La historia de una foto.

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Siurell
Kommodore
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25 de noviembre de 1941

A fines de septiembre de 1941 cruzaron el estrecho de Gibraltar y entraron en el Mediterráneo los primeros seis submarinos alemanes, a los que siguieron otros cuatro a principios de noviembre. La intervención en la lucha en el Mediterráneo de estas curtidas tripulaciones tuvo consecuencias inmediatas, y a fines del año 1941 la supremacía naval, que había pasado a mediados del año a manos de los ingleses, volvió a poder del Eje, y Rommel pudo recibir los refuerzos y municiones que tanto necesitaba y cuya falta había dejado en situación muy comprometida al Afrika Korps.

A fines de noviembre de 1941, violentos combates se estaban librando en torno a Tobruk. El submarino alemán U-331, al mando del alférez de navío barón Von Tiesenhausen, llevaba dos días navegando pegado a la costa del norte de Africa, tratando de encontrar los convoyes enemigos o los buques de guerra que protegían desde la mar las operaciones de las fuerzas terrestres británicas.

Durante el día, el U-331 navegaba casi siempre en inmersión, y por las noches salía a superficie para cargar las baterías y renovar el aire viciado, cosa que podía hacer con toda tranquilidad. En la mar, la calma era completa, pero sobre Tobruk el cañoneo era continuo, y durante la noche el intenso fuego de los cañones y el resplandor de los proyectiles permitía a los hombres de guardia en el puente contemplar la costa y el horizonte como si fuese de día. La dotación deseaba actuar pronto, pero las semanas pasaban sin que se presentase ninguna oportunidad.

De día, el gran número de aviones que continuamente volaban cerca de la costa y obligaba al submarino a navegar todo el tiempo sumergido, lo que no resultaba nada agradable, pues, debido a la escasa profundidad de aquellas aguas de fondo de arena, los rayos solares ponían la atmósfera del submarino a muy elevada temperatura, aumentada aún por el calor desprendido de los motores eléctricos. El inconveniente que representaba la aviación no tuvieron que sufrirlo, desde luego, los submarinistas de la guerra de 1914, pues entonces la aviación acababa de nacer y su acción en la guerra naval era insignificante.

Cierto día, un mensaje especial interrumpió la monotonía que pesaba sobre el U-331. Una patrulla de marinería, debía desembarcar al este de Marsa Matruk, cerca de Ras Gibeisa, con la misión de hostigar al enemigo por retaguardia. Dos noches después del desembarco, el submarino esperó en un punto de la costa, a una hora convenida, el regreso de sus hombres, pero la espera fue en vano: habían caído en manos del enemigo. Según supieron más tarde, esto ocurrió precisamente el mismo día en que dos submarinos ingleses salían de Alejandría con el objetivo de desembarcar un comando detrás de las líneas alemanas y cuya principal misión era capturar al mariscal Rommel. Tampoco los ingleses tuvieron suerte. Uno de los submarinos tuvo que regresar por averías en sus motores; el otro consiguió desembarcar sus hombres, pero sucumbieron o fueron capturados antes de alcanzar su objetivo.

Aquella misma noche, 19 de noviembre de 1941, empezaba la ofensiva británica hacia el Oeste, siguiendo la costa.
De madrugada, Van Tiesenhausen ve desde el puente el paso de interminables filas de vehículos militares. Mal parece que van las cosas para los alemanes y sus aliados.

Debido al gran número de aviones, no es posible permanecer en superficie más que breves intervalos de tiempo. Es lo que ocurre siempre en el Mediterráneo. Aun tratándose de aviones propios, no es prudente arriesgarse, pues es muy fácil la confusión.

Por fin, algo hace renacer las esperanzas a la tripulación del U331. El 25 de noviembre, a las 9 de la mañana, estando en inmersión, el hidrofonista capta unos fuertes ruidos procedentes del Norte. Indudablemente se trata de una formación enemiga. Suben a cota periscópica, y Van Tiesenhausen, a través del periscopio, no ve más que la desolada inmensidad de la mar, bajo un cielo en parte cubierto de nubes oscuras que proyectan su sombra sobre el agua. Sale a superficie para tener mayor radio de visibilidad. Antes de soplar los lastres principales y apenas asoma el comandante su cabeza por la escotilla de la torreta..., ¡Alarma! Un avión vuela muy cerca. Otra vez abajo. Pero Van Tiesenhausen ha tenido tiempo de darse cuenta de que la parte norte del horizonte estaba desierta.
Pasan unos momentos y el avión no da señales de vida. Seguramente no ha podido avistar al submarino, que sólo ha asomado breves momentos la torreta fuera del agua.

Toda la mañana navegan en inmersión, explorando atentamente con los hidrófonos. Los ruidos captados por la mañana ¿procedían de un convoy o de una formación de buques de guerra?

Poco después del mediodía vuelven a superficie y navegan algún tiempo en dirección a los ruidos, percibidos en una amplia zona.

Aparece otro avión, volando a cuatrocientos metros de altura y a varias millas de distancia. El "pajarraco" va describiendo grandes círculos sobre la costa, pero no se acerca, y Von Tiesenhausen continúa en superficie. La tranquilidad dura poco, pues al cuarto de hora otro avión los obliga a sumergirse de nuevo. ¡Siempre estas malditas interrupciones cuando se dirigen hacia una posible presa!

Veinte minutos más tarde suben a superficie. Sopla ligera brisa del Nordeste y la mar está en calma, con su azul intenso moteado por las sombras de algunas nubes. El tiempo es favorable, y el submarino se lanza a la máxima velocidad hacia el Nordeste.

A las 1430, algo indefinible se ve por la proa, un poco abierto a estribor. Parecen vellones de humo de buques. Siguen a rumbo, y diez minutos más tarde el oficial de guardia comunica desde el puente el avistamiento, a la derecha de los humos, de varios palos de destructores. Están a unas doce millas. Los mástiles se alzan en el horizonte como finas rayas verticales.

Momentos después, en el centro de las manchas de humo aparecen unas inciertas y gruesas formas. A ambos lados continúan las líneas de palos. Sin duda es una gran formación de combate. Lleva rumbo Sur. Poco más tarde, las confusas siluetas se hacen más precisas. ¡Son buques de guerra! Ahora cambian de rumbo y se dirigen al Este. ¿ Se perderán de vista?

Von Tiesenhausen, desde el puente, no deja de observarlos. Hacia el Oeste, un avión vuela a unas diez millas de distancia, sin avistarlos.

De pronto, la formación enemiga vuelve a cambiar de rumbo y se dirige precisamente hacia donde se encuentra el submarino. Los acontecimientos empiezan a precipitarse. Aprovechándose de su escasa altura, Von Tiesenhausen decide seguir en superficie, a fin de acercarse más al enemigo. Pronto se destaca la silueta entera de dos buques. El U-331 está en la misma derrota del enemigo. Es tiempo ya de sumergirse. ¡Inmersión! ¡Todos a sus puestos de combate!

Los hombres que están en sus literas y los que están leyendo o sin hacer nada se precipitan a sus puestos. Todos se dan cuenta de que algo va a ocurrir, y la tensión sube por momentos en el submarino. En la torreta, bajo el puente y sobre la cámara de mando están el comandante, el timonel y el encargado de transmitir las órdenes a los torpedistas, apiñados en el reducido espacio, alrededor del periscopio y rodeados de tubos y aparatos de todas clases. Von Tiesenhausen está sentado en el sillín, pegado al ocular. Al girar el periscopio, él y elsillín giran a la vez, En este aparato están los ojos y el alma del submarino. Son las 1600, casi la sagrada «hora del té» del enemigo. El tiempo y la situación son ideales para atacar. El sol está al Sudeste, a popa del submarino, y sobre la superficie del agua flotan grandes franjas de espuma. En estas condiciones, y con el periscopio sobresaliendo tan poco, es muy difícil que sea descubierto.

La formación se acerca de vuelta encontrada. Tres grandes buques navegan pesadamente uno tras otro. ¡Tres acorazados! A ambas bandas, cuatro destructores forman una temible barrera protectora. Por su disposición, la formación es de defensa contra torpedos y aviones. La misma que utilizan los italianos, piensa Von Tiesenhausen. El grupo enemigo va derecho hacia el submarino. No hay más que hacer sino esperar oculto hasta el momento del ataque.

Los buques ingleses se cambian señales con banderas, que flamean al viento en las drizas. Esto parece indicar un próximo cambio de rumbo.
Efectivamente, los dos destructores de babor más próximos a los acorazados se adelantan. Están ya a unos quinientos metros. Por entre ambos pasará el submarino.El comandante arría el periscopio y el hidrofonista empieza a marcar los dos buques, uno por cada banda... En cuanto han rebasado la popa, el comandante ordena izar otra vez el periscopio, y comprueba que ambos destructores siguen indiferentes su marcha, sin sospechar que muy cerca acecha, bajo el agua, su mortal enemigo.

Los destructores se alejan. Ya no molestarán por el momento. Ahora, ¡por los acorazados! Los grandes mastodontes del océano navegan con rumbo exactamente opuesto al del submarino y se acercan con gran rapidez. Sin pérdida de tiempo se calculan los datos para el ataque: distancia, marcación, posición, velocidad... Hay que tener mucho cuidado ahora en no descubrirse.

Los tubos están listos desde hace tiempo. Se repasan febrilmente los cálculos del lanzamiento. Un expectante silencio pesa en el submarino... Uno de los acorazados está tan cerca que apenas cabe dentro de¡ campo visual del periscopio. ¿Habrán pasado los otros dos? No, éste es el primero; detrás se acerca, magnífico y majestuoso, el segundo. Parece de construcción más antigua que los otros dos. De pronto, los tres buques empiezan a maniobrar a la vez.
Parecen tres gigantes invulnerables. ¿Es posible hundidos? Un acorazado está dividido en numerosos compartimientos, separados por mamparos absolutamente estancos, y gracias a ellos el buque puede mantenerse a flote aun cuando tenga alguna vía de agua. Destruir uno de estos monstruos es el supremo objetivo en la guerra naval. Frente a una de estas poderosas fortalezas flotantes se encuentra ahora un minúsculo submarino: 500 toneladas contra 30.000.

Un acorazado supone varios años de trabajo para construirlo, armarlo y ponerlo en condiciones de combatir. En la primera guerra mundial, el teniente de navío Harsing adquirió gran renombre por haber logrado hundir dos buques de línea, uno de ellos en los Dardanelos. Pero el primero que hundió un acorazado fue Weddingen. En la segunda guerra mundial, esta hazaña correspondió a Prien, en Scapa Flow. ¿ Conseguirá ahora lo mismo el joven y apenas conocido Von Tiesenhausen?
Esta vez el combate va a desarrollarse en mar abierto, entre un submarino por un lado y tres acorazados protegidos por ocho destructores por otro.

Los tres acorazados navegan en línea de fila. El U -331 se acerca a los monstruos de acero. Con el motor de estribor avante toda, el de babor parado y toda la caña a babor, el submarino cae rápidamente y pronto llega a posición de ataque. Uno de los acorazados entra en la cruz filar del periscopio.
- ¡Lista la salva de torpedos! ¡Fuego!!
Igual que en los ejercicios de lanzamiento, las cuatro «anguilas» abandonan al mismo tiempo el submarino. Súbitamente, el comandante ve por el periscopio que una masa gris como una gigantesca montaña se le echa encima: es el tercer acorazado. Hay que descender a mayor profundidad lo más rápidamente posible. Pero la operación resulta difícil para el jefe de máquinas Silgert. El submarino lleva poca velocidad y el lanzamiento de una salva de cuatro torpedos ha dejado la proa con, gran falta de peso, hasta que se puede compensar con agua de mar. Además, la caña está metida a una banda y las aguas se agitan turbulentamente en torno al submarino. Al principio, el U -331 desciende un poco, pero en seguida vuelve peligrosamente hacia arriba. El agua empieza ya a entrar en los tanques de compensación de proa, pero la operación resulta demasiado lenta y se ordena a todos los hombres que vayan a proa. La parte superior del puente sigue aún fuera del agua.

La situación es terriblemente comprometida.
- ¡Desalojad la torreta! ¡Pronto!
Von Tiesenhausen cierra el último la escotilla que comunica con la torreta, temiendo que ésta no se librará de ser alcanzada por el acorazado mientras intentan ganar profundidad. Ha visto como el tercer acorazado venía derecho hacia ellos, y si no consiguen descender pronto, todo habrá terminado. La dotación comprende que algo grave sucece por la orden del comandante de desalojar la torreta y por la atención con que observa los manómetros de profundidad. Entonces, desde la cámara de mando se oyen distintamente tres explosiones y poco después otra menos fuerte. ¡Las explosiones de los torpedos! ¡Cuatro blancos! Desde el submarino se perciben. distintamente sin ayuda de aparatos el ruido de las hélices. Prestan más atenci6n a ellas que al reciente estruendo de las explosiones. Poco a poco van ganando profundidad, y el abordaje temido por Von Tiesenhausen no se produce a pesar de haber estado el submarino cuarenta y cinco segundos con la parte superior del puente asomando fuera del agua. Según supo más tarde, el Valiant, el acorazado enemigo, trato por todos los medios de abordar al submarino, sin conseguirlo.

Mientras descienden se oyen unos extraños ruidos como de algo que se resquebraja. ¿Será el acorazado torpedeado? El comandante no se lo cree; es demasiado reciente el lanzamiento. Lo que le preocupa más en este momento es la profundidad. Lentamente han descendido hasta setenta metros, pero al llegar a los ochenta el submarino ha quedado inmovil. Intentan reanudar el descenso con los timones de proa y popa en posicion de bajar en ángulo máximo, con el acorazado encima de sus cabezas. En cualquier momento pueden empezar a llover las cargas de profundidad...

Pero ¿ qué ocurre? Reina una extraña calma y nada se produce. ¿Por qué no siguen descendiendo? El jefe de máquinas emplea medidas extremas, sin conseguirlo. Pasan unos segundos. De pronto, el comandante recuerda algo que ocurrio a otro submarino en el Atlántico y pregunta la presion que marcan los manómetros de proa. Sus sospechas son ciertas. Están en una profundidad jamás alcanzada hasta entonces. Sin perder un instante da la orden de suspender la .maniobra de descenso.

Todo se ha debido a que un marinero ha dejado de regular una de las válvulas de los manómetros de la cámara de mando. El submarino ha descendido a la increíble profundidad de doscientos cincuenta metros, cuando sólo está calculado para soportar las presiones de cien metros y, en caso extremo, de ciento treinta. A pesar de ello, Von Tiesenhausen decide no moverse de donde está. El enemigo jamás podrá sospechar que se hallan a semejante profundidad, y así quedarán a salvo de sus cargas de profundidad.

Pasada la tensión nerviosa, los tripulantes empiezan a comentar lo ocurrido. Uno que llega de la cámara de motores pregunta si han torpedeado un destructor ¡Ni se ha enterado que tenían encima tres grandes acorazados!

El U-331 se pone a navegar hacia el Norte. Cada diez minutos se oyen las explosiones de las cargas de profundidad que arroja el enemigo. Pero ya no les preocupan; el submarino, lentamente pero seguro, se escapa por las profundidades.

A las 2100, Von Tiesenhausen sale a superficie para comunicar por radio el torpedeamiento del acorazado, y regresa después a su zona de acecho.

El comandante y la dotación del U -331 tardaron bastante tiempo en enterarse de que el acorazado hundido era el Barham. El enemigo no hizo público su hundimiento hasta dos meses después.
Siurell
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A fines de septiembre de 1941 cruzaron el estrecho de Gibraltar y entraron en el Mediterráneo los primeros seis submarinos alemanes, a los que siguieron otros cuatro a principios de noviembre. La intervención en la lucha en el Mediterráneo de estas curtidas tripulaciones tuvo consecuencias inmediatas, y a fines del año 1941 la supremacía naval, que había pasado a mediados del año a manos de los ingleses, volvió a poder del Eje, y Rommel pudo recibir los refuerzos y municiones que tanto necesitaba y cuya falta había dejado en situación muy comprometida al Afrika Korps.

A fines de noviembre de 1941, violentos combates se estaban librando en torno a Tobruk. El submarino alemán U-331, al mando del alférez de navío barón Von Tiesenhausen, llevaba dos días navegando pegado a la costa del norte de Africa, tratando de encontrar los convoyes enemigos o los buques de guerra que protegían desde la mar las operaciones de las fuerzas terrestres británicas.

Durante el día, el U-331 navegaba casi siempre en inmersión, y por las noches salía a superficie para cargar las baterías y renovar el aire viciado, cosa que podía hacer con toda tranquilidad. En la mar, la calma era completa, pero sobre Tobruk el cañoneo era continuo, y durante la noche el intenso fuego de los cañones y el resplandor de los proyectiles permitía a los hombres de guardia en el puente contemplar la costa y el horizonte como si fuese de día. La dotación deseaba actuar pronto, pero las semanas pasaban sin que se presentase ninguna oportunidad.

De día, el gran número de aviones que continuamente volaban cerca de la costa y obligaba al submarino a navegar todo el tiempo sumergido, lo que no resultaba nada agradable, pues, debido a la escasa profundidad de aquellas aguas de fondo de arena, los rayos solares ponían la atmósfera del submarino a muy elevada temperatura, aumentada aún por el calor desprendido de los motores eléctricos. El inconveniente que representaba la aviación no tuvieron que sufrirlo, desde luego, los submarinistas de la guerra de 1914, pues entonces la aviación acababa de nacer y su acción en la guerra naval era insignificante.

Cierto día, un mensaje especial interrumpió la monotonía que pesaba sobre el U-331. Una patrulla de marinería, debía desembarcar al este de Marsa Matruk, cerca de Ras Gibeisa, con la misión de hostigar al enemigo por retaguardia. Dos noches después del desembarco, el submarino esperó en un punto de la costa, a una hora convenida, el regreso de sus hombres, pero la espera fue en vano: habían caído en manos del enemigo. Según supieron más tarde, esto ocurrió precisamente el mismo día en que dos submarinos ingleses salían de Alejandría con el objetivo de desembarcar un comando detrás de las líneas alemanas y cuya principal misión era capturar al mariscal Rommel. Tampoco los ingleses tuvieron suerte. Uno de los submarinos tuvo que regresar por averías en sus motores; el otro consiguió desembarcar sus hombres, pero sucumbieron o fueron capturados antes de alcanzar su objetivo.

Aquella misma noche, 19 de noviembre de 1941, empezaba la ofensiva británica hacia el Oeste, siguiendo la costa.
De madrugada, Van Tiesenhausen ve desde el puente el paso de interminables filas de vehículos militares. Mal parece que van las cosas para los alemanes y sus aliados.

Debido al gran número de aviones, no es posible permanecer en superficie más que breves intervalos de tiempo. Es lo que ocurre siempre en el Mediterráneo. Aun tratándose de aviones propios, no es prudente arriesgarse, pues es muy fácil la confusión.

Por fin, algo hace renacer las esperanzas a la tripulación del U331. El 25 de noviembre, a las 9 de la mañana, estando en inmersión, el hidrofonista capta unos fuertes ruidos procedentes del Norte. Indudablemente se trata de una formación enemiga. Suben a cota periscópica, y Van Tiesenhausen, a través del periscopio, no ve más que la desolada inmensidad de la mar, bajo un cielo en parte cubierto de nubes oscuras que proyectan su sombra sobre el agua. Sale a superficie para tener mayor radio de visibilidad. Antes de soplar los lastres principales y apenas asoma el comandante su cabeza por la escotilla de la torreta..., ¡Alarma! Un avión vuela muy cerca. Otra vez abajo. Pero Van Tiesenhausen ha tenido tiempo de darse cuenta de que la parte norte del horizonte estaba desierta.
Pasan unos momentos y el avión no da señales de vida. Seguramente no ha podido avistar al submarino, que sólo ha asomado breves momentos la torreta fuera del agua.

Toda la mañana navegan en inmersión, explorando atentamente con los hidrófonos. Los ruidos captados por la mañana ¿procedían de un convoy o de una formación de buques de guerra?

Poco después del mediodía vuelven a superficie y navegan algún tiempo en dirección a los ruidos, percibidos en una amplia zona.

Aparece otro avión, volando a cuatrocientos metros de altura y a varias millas de distancia. El "pajarraco" va describiendo grandes círculos sobre la costa, pero no se acerca, y Von Tiesenhausen continúa en superficie. La tranquilidad dura poco, pues al cuarto de hora otro avión los obliga a sumergirse de nuevo. ¡Siempre estas malditas interrupciones cuando se dirigen hacia una posible presa!

Veinte minutos más tarde suben a superficie. Sopla ligera brisa del Nordeste y la mar está en calma, con su azul intenso moteado por las sombras de algunas nubes. El tiempo es favorable, y el submarino se lanza a la máxima velocidad hacia el Nordeste.

A las 1430, algo indefinible se ve por la proa, un poco abierto a estribor. Parecen vellones de humo de buques. Siguen a rumbo, y diez minutos más tarde el oficial de guardia comunica desde el puente el avistamiento, a la derecha de los humos, de varios palos de destructores. Están a unas doce millas. Los mástiles se alzan en el horizonte como finas rayas verticales.

Momentos después, en el centro de las manchas de humo aparecen unas inciertas y gruesas formas. A ambos lados continúan las líneas de palos. Sin duda es una gran formación de combate. Lleva rumbo Sur. Poco más tarde, las confusas siluetas se hacen más precisas. ¡Son buques de guerra! Ahora cambian de rumbo y se dirigen al Este. ¿ Se perderán de vista?

Von Tiesenhausen, desde el puente, no deja de observarlos. Hacia el Oeste, un avión vuela a unas diez millas de distancia, sin avistarlos.

De pronto, la formación enemiga vuelve a cambiar de rumbo y se dirige precisamente hacia donde se encuentra el submarino. Los acontecimientos empiezan a precipitarse. Aprovechándose de su escasa altura, Von Tiesenhausen decide seguir en superficie, a fin de acercarse más al enemigo. Pronto se destaca la silueta entera de dos buques. El U-331 está en la misma derrota del enemigo. Es tiempo ya de sumergirse. ¡Inmersión! ¡Todos a sus puestos de combate!

Los hombres que están en sus literas y los que están leyendo o sin hacer nada se precipitan a sus puestos. Todos se dan cuenta de que algo va a ocurrir, y la tensión sube por momentos en el submarino. En la torreta, bajo el puente y sobre la cámara de mando están el comandante, el timonel y el encargado de transmitir las órdenes a los torpedistas, apiñados en el reducido espacio, alrededor del periscopio y rodeados de tubos y aparatos de todas clases. Von Tiesenhausen está sentado en el sillín, pegado al ocular. Al girar el periscopio, él y elsillín giran a la vez, En este aparato están los ojos y el alma del submarino. Son las 1600, casi la sagrada «hora del té» del enemigo. El tiempo y la situación son ideales para atacar. El sol está al Sudeste, a popa del submarino, y sobre la superficie del agua flotan grandes franjas de espuma. En estas condiciones, y con el periscopio sobresaliendo tan poco, es muy difícil que sea descubierto.

La formación se acerca de vuelta encontrada. Tres grandes buques navegan pesadamente uno tras otro. ¡Tres acorazados! A ambas bandas, cuatro destructores forman una temible barrera protectora. Por su disposición, la formación es de defensa contra torpedos y aviones. La misma que utilizan los italianos, piensa Von Tiesenhausen. El grupo enemigo va derecho hacia el submarino. No hay más que hacer sino esperar oculto hasta el momento del ataque.

Los buques ingleses se cambian señales con banderas, que flamean al viento en las drizas. Esto parece indicar un próximo cambio de rumbo.
Efectivamente, los dos destructores de babor más próximos a los acorazados se adelantan. Están ya a unos quinientos metros. Por entre ambos pasará el submarino.El comandante arría el periscopio y el hidrofonista empieza a marcar los dos buques, uno por cada banda... En cuanto han rebasado la popa, el comandante ordena izar otra vez el periscopio, y comprueba que ambos destructores siguen indiferentes su marcha, sin sospechar que muy cerca acecha, bajo el agua, su mortal enemigo.

Los destructores se alejan. Ya no molestarán por el momento. Ahora, ¡por los acorazados! Los grandes mastodontes del océano navegan con rumbo exactamente opuesto al del submarino y se acercan con gran rapidez. Sin pérdida de tiempo se calculan los datos para el ataque: distancia, marcación, posición, velocidad... Hay que tener mucho cuidado ahora en no descubrirse.

Los tubos están listos desde hace tiempo. Se repasan febrilmente los cálculos del lanzamiento. Un expectante silencio pesa en el submarino... Uno de los acorazados está tan cerca que apenas cabe dentro de¡ campo visual del periscopio. ¿Habrán pasado los otros dos? No, éste es el primero; detrás se acerca, magnífico y majestuoso, el segundo. Parece de construcción más antigua que los otros dos. De pronto, los tres buques empiezan a maniobrar a la vez.
Parecen tres gigantes invulnerables. ¿Es posible hundidos? Un acorazado está dividido en numerosos compartimientos, separados por mamparos absolutamente estancos, y gracias a ellos el buque puede mantenerse a flote aun cuando tenga alguna vía de agua. Destruir uno de estos monstruos es el supremo objetivo en la guerra naval. Frente a una de estas poderosas fortalezas flotantes se encuentra ahora un minúsculo submarino: 500 toneladas contra 30.000.

Un acorazado supone varios años de trabajo para construirlo, armarlo y ponerlo en condiciones de combatir. En la primera guerra mundial, el teniente de navío Harsing adquirió gran renombre por haber logrado hundir dos buques de línea, uno de ellos en los Dardanelos. Pero el primero que hundió un acorazado fue Weddingen. En la segunda guerra mundial, esta hazaña correspondió a Prien, en Scapa Flow. ¿ Conseguirá ahora lo mismo el joven y apenas conocido Von Tiesenhausen?
Esta vez el combate va a desarrollarse en mar abierto, entre un submarino por un lado y tres acorazados protegidos por ocho destructores por otro.

Los tres acorazados navegan en línea de fila. El U -331 se acerca a los monstruos de acero. Con el motor de estribor avante toda, el de babor parado y toda la caña a babor, el submarino cae rápidamente y pronto llega a posición de ataque. Uno de los acorazados entra en la cruz filar del periscopio.
- ¡Lista la salva de torpedos! ¡Fuego!!
Igual que en los ejercicios de lanzamiento, las cuatro «anguilas» abandonan al mismo tiempo el submarino. Súbitamente, el comandante ve por el periscopio que una masa gris como una gigantesca montaña se le echa encima: es el tercer acorazado. Hay que descender a mayor profundidad lo más rápidamente posible. Pero la operación resulta difícil para el jefe de máquinas Silgert. El submarino lleva poca velocidad y el lanzamiento de una salva de cuatro torpedos ha dejado la proa con, gran falta de peso, hasta que se puede compensar con agua de mar. Además, la caña está metida a una banda y las aguas se agitan turbulentamente en torno al submarino. Al principio, el U -331 desciende un poco, pero en seguida vuelve peligrosamente hacia arriba. El agua empieza ya a entrar en los tanques de compensación de proa, pero la operación resulta demasiado lenta y se ordena a todos los hombres que vayan a proa. La parte superior del puente sigue aún fuera del agua.

La situación es terriblemente comprometida.
- ¡Desalojad la torreta! ¡Pronto!
Von Tiesenhausen cierra el último la escotilla que comunica con la torreta, temiendo que ésta no se librará de ser alcanzada por el acorazado mientras intentan ganar profundidad. Ha visto como el tercer acorazado venía derecho hacia ellos, y si no consiguen descender pronto, todo habrá terminado. La dotación comprende que algo grave sucece por la orden del comandante de desalojar la torreta y por la atención con que observa los manómetros de profundidad. Entonces, desde la cámara de mando se oyen distintamente tres explosiones y poco después otra menos fuerte. ¡Las explosiones de los torpedos! ¡Cuatro blancos! Desde el submarino se perciben. distintamente sin ayuda de aparatos el ruido de las hélices. Prestan más atenci6n a ellas que al reciente estruendo de las explosiones. Poco a poco van ganando profundidad, y el abordaje temido por Von Tiesenhausen no se produce a pesar de haber estado el submarino cuarenta y cinco segundos con la parte superior del puente asomando fuera del agua. Según supo más tarde, el Valiant, el acorazado enemigo, trato por todos los medios de abordar al submarino, sin conseguirlo.

Mientras descienden se oyen unos extraños ruidos como de algo que se resquebraja. ¿Será el acorazado torpedeado? El comandante no se lo cree; es demasiado reciente el lanzamiento. Lo que le preocupa más en este momento es la profundidad. Lentamente han descendido hasta setenta metros, pero al llegar a los ochenta el submarino ha quedado inmovil. Intentan reanudar el descenso con los timones de proa y popa en posicion de bajar en ángulo máximo, con el acorazado encima de sus cabezas. En cualquier momento pueden empezar a llover las cargas de profundidad...

Pero ¿ qué ocurre? Reina una extraña calma y nada se produce. ¿Por qué no siguen descendiendo? El jefe de máquinas emplea medidas extremas, sin conseguirlo. Pasan unos segundos. De pronto, el comandante recuerda algo que ocurrio a otro submarino en el Atlántico y pregunta la presion que marcan los manómetros de proa. Sus sospechas son ciertas. Están en una profundidad jamás alcanzada hasta entonces. Sin perder un instante da la orden de suspender la .maniobra de descenso.

Todo se ha debido a que un marinero ha dejado de regular una de las válvulas de los manómetros de la cámara de mando. El submarino ha descendido a la increíble profundidad de doscientos cincuenta metros, cuando sólo está calculado para soportar las presiones de cien metros y, en caso extremo, de ciento treinta. A pesar de ello, Von Tiesenhausen decide no moverse de donde está. El enemigo jamás podrá sospechar que se hallan a semejante profundidad, y así quedarán a salvo de sus cargas de profundidad.

Pasada la tensión nerviosa, los tripulantes empiezan a comentar lo ocurrido. Uno que llega de la cámara de motores pregunta si han torpedeado un destructor ¡Ni se ha enterado que tenían encima tres grandes acorazados!

El U-331 se pone a navegar hacia el Norte. Cada diez minutos se oyen las explosiones de las cargas de profundidad que arroja el enemigo. Pero ya no les preocupan; el submarino, lentamente pero seguro, se escapa por las profundidades.

A las 2100, Von Tiesenhausen sale a superficie para comunicar por radio el torpedeamiento del acorazado, y regresa después a su zona de acecho.

El comandante y la dotación del U -331 tardaron bastante tiempo en enterarse de que el acorazado hundido era el Barham. El enemigo no hizo público su hundimiento hasta dos meses después.
Siurell
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No esta mal el acojone de quedar "con la torreta al aire" ante tres mastodontes :lol: :lol: :lol: :lol:

Y ahora si que acabo...

Imagen

John Turner...el cámara que grabó las imagenes de la explosion del Barham.

Saludos. :D

THE END.
Magnito
Oberleutnant zur See
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Enhorabuena, relatos como este son para quitarse el sombrero, no quiero parecer pelota pero tiene usted madera de historiador.
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