Con motivo de las elecciones europeas vi en la televisión a un caballero de “Cádi´” al que le preguntaban si se sentía europeo. El caballero sostenía que él no tenía nada que ver con un ucraniano y sin embargo se sentía muy cercano a los marroquíes del otro lado del Estrecho (vaya, igualito que el Mendas, ¿cómo era, “moros p….”?

). Respetando todas las opiniones yo pienso que si el caballero dejase el pescaito y el fino y se animase a recorrer los miles de kilómetros que le separan de Kiev o de Erevan, descubriría que el camino se le hacía harto conocido mientras que los escasos kilómetros del Estrecho quizá se le convertirían en un foso más profundo de lo que a él le parece.
El mapa me recuerda de un modo muy gráfico lo que un europeísta convencido llamaba “los dos pulmones de Europa”. Según esta imagen Europa tiene dos pulmones, uno sería la tradición occidental o latina representada en el mapa por la Catholic Church y su derivación la Protestant Europe (incluidos los English Speaking, categoría que tampoco parece encajar muy bien en el mapa) y la otra sería la herencia oriental que hunde sus raíces en la ortodoxia cristiana y en el mundo greco bizantino y que desde luego es más antigua en términos históricos que el comunismo. En 2001 Armenia celebró los 1700 años de su conversión al cristianismo, mientras que en 1988 tanto la Iglesia Ortodoxa Rusa como la Ucraniana celebraron el milenario de la conversión de Vladímir el Grande, quien al contraer matrimonio con la hermana del emperador Basilio II, se bautizó, adoptando oficialmente la religión del Imperio Bizantino como religión estatal para el reino de la Rus de Kiev.
No debemos olvidar que hay una segunda raíz de Europa, una Europa que no es la del Oeste, que no es la Europa occidental. En Bizancio, el Imperio Romano, había resistido las tempestades de las invasiones bárbaras y la invasión islámica. Bizancio se entendía a sí mismo como la auténtica Roma; de hecho aquí el Imperio no había sucumbido, por lo que también se mantenían sus pretensiones sobre la mitad occidental del mismo. También este Imperio Romano de Oriente se extendió hacia el Norte, hacia el mundo eslavo, y creó un mundo propio, greco-romano, que se distingue de la Europa latina de Occidente por poseer otra liturgia, otra constitución eclesiástica, otra escritura y por haber renunciado al latín como lengua común de cultura.
Pero hay, sin duda, bastantes elementos de cohesión que podrían hacer de los dos mundos un continente común. En primer lugar, la herencia común de la Biblia y de la Iglesia antigua, que, por lo demás, en ambos mundos se remite a un origen que está fuera de Europa, en Palestina, Además, la idea común de imperio, la concepción básicamente común de la Iglesia y, por tanto, también la comunidad de concepciones jurídicas e instrumentos legales fundamentales. Finalmente, habría que mencionar el monacato que, en medio de las grandes conmociones de la Historia, siguió siendo soporte esencial no sólo de la continuidad cultural, sino sobre todo de los valores religiosos y morales básicos de la orientación última de la vida del hombre, y que como fuerza prepolítica y suprapolítica, se convirtió también en vehículo de los renacimientos que una y otra vez se hicieron necesarios.
La diferencia fundamental que pervive entre el Oriente y el Occidente europeo más allá de las circunstancias actuales que intenta recoger el mapa es histórica y cultural y tiene una base religiosa: En Bizancio, el Imperio y la Iglesia aparecen casi identificados entre sí; el Emperador es también la cabeza de la Iglesia. Se considera vicario de Cristo, y enlazando con la figura de Melquisedec, que era rey y sacerdote a un tiempo, ostenta desde el siglo VI el título oficial de «rey y sacerdote».
Como, por su parte, el Imperio, desde Constantino, había abandonado Roma, en la antigua capital imperial pudo desplegarse la independencia del obispo romano como sucesor de Pedro y cabeza de la Iglesia. Desde el principio de la era constantiniana, en Roma se enseñó que había una dualidad de poderes. El Emperador y el Papa tienen plenitud de facultades, pero separadas: ninguno de los dos dispone de todas. Con ello se introduce una separación y diferenciación de poderes que alcanzó la mayor importancia para el ulterior desarrollo de Europa y, por así decirlo, sentó las bases de lo específicamente occidental, con la sola excepción de algunas iglesias nacionales de la Reforma protestante.
Tras la caída de Constantinopla, llegó a su fin la cultura greco-cristiana, «europea», de Bizancio. Con ello amenazaba con desaparecer una de los pulmones de Europa, pero la herencia bizantina no había muerto. Moscú se declaró a sí misma «tercera Roma», constituyó su propio patriarcado basándose en la idea de una segunda translatio imperii y se presentó como una nueva metamorfosis del Sacrum Imperium, como una forma propia de ser Europa y, sin embargo, seguía vinculada a Occidente y se orientaba cada vez más hacia él, hasta que finalmente Pedro el Grande trató de convertirla en un país occidental. Este desplazamiento hacia el Norte de la Europa bizantina trajo consigo que las fronteras del continente se ensancharan entonces también hacia el Este. La fijación del límite de los Urales como frontera es absolutamente arbitrario, pero en cualquier caso el mundo al Este de ellos fue convirtiéndose cada vez más en una especie de patio trasero de Europa; no es Asia ni Europa; pero estaba esencialmente conformado por la personalidad europea aunque sin ser él mismo parte de esa personalidad: era objeto y no titular de su historia. Quizá es eso lo que define la esencia de un status colonial.
Así pues, en lo que respecta a la Europa bizantina, no occidental, a comienzos de la Edad Moderna podemos hablar de un doble proceso. Por una parte, está la extinción del antiguo Bizancio, y de su continuidad histórica respecto al Imperio Romano; por otra, esa segunda Europa obtiene con Moscú un nuevo centro y extiende sus fronteras hacia el Este, para levantar finalmente en Siberia una especie de avanzadilla colonial.
Europa no es una construcción geográfica sino que es histórica, cultural y en buena parte religiosa. Fuera de esta distinción entre el poder religioso y el político que conforma la diferencia mayor entre el occidente y el oriente europeo existe una base común enorme que constituye una riqueza de la que la Europa occidental no puede ni debe prescindir, y aunque como dice el camarada Leovigildo, la Europa oriental mira hacia Rusia, también es cierto que mira hacia occidente, a veces con una mirada suplicante que las razones estratégicas de Rusia no deberían empañar, pero de eso hablaré en el próximo post….