, que llegamos”. El suelo se tambaleaba y las casas de la calle se extendían hasta el infinito. Entonces el suelo volvió a agitarse y las casas golpearon a Oswald, y entonces estaba despierto y alguien gritaba “Alarma” y sonaba la alerta de colisión. Oswald corrió hacia proa gritando “¿qué pasa, qué pasa?” y alguien le grito “avión, a sus puestos”. Oswald entró en la sala de torpedos de proa justo cuando el suelo se inclinaba y el mar entraba a chorros en los depósitos del U-309, en plena inmersión de emergencia. “Nos ha visto en el radar y lleva un reflector, el cabrón” dijo alguien. Varias detonaciones sonaron cerca, con un ridículo sonido de falsete. “Cohetes”, dijeron. El U-309 seguía su rumbo a la seguridad cuando oyeron al sonarista gritar, “cargas de profundidad, cerca”. Transcurrieron unos segundos y entonces sonó un chasquido metálico justo al otro lado de la pared detrás de Oswald. Entonces, una violenta explosión, y el U-309 se sacudió soltando un aullido metálico mientras cristales y bombillas estallaban, y Oswald encogió el cuerpo para recibir el impacto de toneladas de agua.
Pero el agua no llegó y en vez de eso Weissmuller informó al Kaleun, “impacto en la vela, la compuerta exterior resiste. Periscopios destruidos y fugas menores”. Pero desde donde estaba Oswald se oía claramente un chorro de agua rebotando en los confines metálicos de la sala de mando. “Cargas de profundidad, cerca” insistió el sonarista. “Son las últimas”, dijo alguien. Los aviones, gracias a dios, llevaban poca munición. Pero aún así el chasquido metálico volvió a sonar desagradablemente cerca, Y Oswald se dijo, “la otra estaba más cerca, ¿no?”, antes de que una explosión entrara en su cerebro y le dejara la mente en blanco, y entonces algo húmedo lo golpeó con saña y vio que el agua entraba en el compartimiento. “¡Inundación por los tubos!”, gritó el suboficial. “¡Necesitamos equipo de emergencias!”.
Mientras el agua iba ganando terreno subiendo por sus piernas, Oswald vio entrar a Weismuller y el equipo de emergencias, abarrotando la sala. La compuerta se cerró con un sonido lúgubre y Oswald supo que esa iba a ser su prueba de fuego o su tumba. Y entonces apretó y tiró y apoyó y pasó piezas y empujó con desesperación mientras se reforzaba la compuerta del tubo 2 y se sellaban las válvulas y la bomba gorgoteaba intentando sacar el agua que entraba. El suelo se inclinó y nadie tuvo que decir a Oswald que el submarino se hundía por el sobrepeso en proa; y luego el agua alcanzó el pecho de Oswald y él ya no podía distinguir el agua que lo empapaba todo de sus propias lágrimas, ¿iba a morir allí, en su primer día de patrulla? Y entonces Weissmuller dijo, “sostengan fuerte, marineros, podemos aguantar, el agua está parando”. ¿Y era verdad? El agua seguía entrando, pero, tal vez no tanto… la bomba seguía rugiendo… y el agua ya no alcanzó el borde del bolsillo de la camisa de Oswald. Los motores rechinaban en reversa y el aire comprimido tronó contra el agua de lastre. Weissmuller asistió a aquel sonido y dijo lacónicamente que tal vez la fuga de la torre se había complicado por la profundidad. Sus palabras fueron punteadas por un inacabable gemido metálico mientras el casco vibraba. “Vamos a reforzar estos parches, marineros”, dijo Weissmuller. Mientras el casco recuperaba la horizontalidad, las protestas por la presión seguían creciendo. Imposible saber la profundidad, pero todos sabían que tal vez el casco de presión estuviera dañado. Oswald miró a Weismuller mientras se afanaban en intentar reforzar los parche que mantenían fuera el agua… pero, ¿no estaban rezumando más que antes? Y entonces la bomba se paró y oyeron cómo gorgoteaba más lejos, intentando vaciar otro compartimiento. Y el agua volvió a subir mientras el U-309 escoraba a babor y la proa seguía humillándose ante su peso. Weismuller dijo:
- Caballeros, el Kaleun está luchando para salvar la nave. Hemos de sellar definitivamente estas fugas mientras la bomba vuelve a ocuparse de nosotros.
Y siguieron parcheando mientras el casco se estremecía y las fugas ganaban velocidad y fuerza al aumentar la presión exterior. La escora iba en aumento y las vibraciones del casco eran puntuadas por siniestros estampidos. Oswald, agotado, se esforzaba en frenar una fuga que amenazaba con crear un cortocircuito y dejarlos a oscuras. Entonces el submarino calló por un instante antes de soltar un grotesco ruido parecido a un pedo, y luego un trueno agitó su eslora mientras se escoraba 45º abruptamente. Oswald perdió pie y luchó por mantener la cabeza fuera del agua y un sordo golpe sacudió al U-309.
- ¡Es el fondo, caballeros! –dijo Weissmuller, y añadió-: Son 255 metros, resistiremos.
Entonces el casco volvió a escorar y un segundo golpe, mucho más fuerte, puntuó el momento en que la quilla del U-309 impactaba contra la arena del fondo. Oswald pensó que ahora la inundación iba a parar. Entonces uno de los parches se soltó y una tubería arrojó un chorro de agua dentro de la sala, y Weismuller maldijo y alzó sus brazos hacia la tubería degollada. En ese momento un manómetro de los tubos salió despedido impulsado por un chorro de agua casi irreal y Oswald vio con una claridad espantosa cómo el instrumento metálico golpeaba a Weismuller en la cabeza. Un crujido se sobrepuso al estruendo de las vías de agua y un borde blanquecino de hueso rajó la piel de la sien de Weismuller en el lado opuesto a donde había golpeado el manómetro. Oswald quiso gritar y pensó que con Weismuller muerto aquél era el fin de todo. Hasta que la compuerta del tubo 2 se abrió al mar y Oswald sintió fuego húmedo abalanzándose por su garganta contra sus pulmones, y se dio cuenta de que, con o sin Weissmuller, no había de poder contar su primer y último día de patrulla.
En las sombras, el bulto informe se manifestó como una superficie metálica continua. El acero corroído reflejaba en lúgubres colores rojos la luz del pequeño submarino robot que lo filmaba. Con paciencia, los operadores pasearon sus haces de luz y las cámaras por el casco baqueteado del U-309. La torre estaba colapsada, reducida a un amasijo por un probable impacto directo de una carga de profundidad. A proa, vieron los graves daños causados por un segundo impacto, y la boca abierta de un tubo lanzatorpedos vacío. Su fondo se reveló como una boca redonda y oscura, abierta en un silencioso grito. Probablemente fue esa la inundación que llevó al submarino al fondo, si bien la proa no mostraba daños por el impacto con el fondo. La caída había sido suave, pues. Entonces rodearon la nave y echaron una ojeada a su costado de babor, y vieron una siniestra grieta que se clavaba profundamente en la nave, alcanzando un depósito de lastre. Los exploradores se miraron en silencio y aquella noche comentaron durante al cena que, en realidad, iba a ser difícil determinar qué vía de agua había hundido la nave, y cuánta de su tripulación murió ahogada por el agua y cuánta de asfixia. Ambas heridas eran mortales, el tanque reventado y el tubo abierto, pero no tenían por qué haber inundado toda la nave… Una de las mujeres a bordo era la historiadora que había hallado el relato y determinado las posibles coordenadas de los restos del U-309 y su tripulación. El silencio se hizo cuando comentó que uno de los tripulantes era un muchacho muy alto que al parecer mintió sobre su edad, un desarrollado chavalote bavarés de 16 años llamado Oswald Gross.
