14 de abril de 1912. 23.40 horas. El RMS Titanic, segundo de un trío de transatlánticos conocidos como clase Olympic, choca contra un iceberg en las costas de Terranova. Alertado por el temblor y consciente del creciente desconcierto que se empieza a apoderar de los más de 2.200 tripulantes, Wallace Hartley decide reunir a sus hombres y empezar a tocar en la entrada de primera clase.
Marchas, valses, ‘quicksteps’ y ‘ragtime’. Algunos de los supervivientes creen incluso recordar que sonaron temas como ‘Alexander’s Ragtime Band’ e ‘In The Shadows’. Pero más allá de lo que sonase, lo que nunca ninguno de los supervivientes pudieron olvidar, fueron sus caras de serenidad, de compromiso con la música, de calma y felicidad dentro del pánico que definitivamente ya se había desatado en todo el barco.
Pese a lo que mucha gente podría pensar. La orquesta no formaba parte de la tripulación de White Star, sino que habían sido contratados de manera externa. Viajaban como pasajeros de segunda clase y ellos mismo tenían que correr con sus propios gastos de comida y demás dentro del barco. Por lo que en ningún momento fueron solicitados por ninguna de las autoridades dentro del navío, para que se pusiesen a tocar. Ellos no tenían la obligación de tocar y sin embargo sí el derecho a un hueco dentro de esos botes salvavidas que finalmente nunca llegaron a ocupar.
Otra de las curiosidades que no mucha gente sabe a cerca de la famosa orquesta del Titanic. Es que casualidades del destino, aquella fue la primera y la última vez que los ocho componentes tocaron juntos. Aunque se conocían entre ellos, eran dos orquestas separadas. Por una parte estaba el quinteto de Hartley, que tocaba después de la hora del té, en los conciertos después de la cena y en los Servicios de los domingos. Y por otra parte, estaba el trío de violín, cello y piano. Que solían tocar en la recepción, así como en el restaurant “A la Carte” y en el Café Parisién. Pero esa noche y ante los acontecimientos que se empezaban a suceder, todos respondieron a las órdenes del director Wallace.
Eran ya pasadas la una de la madrugada cuando se sabía que todo se había perdido y los gritos tanto en el agua, como en la inclinada cubierta del barco, hacían de desolador coro para las melodías del octeto. La orquesta se había realojado en la cubierta de proa. Ni el frío, ni la desesperación, ni la certeza de saber que se enfrentaban antes los últimos momentos de sus vidas, les hicieron parar de tocar. No hubo una duda ante su líder, ni un ademán de parar. Tocaron y tocaron y tocaron hasta que a las dos y diez de la madrugada, Hartley paró, les miró, les estrechó la mano, les deseó suerte uno a uno y les dijo que se podían marchar. Pero todos conocían ya, cual era su final.
No me puedo imaginar cual sería la cara que puso, cuando la respuesta de su orquesta ante tal liberación, fue la de volver a tocar. Seguir tocando, quien sabe si ya por calmar sus propios nervios en vez de los de los demás, pero todos los supervivientes coincidieron en los mismo. En que tocaron hasta el final. En que nunca pararon hasta que la inclinación del barco les impidió seguir. Quien sabe si hasta que literalmente se cayeron, o desfallecieron, o se empezaron a ahogar. Pero allí, todo el mundo les seguía escuchando tocar.
Dicen casi todas las crónicas que posiblemente el último tema que se les escuchó fue la melancólica “Nearer, my God, to Thee” (“Más cerca, oh Dios, de ti”). Que la tocaron y después su música desapareció absorbida por el mismo océano que les absorbió a todos ellos.
Pero hasta la mar fue consciente de su heroicidad, de su valentía, de su coraje. Y casi dos semanas después de tenerlo entre su inmensidad, decidió devolverlo a la superficie, para que la humanidad le pudiese despedir con los honores que se merecía. Wallace Hartley fue encontrado entre enormes bloques de hielo, todavía con su elegante uniforme de orquesta, (por el que curiosamente la familia tuvo que pagar a la naviera) y abrazado al estuche de su violín. El 18 de mayo, más de 30.000 personas acudieron a despedirle con honores en el cementerio de Colne.
Hoy, en el centenario del misterioso hundimiento del Titanic, rindo homenaje a:
Mr W. Theodore Brailey (24 años, Piano)
Mr Roger Bricoux (20 años, Cello)
Mr John Frederick Preston Clarke (30 años, Contrabajo)
Mr Wallace Henry Hartley (33 años, Director)
Mr John Law Hume (29 años, Violín)
Mr Georges Krins (23 años, Violín)
Mr Percy Cornelius Taylor (32 años, Cello)
Mr John Wesley Woodward (32 años, Cello)
En memoria de su valentía, de su fidelidad y respeto a la música, a la cual amaron sin duda alguna hasta el final. Este humilde post va para ellos y para la música que seguro que les sigue acompañando allá donde estén.
Descansen En Paz.

BIBLIOGRAFIA: http://www.musicasn.com/2012/04/la-orqu ... l-titanic/