Trozos de un diario que no es el de Vitàcora

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Haddock
Bootsmannsmaat
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Trozos de un diario que no es el de Vitàcora

Trozos de un diario que no es el de Bitácora II

El “Bilbao Esprès”, conocido también por el U 128

Ya estamos otra vez! Dando vueltas por el Golfo de Vizcaya como locos! Este hombre, nuestro comandante, es de los que no olvida. Todo empezó con el cambio de destino; con lo a gusto que estábamos en Wihelmshaven! Pero el BdU, en su infinita sabiduría, nos mandó a Lorient y con ello se acabó la buena cerveza y las salchichas decentes y empezó el vino y el carrusel, cada vez que salimos o volvemos de patrulla, por esta costa vasca que ya conozco mejor que el comedor de mi casa. Da igual que sea el coto de caza preferido de los antisubmarinos de la RAF; da igual: la cuestión es encontrar, y como sea, y hundirlo, como sea también, al pequeño “Txacolí”, un pesquero de Santurce, que es un pueblo como Kiel pero que se come mejor que en Kiel, aunque eso lo descubrí después de la guerra; durante la misma esa comida vasca marcó nuestras vidas.

Aunque es un tema tabú a bordo, es público que en la flotilla nos llaman el "Bilbao Exprès" precisamente por ese navegar constante frente a esa ciudad; en fin, paciencia. La història la saben todos en la base, la cuentan cada noche a partir de la tercera cerveza! El caso es que acabábamos de llegar y fuimos uno de los primeros buques de la flotilla que salimos de misión, no pudimos ni subir alimentos frescos: los servicios secretos o una parte de ellos, el misterioso B-Dienst, había interceptado una emisión desde Londres dando instrucciones para llevar, en un pesquero, a un importante miembro del MI-6 que llevaba una buena y gran cosecha de fotos, planos y estado de nuestras instalaciones en Francia. La información, en manos del Mando de Bombarderos de la RAF, hubiera sido fatal: 1943 no era, precisamente, 1940! Bueno, creo que el caso era exactamente así, según oí que mi jefe, el ingeniero, se lo contaba a ese guardiamarina aspirante que llevamos a bordo y que estaba convencido que los diesel funcionaban por la mirada que les dirigía la foto del Fuhrer que alguien, no precisamente muy católicamente nacionalsocialista, había puesto encima, justo encima, del diesel de babor, el que suelta, disparándola, una gotita de aceite cada vez que bajan y suben las válvulas. Y las vávulas suben y bajan muchas veces.

Bien, lo cierto es que el pesquero tenía que encontrarse en alta mar, lo más cerca posible de la costa española para asi estar bien lejos de nosotros, con un submarino de la Royal Navy que lo llevaría de vuelta a Inglaterra. Ese era el plan que nosotros teníamos que evitar a toda costa. Y a eso fuimos.

Salimos con buen tiempo y, como el destino era relativamente cerca, nos sumergimos nada más dejar puerto puesto que no seria raro que alguien de la resistencia hubiera comunicado nuestra salida y, en algún lugar cercano a Londres, un Liberator del mando costero de la RAF estuviera calentando motores: la misión parecía demasiado importante como para correr riesgos innecesarios. Nuestro sumergible del Tipo IXC podía llegar perfectamente a tiempo navegando a profundidad de periscopio.

Cuando estábamos arribando al punto de encuentro, y empezábamos a subir, estalló la galerna. Estuvimos en la superfície solo el tiempo de salir: de nuevo abajo! O por el procedimiento normal de toda la vida en un submarino o por el otro, el que tiene más mala prensa: aupados en el aire, volcados i, posterior i definitivamente hundidos. Ni nuestro querido Stabsoberbootsmann, conocido por Ramsés debido a que por su edad ya había navegado en la flota faraònica, recordaba nada parecido, según juraba y perjuraba mientras, como era habitual, mordía apasionadamente su puro.

Aquello duró tres días al cabo de los cuales subimos: entonces el mar era un espejo que reflejaba placidamente los millares de estrellas que nos miraban. Pero nos miraba más gente: el submarino había emergido, justo, justito,al lado de un pesquero que el sonar no había detectado por estar parado, meciéndose sobre el agua de un modo casi coqueto. Pero, lamentablemente no era “nuestro pesquero”. A punto estuvimos de soltarle un disparo con el cañón y si no lo hicimos fue por el primer oficial de guàrdia, que había estado agregado en Sevilla de 1937 a 1939 y hablaba español. Oyó perfectamente como del pesquero salía una voz: “Coño, mira estos!” La voz primer oficial de guàrdia vino del puente como un trueno: “Alt!” No ibamos a tener un conflicto internacional con España a estas alturas. Ya más tranquilos miramos todos hacia el barquito: diez caras asombradas, bajo diez boinas grandes como portaviones, con diez puros humeantes como cargueros en las bocas, nos miraban atònitas. Cuando nos hablaron parecían un orfeón; todos al unísono nos dijeron: “Han perdido Ustedes algo?” El primer oficial contestó rápido: “Por qué lo dicen?”; respuesta veloz y coral de nuevo: “Como andan corriendo por cubierta...”

Aquello era absurdo. En realidad estábamos muy adentro de las aguas jurisdiccionales españolas y muy cansados después del temporal. Allí no hacíamos nada. Así que el comandante, vía primer oficial, empezó a despedirse de los pescadores para volver a lo nuestro. A punto estábamos ya de irnos cuando salió del interior pesquero el cocinero con una gran olla; una olla de la que salía un aroma algo más que embriagador para quien lleva días quitando la capa de moho del pan para poder comerlo. Encarándose a su capitán el cocinero le dijo: “Patrón que coman los señores boches que andaran desmaiaos con tanta guerra” Nuestro comandante no entendía nada y el primer oficial hizo una traducción... digamos literária: podía más su hambre que su pátria y, así, con el ligero cambio de “boches” por “alemanes”, y una vez comprendido el significado de la olla en cubierta nuestro comandante aceptó el regalo. Hubo entonces una rara discusión del cocinero del pesquero con la tripulación del mismo a la que no le dimos importancia, entre otras cosas por no entenderla: “Qué coño van a comerse estos la marmitako!” dijeron los tripulantes con cara de pocos amigos; “Que si, que estos señores tienen una guerra por ganar y han de alimentarse!” contestó el chef. El rugido de respuesta de los otros pescadores fue atronador: “Que guerra ni que niño muerto: la cena es la cena!” A lo que el cocinero replicó “Pues si llegamos a la costa en diez minutos os pago dos cenas seguidas a cada uno en la tasca del puerto”.

Hubo tambien, es cierto, unas miradas raras entre ellos que nosotros atribuimos al cálculo de si valía o no la pena aceptar al invitación. En ese momento, el patrón, como viniendo de un sueño y con la voz como... inquisitiva y marcando mucho las palabras, le dijo al cocinero: “En la tasca de tu abuelo?” Al cocinero, oyéndolo, se le iluminó la cara: “En esa misma!” Habría dos tascas en su pueblo, pensamos, y la de su abuelo debe ser la mejor. Así que, estando todos de acuerdo, en un momento la olla bajó al interior del submarino y, en otro segundo, el pesquero salió zumbando hacia su cercano puerto de orígen.

A la media hora los que salimos zumbando hacia la cubierta fuimos todos nosotros: la diarrea fue tan monumental, general, absoluta, estruendosa y duradera que allí nos cogió el amanecer. Sentados en cubierta envueltos en brumas y con la colección de maldiciones mas grande que jamás se haya oído en la Kriegsmarine.

Desde ese día nuestro comandante busca ese maldito pesquero: sin tregua, sin pausa, con orden, con ganas, con pasión. Claro, el fue uno de los que comió más marmitako. Al “Bilbao Esprès” lo trajo de vuelta el segundo: el comandante entró en puerto sentado, sin pantalones y jurando barbaridades.

Nunca supimos, claro, la conversación que tuvo lugar en aquel pesquero cuando a toda máquina entró en el puerto de Santurce. El grumete quería saber donde estaba esa tasca famosa del abuelo del cocinero: una y otra vez preguntaba y preguntaba. Al final el patrón le dijo: “No hay tasca, coño, no hay tasca; este animal les ha hechado en la olla todo el purgante que teníamos, ese que robamos al almacen de la Marina y que puede purgar hasta ballenas!” El niño quiso saber el motivo, quiso saber como lo había sabido el patrón, quiso saber como todos se habían puesto de acuerdo sin una palabra... El patrón contestaba: “Niño, hay cosas que... nada, coño, que eres demasiado pequeño!” Un marinero, mayor, cansado ya de vivir unos años largos y difíciles, cogió al chaval por los hombros y, desde la borda, mirando unas olitas pequeñas que acariciaban los cascos tranquilos amarrados en el puerto, le dijo: “El abuelo del cocinero era de Guernika... y bueno ya sabes lo que pasó...” El cavalín dió un salto: “Pero Patxi, los malos esos eran de aviación y estos animalicos de hoy eran de la marina, de los nuestros, como tú y como yo!” Patxi, un punto más cansado, contestó: “Coño, Santi, hay que explicartelo todo: nosotros, ellos... que más dá cuando eres pobre y no mandas! Declaran guerras los pobres? Además, teníamos a mano otros boches para devolvérsela?” Al chico la vida se le presentó de golpe: “No, claro, visto así...”

Y en Santurce, sin más sustos ni problemas que discutir en casa de quien se cenaba aquella noche tan distinta de las demás, la oscuridad hacía su camino, como todas las noches. Mar adentro, y en alemán, colores más claros pintaban cascos oscuros.

Tambien esa misma noche pero un poco más adentro aún de ese mar ya más tranquilo, otro casco silencioso surgía de las aguas y recogía un pasajero mojado, con miedo, cansado. En sus manos, bien agarrada, había una maleta que contenía papeles que se convertirían en unos metros más de recorrido en el camino hacía la libertad de unos pueblos ocupados.

Pero el Cantábrico, sabio como otros mares, tenía un secreto; sabía algo que en aquellos momentos desconocíamos: que todos éramos marinos. No lo sabíamos, no, pero algún dia, y sin olvidar el respeto a los muertos por la libertad y a los muertos que lo fueron por cumplir una orden o un deber, todos descubrirámos una pasión común, humana, genética: el mar. El mar como un imposible y el mar como un juego dolorosamente adulto, como una salida, a veces definitiva, de unas vidas demasiado invivibles para ser aceptablemente humanas.

Ahora, que ya soy abuelo, y que estoy releyendo mis notas de guerra de pobre cabo de màquinas en un submarino perdido en unos tiempos confusos, en casa, en mi sofà, pienso en este Montecristo que estoy fumando y que, con su humo y su aroma, me recuerda el concepto de civilización y este calvados, que estoy bebiendo con tanto placer, que me dice bajito que no hay razas ni ideologías sinó personas. Y no puedo evitar recordar unos versos que todos los europeos, hacía mil novecientos catorce, deberían haber leído. Pero… quizás era solo una canción… aunque no acabo de recordar quien la cantaba. En fin, los escribo antes que mi nieto venga otra vez y me diga que debo ir a la cama ya. El poema, o la canción, decía

Escucha, hermano, la canción de la alegría
El canto alegre del que espera un nuevo día.

Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol
En que los hombres volveran a ser hermanos.

Si en tu camino sólo existe la tristeza
Y el llanto amargo de la soledad completa

Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol
En que los hombres volveran a a ser hermanos.

Si es que no encuentras la alegría en esta tierra,
Búscala hermano más allá de las estrellas.

Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol
En que los hombres volverán a ser hermanos.


Feliz año nuevo a toda la flotilla!!! Bon any nou a tothom!!!
Mix-martes86
Könteradmiral
Könteradmiral
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Registrado: 16 Jul 2004 19:15

Pobrecillos, debieron de sufrir con esa marmitako. :lol: :lol: :lol: :lol: :lol: :lol: :lol: :lol: :lol: :lol:

Muy bueno el relato. :D :wink:
Navegando las tormentas como mejor se puede.
Miguel
Leutnant zur See
Leutnant zur See
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Ubicación: Valencia-España

Muy bueno Haddock, sigue asi :wink:
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Asturias
Bootsmann
Bootsmann
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Ubicación: Oviedo

Muy, muy bueno :D
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