Mensaje anual del presidente de los EE.UU. al Congreso, el 6 de enero de 1942
Señor vicepresidente, señores miembros del Senado y de la Cámara de Representantes:
Al someterles mi informe sobre la situación en el país me enorgullece subrayar que el pueblo americano, jamás mostró tanto denuedo como hoy día, que la Unión nunca formó un bloque tan compacto, que nuestra nación jamás afrontó con resolución tan firme la espinosa tarea que se nos avecina... El pueblo americano ha respondido en el acto (a la agresión japonesa). Su respuesta se mantendrá en pie hasta que alcancemos, luchando, nuestra seguridad.
Hace exactamente un año dije a este mismo Congreso: «Cuando los dictadores decidan hacernos la guerra no esperarán a que se produzca un acto hostil por nuestra parte... Ellos, 'no nosotros, elegirán la fecha, el lugar y los métodos de ataque.» Ahora sabemos ya cuál es la fecha elegida: el 7 de diciembre de 1941..., una pacífica mañana dominical.
Sabemos qué lugar han elegido: una base americana avanzada en el océano Pacífico. Sabemos qué método han elegido: el método característico de Hitler.

El Japón se ha trazado un programa de conquistas que fue elaborado hace ya medio siglo. La política japonesa no tiene por única finalidad el afianzamiento de una zona vital. Sus planes comprenden el sometimiento de todos los pueblos en el Extremo Oriente y las islas del Pacífico, así como la dominación de este océano mediante el control militar japonés de la costa occidental americana desde el Norte hasta el Sur del continente.
Esa ambiciosa conspiración se desarrolló en tres etapas bien distintas: guerra con China en el año 1894, seguida por la ocupación de Corea, la guerra con Rusia de 1904, la fortificación ilegal del protectorado insular del Pacífico después de 1920, la ocupación de Manchuria en el año 1931 y la invasión de China en 1937.
Imitando su ejemplo, Italia ha practicado una política de transgresiones y conquistas. Los fascistas realizaron primero sus propósitos imperialistas en Libia y Trípoli. En 1935 conquistaron Abisinia. Su objetivo era el dominio de todo el norte de África, Egipto, parte de Francia y todo el espacio mediterráneo.
Pero los sueños imperialistas de los jefes japoneses y fascistas fueron muy modestos en comparación con las aspiraciones de Hitler y sus nacionalsocialistas, propias de un Gargantúa. Antes de su llegada al poder en el año 1933, habían elaborado ya los planes de conquista. Al hacer tales proyectos no pensaron en dominar una parte determinada del mundo, sino la Tierra y los mares de forma total y concluyente.
Todos esos planes de conquista se fundieron en uno solo cuando Hitler creó la alianza Berlín-Roma-Tokio. El papel del Japón en el marco de ese plan consistió en compaginar su programa de conquistas con el entorpecimiento de nuestro suministro de armas a Gran Bretaña, Rusia y China, pues este armamento contribuía a acelerar la derrota de Hitler. Se esperó que la agresión japonesa contra Pearl Harbour nos aturdiría por completo..., nos aterrorizaría de tal forma que a partir de ese punto retiraríamos del Pacífico toda nuestra potencia militar e industrial para aplicarla de lleno a la defensa de nuestro Continente. No nos hemos dejado intimidar ni desconcertar.
Esta asamblea del septuagésimo séptimo Congreso es buena prueba de ello, pues la atmósfera de serenidad y firme resolución reinante en esta sala no presagia nada bueno a esos conspiradores que parecen haberse confabulado para dar al traste con la paz mundial.
En el momento preciso debemos asestar y asestaremos, un golpe demoledor. Estamos a punto de unificar los esfuerzos bélicos de las naciones aliadas en un solo impulso contra el enemigo común. Ese fue el objeto de las conferencias celebradas durante las dos últimas semanas en Washington, Moscú y Chung-King. Y es también el objetivo fundamental previsto en la declaración de solidaridad firmada en Washington el 1 de enero de 1942, por veintiséis naciones, para expresar su oposición a las potencias del Eje. En Washington y otras capitales se ha elaborado una serie de planes para asegurar la colaboración entre las naciones aliadas y coordinar sus diversas acciones en los terrenos militar y económico.

Por lo que se refiere al escenario de la guerra en el sudoeste del Pacífico, ya hemos designado un mando unificado para las fuerzas combatientes de tierra, mar y aire. Proseguirán las conferencias y consultas de los Estados Mayores a fin de poder ajustar cada plan y cada operación a una estrategia general que tiene por única finalidad el aniquilamiento del adversario. No queremos hacer guerras aisladas en las que cada país siga su propio camino. Las veintiséis naciones no se asocian tan sólo en función de una firme determinación, sino también para cooperar en todas las fases de !a táctica general.
Por primera vez desde que iniciaron su sangrienta guerra de conquistas, los japoneses, los fascistas y los nazis se enfrentan con el hecho irreversible de que fuerzas muy superiores empiezan a agruparse lentamente para marchar contra ellos. Ya pasaron los días en que el agresor asaltaba a sus víctimas, una tras otra, y las aniquilaba a placer sin encontrar ninguna resistencia organizada. Nosotros, desde los Estados Unidos, distribuiremos nuestras uerzas de forma que podamos enfrentarnos con el enemigo allí donde se le pueda causar mayor daño.
Los belicistas de Berlín y Tokio han desencadenado esta guerra. Pero las entusiastas fuerzas de una Humanidad unida terminarán con ellos. Destruir los emporios materiales y espirituales de la civilización : tal es el propósito de Hitler y sus peones italiano y japonés. Se proponen quebrantar el poder del Imperio británico, Rusia, China y Holanda, y concentrar a continuación todas sus fuerzas para alcanzar el objetivo final: la conquista de los Estados Unidos.
Saben que nuestra victoria equivale a la victoria de la libertad.
Saben que nuestra victoria equivale a la victoria de las instituciones democráticas... la familia como concepto ideal, los principios sencillos y universales de la decencia y el humanitarismo. Saben que nuestra victoria equivale a la victoria de la Religión.
Y eso es algo que no pueden tolerar. El Mundo es demasiado pequeño para poder ofrecer simultáneamente a Hitler y a Dios suficiente «espacio vital». Por ello, los nazis han anunciado su propósito de imponer al mundo entero la nueva religión alemana y pagana... y con ese plan se aspira a remplazar las Sagradas Escrituras y la Santa Cruz con el «Mein Kampf», la cruz gamada y la espada desenvainada
Nuestros objetivos son de una diáfana claridad: aplastar al militarismo, ese instrumento de los belicosos déspotas para esclavizar a sus pueblos; liberar a las naciones sojuzgadas; implantar y asegurar en todo el mundo la libertad de palabra y de religión, y desterrar de él la miseria y el terror.
No nos detendremos hasta llegar a esas metas; es más, no nos contentaremos con alcanzarlas y regresar después a casa. Si afirmo que esta vez estamos decididos no sólo a ganar la guerra, sino también a salvaguardar la paz resultante de esa guerra, sé que estoy hablando en nombre del pueblo americano, y tengo razones para suponer que lo hago también en nombre de todas las naciones cuyos pueblos luchan a nuestro lado. Pero los métodos modernos de la estrategia ya no consideran la guerra como un problema de duelos artilleros y evoluciones tácticas, sino que requieren aportaciones apremiantes a las fuerzas laborales y a la producción.
Para lograr la .victoria se necesita material de guerra y medios adecuados de transporte, a fin de que ese material llegue a doce frentes de combate por lo menos. En los Estados Unidos debemos conseguir que la producción sobrepase en mucho las cifras actuales, aunque ello acarree a millones de nuestros compatriotas grandes alteraciones en su vida privada y en su ocupación. Hemos de superarnos en el frente común de la producción. Y que nadie diga que eso es imposible. Así ha de ser y nos hemos propuesto hacerlo.

«Los trabajadores de las fábricas de armamento están dispuestos a incrementar su producción...»
En este sentido acabo de enviar por escrito las directrices pertinentes a aquellos departamentos y puestos oficiales del Gobierno a los que compete, con instrucciones para tomar inmediatamente las siguientes medidas:
Primero:
Acelerar el ritmo de producción en nuestra industria aeronáutica de modo que el año 1942 salgan 60.000 aviones de nuestras fábricas, es decir, 10.000 más de la cifra propuesta como tope hace año y medio. Entre esos aparatos habrá 45.000 de combate. Esa gradación seguirá su curso ascendente con objeto de que el siguiente año, 1943, se fabriquen 125.000 aviones, de los cuales 100.000 serán militares.
Segundo:
Nuestra producción de tanques se incrementará a un ritmo tan rápido que en el año 1942 se fabricará una serie de 45.000 unidades, y la aceleración proseguirá de modo que al siguiente año, 1943, sean 75.000 los tanques fabricados.
Tercero:
Nuestra producción de cañones antiaéreos aumentará a un ritmo tan rápido que en el año 1942 se fabricará una serie de 20.000 unidades, y la aceleración continuará de modo que al siguiente año, 1943, sean 35.000 las piezas antiaéreas fabricadas.
Cuarto:
Nuestra producción de buques mercantes se ha de incrementar en tal medida que el año 1942 podamos construir 8.000.000 de toneladas de desplazamiento en rosca, cifra considerable comparada con el millón de toneladas del año 1941. Y proseguiremos ese curso ascendente para construir al siguiente año, 1943, 10.000.000 de toneladas.
Toda la producción de material de guerra depende de los hombres, manos y cerebros humanos a los que solemos denominar de un modo genérico fuerza laboral o clase obrera. Nuestros obreros están dispuestos a trabajar muchas horas, a aumentar la producción cuanto sea necesario, a mantener en marcha las poleas y atizar los fuegos durante veinticuatro horas al día y siete días a la semana. Comprenden muy bien que la vida de sus hijos y hermanos en los frentes de batalla depende de la presteza y efectividad en su trabajo.

Toda la producción de guerra se basa en los metales y materias primas: acero, cobre, caucho, aluminio, zinc, estaño... Cada vez se habrá de emplear mayores cantidades de esas materias primas para fines de guerra. Su aplicación en empresas privadas se reducirá progresivamente y en muchos casos desaparecerá por completo. Una guerra cuesta dinero. Se puede decir que hasta ahora apenas nos hemos ocupado de los pagos. Sólo hemos destinado el 15 por ciento de nuestra renta nacional al capítulo de la defensa. Mañana se hará público mi mensaje presupuestario, y en él se verá que nuestro programa de guerra para el próximo año económico requiere un desembolso de sesenta y cinco mil millones de dólares, o, para expresarlo con otras palabras, más de la mitad de nuestra renta nacional anual.
Ello implica impuestos y préstamos, préstamos e impuestos. Ello significa que se ha de renunciar a los lujos y a otras cosas superfluas. Significa en una palabra, guerra «total», a la que cada individuo y cada familia de este país han de contribuir con su esfuerzo. Esa escala total de producción es lo único que puede acelerar el día de la victoria total y definitiva. Todo es cuestión de velocidad. Siempre puede reconquistarse el terreno perdido..., pero jamás el tiempo perdido.
Hemos de estar alerta si queremos salir al paso de todo conato de desunión en nuestros propios círculos y en el ámbito de las naciones aliadas. Debemos, particularmente, mantenernos al acecho y salir al paso de los prejuicios raciales en todas sus aborrecibles formas. Hitler intentará nuevamente sembrar suspicacias y recelos para enfrentar a los individuos y a los grupos entre sí, a las razas y a los Gobiernos. Intentará emplear la misma técnica de falsedades y rumores alarmistas con que ha enemistado a Francia y Gran Bretaña.
Ya pretende hacerlo ahora con nosotros. Pero esta vez tropezará con una voluntad unitaria y un afán unitario que permanecerán inalterables hasta el día en que la independencia y la seguridad de los pueblos universales hagan zozobrar sus tenebrosos planes.

No podemos conducir esta guerra con una mentalidad defensiva. Tan pronto como lleguemos a la movilización completa de nuestras fuerzas y de nuestros recursos, pasaremos al ataque en campo enemigo..., batiremos al adversario una vez y otra en los lugares y las fechas que más nos convengan para enfrentarnos con él. Debemos alejarlo de nuestras costas, pues tenemos la intención de ir a buscarlo en su propio suelo.
Las Fuerzas Armadas americanas ayudarán a proteger nuestro hemisferio y aquellos puntos fuera de él que otros puedan aprovechar para atacar a los países americanos.
Si alguno de nuestros enemigos en Europa o Asia acometiera la arriesgada empresa de atacarnos con aviones bombarderos de gran autonomía tripulados por «pilotos suicidas», tened la seguridad de que sólo lo haría con la esperanza de aterrorizar a nuestro pueblo y quebrantar nuestra moral. Tal posibilidad no amedrenta a la población americana.
Sabemos que tal vez habremos de pagar un alto precio por nuestra libertad. Pero por muy elevado que sea ese precio, la libertad será siempre mil veces más valiosa. En su desesperación, el enemigo intentará posiblemente dañarnos de algún modo; sin embargo, por dura que sea esa penalidad diremos siempre, a ejemplo de los londinenses: «Podemos resistirlo». Y no sólo eso; sabremos resarcirnos con creces; sí, nos resarciremos con intereses.
Muchos preguntan: «¿Cuándo terminal' esta guerra?» Sólo hay una respuesta a eso. Su conclusión depende de la prisa que nos demos en conducirla hasta el fin con nuestros esfuerzos combinados, con nuestra fuerza y nuestra resolución combinadas, luchando y trabajando sin descanso hasta el fin..., hasta el fin del militarismo en Alemania, Italia y el Japón. No nos daremos por satisfechos con nada que no sea eso.

Ese fue el espíritu de las conversaciones que sostuvimos durante la visita del primer ministro británico a Washington.
Churchill y yo hemos llegado a un mutuo entendimiento sobre nuestros respectivos motivos y propósitos. En las dos últimas semanas hemos examinado atentamente los problemas económicos y militares más acuciantes de esta gran guerra mundial, la mayor de todas las conocidas. Combatimos en las filas del pueblo inglés, que sigue luchando solo a lo largo de terribles meses y resiste al adversario con coraje, perseverancia y habilidad.
Combatimos en las filas del pueblo ruso, que ve llegar en avalancha a las hordas nazis hasta las puertas de Moscú, y, mostrando una voluntad y un valor casi sobrehumanos, consigue rechazar al invasor.
Combatimos en las filas del bravo pueblo de China, que viene soportando bombas y hambre durante cuatro años y medio, y a despecho de su manifiesta inferioridad frente al equipo y armamento japonés castiga repetidamente al enemigo.
Combatimos en las filas de los indomables holandeses.
Combatimos en las filas de los restantes Gobiernos exilados, cuyos pueblos Hitler no logra subyugar, pese a la intervención de todos sus ejércitos y a las bandas de la Gestapo. Nosotros, los países aliados, no sacrificamos tantos
esfuerzos humanos, tantas vidas humanas, para retornar a aquel mundo en que vivimos después de la anterior guerra mundial.
Hoy luchamos por la seguridad, el progreso y la paz, no sólo para nosotros sino para todos los hombres, no sólo por una generación sino por todas. Luchamos para desterrar del mundo viejos males y sufrimientos.
Nos esforzamos en permanecer fieles a la herencia divina. Luchamos, a ejemplo de nuestros padres, para que siga vigente el precepto de que todos los seres humanos son iguales ante Dios. Los otros intentan por todos los medios destruir esa fe tan profundamente arraigada y crear un mundo a imagen y semejanza suya..., un mundo de tiranía, crueldad y esclavitud.
Esa es la lucha que ahora gobierna noche y día nuestras vidas. Semejante lucha no puede concluir con un compromiso. Jamás ha habido ni habrá un compromiso fructífero entre el bien y el mal. Los campeones de la tolerancia y la decencia, de la libertad y la fe, sólo pueden hallar su recompensa en la victoria absoluta.