FUEGO INTERIOR TERREMOTOS CIENCIA ESPAÑOLA S XVIII

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FUEGO INTERIOR TERREMOTOS CIENCIA ESPAÑOLA S XVIII

http://www.ub.es/geocrit/geo27-28.htmÍNDICE

ORGANICISMO Y FUEGO INTERIOR Parte I

La tradición platónica
Las teorías sobre el mundo subterráneo
El eco de Kircher en el movimiento novador
Organicismo y mundo subterráneo en la primera mitad del setecientos
El desvanecimiento del organismo clásico

VOLCANES Y TERREMOTOS

La opinión tradicional
Temblores catastróficos en el setecientos: y preocupación por sus causas
Combustión y explosión como causa de los terremotos
Pervivencia de Kircher y Aristóteles a mediados del siglo XVIII
Los terremotos y la virtud eléctrica
Bibliografía



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ORGANICISMO, FUEGO INTERIOR Y TERREMOTOS EN LA CIENCIA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVIII

Por Horacio Capel

El éxito de la obra de Kuhn ha contribuido a dirigir la atención de los historiadores de la ciencia hacia el nacimiento de nuevas concepciones, hacia la modificación de paradigmas y hacia las revoluciones científicas, descuidando en cambio el tema de las continuidades, del mantenimiento de antiguas ideas y de su permanencia dentro de los nuevos paradigmas. Sin negar el gran interés que tienen y lo extraordinariamente fructíferas que han sido las tesis de Kuhn y la polémica suscitada por las mismas, hay que reconocer que lo que sorprende a veces en la historia de la ciencia no es tanto el cambio y la renovación, sino precisamente lo contrario, la persistencia de viejas ideas, que con frecuencia se descubren en las nuevas concepciones bajo ropajes insospechados, pero sin que al examen atento puedan ocultar su parentesco o dependencia respecto a antiguas raíces.

La historia de las ciencias de la tierra está llena de estas continuidades, que a veces se prolongan sin interrupción desde la antigüedad clásica hasta tiempos muy avanzados de la edad moderna y que, en ocasiones, vuelven a descubrirse incluso en las nuevas interpretaciones científicas que se proponen a fines del siglo XVIII.

La tenaz supervivencia de viejas ideas solo puede entenderse si se las pone en relación con poderosas corrientes de pensamiento que a veces hunden sus raíces en la más remota antigüedad y que han sido luego alimentadas por movimientos científicos o filosóficos extraordinariamente ricos y complejos. Este es el caso del organicismo, esa interpretación! global de la estructura terrestre que parte de la analogía entre el hombre y el mundo concebido como un «organismo». El origen de esta analogía se encuentra en las relaciones de semejanza entre microcosmos y macrocosmos, difundidas en el mundo occidental por la filosofía platónica y neoplatónica y por las corrientes alquímico-herméticas, cuyos ecos han perdurado hasta bien entrado el siglo XVIII. Es en esas tradiciones, sobre todo, donde hay que buscar las raíces de una influyente concepción del mundo que, renovada con características diferentes en el siglo XIX, se prolongó hasta nuestros días, e impregna todavía el pensamiento de fuertes imágenes, llenando nuestro lenguaje cotidiano y científico de innumerables metáforas.

Con la filosofía neoplatónica y con la tradición alquímico-hermética está también relacionada la importancia atribuida al sol y al fuego en la generación de los fenómenos y en la constitución interna de la tierra, concepción que, en este último aspecto, alcanza su más acabada formulación en la obra del padre! Kircher y que influye en la ciencia española del siglo XVIII a través de múltiples y diversas vías. La acción del fuego subterráneo se convirtió en un elemento fundamental en la interpretación de la estructura interior de nuestro planeta, constituyendo un factor básico para la explicación de las causas de un cierto número de fenómenos terrestres. En particular, se convirtió en un elemento esencial para la interpretación del origen de terremotos y volcanes, combinándose con una vieja tradición aristotélica y estoica que atribuía la causa de los mismos a las exhalaciones o al viento interior. Estas interpretaciones fueron las dominantes durante la mayor parte de la edad moderna, hasta el nacimiento a mediados del setecientos de otras explicaciones relacionadas con lo que podríamos llamar el paradigma eléctrico, de gran prestigio a mediados de dicho siglo. El estudio de todas estas cuestiones constituye un interesante capítulo de la historia de las ciencias de la tierra, y de la historia del pensamiento científico español, y a él pretende contribuir el presente trabajo.

ORGANICISMO y FUEGO INTERIOR

La tradición platónica

La búsqueda de interpretaciones globales sobre la estructura del mundo terrestre encontró tempranamente un camino mediante el examen de las analogías existentes entre los organismos vivos y el «organismo» terrestre. Esta concepción organicista, que tanta trascendencia llegaría a alcanzar a lo largo de la historia de la ciencia, permitía una comprensión satisfactoria de muchos fenómenos naturales de nuestro planeta, los cuales pasaban a explicarse en términos de la fisiología y patología del hombre y otros seres vivos. La piedra angular de dicha concepción es la afirmación de que el cuerpo humano y el mundo terrestre son semejantes en todo, y que del examen del uno podemos inferir el funcionamiento del otro. Es la idea que en 1748 expresaba así D. Diego de Torres y Villarroel:


«este cuerpo terráqueo tiene una maravillosa semejanza con el Mundo pequeño del hombre, y no hay contenido en el uno que no se encuentre con poca alteración en el otro, sin otra diferencia sensible que la de la quantidad y la figura; pero su materia, sus órganos, su economía, sus achaques y sus movimientos son tan parecidos, que bien examinados los de un cuerpo se hallará nuestro discurso con un claro conocimiento del otro» 1.


Frente a la concepción mecanicista surgida con la revolución científica del XVII y que tendía a explicar el mundo en términos de mecanismos medibles y cuantificables semejantes a los de una máquina artificial, la concepción organicista - mantenida sin interrupción durante casi toda la edad moderna - representaba una antigua corriente de pensamiento cuya difusión en la Europa cristiana está ligada, sobre todo, a la filosofía platónica y neoplatónica.

Como tantas otras concepciones básicas de la cultura europea, el origen de esta idea se remonta a la época clásica y tiene raíces presocráticas y orientales. La analogía entre el universo, o «macrocosmos», y el pequeño mundo del hombre, o «microcosmos», fue desde época presocrática un lugar común en la literatura y en la ciencia griega, postulándose un sistema de correspondencias diversas que se extendían desde el número de elementos de uno y otro mundo (por ejemplo, siete o cinco elementos en cada caso, según algunas interpretaciones), hasta la similitud de órganos y funciones 2. La analogía se enriqueció luego en el Timeo de Platón, esa especie de

«afirmación iluminada» 3, en que culmina la cosmología y la antropología platónica y en donde el filósofo ateniense afirma que «el mundo es realmente un ser vivo,
provisto de un alma y de un entendimiento» 4. Estas analogías fueron también usadas por los estoicos y aparecen luego en el mundo latino en autores como Cicerón - autor de una traducción latina del Timeo - y Séneca. Este último en sus Quaestiones Naturales escribe; «ora sea animado el mundo, ora sea un cuerpo regido por la naturaleza como los árboles, como los sembrados, encerrado en él late el germen de todo lo que debe hacer, de todo lo que debe padecer desde su nacimiento hasta su muerte», añadiendo que igual que «en el semen está comprendida la razón de todo lo que será el hombre futuro», así también en el mundo está contenida toda su evolución desde sus comienzos 5. En otro lugar, al plantearse Séneca el problema, para él fundamental, de la forma como el aire penetra en la tierra, da su respuesta comparando con lo que sucede en el cuerpo del hombre; de esta manera se situaba en esa tradición estoica que bajo la influencia de médicos como Erasístrato había desarrollado analogías orgánicas aceptando que la tierra posee canales por donde circula el pneuma vivificante, al igual que ocurre en el cuerpo humano 6.

Conviene advertir aquí que en el empleo de analogías orgánicas es preciso distinguir grados de intensidad, que pueden suponer posiciones filosóficas diferentes. El razonamiento analógico es, desde luego, un hábito bastante común de la investigación científica, y permite explicar por analogía con los fenómenos que se conocen directamente aquellos otros que no pueden ser fácilmente aprehendidos por estar lejos de nuestro alcance. En este sentido las analogías orgánicas han podido ser usadas en la época clásica por autores muy diversos, aunque ello no suponga necesariamente la aceptación del sistema global de correspondencias entre microcosmos y macrocosmos. Es lo que ocurre con Aristóteles. En diversos pasajes de sus obras este filósofo usa laxamente de analogías orgánicas 7, pero ello más como una metáfora o como forma de razonamiento analógico que como aceptación de una simpatía o solidaridad más profunda. La prueba de ello es que el mismo autor llega incluso a criticar explícitamente el abuso de esta forma de explicación científica, cuando le parece que alguien se excede con ella 8. La correspondencia microcosmos - macrocosmos que algunos durante la edad media creyeron encontrar en la tradición aristotélica, y que fue usada por la astrología judiciaria, tiene un sentido totalmente diferente ya que, en todo caso, se refiere a una vinculación entre el mundo sublunar y el superior, y además no es seguro que siempre haya sido correctamente interpretada 9.

En realidad, es en la tradición filosófica del platonismo donde hay que buscar las raíces de la influyente concepción organicista. El cristianismo, que tan bien supo asimilar la tradición platónica, aceptó el sistema de correspondencias entre microcosmos, entendido como mundo del hombre, y macrocosmos, entendido como el conjunto del universo, el cual aparece usado y repetido por los padres de la iglesia y, luego, en la tradición agustiniana. Durante la edad media, el platonismo pervivió en el pensamiento europeo a través de Cicerón, de Boecio, de Ibn Gabirol y, sobre todo, de San Agustín 10. Dos líneas diferentes pueden distinguirse dentro del platonismo en la tradición medieval: la que lleva a la contemplación de mundos inteligibles fuera de la realidad física y que a través de la introspección, es decir del alma, llega a una intelección de la naturaleza y encuentra a Dios; y la que conduce a la contemplación del mundo físico producido por el plan creador de la divinidad 11. Es dentro de esta última línea, ligada a la interpretación cristiana del Timeo, e influyente en la escuela de Chartres durante el siglo XII, que puede insertarse la aparición de la concepción organicista. El mundo físico, en su totalidad, se concibe en ella como un todo viviente y orgánico, con relaciones de simpatía entre sus partes y lazos estrechos con los cielos y con los elementos inferiores 12. Estas relaciones y lazos mutuos permitían por primera vez al occidente cristiano elaborar una interpretación física coherente del universo, y tenía una serie de consecuencias que alcanzaban a campos diversos del saber. En particular, la relación entre los cielos y el cuerpo humano y la constitución del hombre a base de elementos simples suponía una trasformación de la Medicina, ya que el médico solo podía realmente curar si poseía conocimientos amplios, incluyendo los astronómicos y alquímicos. La razón de ello radica en que estas amplias relaciones aceptadas entre todas las partes del universo exigían que la comprensión de lo que ocurre en el microcosmos humano se hiciera a partir de una concepción cosmológica más amplia, en la que la astrología y la alquimia tenían mucho que decir. Se comprende así la coincidencia de la física platónica y de la astrología y alquimia árabes realizada en la edad media, y el desarrollo que todo ello tendría en el Renacimiento. En cualquier caso, debe advertirse que esta interpretación físico-astrológica suponía - como ha señalado T. Gregory - un avance importante, ya que con ella la causalidad directa no se remitía a Dios sino a los astros, con lo que se abría el camino para interpretaciones naturales separadas de la teología.

Otra característica de la tradición platónica medieval merece también destacarse. Se trata del importante papel que en ella desempeña el sol en el cosmos y en la generación de las cosas terrenas. El sol, y el fuego, se convierten en el «spiritus vitalis» en «quasi artifex et efficiens causa», y por consiguiente en un principio activo fundamental para la explicación física del mundo. La fílosofía platónica al resaltar el papel del sol y del fuego enlazaba con la física pitagórica y estoica y con una tradición médica que también lo consideraba principio de vida y fuerza natural original 13.

Se comprende con todo lo dicho que durante el Renacimiento platonismo y alquimia se avinieran bien. Mientras que las corrientes platónicas volvían a insistir, entre otras cosas, en la unidad profunda del cosmos y en las relaciones de semejanza y solidaridad entre sus partes, magos y alquimistas con su ciencia mística y oculta utilizaban también esas relaciones de correspondencia articulada entre microcosmos y macrocosmos para perseguir los secretos de la naturaleza y asignaban al fuego un papel esencial en sus experiencias transmutatorias y en la purificación de las sustancias. La figura de Paracelso, y en general toda la tradición hermética - la que se remite a la mítica figura de Hermes Trimegisto 14 - deben citarse aquí, siendo evidente en la actualidad la relación entre ellas y las corrientes platónicas y neoplatónicas 15. En Paracelso - pero también en Cardano, en Gilbert, en Porta - alcanza su más acabada expresión ese mundo de la semejanza y la similitud tan bien caracterizado por Michel Foucault en Las palabras y las cosas 16 que caracterizaría - en contra de lo que él deja entender - no a todo el siglo XVI, sino sobre todo a esa corriente de pensamiento que se relaciona con la tradición platónica y Con la obra de los alquimistas árabes.

Como es sabido, la filosofía platónica fue conocida e influyente en la España del renacimiento, donde autores como Leon Hebreo, Juan de Valdes o Miguel Servet se insertan claramente en esta tradición 17. La figura de este último autor es particularmente interesante por su actividad geográfica como editor de Ptolomeo 18. Una parte importante del pensamiento español del renacimiento y siglo de oro está impregnado por corrientes de pensamiento en las que se afirmaba la solidaridad entre microcosmos y macrocosmos, tema que en la literatura alcanza ahora alguna de sus más relevantes formulaciones 19. Las cuales tienen su paralelo en la ciencia de la época, donde no es difícil encontrar planteamientos semejantes, que afirman la correspondencia entre el pequeño mundo del hombre y el macrocosmos. Correspondencia que por citar un ejemplo, es claramente expresada por el catedrático de matemáticas de la Universidad de Valencia, cuando en 1677 escribía en su Astronómica curiosa: «al hombre llaman los filósofos mundo pequeño, por resplandecer en él todas las propiedades que se hallan en el universo, como altamente notó San Gregorio el Grande, esto es elementares, parte corruptible, e incorruptible, viviente, senciente e inteligente» 20, para inmediatamente después unir esta afirmación a una interpretación organicista de la tierra, en la que distingue entrañas, venas y arterias.

Durante el siglo XVII la línea platonizante y hermético - alquímica se refleja, por ejemplo, en obras de tanta importancia como el Arte de los Metales (1640) del sacerdote onubense Alonso Barba, la cual si por un lado, presenta rasgos claramente modernos por su utilización del método experimental para introducir mejoras en el beneficio de los metales, por otro, ofrece, sin embargo, no pocos caracteres que le emparentan con la tradición alquímica y hermética, y que hasta ahora no han sido debidamente resaltados. El análisis de esta obra puede contribuir a aclarar nuestra argumentación.

La aportación esencial de la obra de Barba consiste en la exposición detallada de los métodos de beneficio de los metales, realizada a partir de su conocimiento y experiencias en las minas de Potosí. El éxito del sistema por él descubierto des - de 1610 para el beneficio de la plata en caliente, o sistema del cazo, le llevó a escribir su libro en el que expone el método común de beneficio de la plata por azogue (libro II), el beneficio del oro, plata y cobre por cocimiento (libro III), el beneficio por fundición (libro IV) y el sistema para refinarlos y separar unos metales de otros (libro V). Son estas aportaciones las que hicieron del Arte de los metales un hito importante en la historia de la metalurgia, atestiguado por las numerosas ediciones que se hicieron en ese siglo y en el siguiente 21.

A pesar del nuevo espíritu científico que reflejan sus observaciones y experimentos, Barba aceptó numerosas ideas anteriores sobre la constitución y generación de los minerales, muchas de ellas de raíz claramente alquímica. Barba clasifica los minerales en tierras, jugos (como la caparrosa, el alumbre, la sal...), piedras (preciosas, mármoles, pedernales,…) y metales, dando datos en el libro I de su obra sobre su reconocimiento, propiedades y disposición de todos ellos. También se preocupa de su origen, y en este punto acepta plenamente las ideas acerca de la generación de los minerales y de la existencia del líquido petrificante, que aparecían ya en Avicena, según reconoce el mismo Barba, y en el Lapidario de Alfonso X el Sabio 22. Sobre la generación de las piedras considera que «no puede ponerse en duda en que haya alguna virtud activa que engendre y haga las piedras, como las hay para todas las demás cosas generales, y corruptibles del Universo», aunque señala que esta virtud «es dificultosísima de conocer por no tener lugar determinado su generación, pues en el aire, en las nubes, en la tierra, en el agua y en los cuerpos de los animales vemos que se engendran las piedras» 23. Las piedras, según él, se generan a partir de los jugos, los cuales deben ser tenaces y viscosos «porque a no serio, evaporada la humedad con el calor, no quedará unida, sino hecha polvo y tierra la materia». Lo que luego sería la importante disputa de los fósiles aparece apuntada en su obra, dándose una explicación a las observaciones que en este sentido ya se iban reuniendo; la naturaleza del líquido convertía en piedra cualquier objeto poroso que atravesara, y por ello «se han visto en varias partes árboles enteros, partes y huesos de animales convertidos en durísimo pedernal», citando en apoyo de esta idea algunas petrificaciones observadas en América 24.

Barba utiliza explícitamente en su obra argumentos alquímicos. Así con referencia al problema de la formación de los metales expone, además de la de los filósofos y del vulgo, la opinión de los alquimistas, que conceden gran importancia a los rayos del sol en su generación y acepta la idea de la trasmutación de los metales a partir de esta fuerza. Según esta opinión, los rayos del sol calientan la tierra la cual «quemada así por largo tiempo se convierte en otra substancia también térrea»; a su vez, «esta tierra así quemada, mezclada y cocida con el agua se tras muta en otra especie que contiene en sí algo de la substancia de Sal y Alumbre» 25.

El sol y el calor se convierten así en Barba en fuerzas esenciales en el proceso de transformación de los metales - y es seguro que esta idea influyó en las experimentaciones que le llevaron al descubrimiento del sistema del cazo, y quizás fue a su vez reforzada por el éxito del mismo. Calor y frío combinados explican la formación de los metales. En el capítulo dedicado a exponer la causa eficiente y formal de los metales (lib. I, cap. XX) Barba considera que la causa próxima

«usa como de instrumentos de las calidades elementales, y especialmente del calor, y frío en la generación de los metales: con el calor mezcla uniformemente lo térreo con lo húmedo, que es la materia de que se componen: cuécelo, y lo digiere, y espesa, y con el frío lo endurece y quaxa, en forma de metal, más o menos perfecto, según la mayor o menor pureza, que halló en la disposición presente de la materia» 26.

La acción hidrotermal explica, a su vez, la formación de los filones, como resultado de la fuerza combinada de un calor interior y de otro astral o exterior: «las peñas en que se crían de ordinario los metales, que llamamos cajas, sirven de conductos por donde se encamina y une la virtud del calor subterráneo y el de los astros», mediante el cual se excitan los vapores, se dispone, mezcla y purifica la materia de que se «crían» sin permitir que se desvanezca por ninguna parte 27.

Debe advertirse que las ideas que Barba expone acerca de la constitución y generación de los metales en el libro primero de su obra, no eran una simple introducción teórica sino que están estrechamente ligadas a sus innovaciones técnicas y facilitaron realmente el basamento sobre el que éstas se realizaron. Alquimia e innovación tecnológica ligada a la experimentación están en Barba íntimamente unidas, y fue sin duda a partir de creencias alquímicas sobre la transmutación de los metales y sobre el papel del calor y de la humedad en este proceso que llegó a su hallazgo fundamental del sistema de beneficio por cocimiento. Como él mismo dice al describir el descubrimiento del sistema del cazo, cuando estaba realizando experimentos sobre los métodos usados para «quaxar el Azogue», decidió hacerlos en una vasija de cobre, por no tener a mano una de hierro; al no obtener e! resultado que esperaba le añadió, «tentando», algunos materiales, y entre ellos metal de plata molido, «pareciéndome – dice - que las reliquias de semilla y virtud que en estas piedras habría, con el calor y humedad de cocimiento podrían ser de importancia para mi pretensión». El resultado, añade, «me alteró no poco», - ya que sin duda pensó que había alcanzado la ansiada meta perseguida por los alquimistas - pero se desengañó pronto «advirtiendo que era la Plata que el metal tenía la que el Azogue había recogido, y no otra que se hubiese en parte transmutado». De esta forma, y al azar - «acaso», como él dice - obtuvo guiado por ideas alquímicas, y apoyándose en un indudable y moderno espíritu experimental, el método de beneficio que tanta importancia había de tener en la metalurgia.

Como era de esperar, la magnificación del sol y del calor va unida en Barba a un organicismo claramente expresado. Las alusiones al organismo terrestre y las comparaciones con la anatomía y fisiología de los animales permiten a Barba explicar algunos hechos esenciales. Así al plantear un problema tan básico en su obra como el de la generación de los metales afirma que se originan en «las venas de la Tierra, que discurren por su gran cuerpo como receptáculos principales de su humedad permanente, proporcionada a su solidez y dureza, como lo es la sangre de los cuerpos de los animales». Y este mismo organicismo es el que le lleva a aceptar la generación y crecimiento de los metales con todas las implicaciones que ello suponía, y que no son ni más ni menos que la negación de la inmutabilidad del universo. «Muchos con el vulgo -señalaba Barba - por ahorrar dificultosos discursos, dicen, que desde el principio del Mundo crió Dios los metales de la manera que están hoy, y se hallan en sus vetas»; y añade: «Agravio hacen a la naturaleza, negándole sin fundamento en esto la virtud productiva que tienen las demás cosas sublunares»; apoyándose él en la experiencia para convencer de lo contrario, y citando el caso de muchas minas que una vez excavadas «se vuelven a llenar de la Tierra; y desmontes circunvencinos, y en espacio no más largo de diez o quince años, cuando mucho, se trabajan otra vez de nuevo abundantísimas de metal» 28.

La relación con los antiguos mitos de la Madre Tierra aparece evidente en estas afirmaciones que, al igual otras señaladas por Eliade, asimilan las minas a la matriz de la madre, donde crecen y se regeneran los minerales. Es en esa concepción de la naturaleza como «viva» donde Mircea Eliade 29 ha encontrado una convincente relación entre metalúrgicos y alquimistas. Por otro lado, no cabe duda de que ideas como la expresada por el sacerdote Alonso Barba al cuestionar la inmutabilidad de la Tierra en aspectos parciales, cuestionaban de manera más general la inmutabilidad de nuestro planeta y afirmaban así una concepción dinámica que sería planteada de manera diferente con el triunfo de las tesis evolucionistas en los dos siglos siguientes.

Las teorías sobre el mundo subterráneo

Además de otros agentes difusores, es interesante destacar ahora que el papel de algunas órdenes religiosas pudo ser importante en la difusión de ideas neoplatónicas o platonizantes. Entre ellas, en primer lugar, los agustinos que al mantener la fidelidad a su santo epónimo se situaron en una concepción platónica netamente diferenciada desde el siglo XIII del riguroso aristotelismo tomista de los dominicos. También los franciscanos, que se insertaron en la tradición agustiniana 30, pudieron ser difusores conscientes o inconscientes de esta filosofía. En la edad moderna, la filosofía platónica debió de ser seguida, además, por los jesuitas. Su oposición a los dominicos, por un lado, y el proyecto consciente que persiguieron de ensanchar las bases filosóficas superando las discusiones bajomedievales, por otro, les hicieron sensibles a ideas filosóficas de origen diverso, entre ellas sin duda también las neoplatónicas. La oposición a Aristóteles y la cita de Platón son una constante en las obras de numerosos jesuitas referentes a la naturaleza. Baste citar, como ejemplo español, al padre Acosta que en su Historia Natural y Moral de las Indias (1590) no tiene reparos en atacar a Aristóteles, y señala de pasada que los antiguos, salvo Platón, habían ignorado la existencia del cuarto continente.

Estas circunstancias explican, me parece, que un jesuita como el padre Atanasio Kircher pudiera elaborar una obra como el Mundus subterraneus (1665) en la que claramente se refleja la concepción organicista y en la que el! fuego central pasa a ser, de acuerdo con ciertos aspectos de la tradición platónica, el elemento fundamental de la estructura del globo.

El Mundus subterraneus es sin duda, junto con el Prodromus de Steno, una de las aportaciones fundamentales que se hicieron en el siglo XVII a la discusión de la estructura interna de nuestro planeta. El estímulo para escribir la obra procedió, como el autor refiere en el prólogo, de la impresión que le produjo el terremoto de Calabria de 1638 y las erupciones del Vesubio, lo que explica la atención prestada a estos fenómenos en ella. La idea central de la concepción kircheriana es la de que la tierra es, «ad exemplar Microcosmi», como una especie de vasto organismo, con una osamenta pétrea constituida por las cordilleras, con un núcleo ígneo central y con grandes cavidades subterráneas llenas de fuego (pirofifacios), de agua (hidrofilacios) y de aire (aerofilacios). Los elementos de este «geocosmos» están todos ellos interrelacionados. Existe una circulación permanente de las aguas, de manera semejante a como las venas transportan la sangre en el cuerpo, y que mantiene en equilibrio los mares y océanos, comunicados a su vez entre sí; una circulación subterránea y exterior de los vientos; una comunicación de los fuegos, que poseen respiraderos exteriores en los volcanes. El elemento motriz de todo este organismo es el fuego central, que por canales subterráneos difunde exhalaciones ígneas que calientan el agua de los hidrofilacios a la que convierten en vapor que, a su vez, contribuye a transformar las sustancias subterráneas, o que se eleva hasta los más altos montes para después de enfriado dar origen a ríos y fuentes (figs. 1 y 2). Al desarrollar este esquema, Kircher recogía directa o indirectamente gran cantidad de ideas que estaban en el ambiente y que tienen en muchos casos un origen clásico, y con frecuencia inequívocamente platónico. En Platón, efectivamente, se encuentra no sólo la justificación básica de la analogía entre macrocosmos y microcosmos sino también otros muchos elementos esenciales de la concepción kircheriana. Entre los cuales algunos tan importantes como las cavidades subterráneas, el fuego interior y la circulación permanente de todas las aguas, todos los cuales aparecen en el bello mito que en el Fedón el filósofo griego pone en boca de Sócrates 31. En ese mito, con el que Sócrates a punto de morir intenta tranquilizar a sus amigos íntimos narrándoles la vida que le espera al alma después de la muerte, se encuentra, en efecto, una visión de la tierra que prefigura la de Kircher. Aparecen las cavidades subterráneas 32, llenas de agua, de niebla o de aire, y un sistema general de circulación en el que existen «ríos eternos» bajo tierra y que posee como eje principal la gran sima que «atraviesa de extremo a extremo toda la tierra» y a la que, aceptando la denominación de; los poetas.



Fig. 1 - Sistema ideal del interior de la tierra, con el fuego central y los pirofilacios, según el Mundus subterraneus del P. Kircher. Todo el sistema está relacionado mediante canales subterráneos a través de los cuales se alimentan los pirofilacios desde el fuego central, y con los que se engendran en la superficie los volcanes o montes ignívomos.



Fig. 2 - Sistema ideal del mundo subterráneo mostrando los hidrofilacios y la circulación interior de las aguas activada por el fuego central, el cual da origen también a la coalescencia de substancias minerales en las matrices interiores de la tierra. Lámina del Mundus subterraneus, ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Barcelona.

Platón llama el Tártaro; en su interior la tierra tiene también «fuego en abundancia y grandes ríos de fuego» o de fango líquido, y se forman «inmensos vendavales» originados por la circulación de las aguas al entrar o al salir de las profundidades. Aunque este mito parece tener en Platón un sentido puramente escatológico, e incluso Sócrates afirma tras exponerlo que «el sostener con empeño que esto es tal como yo he expuesto no es lo que conviene a un hombre sensato», sin duda podía ser tomado también por una concepción científica sobre la tierra, y así debieron hacerla los contemporáneos, lo que explica que Aristóteles lo resumiera en los Meteorológicos y argumentara ampliamente contra su validez 33. Por ello no extraña que estos elementos pudieran ser usados por otros autores clásicos 34, así como también por Kircher como fuente de inspiración, directa o indirecta, de su Mundus subterraneus.

Pero Kircher combinó todos esos elementos con otros propiamente aristotélicos en una ambiciosa concepción que trata de dar una visión de conjunto, intentando encontrar las claves de la constitución terrestre y de su organización y evolución. Los cuatro elementos fundamentales - fuego, agua, aire y tierra - le facilitan el esquema de su obra, siendo sucesivamente tratados en ella. En los libros VI y VII, los dos últimos del primer tomo, dedica gran atención a las señales que aparecen en las rocas, en las que trata de encontrar ocultos sentidos. En los libros siguientes se ocupa de las substancias minerales y metálicas, de los venenos y «frutos letales» del mundo subterráneo, de las combinaciones alquímicas; y considera la virtus lapidifica como la gran fuerza que contribuye a la conservación del planeta al equilibrar los estragos que sobre el elemento tierra realiza constantemente el paso del tiempo y la acción de las aguas, los vientos, los terremotos y otras fuerzas, en un proceso antitético que se corresponde con el más general de generación-corrupción.

Así se conserva el geocosmos creado por Dios y manen ido en un equilibrio armónico. Un geocosmos en el que existe una evolución desde una materia caótica primitiva fecundada por el espíritu divino hasta el gran cuerpo organizado en el que viven plantas y animales, y que posee como fuerza seminal organizadora la panspermia o vis seminal, concebida como un espíritu material, un vapor sulfúreo-mercurial que es la semilla universal de todas las cosas 35.

En España el eco de la obra de Kircher no se hizo esperar y es en relación con ese impacto que aparecen las más claras formulaciones organicistas en la ciencia española de la segunda mitad del seiscientos y del setecientos.

En la transmisión de las ideas de Kircher hay que situar en primer lugar a Juan Caramuel, el ilustre científico madrileño de polifacética y sugestiva personalidad. Caramuel (1606 - 1682) pertenece a ese grupo de científicos que - como Descartes, Mersenne, Gassendi, el mismo Kircher - buscaban a mediados del siglo XVII nuevos caminos para la ciencia y para la filosofía. Corresponsal de Descartes - el único español que lo fue, al parecer - adversario decidido del aristotelismo, defensor de la demostración experimental, y preocupado por empresas intelectuales que no es difícil enlazar con la tradición platónica - como la de deducir a partir de las matemáticas todas las cuestiones filosóficas y teológicas (como pretendía hacer en su Mathesis audax, 1642) - Caramuel podía fácilmente coincidir Con Kircher. Su epistolario con el jesuita, estudiado por Ceñal 36, demuestra, en efecto, una comunidad de preocupaciones y una admiración del cisterciense español por el alemán. Mientras era obispo de Campagna - Satriano, en el reino de Nápoles, Caramuel recibió directamente de Kircher la primera edición del Mundus subterraneus el mismo año de su publicación 37. Así Caramuel pudo constituirse en un transmisor de las ideas kircherianas a España, lo que sin duda vino facilitado por el gran prestigio de que gozó el científico madrileño entre los círculos novadores españoles que fueron apareciendo desde los últimos decenios del seiscientos.

Otro canal de difusión de sus ideas fue evidentemente el de los miembros de la multinacional jesuítica. Se sabe que Kircher mantuvo correspondencia con dos jesuitas españoles que estaban en México, los padres Francisco Jimenez y Alejandro Fabiano, y en España con el padre Juan Eusebio Nieremberg y con el padre José Zaragoza 38. Este último, profesor de Matemáticas en el Colegio Imperial de Madrid a partir del 16701, difundiría seguramente desde su cátedra las ideas de Kircher al tratar en sus cursos matemáticos de la estructura de la tierra.

En su obra geográfica fundamental, la Esphera en comun, celeste y terráquea. (1675), Zaragoza cita y usa a Kircher en la proposición XII dedicada al Mundo subterráneo, remitiendo al alemán para mayor conocimiento «de tan extrañas como profundas noticias» que aporta. Siguiendo a su hermano en religión, aceptó la existencia del fuego subterráneo, que tendría en los volcanes sus respiraderos y sería capaz incluso de incendiar las aguas del mar. Al tratar de las causas del fuego considera que «la causa material es el azufre, betún y salitre, según Agrícola, Cardano, Cessio, Kircher y Resta», lo cual se prueba «con la experiencia del hedor sulfúreo», siendo el betún y la resina las sustancias que dan duración al incendio; en cuanto a la causa eficiente, la considera más difícil de establecer: «tengo cierto - afirma que Dios en la creación dexó en varias concabidades fuego, que éste se va comunicando por donde le halla materia y que tal vez las exhalaciones interiores se encuentran como en las nubes, y causan nuevos incendios: esto aprueban Alberto M. Philoteo, Vives, etc.» 39. Luego se plantea el problema de si el fuego subterráneo, es infernal, cosa que duda, y sobre su naturaleza señalando: «tiénese por cierto que el fuego subterráneo ordinariamente es ascua, y no llama», según otra vez Cardano, Cessio y Kircher, «porque la llama necesita de respiración y no puede conservarse tanto tiempo en lo interior de la tierra; pero algunas veces con los vientos subterráneos se levanta la llama y causa los estragos». Alude también a los pirofilacios, hidrofilacios y aerofilacios del padre Kircher respecto a los cuales con un cierto escepticismo escribe: «no les repruebo, porque son posibles, ni les apruebo porque no basta la posibilidad para afirmar el hecho». Escepticismo que aparece en otras ocasiones, como cuando al tratar de los vivientes subterráneos comenta que «el padre Kircher da una historia de hombres subterráneos más extraña que la de las Batuecas» 40.

El eco de Kircher en el movimiento novador

A pesar de este temprano escepticismo hacia las tesis kircherianas, estas se difundirían durante el último tercio del siglo XVII por canales diversos, entre los cuales, en primer lugar, el jesuítico. A través del padre Zaragoza y de los profesores del Colegio Imperial, o por intermedio de autores como Caramuel, sus ideas se extenderían en los medios científicos madrileños y aparecen en obras diversas, relacionadas con el movimiento novador. Entre ellas, el Espejo Geographico del filojesuita Pedro Hurtado de Mendoza muestra que en 1690 esas ideas eran plenamente conocidas, puesto que se citan repetidas veces varios libros del jesuita alemán. La difusión de sus ideas había contribuido, a su vez, a propagar la tesis de la correspondencia profunda entre macrocosmos y microcosmos, que Hurtado de Mendoza no vacila en aceptar al comparar la red hidrográfica con el sistema humano de circulación de la sangre a través de venas y arterias. Estas son sus palabras:

«Enseñan los Doctores que las venas y arterias del Microcosmos o pequeño mundo (assi llaman al hombre) son los Rios y los Arroyos que bañan y mantienen el forçoso comercio de sus Continentes. Señalan en él sus Mares y Golfos, o Senos, quatro harto insignes encierran en la cabeça las membranas, que se alargan de las meninges, ponen sus Lagos, y como en el Macrocosmo o mundo mayor assi en essotro Mundo se hazen cada dia nuevos descubrimientos de Estrechos, Anastomoses, Lagunas, Estanques […].

Pero dexando este género de Geographía, tan curioso, y tan necessario para nuestra salud y conservación, vuelvo a la mia, y digo que si aquellos Authores cotejan con razón las venas que llevan la sangre del coraçon, como del centro a la Peripheria, y las arterias que las trahen, como de la Peripheria al centro, con los Rios que parten del mar a fecundar las Tierras, y vuelven después de concluida su circulación, al mar, llamaré también yo con ella a los Rios venas y arterias de este gran cuerpo de el Macrocosmo. Y, si no ay Doctor. ni Anatomista, des pues de tantas anatomías, y tan curiosas pesquisas, que sepa dezir el numero de solas venas del cuerpo humano, siendo éste tan pequeño, y como nada, en comparación del Orbe […] quien estrañará que no se pueda dar quenta de todas las venas. Anasthomoses, y arterias del Globo Terráqueo?» 41.

La obra de Hurtado de Mendoza es, por muchas razones, un buen ejemplo del movimiento novador madrileño en el campo de la geografía, y muestra bien como las tesis kircherianas y los planteamientos organicistas eran conocidos y aceptados por esos científicos. Como lo fueron también por otros novadores, que con frecuencia, intentaron difundir las nuevas corrientes desde posiciones filosóficas eclécticas en las que se combinaba el respeto a Aristóteles, la asimilación matizada de corrientes cartesianas (Descartes, Gassendi) y las posiciones de raíz platonizante.

Este es el caso de los novatores valencianos cuyas ideas fundamentales son bien conocidas en la actualidad después de los diversos estudios que se les han dedicado, y cuyo interés por la geografía ha sido también objeto de análisis recientemente 42. Pero quizás no se ha mostrado suficientemente la raiz netamente kircheriana y las componentes organicistas de sus concepciones sobre la estructura de nuestro planeta. Raiz que aparece evidente en las obras de representantes destaca - dos de este movimiento como Corachán y Tosca.

Ante todo, Juan Bautista Corachán, que en sus Avisos del Parnaso – redactados en 1690, aunque publicados póstumamente por Gregorio Mayans y Siscar en 1747. 43 - hizo aparecer directamente al padre Kircher para exponer sus teorías. Como es conocido, en los Avisos se presenta en forma dialogada toda una serie de principios de la nueva física, mediante la ficción de una fiesta que se celebra en el Parnaso con motivo del cumpleaños del dios Apolo. La reunión comienza el 26 de mayo de 1690 con intervención del dios y de toda una serie de científicos ilustres (los jesuitas Grimaldo, Fabri, Mendoza, Clavio, Kircher, Escoto, los científicos Boyle y Descartes), y en el curso del certamen se realizan y se discuten diversas experiencias que tratan de probar que la luz es cualidad, el peso del humo, la formación del pollo en el huevo, y diversas cuestiones matemáticas y físicas. En una de las sesiones, la del día 4 de febrero se suscita una, disputa sobre si existe la esfera del fuego en la última región del aire, cuestión que unos siguiendo a Aristóteles afirmaban 44 y otros, en cambio, negaban. Los contertulios aceptaron la existencia en el interior de la tierra, de receptáculos de fuego elemental aunque no puro, «a los que llamó Kirkerio Pirofilacios», en lo cual coincidieron todos, fundados en la experiencia de los numerosos volcanes que existen en Europa y América meridional. También coincidieron en que estos fuegos subterráneos «se sustentan y tienen por pábulo al azufre, betún, salitre, carbones de piedra, y otros materiales que pueden dar duración a un incendio», sirviendo estos fuegos «para la conservación de los sublunares, generación de los metales y para defensa de la putrefacción» 45, todo ello de acuerdo con la más pura concepción kircheriana, que en eso coincidía con la aristotélica. Kircher intervino en la disputa hablando en nombre de todo el bando de los antiaristotélicos. Se refirió al problema del fuego del cóncavo de la luna 46, afirmando que en los libros sobre meteoros Aristóteles había hablado de exhalaciones, «que por la costumbre se llamaron fuego», sosteniendo por su parte «que no es verdadero fuego, porque este es un exceso y efervescencia del calor, lo que no tienen las exhalaciones porque solo son en potencia fuego, y no actualmente» 47. Así, según la interpretación que hace Kircher de Aristóteles, lo que hay en el cóncavo de la Luna serían solo exhalaciones y no fuego. En su intervención, Kircher se opuso también a la idea de que el fuego tienda a subir a su región, como aparentemente parecerían probar los cohetes, y afirma que «en el aire hay muchas exhalaciones». En favor de su argumentación cita a gran número de autores, entre los cuales a Scheiner, Galileo, Cabeo, Ricciolo, Descartes y Caramuel.

Las cuestiones que se discutían en el imaginario cónclave del Parnaso, no eran baladíes, sino, al contrario, muy importantes desde el punto de vista científico. Uno de los problemas en discusión era el de la corruptibilidad o no de los cielos. Los oponentes alegaban que si los cielos y los astros eran incorruptibles. el sol no podía ser de fuego, pues éste por naturaleza es corruptible. Alegaban otras razones para oponerse al caracter ígneo del sol: que si fuera fuego «avría menester pábulo para conservarse»; que «el sol siempre es igual y de una misma manera, lo que no tiene el fuego, luego no es formalmente fuego»; que «el fuego es cónico o piramidal», y como el sol no es así, no podía ser fuego; que «si el sol fuera fuego, siendo tan grande y durando tanto tiempo abrasaría a todo el universo, y calentaría más quanto más cerca: y así la media región estaría más caliente que la ínfima, lo qual es contra la experiencia». A lo cual podían añadirse todavía otros argumentos: que el fuego se puede mirar libremente sin que se dañe la vista, al contrario del sol; que el sol puede engendrar los minerales en las entrañas de la tierra, y los animales y las plantas en su superficie 48. A todo ello se opuso decididamente Kircher refutando una por una ¡todas las razones que daban los aristotélicos 49, y concluyendo que «el Sol es de naturaleza ígnea, i fuego formal, cuyas partes unas son fluidas, como mares de fuego, como se experimenta en las olas, i temblor, i otras sólidas, que sirven para darle consistencia; y para decirlo en una palabra, es del mismo modo que nuestra tierra, solo que lo que aquí es agua, allá es trueno: y así hay nubes, truenos, lluvias, rayos, tormentas y alborotos, en el océano del fuego» 50. Corachán adoptaba así una neta posición moderna, usando ampliamente de los descubrimientos del padre Scheiner sobre la naturaleza del sol, descubrimientos relatados y ampliamente citados, por cierto, por Kircher en su Mundus subterraneus.

Kircher vuelve a intervenir en los Avisos del Parnaso para sostener la misma idea de la corruptibilidad de los cielos mediante el recurso de narrar las cosas maravillosas que ha podido conocer en un éxtasis. Corachán aprovecha para exponer diversas nociones sobre la estructura de los cuerpos celestes, las cuales proceden esencialmente del Iter exstaticum y que, en esencia, tienden a demostrar la identidad de composición entre los planetas y la tierra. La luna se describe como un cuerpo con atmósfera y accidentes semejantes a los de la tierra y luego sucesivamente se alude a los diferentes planetas del sistema solar. Mercurio, por ejemplo, se describe como un planeta «con montes, valles, mares, etc., como la Luna; pero de diferente naturaleza y condición; porque los mares se mueven, y fluctúan con una suavidad y sosiego admirable sin el fragoso tumulto de olas que ví en la Luna», y de manera semejante los otros planetas, cada uno con sus montañas y mares, aunque con peculiaridades distintas en cada caso. La escena concluye con las manifestaciones de sorpresa de los oyentes por las maravillas escuchadas: «con esto quedaron todos los oyentes admirados por haber oido tantos prodigios, y más lo extrañaron los de la Escuela Peripatética, por ser cosa contra su sentencia, en que ácremente defienden, que los cielos son sólidos e incorruptibles, simples, y no compuestos de los cuatro elementos, por lo qual muchos de estos no dieron crédito al dicho Kirkerio»
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Re: FUEGO INTERIOR TERREMOTOS CIENCIA ESPAÑOLA S XVIII

II PARTE

Los Avisos del Parnaso muestran que la obra de Kircher era ya bien conocida y apreciada en España a fines del siglo XVII en los círculos novadores, y que se le atribuía un significado claramente antiaristotélico, siendo esgrimida además por esos círculos en su batalla por la introducción de la ciencia moderna en nuestro país. El movimiento novador se convirtió de este modo en uno de los principales canales de difusión de las ideas kircherianas. Aunque en ocasiones la paternidad de las ideas que propagaban no fuera claramente reconocida, y pueda sospecharse que no tuvieron un conocimiento directo de ellas, sino llegado a través de otros autores.

Esta es la pregunta que puede formularse, por ejemplo, con referencia al kircherianismo de Tomás Vicente Tosca, otro de los miembros más representativos del movimiento novador. Seguramente es en la obra sacerdote valenciano y concretamente en el Compendio Mathematico (1707 - 1709) donde se pueden encontrar las más nítidas formulaciones organicistas y el más abundante eco de las ideas de Kircher, aunque cuando las expone no cita ni una sola vez a dicho autor. Pero teniendo en cuenta ,que la estructura de conjunto y los datos fundamentales contenidos en esa obra proceden del Cursus seu Mundus Mathematicus (1690) del jesuita saboyano Claudio Francisco Millet Dechales, no sería extraño que las noticias de Kircher le hubieran llegado también a través de ese canal 52.

Tosca expone una concepción kircheriana sobre la estructura interior de la tierra en el tratado «Phisico-Mathemático de los metheoros terrestres, áqueos, aéreos, y ethéreos» de su Compendio Mathemático 53, y particularmente de forma destacada en el libro II dedicado a los meteoros que se engendran en la tierra. Tosca se siente obligado a introducir el tema presentando la disposición y organización del globo terrestre, tanto en la superficie como en el interior de nuestro planeta, lo que da ocasión para que aparezcan aquí todos los temas esenciales del Mundus subterraneus desde el organicismo al fuego interior.

En lo que se refiere a la fábrica y disposición exterior del globo, Tosca se limita a exponer únicamente lo más preciso «dejando lo demás para el tratado de Geographia, que es su propio lugar». Llama la atención sobre todo en la existencia de una estructura regular de montañas, formadas por la Providencia para cumplir diversos fines, a saber: 1) «para que los montes, y substancias lapídeas sirviesen en la tierra de lo mismo que sirven los huesos en el cuerpo del hombre: pues así como estos dan firmeza, al edificio del cuerpo humano, así los montes cuyas cordilleras se enlazan y traban entre sí, dan consistencia, firmeza y permanencia a la fábrica del globo terrestre; y sin su resistencia el continuo fluxo y refluxo del mar, iría deshaciendo y sacando de su lugar la tierra más floja hasta ocupar toda su superficie»; 2) para que los montes más altos «pongan reparo a la furia de los vientos»; y 3) para que el agua dulce se reparta desde ellos a través de ríos y fuentes 54.

Pasa luego a exponer la disposición interior del globo, lo que pondera como tarea difícil ya que nadie ha podido bajar a observarla; a pesar de ello se conoce dicha disposición (,por el philosóphico discurso, que de los efectos infiere las causas, siguiendo el hilo de una perfecta analogía, ha llegado a penetrar muchos arcanos de su artificiosa disposición» 55. Para Tosca la tierra no es un cuerpo homogéneo, sino «orgánico, como lo es el cuerpo» y de la misma manera «como este consta de sangre, y otros humores, que engendra en diferentes oficinas, contiene en diversos vasos, y reparte por diferentes conductos, así la tierra produce y conserva en sí ;innumerables humores, que sirven para la generación de los minerales, sustento de los vegetales, y alimento de los sensitivos: y no hay duda que para tan nobles obras ha de tener proporcionadas oficinas, donde los dichos humores se preparen, y varios canales y conductos que les distribuyan por el vasto cuerpo de la tierra» 56.

Siguiendo con esta analogía y para que mejor se comprenda la organización interna de la tierra, explica primeramente la disposición del cuerpo humano, con sus diferentes partes: el estómago, «en quien por virtud del calor natural, y principalmente del ácido fermentativo, se hace la primera decoción del alimento; y separándose lo más sutil de los crasso y terreno, lo más sutil se convierte en una sustancia blanca, que es lo que llaman Chilo; Y lo más crasso desciende a los intestinos»; el hígado, donde el alimento se convierte en sangre, que penetra por la vena cava en el corazón, donde «como en el principal hornillo, y oficina de nuestro cuerpo, recibe su perfección», y de donde saliendo por la vena aorta «que es el tronco de las demás, se reparte por todo el cuerpo, dividiéndose y subdividiéndose en innumerables ramas que dan alimento y calor a todos los miembros». Al igual que Kircher, Tosca resalta que todo el sistema está intercomunicado, porque la sangre pasa otra vez a la vena cava, por donde vuelve de nuevo al corazón 57.

Pues bien, «a semejanza del cuerpo humano» posee también la tierra grandes concavidades internas: «unas llenas de agua, que en Griego se llaman Hidrophilacios; otras llenas de fuego, que se llaman Pirophilacios, y otras de aire». Dichas cavidades tienen unas funciones muy bien determinadas, pues «en estas oficinas labra la naturaleza la maravillosa variedad de substancias que enriquecen los tres reinos, mineral, vegetable y sensitivo», intercomunicándose todas ellas mediante una circulación permanente del todo semejante a la del cuerpo humano:

«Penetra el mar por grandes y profundas aberturas las entrañas de la tierra, y con sus aguas salobres le comunica las muchas influencias celestes, que continuamente recibe; y dividiéndose por el cuerpo terrestre en varios aqueductos, llena muchas, y dilatadas cavernas, en las cuales, como en artificiosos alambiques, por virtud del fuego subterráneo, se cuece, y altera, de suerte, que separándose lo más sutil de lo crasso, se eleva en vapores, que penetrando por los poros, y venas más sutiles de la tierra, parte se levanta a la región del aire, y condensándose en nubes, se resuelve en lluvias: parte entrando en las frías concavidades de los montes, se convierte en fuentes, de cuyas vertientes vienen a formarse los ríos, que restituyen todas aquellas aguas al mar, para introducirse otra vez en la tierra, y dar con esta perpetua circulación perenne materia para la formación de tanta variedad de substancias, que se componen de las partes más crassas, y salitrosas; y preparadas estas por la eficacia del fuego subterráneo, se difunden por diferentes conductos, que repartidos por el interior de la tierra, según la varia disposición que en ella hallan, se convierten en diversos minerales. como son oro, plata, hierro, piedras, venenos, y demás cosas, cuya diversidad y multitud es digna de toda admiración. Basta esto para que se pueda hacer algún concepto de la organización interior del cuerpo terrestre» 58.

A pesar de que Kircher no aparece citado, la paternidad de estas ideas es evidente. Y por si hiciera falta, se demuestra todavía más cuando en las páginas siguientes Tosca explica en detalle la constitución de las diversas cavidades interiores. Así los hidrofilacios o «receptáculos de las aguas subterráneas» se dividen en dos clases. La primera es la de «los que están en las profundas cavernas y los ríos que de los mismos montes se originan», existiendo bajo todas las grandes montañas, y entre ellas bajo los Andes americanos «de quienes salen innumerables ríos, singularmente el Maragnon y el de las Amazonas».



Fig. 3.- La circulación de las aguas, según el padre Kircher. A través de canales subterráneos el agua del mar pasa a los hidrofilacios, desde donde los ríos la vuelven otra vez al mar.Lámina del Mundus subterraneus.

La comparación de esta descripción Con unas láminas del Mundus subterraneus (figs. 2, 3 y 4) hace innecesario cualquier comentario. En cambio, puede ser interesante hacer notar la forma no castellana del topónimo Marañón, que muestra el grado de dependencia de Tosca respecto a las fuentes extranjeras.

El segundo tipo de hidrofilacios es el de los abismos, que son «unas cavernas muy grandes llenas de agua que están en lo más profundo de la tierra». v a las cuales «se precipita el mar con formidable ruido y estruendo; y por esta causa muchos mares, y singularmente el Caspio tienen tan horrendos remolinos que se tragan las ballenas y los navíos». La comunicación de unos y otros hidrofilacios es un rasgo fundamental, y «según algunos discurren», de estos abismos proceden las aguas de los demás hidrofilacios «con quienes comercian por diferentes conductos» 59.



La descripción que hace Tosca de los pirofilacios puede servir para conocer las ideas básicas de Kircher acerca de estos elementos fundamentales de la estructura interior de la tierra. Se trata de «unas dilatadas cavernas en las entrañas de la tierra, llenas de fuego; de las cuales son testigos irrefregables los volcanes que continuamente vomitan llamas, o humo, sirviendo de algún desahogo a los sobredichos incendios». Este fuego subterráneo «carece de luz en aquellas concavidades, porque no es otro, que una materia ardentísima, encendida a la manera que la cal se le infunde agua». Los pirofilacios se mantienen Con las mismas materias que suministra la tierra, y su papel es fundamental en el funcionamiento del organismo terrestre ya que actúan «como hornos en las oficinas interiores de la tierra, con cuya actividad se preparan, y disponen en ellas innumerables materiales, que sirven para la producción, y conservación de tantas sustancias, como se encuentran en las minas de la tierra».






Fig. 5. El sistema fluvial de América del Sur, alimentando por los grandes hidrofilacios andinos. Lámina del Mundus subterraneus

Por último, los aerofilacios o receptáculos de los vientos subterráneos se describen como «unas grandes concavidades de la tierra llenas de aire, el cual se deriva por canales diferentes» hasta los hidrofilacios y pirofilacios «para avivar los incendios de éstos, Y para impeler el agua de aquellos facilitando con esto su ascenso por secretos conductos que subministren materia a muchas fuentes» 60. De esta forma el ambicioso sistema diseñado por Kircher se nos presenta en castellano con toda su verdadera complejidad, a manera de un vasto sistema funcional perfectamente articulado, que aunque formulado en clave organicista constituye un claro precedente de esa máquina térmica que sería la tierra para Hutton a fines del siglo XVIII.

Un organicismo el de Tosca que no se limitó a las páginas del tratado de meteoros, sino que parece llegó a estar profundamente asimilado, y que él convirtió en fundamento de toda su concepción de la naturaleza, concebida como un megacosmos a imagen del microcosmos humano. Es lo que muestra el significativo título de una obra que el valenciano escribió y que es citada por Gregorio Mayans en su Vida de Tosca: «El Gran Teatro de la Naturaleza, esto es el «Megacosmos» o el gran mundo descrito fisiológicamente, en el cual se habla de toda la región Etérea y Elemental, de la Tierra, del Agua, del Aire, del Fuego, de los Meteoros, de los Minerales, de las Plantas, de las Flores, de los Frutos, de los Animales Terrestres, Acuáticos, volátiles, de las restantes cosas del Universo. Y todos los secretos de la Naturaleza son examinados y explicados con [toda] la claridad posible»61. Con una obra así Tosca seguía estando en la órbita de Kircher, y a través de él enlazaba con toda la tradición neoplatónica que hizo del principio de semejanza el instrumento para comprender los secretos de la naturaleza. Lo cual para Tosca era posible sin abandonar totalmente el aristotelismo dado el ec1ectismo filosófico que siempre defendió y que aparece claramente reflejado en su Compendium Philosphicum.

Organicismo y mundo subterráneo en la primera mitad del setecientos

La utilización de las ideas de Kircher por el movimiento novador facilitó sin duda, que éstas se difundieran en España y fueran aceptadas en la primera mitad del XVIII como explicación de la estructura interna de nuestro planeta. Diversos autores contribuyeron en esos años a su propagación.

Uno de ellos fue el catedrático de Matemáticas de la Universidad de Salamanca, D. Diego de Torres y Villarroel, que en su Viaje fantástico (1724) siguió el modelo del Camino Extático del jesuita alemán; del que imitó desde el plan general de la obra, desarrollada a través de un viaje que trascurre del mundo subterráneo al estelar, hasta las ideas esenciales. No es la única vez que Torres utilizó ampliamente las ideas de otro autor. En realidad, la redacción apresurada de muchas de sus obras, producidas para un público poco exigente - el «vulgo» al que continuamente se refiere -, le obligaba, y a la vez le permitía, este recurso. En el caso del Viaje fantástico Torres afirma que lo escribió en solo ocho días a partir de la obra de Kircher, y de las noticias que dieron «los Astrólogos del Norte» en la Gazeta del 13 de Junio sobre el eclipse de mayo de 1724, y declara que «sin duda la lección de Kirquerio o las novedades de la Gazeta, o uno y otro pensamiento barajado, despertaron en la imaginación la siguiente burla» 62. El éxito de la obra debió de ser grande, pues catorce años más tarde su autor se sintió tentado a insistir nuevamente publicando su Anatomía de lo vísíble e invísible (1738) que conserva en lo esencial el plan y las ideas de la obra anterior, con solo algunas modificaciones de detalle en el relato. El eco de las ideas de Kircher perdurará en Torres hasta el final de su vida, pues todavía en 1748 volvió a utilizarlas ampliamente en su obra sobre los terremotos.

El Viaje fantástico - calificada como «obra Physico-Matemática» por el primo de D. Diego, el librero Antonio Villarroel y Torres 63 - describe en cuatro jornadas toda la estructura del universo. En la primera, los viajeros recorren el mundo subterráneo y se da noticia de los minerales que en él se encuentran y «de toda su fábrica y oficinas interiores». En la segunda, tras salir a la superficie por Sicilia, donde se encuentra una de las bocas del fuego subterráneo, se embarcan para España y durante el viaje. el autor - que siempre se designa como «el Astrólogo» - explica las cualidades y movimientos del mar, y enumera los existentes, así como su situación y disposición, incluyendo un breve tratado de geografía descriptiva; tras desembarcar en Cádiz se presta atención al mundo vegetal y animal, explicándose la generación y composición de los mismos 64. Durante la jornada tercera ascienden al aire, exponiéndose los diversos fenómenos atmosféricos. Por último, la cuarta es un viaje a los cielos, durante el cual se realiza una disertación sobre las estrellas y sus movimientos, y sobre las calidades e influjos de los eclipses de luna y sol, y se hacen numerosas consideraciones de carácter astrológico. La obra es, pues un breve tratado de cosmografía, geografía e historia natural, redactado en forma tal que podía ser fácilmente leido, por lo que las concepciones expuestas alcanzaron sin duda una gran difusión.

La descripción del mundo subterráneo se mantuvo prácticamente sin cambios en las diversas obras de Torres. Se trata de la región media del planeta, situada entre la inferior o infernal, y la suprema o superficial, la que sostiene al hombre, animales y plantas. En la animada prosa de D. Diego, dicha región media se describe como «un globo obscuro, interrumpido a trecho de varias cavernas, boquerones. vientres, canales y otros conductos más y menos dilatados, profundos y encogidos, en cuyos huecos se estancan, se cuecen, se purifican, se aumenta y disminuyen los diferentes sólidos insensibles y otros cuerpos líquidos, que produce esta vastísima región» 65.

El mundo subterráneo es, pues el lugar de una incesante actividad. Al igual que en la obra del padre Kircher, el fuego interior desempeña un papel fundamental en ella y en la estructura del planeta. Dicho fuego, más el calor aportado por el sol en la superficie y la humedad son los agentes esenciales a partir de los cuales se pueden explicar un gran número de rasgos de nuestro planeta. Un párrafo bien significativo de esa concepción es éste, en el que el autor explica a sus compañeros el origen de unos vapores que observan en el curso de su viaje subterráneo:

«esos vapores que sentimos son unos alientos nitrosalinos y sulfúreos que como forasteros de este centro [de la tierra] los arroja y eleva así el calor del Sol como el fuego subterráneo, que cuece en estas entrañas: y ellos buscando los poros de la tierra se penetran hasta encontrar el aire, y los que en aquella esfera endureció, y condensó la frialdad de aquella región, baxan más térreos a buscar su centro, de tal modo, que continuamente suben vapores y baxan, siendo el calor y luz del sol, y la humedad de la Luna, y el especial influxo de los demás cuerpos etéreos, universales agentes que producen en la disposición de esta materia elementar estas formas, y especies» 66.

Un aspecto esencial de la estructura interna de ese mundo subterráneo es la existencia de depósitos de fuego, de agua y de aire, y de una circulación interior de estos elementos. Todos los ya conocidos elementos kircherianos aparecen otra vez aquí aunque surgen nuevos detalles que completan la imagen del Mundus Subterraneus.

Ante todo el fuego. Este se concentra en unas cavernas o pirofiJacios, cada uno de los cuales es «la principal oficina donde se preparan, y labran a fuego, innumerables materiales, que sirven para la producción de tantas substancias como vemos». Se trata de un fuego especial: «un calor y ardentísima materia, sin luz, a la manera del de la cal, cuando le echan agua, pero de mayor actividad y fuerza». Ese fuego se mantiene a manera de pabilo, con la misma tierra preparada, y se conserva gracias a los respiraderos y bocas que la naturaleza abre en la superficie de la tierra en forma de volcanes 67.

El agua es la misma agua del mar, la cual, a través de diversas rupturas y bocas existentes en su fondo, se introduce en las entrañas de la tierra. La más importante de estas rupturas es la que existe debajo del Polo Artico, por donde penetra la mayor cantidad de agua, la cual, dividiéndose «por ocultas sendas, y conductos», se distribuye por todo el globo interior. Más tarde, se vuelven a unir «y salen por otra puerta, o rotura, que está debaxo de el Antártico, siendo esta circulación de las aguas subterráneas el motivo de perpetuarse en la superficie de la tierra las fuentes, ríos y lagunas». Esta es la causa también de que el mar se mantenga permanentemente dentro de sus límites, «porque cuanta agua recibe de sus caudalosas corrientes de ríos y fuentes; la vuelve a arrojar a estos conductos subterráneos, y con esta perpetua circulación no da lugar a exceder sus límites» 68, Se daba con ello explicación racional a un problema que había intrigado a los clásicos y, todavía, a los hombres del renacimiento y que en la España del siglo XVI apareció poéticamente formulado por Fray Luis de León cuando en su Oda a Felipe Ruiz se interrogaba por

«... las lindes y señales
con que a la mar airada
la Providencia tiene aprisionada

Las aguas del mar, «llenas y preparadas de los celestes influxos», penetran en el interior de la tierra por las citadas «roturas» y, además de circular subterráneamente, se depositan en cavernas «que los Filósofos llaman Abismos o Hydrofilacios». Torres precisa en otra obra que el agua depositada en los hidrofilacios está «mezclada de distintos materiales resinosos y ardientes» que proceden bien de lo que las aguas van «lamiendo» por los canales y barrancos subterráneos por los que circulan, bien de los humos y vapores de los pirofilacios 69. La mezcla así constituida, por la acción del fuego vecino, «se cuece y se altera» - «fermenta» dice en otra ocasión - produciéndose entonces cambios sustanciales, pues,

«separando lo sutil de lo crasso, rompe, y penetra los poros, y fisuras de la tierra, y sube en alientos y vapores: éstos, parte se congregan en nubes, parte se convierten en fuentes, cuando entran en los huecos de los montes, y a las porciones más salitrosas, las prepara el fuego: y según la disposición y mixtura, las cuece, y convierte, ya en plata, y en ese oro. Al ir, pues, penetrando estos poros la parte sutil de aquellos hálitos, a las orillas de las cisuras, por donde pasan, se van dexando lo más vituminoso, y sulfúreo; y de eso es engendran esos medios minerales que Vmds. ven repartidos por esas venas, como el arsénico, oro pimente, y muchas sales y venenos: y estos con los días y siglos hacen una física transmutación» 70

La existencia de los hidrofilacios permite explicar gran número de fenómenos naturales. Las fuentes de aguas termales reciben un agua calentada por la cercanía del fuego subterráneo, y tienen características medicinales o malignas según las materias que disuelven en su circulación subterránea. Los lagos o lagunas se originan en fracturas que hacen salir a la superficie el agua de los depósitos interiores, por lo que su alimentación o desagüe se hace con total independencia de la circulación exterior. Esa es la explicación de que las aguas de algunos lagos se mantengan constantes a pesar de no recibir ningún aporte exterior, o por el contrario, recibiendo numerosos ríos que no tienen luego salida.

Por último el aire. El mundo subterráneo posee también grandes depósitos aéreos y una circulación de viento: son los aerofilacios. Este aire era imprescindible para mantener y avivar los fuegos y para facilitar la circulación interior de las aguas y su ascenso a la superficie. El origen remoto de este elemento kircheriano se encuentra seguramente en Séneca, el cual en sus Quaestiones Naturales consideraba que al igual que en el hombre el aire de la respiración «hace su morada no en medio de nervios y músculos, sino en las vísceras y a lo largo de la cavidad interior», también en la Tierra ocurría lo mismo, puesto que «la cavidad sísmica no se realiza en la superficie, sino que viene de abajo y del fondo de sus entrañas», por lo que cree probable que el aire se acumule en el interior de la tierra «dentro de cavidades muy vastas» 71. Para Torres Villarroel el aire de los aerofilacios se ha convertido en «un aire pestilente, hinchado y repleto de las exhalaciones y espíritus que toma de los abismos del fuego, de los regueldos y vómitos que arrojan las cavernas del agua, y de los bostezos, humaredas y soplos, que continuamente despiden otras hoyadas más pequeñas y más vecinas en cuyos centros y superficies se dispone el azufre, el carbón, y otros materiales retostados e inflamables» 72. Al igual que para los clásicos, y para Kircher, también aquí el resoplido del aire en el interior de algunas grutas y cavernas sería una prueba de la existencia de esa circulación subterránea.

Agua y fuego, tierra y aire son los elementos esenciales de cuya combinación surgen todas las sustancias minerales. El papel del aire es secundario, pero no por ello deja éste de estar presente. La presencia del agua es tan necesaria que se la encuentra incluso en los depósitos de fuego, donde en principio no se la esperaría hallar, pero ya advierte Torres que «como para la generación de estas substancias, además del calor es precisa el agua, esta se dispone en estos Pyrofilacios» 73. El proceso por el cual se producen los diversos minerales es descrito en el siguiente párrafo:

«Todas las materias que oculta este mundo subterráneo son tres, piedras, metales y medios minerales. Estos géneros se engendran de la proporcionada mixtión de tierra yagua, manteniendo también en sí porciones de los cuatro elementos, pues es indubitable, que cualquier sulfur, y licor, retiene en su cuerpo el aire oculto. Estas piedras que Vmds. ven las fabrica la sagaz naturaleza de la mixtión de mucha tierra y poca agua; y el motivo de que unas sean más chrystalinas, otras más luzidas, otras más duras, y otras más suaves, es la mayor o menor cocción que hace en ellas el fuego, ya de los celestes cuerpos, ya el que está encerrado en estas cavernas. La generación de los metales es de mucha agua y poca tierra; esta poca porción. se convierte en sulfur, y la mayor cantidad de agua en argento vivo, o azogue. y condensada y unida el agua al sulfur en la diuturna decocción, la tierra se clarifica, y destruidas las partes más térreas queda el metal. En los colores que Vmds. vieron digo, que toda materia preparada para metal como otra cualquiera materia cocida, es negra al principio; en la segunda decocción se hace blanca, y de la tercera resulta el color rubro, que es el más perfecto, y último que hace el fuego en los metales»74

La aceptación de la concepción kircheriana, que posee, como ya sabemos, un componente organicista, era fácilmente asimilable por un autor que por sus preocupaciones astrológicas y médicas usaba ampliamente el principio de semejanza en las dos direcciones posibles, es decir, tanto para explicar el macrocosmos (universo o tierra) como para explicar el microcosmos humano. Efectivamente en puntos muy diversos de su abundante producción escrita Torres Villarroel usó ampliamente de las analogías y semejanzas. Las empleó, en primer lugar para entender el funcionamiento del cuerpo humano y para dar reglas médicas a partir de una comparación con el macrocosmos, de acuerdo con la más pura tradición alquímico-astrológica. Obras como Lo más precioso y preciso de las medicinas: Cartilla astrológica y médica publicada en 1727. El Médico para el bolsillo, de 1737, o La Junta de Médicos, de 1740, están profundamente impregnadas de ese antiguo principio de que - dicho con sus mismas palabras - «sin el respeto y conocimiento de las estrellas es imposible curar la más leve enfermedad del hombre». El tema ha sido suficientemente estudiado por L. S. Ganjel en varios trabajos, 75 por lo que resulta innecesario insistir aquí en ello. Nos limitaremos a señalar que para Torres el hombre es como una imagen reducida del universo «porque en su fábrica están perceptibles, y en alguna manera resplandecientes cuantas substancias, materias y figuras se conocen e imaginan en los otros Mundos»; por ello puede considerarse el hombre «un Mapa reducido, en cuya delineación se perciben porciones de Cielo, se tocan todas las materias elementales, y se cree toda la gran parte espiritual del alma» 76.

Pero Torres también usó de este mismo principio de semejanza en la dirección inversa, es decir, para explicar los fenómenos naturales a partir del conocimiento del cuerpo humano. Y seguramente en su Tratado físico y médico de los Temblores (1748) suministró una de la más completa y tardía aplicación de este principio a la estructura de la tierra hecha en una obra científica en la España del setecientos. Vale la pena por ello detenerse un poco y - aún a riesgo de ser reiterativos - ver de qué manera se utiliza este principio, que también en este caso procede directamente de la tradición kircheriana.

Al igual que en el hombre, la tierra tiene una piel o superficie «rota y quaxada de poros y agujeros» que sirven «para refrescar, humedecer y templar todo el cuerpo». Debajo de esta cubierta superficial del globo «hay otra túnica que sigue su redondez de una tierra húmea, gredosa, pingüe y aceytosa, que le sirve de mantener la trabazón de las partes sólidas, […] y para detener y templar las exhalaciones, humos y vapores» que salen de las cavernas subterráneas y podrían sofocar y matar a los seres vivos de la superficie del planeta. En el interior de la tierra existen «una prodigiosa multitud y variedad de venas, arterias, vasos y conductos estrechos», los cuales llegan «hasta los principales vientres» de los aerofilacios, hidrofilacios y pirofilacios; a través de ellos circulan azufres, sales, nitros y otras substancias que son tomadas en las cavernas interiores y contribuyen a la formación de los minerales. Estas venas y canales tienen además otra función, pues «ligan y sostienen las partes momias y blandas de la tierra interior con las fuertes, duras y montuosas». Por último, las porciones débiles húmedas y blandas, tanto interiores como exteriores, están resguardadas, fortalecidas y rodeadas por las montañas y peñascos, que son «los huesos y zancarrones que los tienen sobre sí» 77.

Naturalmente, después de una descripción como esta se pueden explicar fácilmente muchos fenómenos naturales, pues «las mismas indisposiciones y enfermedades que padece nuestro cuerpo son visibles en el mundo subterráneo», y en particular se entiende que «en desordenándose las exhalaciones, espíritus, vientos, aguas, azufres, nitros, y otras materias inflamables de las que contiene en sus vientres y cavernas hace temblar y titubear todo el cuerpo y arroja) terribles arqueadas de cólera y fuego por los boquerones de los vesubios y los montes ignívomos» 78.

El desvanecimiento del organismo clásico

Parece claro que las analogías que en un principio podían tener un sentido en el marco de toda una concepción filosófica se han convertido en esta tardía utilización por Torres Villarroel en un organicismo acríticamente empleado y que puede ser considerado como un verdadero obstáculo epistemológico - en el sentido de Bachelard 79 - que impedía una auténtica reflexión científica. Conviene advertir, de todas maneras, que esta supervivencia de las analogías orgánicas de raíz platónica en el siglo XVIII no es algo exclusivo de España, sino que aparece también en otros países. Particularmente significativo es el caso de Inglaterra, el país que primeramente sufrió el impacto de la Revolución científica Y. por consiguiente, la difusión de las concepciones mecanicistas que le acompañan, y donde, a pesar de ello, la antigua y arraigada concepción organicista perduró también hasta el siglo XVIII y tuvo una última y ambiciosa presentación en las obras de Thomas Robinson (The anatomy of the Earth. 1694) y William Hobbs (The Herat generated and anatomized. 1715) 80.

En España, las tesis organicistas fueron desempolvadas otra vez por algunos eruditos y científicos locales para interpretar apresuradamente una catástrofe natural que golpeó fuertemente a los hombres de la época: el terrible terremoto de 1755. Pero las reacciones suscitadas por esas interpretaciones muestran que ya entonces eran consideradas insatisfactorias incluso por personas que carecían de una buena formación científica. Aunque, paradójicamente, el rechazo de esa concepción, podía ir unida a una aceptación el principio de semejanza que estaba en la misma base de las analogías organicistas.

Un ejemplo de la nueva actitud ante las analogías orgánicas lo constituyen la obra del gaditano de Juan Luis Roche sobre los terremotos, realizada con ocasión de la circunstancia citada. En el Prólogo Apologético que escribió a la edición de las Cartas del Padre Feijoo sobre terremotos 81 no vacila en aceptar una idea que, según él mismo afirma, era usada por «todos los Philósofos» para explicar el terremoto de 1755, a saber: que el hombre es un mundo abreviado o microcosmos «en donde se halla recopilado todo quanto encierra el universo». Para él también, el hombre en su parte animal es un compuesto de todos los elementos, y, apenas se diferencia de las plantas y animales más que en el nacer y el morir aunque dentro del cuerpo humano el globo pequeño del cerebro «encierra más misterios que cuantos sabemos del universo entero» pues «en solo la cavidad vital se ocultan más principios y mecanismos que en todos los Metheoros y Phenomenos celestes» 82. Pero Roche considera que esta simple analogía no basta para explicar los terremotos, porque «la trampa está en atribuir a solo la Tierra árida lo que es adaptable a todo el universo: no solo a la tierra árida lo atribuyen, sino únicamente a su media región que llaman mundo subterráneo» y añade: «Todo el universo es una viva estampa del mundo pequeño que es el hombre; pero el globo solamente de la tierra árida, y mucho menos su segunda región, ni es estampa, ni aún bosquejo».

Roche se propone mostrar la debilidad de los sistemas naturales basados en las analogías entre el hombre y el mundo, «en los quales se hallará especificado hasta el sudor, orina, excrementos y mocos del mundo», y en los que, por si esto no bastara, se llegaba incluso a «comprehender a la tierra en la multitud de miserias, achaques. y enfermedades que nos atraxo el pecado de Adán […]. Con sólo una calentura, una obstrucción, un resfriado, una constitución, un pasmo o otra cualquier destemplanza de las que acumulan a la tierra, cátate un Terremoto, una Peste o cualquiera otra desdicha que quiera o pueda sobrevenirnos». Para él, pretender usar estas analogías «con achaque de mecanismo», es caminar «sobre engaños y alucinaciones phylosóficas». Frente a la abusiva utilización de las analogías patológicas (hidropesías, convulsiones, parálisis, tercianas...) para explicar fenómenos terrestres, él declara que se contentaría «con que tan solamente se mostrasen en el mundo subterráneo el equivalente de una fibra de tantas y tan innumerables como componen el mundo subterráneo». Según él el mayor fundamento en que se basan estas analogías es la comparación entre la circulación de las aguas en la tierra y la de la sangre en el hombre, y acepta que esto puede representar «una levísima analogía, pero nada de semejanza, porque la disparidad es inmensa». Y pregunta: «¿a donde está la distribución de venas y arterias en el globo terráqueo? A donde la facultad pulsífica de las últimas y las válvulas de unas y otras?».

El alegato de Roche podría estar dirigido perfectamente contra Torres Villarroel. Pero sorprendentemente no es a él a quien van dirigidos los tiros, sino contra un religioso andaluz - que él conocía personalmente y que, por tanto, debía ser de Sevilla o Cádiz - «conocido en el orbe literario por sus doctas producciones», el cual había escrito un «nuevo sistema» en cuyo prólogo, además de aludirle a él, criticaba también a Torres Villarroel, Nifo y Fernando Lopez de Amezua, e impugnaba el sistema eléctrico de los terremotos defendido por Roche 83. La disputa es en el fondo, un episodio más de la lucha contra los aristotélicos. Estos aparecen representados en este caso por el autor del nuevo sistema, al que Roche critica que mezcle en su argumentación datos físicos, matemáticos y científicos siendo así que previamente ese mismo autor había declarado que los filósofos aristotélicos deben estar libres «de la jurisdicción de Astrólogos, Mathemáticos, Chímicos y de los que se llaman Eruditos».

Es de todos modos una lucha en la que posiblemente los resentimientos personales entre estudiosos locales estimulaban la elaboración de argumentos científicos. Porque de hecho, el mismo Roche que tanto atacaba las analogías orgánicas, en realidad no negaba su validez sino que se oponía a su desmesurada extensión y a su aplicación a detalles insignificantes. Y así en la misma obra declara:


«Es el Mundo un cuerpo orgánico, por cuya razón y otros efectos, que vemos en la superficie, imaginamos en su centro varios receptáculos, conductos, elaboratorios, y otras oficinas con agua, fuego, ay re y varios fluidos, que solamente por razón de su oficio pueden tener obscura alusión o remota analogía comparativa con algunas partes del cuerpo viviente. Pero qué tiene que ver lo análogo, y alusivo de algunas pocas partes con la similitud y semejanza de todas, hasta lo más ridículo?»84


Pero es que, además ese mismo Roche pocos años más tarde, en una obra sobre las «Nuevas y raras observaciones para prognosticar las crisis por el pulso (1761) dedicada a vindicar los trabajos del doctor Francisco Solano de Luque, el médico de Antequera motivo de tantas polémicas 85 y al que llama el Hipócrates español, no duda en usar y abusar de las analogías ahora con fines médicos y naturales. Roche en esa obra piensa que puede fortalecer el sistema de Solano «con la evidencia de un gran número de futuros, que pueden anunciarse en el Mundo grande, y tienen bastante similitud con sus prognósticos en el pequeño; porque unos, y otros estrivan en ciertas leyes muy conformes». Y en confirmación de su idea examina los diversos pronósticos del tiempo (tempestades. calmas, esterilidad o fertilidad de las cosechas) o de sucesos (como las pestes) que pueden hacerse con señales pequeñas tales como el color del sol, la forma de las nubes, el comportamiento de los animales, el dolor de las heridas del hombre 86.

Sin duda estamos ya muy lejos de las primeras formulaciones del principio de semejanza, pero aún así esa relación afirmada entre mundo grande y pequeño difícilmente puede ocultar su origen, y muestra hasta qué punto había sido aceptada una idea de raíces antiguas. De todas formas, también es claro que a mediados del siglo XVIII asistimos al ocaso de esta idea en el mundo científico paralelamente, o incluso más tardíamente que en la literatura 87. Es el momento en que se desvanece el «obstáculo animista» 88 dentro de las ciencias físicas. Cuando el organicismo renazca a fines del XVIII y durante el XIX, será a partir de principios diferentes - los que consideran al organismo como un sistema complejo de funciones interrelacionadas y de órganos para realizarlas, un sistema de fuerzas autorreguladas, de acuerdo con los descubrimientos realizados por la biología. La Tierra no será ya un animal que respira y sufre enfermedades aunque puede uno preguntarse hasta qué punto la difusión del antiguo organicismo facilitó la adopción de un nuevo sistema de analogías que tan influyente llegaría a ser en el siglo XIX.

VOLCANES Y TERREMOTOS

La opinión tradicional

En una región geológicamente tan inestable como la mediterránea, lugar de confluencia de dos placas tectónicas y, por consiguiente, de permanente actividad sísmica 89, tenían que aparecer muy pronto esfuerzos para explicar racionalmente el fenómeno de los repetidos temblores de la tierra. En efecto, según cuenta Aristóteles en los Meteorológicos (II, 7,8), Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito intentaron ya en el siglo V antes de Cristo elaborar una primera interpretación de sus causas, interpretación que él mismo criticó y modificó.

En la explicación de Aristóteles 90 la tierra, que era naturalmente seca, se humedecía por razón de la lluvia, y calentada por el sol y por el fuego interior daba lugar a un soplo (pneuma) y exhalaciones que podían desplazarse hacia el exterior, originando el viento, o hacia el interior, dando lugar al temblor y produciendo consecuencias análogas a los estremecimientos y palpitaciones originadas en el hombre por el soplo interior. Las ideas aristotélicas fueron tenidas en cuenta, de una manera o de otra, por todos los autores clásicos que trataron del tema, como su discípulo y sucesor en el Liceo Teofrasto, Estratón y Epicuro. Fue también la dominante durante la edad media y se difundió, entre otras, a través de la obra de San Alberto Magno en el siglo XIII 91, llegando con todo su prestigio a la época renacentista. En España, además de la recepción indirecta a través de la vía árabe 92, y de los comentarios escolásticos bajo medievales, los Meteorológicos fueron traducidos directamente del griego al latín en 1531 por Juan Gines de Sepúlveda y con el resto de los libros de Física fueron objeto de gran número de ediciones en los siglos XVI y XVII. La difusión de las ideas sobre meteoros en castellano quedó asegurada con la traducción que en 1615 hizo de esa obra el Licenciado Murcia de la Llana 93.

A la tradición aristotélica hay que unir la de la física estóica, reflejada en las Quaestiones Naturales de Séneca. En el libro VI de esta obra, Séneca, después de repasar las distintas interpretaciones que se habían dado sobre su origen (el agua para Thales de Mileto, el fuego, la tierra, el aire o una combinación de ellas) adopta la teoría pneumática y concluye que «la principalísima causa, pues, de los temblores de tierra es el viento, elemento móvil de suyo y que cambia de un lugar a otro». Según él «si una causa exterior le agita y le asenderea y le mete en lugar estrecho, conténtase por entonces en cederle el puesto, y vagabundea si se le consiente» pero, en cambio, «si se le quita la posibilidad de salir y halla resistencia en todos lados, entonces indócil rueda y brama en sus cárceles y hace mugir profundamente la montaña» 94.

Así el aire, que para Séneca es «el elemento más pujante, más activo de la naturaleza», encerrado en cavernas subterráneas es el causante de los terremotos. A través de diversas vías esta tradición se recogió también en occidente y, ya sola o ya combinada con otras, se convirtió en un nuevo factor explicativo. En España, donde el senequismo se ha considerado casi una constante del pensamiento y del carácter nacional 95, la obra de Séneca fue conocida ampliamente e incluso tempranamente vertida al castellano por mandato del rey Juan II de Castilla 96, existiendo desde el renacimiento numerosas ediciones latinas de sus obras completas 97.

La concepción senequista sobre terremotos está presente también en la Historia Natural de Plinio el Joven obra asimismo muy utilizada en el Renacimiento, y de la que hizo en España una traducción castellana en 1624 el Licenciado Gerónimo de Huerta. Plinio acepta plenamente que la causa de los terremotos son los vientos: «porque es cierto – afirma - que jamás tiembla la tierra sino estando quieto el mar y el aire tan sosegado y tranquilo que los vuelos de las aves son libres, sin haver viento alguno que nos incline y lleve a alguna parte: y esto no sucede jamás sino después que los vientos están encerrados en las venas y cavernas de la tierra, teniendo oculto su soplo». El naturalista romano realiza también una comparación interesante - por sus consecuencias - al añadir «Y no es otra cosa abrirse la tierra y salir el viento, que cuando el rayo sale rompiendo la nube, batallando el aire encerrado, y procurando salir a su libertad» 98. Respecto a la época de mayor incidencia de estos fenómenos se aparta de Aristóteles, pues considera que es el otoño y el verano, al igual que ocurre con los rayos, y cree que ésta es la razón de que en Egipto y en las Galias no se produzcan temblores: en el primer país porque lo estorba el gran calor que hace, y en el segundo a causa del invierno. La obra de Plinio fue muy conocida en España y sus ideas ampliamente usadas. En particular, las señales previas sobre terremotos que este autor relaciona fueron citadas numerosas veces y todavía en el siglo XVIII por Feijoo, que en sus Cartas Eruditas no dudó en afirmar la utilidad que tenía el conocer dichos indicios 99.

Que el tema de los temblores de tierra interesaba ampliamente desde el Renacimiento lo prueba el que obras de gran difusión popular dedicaran atención al mismo, propagando ideas que constituirían, sin duda, durante el siglo siguiente el fondo básico explicativo de las personas de cultura media. Esta visión es la que refleja Jerónimo Cortés, el autor del famoso Lunario Perpetuo, en el tratado de los elementos incluido en su Phisonomia y varios secretos de Naturaleza (Tarragona, 1609). Cortés acepta como punto de partida para su explicación de los temblores la existencia de «las tres regiones que los doctos constituyen en la misma tierra». La primera es la más superficial, en la que viven las plantas, los animales y el hombre, y en donde se encuentran los montes, ríos y volcanes (a los que el pueblo denomina «bocas de infierno»): «según la buena Philosophia esta región no pasa de seis a siete estados de un hombre debaxo de tierra». Más abajo se extiende la segunda región donde «se engendran los vapores y exhalaciones cálidas, con la fuerza y virtud de los rayos del Sol, y mediante la influencia de las Estrellas y Planetas»; es la región donde se forman los metales y los minerales que se pueden moler, como el azufre y otros. En la tercera región «no se sabe que se engendre cosa alguna», porque se tiene la seguridad de que la virtud y la fuerza de los rayos solares no llegan hasta ella, por lo que «está la tierra más pura y simple que en las dos dichas regiones». Los temblores y terremotos se producen en la segunda región y, según Cortés,


«Proceden de las muchas exhalaciones calientes que se engendren en las íntimas concavidades de la tierra, las cuales como se van multiplicando con la virtud y fuerza de los rayos del Sol, Planetas y Estrellas, no hallando por donde subir, mueven la tierra con extraña violencia para poder salir, causando muchos temblores y grandes terremotos en la misma tierra»100


Cortés se plantea también la relación entre estos fenómenos y la formación de los montes, y señala que mientras para algunos doctos éstos son causados «por los empellones que dan azia arriba las sobredichas exalaciones encendidas, quando no hallan concavidades en la parte que se engendran, para poder caminar y discurrir por ellas", para otros se formaron en tiempo del diluvio, por haber entonces «descarnado el agua a la tierra en muchas y diversas partes del mundo». El, por su parte, sigue una opinión diversa, que no hace intervenir para nada las explicaciones naturales: «yo diría – afirma - que ni fue esto ni esotro, sino que al tiempo que la Majestad inmensa del Criador formó la tierra, crió también los montes para ornato della y servicio de los hombres; de los quales no poca utilidad y provecho han sacado y sacan hoy en día los vecinos dellos y aún los muy distantes» 101.

Si la explicación de Cortés al poner el acento en las exhalaciones enlazaba directamente con la tradición aristotélica, otras interpretaciones más frecuentemente adoptaban una posición ecléctica combinando - como ya había hecho San Alberto Magno en el siglo XIII - a Aristóteles con Séneca y haciendo intervenir también los efectos del fuego interior. Es la postura del padre Zaragoza cuando defiende que "el fuego subterráneo y el aire encerrado, que con el calor se hace raro, dilata y busca salida, son causa de los terremotos», al igual - añade a titulo de demostración - como «el ayre encendido en una bola de bronce puesta al fuego sin respiración la rompe con gran violencia» o como ocurre cuando se incendia la pólvora encerrada en una mina o cuando «se produce la violencia de un rayo formado en la tenue cárcel de una nube»: «aplíquense pués – concluye - estas causas divididas o juntas al interior de la Tierra y se hallarán bastantes para los terremotos» 102.

Las interpretaciones de origen clásico llegadas directamente o más o menos modificadas por los intérpretes medievales representaban intentos de explicación racional de unos fenómenos naturales que por sus efectos catastróficos sobrecogían y atemorizaban a la población. Dichas explicaciones tenían que competir con las de carácter sobrenatural, las cuales podían adquirir gran relevancia en el marco de algunas corrientes teológicas que ponían énfasis no tanto en el Dios creador y distante que crea el mundo, establece las reglas para su funcionamiento y lo deja conducirse de acuerdo con dichas reglas, sino en un Dios cercano y providente que cuida de forma inmediata del funcionamiento de ese mundo y que ocasionalmente puede usar de su poder para mostrar su disgusto o satisfacción con los hombres 103. El enfrentamiento entre explicaciones racionales y sobrenaturales se resolvía generalmente con la adopción de unas u otras, aunque no es infrecuente encontrar también autores que dan entrada a la vez a interpretaciones de uno y otro carácter, lo que obligaba a un previo esfuerzo de clasificación para distinguir temblores producidos por cada una de esas causas. Quizás el caso más espectacular que puede citarse en este sentido es el largo y erudito libro escrito por el caballero aragonés Anastasio Marcelino Uberte, con ocasión de los temblores que asolaron al reino de Nápoles en los dos últimos decenios del siglo XVII.

En la presentación de su obra, Uberte afirma que utiliza los mejores y más verdaderos «Filósofos» griegos y latinos, y los «Históricos» que han escrito sobre ese tema, citando en concreto a «Plinio, Séneca, Valdelmoncio, Claudio Galeno, Pedro Crinito, Alberto Magno, Aristóteles y otros», y entre esos otros de forma destacada al español Doctor Lucio de Espinosa 104. Asegura a continuación que prescinde de las «supersticiones» de los caldeos egipcios y babilonios, y abomina «de las mentiras en las Synagogas de los Rabinos, y de las fábulas tenaces de los Idiotas e Ignorantes Mahometanos de su Alcorán, que todo lo natural y sobrenatural lo atribuían al movimiento de las Estrellas, sin venerar estos lo que es prodigio, ni distinguir lo que propiamente por causa acontece». Esta última frase de la clave de su intento, pues, efectivamente, Uberte se dedica en su obra a la prolija operación de distinguir los temblores originados directamente por causas sobrenaturales de los que pueden atribuirse a factores naturales. Para ello reúne todas las noticias de terremotos sucedidos antes y después de Cristo y tras analizar las circunstancias de cada uno atribuye a causas sobrenaturales todos aquellos que por alguno de los datos disponibles puede interpretarse como castigo o muestra del descontento divino (libro IV). Así, por dar un ejemplo, interpreta de esta forma el acaecido en el año 386:
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Re: FUEGO INTERIOR TERREMOTOS CIENCIA ESPAÑOLA S XVIII

Año de 386. Sucedió un terremoto de singulares efectos en Antioquia, que congregándose en su sinagoga infernal los Marcionistas, de improviso les tocó con sus remelones en dicho puesto, que no se libró ninguno; pero de los Cristianos ninguno pereció de cuantos vivían en la ciudad, haviéndose tragado la tierra hasta el último Herege; con que se comprobó que Nulla iniquitas manebit Impunita; suele Dios disimular no pocas veces, pero cuando se resuelve, con un castigo impone los tormentos, que merecían muchos»105.


A continuación investiga los temblores que pueden atribuirse a causas naturales, distinguiendo a su vez entre los causados por el viento, por el agua o por el calor. Al viento atribuye los terremotos ocurridos los años 1198, 1332, 1585, 1612 en Puzol, Berna, Portugal e Inglaterra, considerando que todos ellos han sido provoca - dos por «el viento recluso en los cóncavos de la Tierra» y actuando de esta manera:


«Encerrado en las entrañas de la tierra un Vapor; exhalación o espíritu flatoso; siendo este el uno húmedo y otro seco; se engendra de aquel el agua y del segundo el Viento. Estos allí reclusos forcejan para salir con violencia furiosa y batallando entre si contrarios, estremecen los fundamentos del edificio más soberbio. Es menor o mayor el fracaso según la agitación, con que conspiran por la copia de exhalación que reservan, o despiden. Persevera el temblor más o menos tiempo, hasta que fenece la actividad de ambos, saliendo el Viento en busca de su Región, como habitación más propia»106


A la acción de las aguas atribuye Uberte los terremotos de los años 853, 1294, 1305, 1456, 1343, 1511 y 1670, ocurridos también en diversas regiones. El temblor se produce porque las aguas «(unidas por la violencia queriendo salir a tragarse los puestos de la Tierra, donde hallan menor resistencia; brotan y hierven apresuradas por rebosar para ocupar el terreno y hacer nuevos lagos, y estanques» 107. Por último la tercera causa natural que excita los temblores es el calor y la sequedad «que queriendo consumir el betumen enlazado con la tierra, han producido en los puestos vecinos extraño movimiento, batallando con la humedad como contrario, o por el exceso de lo cálido, queriendo prorrumpir hacia la región del Ayre» 108. Atribuye este origen los terremotos de los años 63, 203, 472, 512, 1631, y 1649, entre otros muchos, todos ellos acompañados por algún tipo de erupción volcánica. Naturalmente las erupciones del Vesubio son descritas con particular detalle así como algunas de América, por ejemplo el terremoto provocado por el Pichincha en Quito.

Uberte dedica también en su obra gran atención al análisis de las características de los temblores, en particular la duración (libro II), y los distintos movimientos que en ellos pueden distinguirse a saber; por consenso, por concusión o sucusión, por conmoción y por hiato o abertura (libro IV, págs. 105 y ss.). También analiza los efectos que causan, discutiendo los criterios para distinguir los que pueden considerarse efectos prodigiosos (libro III), y se preocupa por los posibles remedios, ante lo que no se muestra, por cierto, muy optimista pues afirma que «siendo los únicos remedios aquellos que conducen al Cielo, se proponen los de ambas especies, que son de la Protección, de Nuestra Señora de la Concepción Inmaculada, y de otros Santos Protectores», entre los cuales San Francisco de Borja de manera especial 109. Lo obra se completa con la relación de los terremotos que ha padecido el reino de Nápoles y con la detallada descripción de los terremotos de 1688 y 1694.

Al plantear el problema de los temblores en términos de un castigo divino los hombres del renacimiento y del siglo XVII habían retrocedido respecto a la posición mantenida por algunos pensadores clásicos. En efecto, dieciocho siglos antes, en sus Ouaestiones Naturales, Séneca había afirmado que «no es la ira divina quien provoca estos trastornos grandiosos del cielo y la tierra» y procuró averiguar la fuerza física que los producía 110. Frente a esta neta posición racionalista no sólo el pueblo adoctrinado por los predicadores se inquietaba por la ira divina que se demostraba en los temblores, sino que eruditos como Uberte e incluso ilustres e ilustrados científicos como el padre Zaragoza no se atrevían a ir más allá de afirmar que unas veces eran efecto natural, y otras causados o permitidos por Dios para castigo del hombre 111. Como veremos a continuación, el espíritu racionalista tuvo todavía que librar fuertes batallas frente a las interpretaciones sobrenaturales en pleno siglo de la ilustración.


Temblores catastróficos en el setecientos: y preocupación por sus causas

La reflexión científica, o simplemente curiosa, sobre los temblores de tierra se vio grandemente espoleada por algunos sismos catastróficos que se produjeron en el imperio hispano desde la segunda mitad del: siglo XVII. Cada uno de ellos daba lugar inmediatamente a la publicación de numerosos opúsculos y folletos del más diverso carácter, no faltando entre estos los que intentaban dar alguna explicación natural al fenómeno.

Para la época que nos interesa hay que partir de la ola de conmociones geológicas que afectaron duramente a partir de 1687 a la América andina, y en particular a esos focos esenciales del dominio hispano en América del Sur que eran Perú y Quito 112. Dicha oleada sísmica - que se produjo poco después de que en 1674 un terremoto arruinara la ciudad de Lorca 113
Kamille Rososvky
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