A bordo del U69 22 de junio 1942
Querida y dulce Esther.
Confiarte mi vida a bordo sigue siendo el mejor de los remedios para combatir la nostalgia que siento por ti, y el tedio de los días de patrulla.
El tiempo de los últimos días a sido hermoso y tranquilo. De día se levanta sobre el submarino un alto cielo azul, y las salidas y puestas de sol se suceden con la magnificencia que la naturaleza suele desplegar con prodiga belleza en estas latitudes subtropicales. Despejadas, bellas y apacibles han sido también las noches con su precioso manto estrellado, y traen un poco de fresco a los hombres extenuados por el calor sofocante del día. Este fresco lo necesitamos todos a bordo, tanto mas cuando los últimos días sin viento, en los que el sol abrasa la delgada plancha de acero del casco del submarino, aumenta hasta lo insoportable el calor que irradian los motores diesel en constante funcionamiento en el interior de la nave.
Los hombres de guardia en el puente hacen su “turno” con la mitad superior del cuerpo desnuda, resguardando la cabeza y la nuca con el casco colonial, y en la parte de popa de la torre hemos instalado una ducha donde los hombres “francos” de servicio, desnudos como Adán pueden disfrutar de los baños de sol y agua marina a la vez.
Nos hallamos desde ya hace mucho tiempo, en la ruta meridional de aprovisionamiento del adversario. Con variada suerte hemos estado buscando y, uno después de otro, hemos encontrado, atacado y destruido a un vapor aquí, un segundo allí y un barco cisterna mas allá. En este momento nos encontramos próximos a una base enemiga en cuyas cercanías supongo que habrá un poco de trafico del cual todavía podríamos sacar provecho.
Así las cosas, quiero contarte el ultimo hundimiento que conseguimos, puesto que estuvo a punto de costarnos muy caro.
Poco antes de la medianoche del día 20 Sábado, estuve en el puente y me quede un momento junto a los vigías, clavando la mirada fija en la oscuridad.
- ¡ Mucho ojo, muchachos!
Dije mientras me disponía a bajar otra vez.
- ¡ Mucho ojo, no sea que se nos escape una liebre por delante de las narices!
Por la noche se levanto una ligera brisa, y la guardia de los de servicio en el puente transcurrió más agradable y rápidamente que de ordinario. Al fin traía el aire un poco de fresco. En la torre estaba acurrucado el timonel detrás de unos aparatos débilmente iluminados, y en la oscuridad brillaba de vez en cuando la rojiza luz de un cigarrillo, cuando alguno de los hombres francos de servicio salía al “salón de fumar” a “liar un pitillo”.
A las cuatro de la mañana se relevaron las guardias. El aroma del café recién hecho fue esparcido por los vertiginosos ventiladores a través de todo el submarino, y de sus camarotes subieron, sudando y medio dormidos, los hombres del relevo en la central, treparon a sus puestos, se hicieron cargo del rumbo, de la derrota y de los sectores de vigía, y acabaron de despertarse tomando un “blanco y negro” y gastándose un par de bromas. Los hombres relevados se quedaron todavía en la torre a fumar un cigarrillo y a charlar un poco, y bajaron luego a su camarote.
Al amanecer del día 21 se dio la noticia que vino a romper la insegura paz de los últimos días infructuosos, pero sofocantes.
- ¡Penacho de humo y topes a 30 grados!
Al instante aparecí en el puente. Claramente se veía la delgada columna de humo que se levantaba del horizonte, y con los prismáticos se divisaban hasta las puntas de los palos, finas como alfileres, casi tocándose, que iban creciendo rápidamente.
- Debe ser un barco rápido
Murmure. Y al cabo de un tiempo...
- ¡ A la estación de inmersión! ¡Guardia del puente abajo!
Me quede todavía unos segundos. Desde la torre abierta puede verse mejor que con el periscopio el curso del adversario. Ya la poca separación entre los palos del buque del adversario me habían dicho que el vapor venia hacia nosotros y que el barco navegaba en zigzag a toda maquina. Finalmente baje por la escotilla cerré y di la orden...
- ¡La escotilla de la torre esta cerrada, anegar!
Por las válvulas de escape salía el aire silbando mientras el agua entraba rugiente en las cámaras de inmersión, y en lugar de los diesel, ahora parados, empezaron a entonar su tremolante canción los motores eléctricos. El submarino se inclino, enfilo hacia el fondo y fue seguidamente enderezado.
- ¡A profundidad de periscopio!
Mis voces de mando se cumplían callada y rápidamente. Agachado detrás del periscopio, el azul oscuro delante de mis ojos se vuelve verde, luego gris claro y, por fin, emerge la punta del periscopio al aire libre. Una rápida ojeada circular, y ahí esta el vapor, todavía lejos, describiendo siempre el mismo curso irregular en zigzag.
- que tipo más escurridizo-, pensé.
- ¡Veremos quien lo hace mejor!
Y empezó un largo juego de escondite; una lucha silenciosa para la posición de ataque. ¿Lograra el vapor hacer un movimiento (por casualidad, desde luego, ya que no puede saber nada de su perseguidor), que lo aparte del alcance del submarino? ¿O lograre maniobrar de tal modo que el vapor se nos ponga a tiro?
Con la duración de las secretas maniobras creció en mi interior la admiración por el capitán del vapor. El hombre sabia verdaderamente su oficio. A cada momento parecía como si el barco fuese a escapar a su suerte y cada vez tenia que maniobrar enérgicamente con bruscos movimientos de maquina y timón para compensar los cambios de rumbo del adversario y mejorar nuestra posición.
Entretanto pude ir reconociendo poco a poco de que clase de buque se trataba. Era un hermoso buque rápido armado y, al parecer, muy cargado. Sobre cubierta, a proa y a popa, había grandes cajas o jaulas. ¿Iría cargado de piezas de avión? Eso si que seria bueno.
Entretanto se había levantado con la mañana una brisa que era lo suficientemente fuerte para cubrir la superficie del mar con una blanca capa de espuma, lo cual nos beneficio para que pasara nuestro periscopio perfectamente desapercibido a los ojos de los vigías del vapor.
- ¿Esta listo el torpedo?
- ¡Torpedo listo, Herr Kaleun!
Finalmente, tras un incesante maniobrar, llego el momento. El adversario hizo un movimiento que tenia que conducirlo irremisiblemente a su perdición.
- ¡Tubo IV listo!
- ¡Fuego!
De la parte de proa se oyó un ruido silbante, y a lo largo del submarino se propago la sacudida característica que se produce cada vez que se lanza un torpedo.
Conteniendo el aliento me mantuve con la vista fija en el cronometro que sostenía mi segundo oficial en su mano.
¡ BUUUUMMM! ¡Blanco!
A través del periscopio vi las columnas de agua que levanto la explosión en el costado del buque adversario. Una mas que perceptible sacudida estremeció al vapor que, perdiendo velocidad y como si entrara en barrena, viro a babor, mientras se inclinaba ya de costado. Luego se quedo parado un poco hundido, pero evidentemente todavía a flote. Y entonces ocurrió algo que me extraño: echaron botes al agua; uno, otro y cada vez mas, y esto significa ya treinta, cuarenta, casi sesenta hombres.
- ¿Tanta tripulación en un buque de carga semejante?
No es lo corriente y además, los hombres tan bien vestidos... y sus movimientos tan precisos. Cuanto mas miraba mas me extrañaba, pues el buque seguía sin hundirse, hallabase solo escorado a su lado de babor y nada hacia pensar que se hundiría rápidamente.
- ¿Tirare otro torpedo?
Los hombres en los botes de salvamento habían empezado ya a bogar, apartándose ordenadamente del vapor.
- ¿Empleare ahora el cañón de cubierta? o ¿tirare otro torpedo?
Pensé que seria una lastima malgastar los preciados torpedos, mejor será esperar un poco, a lo mejor se va a pique.
Seguí recorriendo atentamente con la vista el barco torpedeado, realmente un barco rápido y moderno, no había duda ninguna, y , además, armado. Los cañones de proa y de popa se distinguian perfectamente bajo sus fundas de lona. Pero ¡Qué cosa más rara! Las cajas de proa y de popa, que semejaban cajas de aviones, parecían ahora vistas con mejor resolución en el periscopio, como si no fueran mas que trampas. Y ¿qué es lo que había en el puente? ¿Que eran esos espacios blancos y oscuros que se veían?. Nos acercamos un poco, era preciso ver la cosa mas de cerca. Mira, mira, allí se veía un brazo y más allá solo por un momento la cabeza de un marinero.
Eché una ojeada rápida a los botes, que todavía no estaban lejos. Los hombres estaban sentados en los bancos pero no remaban, pareciendo como si esperaran algo. Ahora ya sabia lo que esperaban. Esperaban que emergiéramos y que atacáramos con el cañón de cubierta el barco abandonado, para ser destruidos nosotros a su vez al caernos una lluvia de metralla de las armas escondidas en el vapor.
- ¿Que apostamos que bajo las cajas de aviones se esconden cañones de gran calibre?
El vapor parecía ser una trampa de submarinos.
- ¡Tubo V listo!
Me decidí, aquí ya no había torpedo que fuera “lastima”, de lo que se trataba ahora era de acabar por completo con el adversario.
- ¡Fuego!
El torpedo salió disparado y fue a acabar su carrera en una de las “cajas de aviones”. En el humo de la explosión vi como volaban pesadamente las paredes de la gran “caja” y como apareció detrás la silueta de un cañón de gran calibre. Al mismo tiempo que se animaba el vapor abandonado. Por todas partes salían hombres de los mamparos y de las escotillas, se descolgaban del puente, corrían por cubierta y se tiraban al mar.
Rápidamente cambio la situación del buque. En alarmantes proporciones creció la inclinación del barco. El segundo torpedo parecía haberle tocado de muerte. Del fondo del casco destrozado subían a la superficie barriles y más barriles, barriles vacíos, la “carga” que debía hacer el barco insumergible, o cuando menos difícilmente sumergible, y preservarlo de los torpedos.
Mientras que el barco se inclinaba de costado, pude ver el puente del adversario a mi gusto, y lo que vi me dejo sin aliento. No solo los pesados cañones disimulados estaban a punto de hacer fuego sobre cualquier submarino que apareciera, sino que también sobre el puente había una serie de pesadas armas automáticas y hasta en la parte de popa, detrás de la borda un numero enorme de cargas de profundidad.
Créeme si te digo que me dieron escalofríos cuando pensé que es lo que hubiera sucedido si hubiera ahorrado mi segundo torpedo y, como tantas otras veces, intentado acabar con el barco cañoneándolo con mi artillería de cubierta.
- ¡Avante media!
Dije, acto seguido, mientras observaba de que modo el barco atacado se inclinaba completamente de costado y se hundía en medio de un imponente remolino.
Un enigma me quedaba aun por resolver. ¿Cómo es que, contra la costumbre de todos los buques trampa de submarinos británicos, iba en este barco la tripulación uniformada y tan acicalada, mientras que por regla general acostumbran a ir de paisano y, además desastrados, para dar a entender que son gente inofensiva?.
¿Que día es hoy? Pensé. Ah, si, domingo. Y ¿a qué hora disparamos el primer torpedo? A las once. Claro. La hora de la revista dominical, y el primer impacto impidió a la gente representar la “escena de pánico” en la que una parte de la tripulación abandona el barco “despavorida”, mientras que la otra se queda a bordo esperando a que emerja el submarino para aniquilarlo con las pesadas armas que llevan escondidas.
Este fue un buen hundimiento, pues nos asegura una navegación más segura en estas aguas.
A bordo todo a vuelto a la normalidad de los días pasados, los baños de sol y mar entre guardias, los concursos de ajedrez y de chistes mantienen a la tripulación con el animo dispuesto. Pero ahora percibo en el ambiente la premura por gastar nuestras dos ultimas “anguilas”, la tripulación lo desea. Desea regresar a la base en Francia, sentir el suelo firme bajo los pies y el perfume de la campiña en el aire. Por mi parte ardo en deseos de volver a verte.
Recuerdo nuestros pasos por el paseo marítimo de La Baule. Tu cuerpo espigado tumbado en la fina arena de la playa mientras que mis ojos no dejaban de reseguir tu amada y ahora ansiada piel. Quisiera pensar en el final de la guerra, pero se me hace imposible imaginar ni tan siquiera en el sueño acariciado por los dos de vivir juntos en tu adorada Francia, y ver a ese hijo ahora en tu seno, crecer en paz cuando todo esto acabe.
Te quiero francesita mía, te quiero.
Tuyo, Johann Vilthomsen.
QUERIDA Y DULCE ESTHER. II
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QUERIDA Y DULCE ESTHER. II
Última edición por Johann Vilthomsen el 14 Feb 2005 19:29, editado 3 veces en total.