Trozos de un diario que no son del Cuaderno de Vitàcora del U 128 (IV)
A la manera de Comandante Johann Vilthomsen.
Los peces ya han salido: luego de la orden del comandante el buque se ha estremecido y han saltado al mar, directos a su destino. Todos nos encerramos en nosotros mismos, con los ojos fijos en lo primero que hemos mirado, en silencio. Los nervios estan contenidos, la tensión se mezcla con esta humedad omnipresente. Solo tres personas estan vivas, si estar vivo quiere decir saber que pasa y poder actuar en consecuencia: nuestro comandante, con los ojos en el periscòpio de combate, cura su ansiedad con la certeza de saber que, si se ha calculado bien, verá el resultado de fuego y destrucción que se espera; nuestro segundo que, con su cronòmetro en la mano, puede saber cuanto falta para el final y el sonarista, que oye correr a los peces metálicos. El resto estamos ciegos, sordos, víctimas de la espera.
Boooommm! Ya está. Unos segundos de alegría y a salir corriendo: el convoy es grande y la escolta abundante. El petrolero está partiendose y empieza su viaje al fondo: lo confirma el sónar. Como será ese viaje que se realiza a unos cientos de metros de nosotros? El submarino negro, estabilizado i navegando, está colgado sobre el fondo. El buque hundido se dirige hacia ese fondo, camino de la arena o de las rocas: grande, immenso, potente, en silencio. Lo veran los peces? Lo oiran descender? Imagino la oscuridad del mar profundo y la mole de hierro planeando y descendiendo sin parar. Cómo será el golpe en el fondo del mar? Habrá pasado rozando ballenas o se habrá mezclado por entre bancos de peces? Que vería su capitán si ahora estuviera en el puente? Silencio y suavidad; danza de metales con el mar, tan majestuosa e impresionante como la muerte que conlleva. Oscuridad y peces atònitos ante la nueva especie que busca lo más profundo. Pasto para buzos y buscadores de lo imposible.
Booooommmm! El mar ha traido el eco de otra explosión. Los camaradas del otro lado del convoy deben estar haciendo bien su trabajo y, según parece, nosotros nos estamos situando para continuarlo: han venido nuevas órdenes de velocidad y estamos virando. Hago mi cometido mecanicamente: bueno, de hecho, soy mecánico! Soy mecanico, efectivamente, pero una vez fuí un submarino: una màquina bien ajustada, pensada y diseñada para portar un sistema de armas que maten y destruyan de manera eficaz. Estamos en guerra.
Me hice submarino por una mujer, por mi mujer, la persona que amo y con quien iba a casarme. Por ella, submarino ya, eficaz y certero, provoqué mi booommm! y obtuve un hundimiento, sólo que yo no mande al fondo a ningún barco: yo mandé a los aires una casa.
Volvíamos a la base luego de una patrulla en la que dejamos el fondo la costa este norteamericana con bastante más chatarra de la que había cuando llegamos; cruzado el oceano, nuestro comandante dió las tres vueltas de rigor por el Golfo de Vizcaya y, convencido que una vez más el pequeño "Txacolí", nos había visto venir y estaba amarrado, puso proa a casa. En cuanto pude salí volando del barco; volando del búnquer; volando del puerto militar; volando de las instalaciones portuàrias, viré para comprar el ramo de flores y volando de nuevo a casa de Marie. Hubiera debido fijarme en que la calle estaba más vacía; pero tenía prisa. Mi ropa era una mezcla de olores indescriptibles: kolibri con diesel y aceite de motor. Una buena ducha y todo habría pasado; una buena ducha y ver la mejor de la sonrisas, iluminada por aquellos ojos profundos como el oceano, los ojos de Marie; cuando eso ocurriera la guerra ya estaría lejos, muy lejos.
Mis zapatones de la Marina resonaron fuerte en la escalera: perdía flores por el camino pero era igual. Marie...
Aún faltaba un piso y... La brusquedad con que la puerta se abrió me asustó. Pero sólo era Madame Claire, la señora a quien le conseguí, bueno, robé, para que vamos a engañarnos, penicilina de la farmàcia militar para su hijo. El mismo niño que jugaría al cabo de un poco con mi gorra, sano y feliz. Una vez dentro de su casa, en la que me entraron tirando de mi uniforme, me hicieron sentar; ella y su marido, un ferroviario bigotudo que, podría jurarlo, debe haber saboteado más de uno de nuestros trenes de suministros, se instalaron frente a mí. Entre su alemán de supervivencia y mi francés precario supe la història, no hacía falta que subiera el piso que faltaba: Marie no estaba. La semana pasada un engreido funcinario del partido, enviado desde Berlín por la Organización Todt para acelerar el envío de trabajadores franceses al Reich, se había fijado en Marie y había intentado cortejarla; un funcionario ambicioso y sin entrañas, con ganas de ascender, de ser un buen nacionalsocialista, un buen denunciador de inflitrados enemigos. Ella se resistía con éxito, hasta que al final Él logró entrar en el piso, metiendo el pie entre la puerta y el marco, cuando Marie intentaba cerrarla al ver quien era y que quería; entró y vió lo que nadie había visto desde nuestra llegada como ocupantes.
Marie era judía, claro; yo lo sabía, claro que lo sabía. Como judíos eran las personas que el mismísimo Almirante Dönitz llevó en su coche oficial, a través de Francia, y a los que salvó la vida. Pero este no fué el caso de Marie: ella desapareció dentro de un tren abarrotado de gente detenida y, ahora, ese funcionario vive en su piso, debidamente requisado. Un piso luminoso, amplio, elegante, con vistas sobre la bahía y el mar. Ese piso iba a ser mi casa.
Todos en la flota hemos oído històrias de lo que sucede; pero nadie lo quiere creer, nosotros combatimos por nuestro pais contra otro pais, de tú a tú. Además aqui tampoco tenemos SS: la vida a bordo es demasiado dura para las élites, aunque no puedo evitar recordar la conversación con mi hermano, en casa, en el último permiso: está en una Panzerdivisionen, en Varsovia. Me contó su guerra, tan distinta de la mía; a poco de empezar comenzó a llorar, a llorar, a llorar... mi madre me dijo, bajito, que cada día era igual y que vivía encerrado en un gran dolor provocado por lo que había visto. Explicó la guerra de las SS, no la de los soldados, y todos algun día, si es cierto lo que su voz fué desgranando, lloraremos con igual intensidad; pero no es momento de pensar en ello. Soy marino y ahora tengo una misión. De mi comandante he aprendido como caen la mejores piezas: paciencia, perseverancia y, cuando es el momento justo, golpear duro y desaparecer silenciosamente. Ahora soy un u-boot y debo actuar como mi comandante gobierna el buque cuando estamos de patrulla.
Nada más fácil que hacer cantar a un engreido burócratra de la muerte en la cima de su poder. Alagarlo es extremadamente fácil; emborracharlo por la victoria, ganada por los otros, aún lo es más. Hacerle hablar, y mucho, no cuesta nada: todos los triumfadores de retaguardia quieren contar su receta para el éxito y lo que han obtenido. En dos días sabía todo lo que quería y debía saber.
Mi compañero de tripulación, Otto, cabo armero, me explicó las maravillas que puede hacer una mina naval desmontada y el poco espacio que ocupa. Los trenes para el viaje los puso el servicio de ferrocarriles militares del Reich y, dos días más tarde, estaba ante la gran casa de vacaciones del funcionario; un palacio situado en la costa norte de Alemània y comprada con lo que debía haber hallado en muchos otros pisos como el de Marie. Una gran casa, ahora cerrada por estar el gran hombre en misión en el frente, como él decía, y por ser otoño. Seguramente pensaba volver en navidades: las merecidas vacaciones del guerrero. Instalé la mina con toda la calma y toda la ciencia que Otto me había indicado. Era como mi comandante en su periscopio de ataque: afinando la puntería.... Booooommmm!!! El bello palacio junto al mar voló, voló y voló muy lejos. Yo volví a la Base: me quedaban los días justos de permiso para hacerlo. Aunque en realidad volví directamente al Rincón de Helga: necesitaba caras conocidas y el calor de los camaradas; necesitaba la casa que me habían quitado.
Y allí estaba el comandante Vilthomsen, en su mesa de siempre; rodeado de cervezas vacías: al día siguiente salía de patrulla y había pasado toda la tarde con su Esther. Pobre comandante: entre sorbo y sorbo murmuraba una dulce canción de amor. Parecía mal cantada por la borrachera; solo yo sabía que cantaba en yiddish: no lo iba a saber si era la misma que me cantaba Marie mientras acariciaba mi pelo y yo me dormía placidamente! Entonces entró en el local el funcionario de la Gestapo que teníamos en la base: perro de presa bien entrenado intuyó algo en la canción del comandante y empezó a prestarle atención, pero el terrible hombre de la gabardina no sabía realmente donde estaba ni con quien se las jugaba . Los otros comandantes, aquel día estaban casi todos puesto que habían sido llamados a una reunión, como si llevaran un sónar incoporado, detectaron la maniobra y la manada de lobos se puso en marcha guiados, como si fuera un estandarte de batalla, por el humo furibundo del puro del comandante del U-3084 . El gestapo acabó muy borracho, sin pistola ni dinero, durmiendo entre los cubos de basura en el callejón por donde escapamos de la policía militar cuando se pone pesada. El comandante Vilthomsen acabó su canción en paz y manos amigas lo llevaron hasta el U-69.
Al día siguiente todos salimos de patrulla. Habían avisado de la presencia de un gran convoy, el que atacamos ahora, y los comandantes actuarían en manada. Y hablando de comandantes, el mío está a punto de nuevo. Hay que volver a la realidad, a la guerra. Boooooommmmm! Otro blanco, otro nuevo gran pez va camino de unas profundidades abisales donde su navegación será eterna y tranquila. Mis camaradas hundidos seran también como ellos, seguro. Patrullaran eternamente por el mar, definitivamente en paz con el mundo. Algún día nosotros nos incorporaremos tambien a esa patrulla, todos juntos de nuevo, convertidos en mar, en los únicos señores de las profundidades: por suerte allí nunca van los funcionarios del partido.
Trozos de un Diario IV
Moderador: MODERACION
-
- Kommodore
- Mensajes: 1983
- Registrado: 30 Nov 2000 01:00
- Ubicación: Zaragoza
- Contactar:
Gracias de nuevo por tus preciosos relatos.
Me gustaria saber algo mas de tí, o no... o quizad es mejor así, amigo misterioso.
Me gustaria saber algo mas de tí, o no... o quizad es mejor así, amigo misterioso.
http://clubnauticoaragones.rcymodelismo.es/
"La guerra es desatar con los dientes un nudo político que no se puede deshacer con la lengua"
[URL=http://imageshack.us]
"La guerra es desatar con los dientes un nudo político que no se puede deshacer con la lengua"
[URL=http://imageshack.us]

-
- Könteradmiral
- Mensajes: 20470
- Registrado: 16 Jul 2004 19:15