Diarios del otro lado I

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Haddock
Bootsmannsmaat
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Diarios del otro lado I

Diarios del otro lado I

Con mi admiración a los capitanes de los buques de escolta, los de arriba.


Estamos en un agradable casa del Maine; robles rojizos, ladrillos rojos, aire fresco y limpio; verdes de mil matices y mucha paz. El fuego está encendido y se habla sin prisa. “Mira, cariño, buscando en el archivo de la Navy he encontrado un diario de guerra de un oficial que sirvió seis meses en la Royal Navy” “¿Esos eran de los buenos, cielo? “Mujer, eran nuestros aliados” “Cariño, es que tu vives en el siglo pasado, hace 60 años; a nadie le interesa ya todo eso, solo a vosotros, los historiadores! Podrías haber hecho económicas, ahora seríamos ricos y podríamos cambiar de coche, ¡seguro!” “Vale, vale, ya me callo...” “Perdóname, amor, he tenido un día muy pesado; mira, léeme el principio, seguro que has fotocopiado el texto entero, y luego me lo cuentas tú más cortito, resumidito, como hacemos siempre” “Bien, entonces allá voy...”

La voz leyó tranquila; voz acostumbrada a leer en público, voz que siempre tiene la sospecha que, seguramente, no le escucha demasiado nadie: “Mi nombre es Bond, James Bond y soy teniente de la Navy. Mi vida era normal y corriente hasta que alguien, en algún lugar del Pentágono, decidió que era la persona indicada para dirigirme a Liverpool y aprender todo lo posible que se pudiera aprender sobre una cosa que desconocíamos y que se había convertido, de un día para otro, en algo vital para nosotros: la lucha antisubmarina.

Viajé en avión y una vez en Inglaterra, en la misma pista de aterrizaje, me estaba esperando un vehículo de la Policía Naval, con un conductor y un cabo. Hasta aquí todo normal; Debía incorporarme en el Mando de los Accesos Occidentales y, una vez cumplidas las formalidades de rigor, presentarme al capitán del HMS Socarrimath, la corbeta a la cual estaba destinado: la mejor corbeta de toda la Royal Navy en la lucha contra los u-boots del tio Donitz.

El vehículo, para sorpresa mía, no parecía dirigirse a ningún edificio propio de un mando naval ni, mucho menos a algún tipo de instalación portuaria. Circulaba por callejas del barrio del puerto hasta que se detuvo frente un bar; un bar sacado de una película de piratas o de corsarios”.

“¡Vale, cielo, sigue tu, que a este paso nos cuenta hasta el menú del bar ese, anda sigue tu, cuéntamelo sin leer, vaaaa....!” De acuerdo, amor, según escribe una vez parado el coche el cabo se giró en su asiento y mirando como solo sabe mirar un cabo de la Royal Navy, dijo: "¿Señor? Hemos llegado, señor" Acto seguido descendió, abrió la puerta al oficial y se cuadró. “¿Es aquí, Cabo?” “Oh, Señor, su nuevo Capitán dijo que estarían aquí hasta tarde y que viniera usted; de todas maneras en el barco no hubiera encontrado a nadie, Señor, solo a los de servicio!”

El interior del local era tan espantoso como su exterior: niebla de tabaco hasta el suelo, olor indescriptible y un extraño silencio. Y no era por falta de clientes; en realidad había tres grupos de clientes, como observaba el teniente de los Estados Unidos: a la derecha una mezcla, sentada, de marineros y suboficiales; en el centro, en la barra, oficiales y, a la izquierda, un oficial, el de máquinas, y suboficiales y marineros. Todos callaban y bebían.

La voz del cabo le sacó de la observación: "Es la tripulación del viejo Socarrimath, Señor". La mirada del americano era una clara pregunta, a la cual contestó el cabo totalmente impasible: "Bueno Señor, el Socarrimath es uno de los mejores cazasubmarinos que tenemos pero, también, es un buque un tanto especial... Bueno, pero eso tendrá mucho tiempo para descubrirlo. Veamos, los de la derecha son los escoceses: artilleros, timoneles, sonaristas, los de cubierta... su reino es la cubierta inferior. En el centro están los oficiales, todos ingleses; su lugar es el puente; a la izquierda los irlandeses, su mundo es la sala de máquinas. Veamos... no falta nadie; bueno, falta uno, Tú, el cocinero hindú, pero ese solo sale del barco cuando tocan un puerto indio. Observará, Señor, que beben sin parar y en silencio; es una costumbre del barco: los escoceses beben a la salud de los alemanes que han hundido en la confianza que, el día que los hundan a ellos, los alemanes hagan lo mismo, en su bar alemán y con cerveza alemana; los ingleses beben para olvidar que viven siempre en medio del agua y eso no puede ser bueno de ninguna manera; y los irlandeses, bueno, Señor, esos beben para aplacar a los genios, duendes, brujas y espíritus de su país para que les perdonen estar tanto tiempo fuera de su Irlanda en compañía de ingleses y escoceses. Unos beben ron, otros wisqui y los terceros ron wisqui o cerveza, según venga, que cada tribu es lo que bebe y bebe según el lugar donde los dioses le han hecho nacer que, en eso, nadie elige y eso lo saben los bebedores. ¿Conoce el Señor alguna guerra entre borrachos?" Estamos, desde luego, ante un cabo filósofo; de eso no cabe ninguna duda.

La cara del americano era un poema. Y, el cabo, entendió que todo aquello, así, de pronto, era fuerte y, con intención de dar ánimos dijo: "Oh, Señor, no debe preocuparse, son muy buenos en lo suyo, solo que a veces discuten, eso es todo".

Pero James Bond estaba francamente preocupado; como no sabía si el cabo era inglés, escocés o irlandés, cuestión esta que intuyó fundamental en aquel lugar, optó por decir: “¿Tienen un cocinero indio?” La respuesta se oyó segura, firme y reglamentaria: “Oh, no se preocupe por eso tampoco, Señor, podía ser peor: el cocinero podría ser francés!” El teniente americano no lo sabía aún pero acababa de conocer a la pandilla de locos mas maravillosa que se pueda imaginar; una pandilla de locos que no olvidaría jamás. Pero los inicios no fueron fáciles, ciertamente.

Luego de las largas presentaciones que le hizo el Capitán Cardhú de la oficialidad, despachó a la tripulación, suboficiales y oficial de máquinas con un “Allí, absolutamente locos, están esa pandilla de escoceses borrachos; nunca se fíe de ellos. Al otro lado, mírelos, esos que aúllan “Irlanda cañí” son los irlandeses locos de la sala de máquinas; otra pandilla de borrachos, aunque estos son peores: además cantan!” El Capitán, luego de pedir más ginebra, para los oficiales y en jarra de cerveza colmada hasta arriba, le dijo, pastosamente, también hay que decirlo: “No se preocupe, hijo, ¡les enseñaremos a ustedes, a los de las colonias, a navegar como es debido!” James Bond acababa de ser adoptado como aprendiz y alumno meritorio en el HMS Socarrimath, una corbeta del Imperio adscrita a la división de escoltas del Mando de los Accesos Occidentales, la mejor escuela del mundo para aprender a hundir u-boots. La única corbeta que no tenía nombre de flor, pero eso es otra història.

Mas tarde, en realidad mucho mas tarde, muchas ginebras más tarde, llegaron al barco, luego de haberse confundido varias veces de navío. Se orientaron por los cánticos de los irlandeses de servicio que en ese momento entonaban “No te vayas de Dublín, que por ti pondré banderas”. La mañana llegó brumosa, pesada y espesa y con ella empezaba el aprendizaje del teniente americano.

James Bond pronto aprendió algunas peculiaridades curiosas de su nuevo destino, en especial las de la sala de máquinas, la dulce Irlanda como era llamada a bordo. El semáforo de señales podía marcar lo que quisiera el Capitán, del jefe de máquinas abajo, avante un tercio se ordenaba entonando “Mira, Mary, los ingleses otra vez”; avante media obedecía a las finas notas de “En Dublín, amor, no hay fresas en otoño” y avante toda seguía a la mítica tonada de “Aguardiente de patata está bien, Patrick”. Paren máquinas, por alguna extraña razón, no se ordenaba por el jefe; cuando el semáforo lo marcaba, éste miraba al marinero más moderno presente, el cual entonaba “Dios salve al Rey” y, automáticamente, todo se paraba y los maquinistas irlandeses entraban en una profunda tristeza, como los motores.

Los escoceses no eran peores ni mejores; eran distintos. No cantaban pero tenían guardadas tres cabras en el botiquín las cuales sacaban a pasear cada vez que entraba de guardia el tercer oficial, que nunca se enteraba de nada; afirmaban que era como tener a los amigos y a la familia a bordo, que les recordaban a su país y les daban confianza. También poseían una destilería clandestina de wisqui en el almacén de banderas. El suboficial de señales, MacKnockando, sostenía que de esta manera, en caso de choque o impacto de un proyectil enemigo, el licor derramado empaparía las telas de las enseñas que podría utilizarse luego como bufandas olorosas, no perdiéndose así toda la cosecha inútilmente; además, si la cosa llegaba a mayores y había naufragio, no podía haber mejor aroma para estar en remojo en medio del Atlántico. Ante tamaña muestra de buen juicio se aprobó la propuesta por unanimidad de todos los escoceses y se instaló allí la refinería. Y, así, de esta manera, funcionaba la corbeta, sin olvidar las partidas de bridge de los oficiales en uniforme de gala y medallas, bajo el retrato del Rey, cada noche. Tú, el cocinero, los alimentaba a todos por igual según su errático criterio indostánico.

Tú, el cocinero: un submundo a parte en el barco. A media mañana se acercó al americano, que se encontraba en la banda de babor mirando la lejanía, y le dijo: “¡Teniente hola, tu beber té con curry, bueno es, teniente, es hora té con curry pata teniente!” Y dejándole la taza en la mano de alejó por la cubierta. El sargento artillero BlackAndWhite, viéndole con cara de no saber que hacer, se acercó y le dijo “¡Señor!, ¿me permite, Señor?” Y cogiéndole la pata de té con curry tiró su contenido por la borda. “¿Pero qué hace Sargento?” “Oh, Señor, esto se hace así: se tira esta porquería y se llena de algo civilizado” Y sacando tres petacas, una de wisqui, una de ginebra y otra de ron, le preguntó: “¿A esta hora que prefiere, Señor?”

Pero estos líquidos civilizados, en el HMS Socarrimath, tenían otras funciones a parte de la primarias de llenar tazas de té con curry una vez se había tirado el té con curry. En la sala de máquinas nadie concebía un “avante toda” sin tirar un buen chorro de wisqui en el combustible; la ginebra, en cambio, era indicada para los motores cuando se disponía “paren máquinas”, puesto que así la tristeza de las máquinas era menor. La radio y el sonar eran rociados a cada relevo con ginebra, aumentando sensiblemente con ello la eficacia de los equipos, según juraban y perjuraban sus respectivos operadores y ningún timonel, en su sano juicio, empezaba un turno sin haber puesto unas gotitas de ron en los puntos de mas roce de la rueda de madera del timón. En fin, tiempos de aprendizaje, como se ve.

Al cabo de unos días se hicieron a la mar. La primera misión de guerra en la que participaba el americano fue la espera de un convoy en medio del Atlántico para llevarlo a Liverpool. James Bond ardía en deseos de entrar en acción y paseaba nervioso por el puente: hacía unas doce horas que habían zarpado y aún no había pasado nada.

Al cabo de un rato entró un sargento con un papel en la mano y dirigiéndose al primer marinero que vio le dijo, al tiempo que se lo daba: “MacSeagram’s, si ves algún inglés por aquí dile que ha llegado ahora mismo!” “Eso está hecho, sargento LongJohn” El tercer oficial, el segundo teniente Jack Daniel’s, siempre atento a las turbias maniobras de las tribus del norte, se acercó al marinero y le dijo “Me ha parecido ver por aquí a un escocés nuevo, muchacho, ¿que sabes de eso?” “Oh, Señor, ahora que lo menciona, es cierto, ha venido un buen hombre de la vieja Escocia y me ha dado esto por si veo algún estirado lord del sur” De una mano a otra el radio llegó, finalmente, hasta el capitán: un avión de la patrulla antisubmarina con base en Islandia había obligado a sumergirse a un submarino alemán no muy lejos de allí, en un punto por donde pasaría el convoy dentro de dos días. Un nuevo rumbo se ordenó al instante, luego de discutirlo a voces el oficial de derrota Glencadam con el cabo MacMacallan, su ayudante, que abandonó el puente gritando “¡Ingleses locos! Ha puesto rumbo a Bombay...”

Una vez llegados a la zona del avistamiento en la cabina del sonarista había trajín. Ping tras ping, las profundidades eran rastrilladas una y otra vez. El sonarista, escocés, obviamente, discutía con el primer oficial, inglés, obviamente también.

“¡Maldito loco... ponlo manual y rastrea a babor!” “¡A babor, señor, solo hay cachalotes, escoceses, por cierto, debido a las aguas por las que navegamos; así que déjenos tranquilos, a los cachalotes y a mí!” “¡Escúchame bien, MacCampbell, escúchame bien: ningún escocés chalado va a decirme...!” De golpe un ping ligeramente distinto. El capitán lo oyó; no dijo nada pero empezó a llamar a su alumno al puente, por si había algo que aprender. Los altavoces repetían la llamada. El alumno no aparecía. Al cabo de un rato, la voz del capitán, en diversos tonos, intensidades y timbres llenó todos los rincones del buque. También en diversas versiones: “¿Dónde está ese maldito lagarto colonial!”, o bien “¿Búsquenme a ese maldito independentista!” o, muy celebrada por la oficialidad, por cierto “¿Han encontrado a ese aprendiz de inglés?”

Curiosamente, James Bond se cruzó en un pasillo interior con MacTomatin y MacGlenfiddisch, electricistas. “¿Buenas tardes, Señor, ha oído ya al Capitán?”. El americano, convencido de estar ante una amable charla de circunstancias, respondió “Si, me ha parecido que llamaba a un lagarto”, “Oh, perdón Señor, pensábamos que no había oído que lo quería en el puente” James, de pié, en el pasillo, quieto, no sabía como tomarse la respuesta cuando el Alférez Jameson le cogió un brazo, al tiempo que el altavoz tronaba: “¿Si alguien ve a ese maldito granjero de Kentuky que me lo traiga atado al puente!” El Alférez le dijo “¡Vamos, vamos, creo que tenemos un buen zorro al que pillar!

Cuando Bond entró en el puente estaba muy enfadado con la cuestión de los lagartos; iba a hablar alto y fuerte sobre el tipo de avisos para que los oficiales acudiesen al puente cuando, desde el sonar, hubo un retorno claro, hermosamente metálico, sonoro, potente, seguro. El Capitán hablo de nuevo por el altavoz “Hijos míos, tenemos trabajo. Que San Jorge, San Andrés y San Patricio beban a nuestra salud y bendigan este buque!”

No pasó nada; pero Bond sintió con toda claridad que algo había cambiado. El capitán corregía rumbos y velocidades y MacFamousGrouse, el timonel, obedecía sin rechistar, como lo hacía el jefe de máquinas, O’Ballantine’s. El sonarista daba mediciones y su oficial las repetía. Las dotaciones de las cargas estaban listas y la pieza de artillería de proa, con el segundo teniente Johnnie Walker al frente, tenía todo a punto, brillante y listo.

James Bond no entendía que esa vaga república naútica que era la corbeta, ese estado flotante difuso escasamente mayor que algunas ballenas, estaba en peligro. Y las tribus que habitaban en el interior de esas fronteras de metal, madera, vidrio y piel humana uniformada, dejaban para mejor ocasión las disputas cotidianas que daban sentido a su vida y se dedicaban a una discusión de más enjundia. Claro, si la muerte los visitaba faltaría alguien, o muchos, y la discusión no sería igual y, en el fondo, como dice el viejo refrán naval que suele solucionar casi todo en la marina, todos navegaban en el mismo barco. Pero dejemos estas reflexiones más propias de cabo de la policía naval y oigamos un retorno nítido, un ping a vuelta de correo que no admite dudas.

Bond creyó estar, de golpe, en otro barco: órdenes justa, exactas y estrictamente cumplidas. La nave respondiendo como si ejercitara un delicado ballet ruso, los hombres serios y atentos... hasta que el sonarista miró a su oficial; sólo lo miró: mirada escocesa sobre ojos ingleses. El oficial gritó “¡Los tenemos debajo Señor!” El Capitán Cardhú solo dijo tres números: el número de las cargas, un silencio corto; tres cifras más, el orden de los lanzadores; silencio corto y tres números finales, las profundidades correspondientes a cada lanzamiento. Había repetido las cifras que el oficial del sonar había leído en la mirada del sonarista. Mágia naval, y visual, en directo para James Bond, americano. Había presenciado la construcción del primer cajón de la muerte de su vida: cargas laterales para evitar viradas y cargas centrales para provocar destrucciones..

Al poco, grandes surtidores de agua dibujaron un rectángulo a popa de la corbeta. Todos los prismáticos se dirigieron hacía allí. Mientras, el buque había iniciado una virada muy cerrada y se disponía a un segundo ataque.

Lo anunció uno de los vigías de estribor: maderos y aceite flotando. El resto vino más tarde. Primero asomó el periscopio, luego las antenas, la proa y la torre y finalmente una cubierta muy dañada, especialmente en la popa, con una parte arrancada: los maderos que habían flotado primero.

No hizo falta altavoz; el vozarrón de Cardhú mandó fuego pero Johnnie Walker ya lo había hecho. El primer tiro pasó alto y largo; el segundo corto y bajo. El tercero dio de lleno en la parte trasera de la torre: se acabaron las inmersiones del submarino por un buen tiempo, así como las transmisiones de radio. Salía un denso humo negro del lugar del impacto y varios tripulantes del u-boot luchaban ya contra las primera llamas.
El Capitán Cardhú tomó el altavoz. “¡Hijos míos, esos tres han vuelto a trabajar bien: Jorge, Andrés y Patricio han llevado satisfactoriamente nuestros asuntos y merecen nuestro respeto. Que Dios les bendiga a ellos y nos dé algo de beber a nosotros!” Palabras mágicas de nuevo para nuestro pobre americano. La pequeña polis flotante había evitado a los bárbaros del norte y sus hombres habían dejado ya las murallas; el paréntesis se cerraba: la plaza pública, y no los muros, era de nuevo el centro de la vida y de la atención de todos, un centro que volvía a ser saco de voces, almacén de discursos, habitación de declaraciones y refugio de agravios. “¡Señor, con el debido respeto, el rumbo que llevamos nos dirige, directos, a Berlín!” “¡Oh, vamos, loco escocés, que sabrás de rumbos, haz lo que te digo!” “Oh no, Señor, ese ping no era el definitivo; en Londres no saben de sonares!” “¡Vamos, maldito pastor de cabras escocesas, mira tú sonar y escucha el mar y, sobre todo, cierra la boca!”

Mientras, el sumergible se alejaba renqueante, sin poder hacer frente, casi, al oleaje. Humeando, tosiendo los motores, con media torre arrancada y parte de la cubierta de popa levantada.

El capitán de la corbeta, con la voz reservada para las grandes ocasiones navales, gritó: "Señor Chivas, avante un tercio y que sirvan ron a la tripulación, han hecho un buen trabajo".

El americano no pudo más, estalló como una granada: "¿Que avante tercio ni ocho cuartos? ¡Avante toda y fuego a discreción, hay que hundirles!" Quien reventó a continuación fue, claro, el capitán Cardhú: "¿Qué significa esto? ¡En mi buque mando yo, como todos los capitanes del mundo en sus navíos! ¿Que locura es esta? ¡Señor Chivas que suba uno de esos escoceses locos al puente y que saque a este hombre de aquí!

"¿Señor?" Surgido de la sombra apareció al segundo el sargento mayor MacDeward. Trueno del capitán Cardhú: "'Que hace un escocés de esos en mi puente sin mi permiso!" "¡Oh, señor, es muy fácil, alguien tiene que vigilar que esta cáscara inglesa navegue bien!" "¡Qué demonios.... solo falta un irlandés enloquecido cantando!" Otra voz surgió de las sombras en un instante: "¡Señor!" El capitán empezaba a perder la carta de navegar: "¡Qué hace usted aquí O'Ballantine’s? ¿Qué hace el jefe de máquinas en el puente?" Una voz de maquinista naval respondió: "Oh, Señor, de hecho es simple; esto está lleno de ingleses, incluso parece ser que se ha visto por aquí algún escocés... alguien debe vigilar esto...! También ha venido mi segundo, Señor, O’Glenlivet, por los escoceses, sobre todo!”

El americano estaba, de modo intermitente, blanco, verde, rojo y de un interesante tono fucsia. Con la mano en la pistolera dijo: "¡Esto es cobardía frente al enemigo... tomo el mando de esta nave de locos!" Se hizo un silencio absoluto, solo roto por el monótono motor de la corbeta; un segundo más tarde un intenso olor a curry invadió el puente. El capitán Cardhú bordaba cada palabra con fino hilo del Código de Justícia Naval, en especial del capítulo que habla de fusilamientos sin juicio previo: "¡Sólo faltas tu, el cocinero.... qué quieres, Tú, por Dios!

"¡Hora té, sennor capitan sahib, hora te!" Sirenazo del capitán: "¡Ahora no; estamos en un asunto que puede acabar mal!" Los dioses, de siempre, han bendecido a los cocineros; ningún teólogo ha sabido explicarlo satisfactoriamente, pero hay pruebas consistentes de que es así y todos los cocineros lo saben, todos. Por eso el nuestro, sin inmutarse, contestó: "¿oh, no problema hay, sennor capitan sahib, yo arreglo rápido!" Y dirigiendose al oficial americano le dijo: "¡Y tú ya calla, chico tonto! ¿No escuela vais en colonias? Mira mar, mira boches, mira humo.... Casa van, tonto; ¿No tu ves que nadie daño ya hacen? ¡Deja vivir, chico de colonias, deja vivir; muerte ya hay mucha... ellos amigos también y família... todos cumplido deber... deja sangre tranquila chico tonto y bebe te con curry... es bueno, bebe tu, bebe..!"

Y de este modo, y muy lentamente la tarde cae en el Atlántico Norte. Una tarde que observa atenta como un u-boot herido y cansado vuelve a su casa en paz. Y también observa como en el HMS Socarrimath todos corren, incluso cierto americano que ya empieza a entender algo del mar y de la vida, a la borda, tiran su te con curry al océano y se dirigen luego a llenar sus tazas de nuevo; unos de ginebra, otros de wisqui y, otros aún, de ron. Cada uno, ya lo explican los cabos filósofos de la policía naval a los que quieren escuchar, es lo que bebe.

Lo que no puede ver la tarde, por ocurrir dentro del buque inglés, lo pueden oir los dioses del mar, de oreja fina. Oyen como un cocinero vuelve refunfuñando a su cocina. Refunfuña el cocinero: "¡Tontos blancos hombres! no soporto te, yo; no soporto curri, yo. Algún descubrirán día que hago yo esto para que tiren borda todo y tengan excusa para beber lo que gustar y olvidar guerra.... Barcos estos si cocinero indio no hay desastre todos van!"

Y la tarde se va definitivamente; como los dioses, que se van a sus cosas. Como cierto cocinero indio perdido en el mar océano que va, directo, a su botella de orujo gallego del ilegal, del que no paga impuestos, del bueno, y le dedica toda su atención: es su manera de volver a la orilla de Ganges y soñar feliz un rato. No, no pongais esa cara: todos los cocineros indios de la Royal Navy beben orujo de pajar, todos. Era ya un misterio en 1939, lo continuaba siendo en 1945 y, aún hoy en día, nadie puede ofrecer una explicación satisfactoria al fenómeno. Suponen también los teóricos que, una de las consecuencias secundarias de ese consumo inmoderado de orujo gallego, es el origen y la causa de los curiosos mantras que recitan estos cocineros navales cuando su orujo les facilita profundas meditaciones, la mayoría de clara procedencia ibérica. Este anochecer, Tú, con los ojos semicerrados murmura una y otra vez:

...pues estamos
en mundo tan singular
que el vivir sólo es soñar,
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte: ¡desdicha fuerte!
¡Que hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre en su pobreza;
sueña el que a medrar empieza;
sueña el que afana y pretende;
sueña el que agravia y ofende;
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida?: un frenesí.
¿Qué es la vida?: una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Invitado

:shock: :shock: :shock:
Cagonlaleche. Si es que los mejores entre los mejores también tienen amigos y compañeros. Y yo me enorgullezco en ser compañero, al menos, de alguien capaz de escribir lo precedente.
El Glenfarclas de esta noche irá a la salud de la tripulación del HMS Socarrimath, y sobre todo de su cocinero indio.
Invitado

:?:
Última edición por Invitado el 06 Abr 2005 01:59, editado 1 vez en total.
Mix-martes86
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Realmente la palabra en estado de gloria y apogeo maximos. Tengo que confesarte que no se de donde sacas la capacidad de escribir tantos y tan buenos relatos, pero desde luego, es digna del mejor de los novelistas.

Una cosilla, Accesos del Oeste o Accesos Occidentales es lo que en inglis se conoce como Western Approaches, ¿verdad?
Navegando las tormentas como mejor se puede.
oarso
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Y yo soñé que escribia este mismo relato.

Y vi que el relato era bueno.

Pero un enorme bostezo me devolvió a la triste realidad.

En fin. ! Que le vamos a hacer ¡ Uno es un simple mortal y, aunque le he pedido consejo al mismisimo Cervantes, el cabrón de él no me ha contestado; o quiza yo no he oido su respuesta a traves de su petrea mazmorra.

Chiiiiii,Mix.Martes, accesos occidentales = Western Approaches.

Por cierto escenario de una famosa regata que en la edición que se disputó en 1979, se desató una terible tragedia que se convirtió en el mayor desastre de la historia de la navegación deportiva. En ella encontraron la muerte quince personas, como muy bien se relata en "fastnet force 10" de John Rousmaniere.
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¿Profesión?
Técnico Superior en sistemas de refrigeración de materiales de construcción.
¿El que moja los ladrillos en las obras?
El mismo.
Beltza
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Impresionante Haddock.
Hasta ahora no había tenido la oportunidad de leer tus relatos. De momento sólo he leido este y es muy bueno. Da gusto ver la agudeza y la inteligencia que hay tras esa historia.
Seguiré en ello.

Muchas gracias.
Comandante en Jefe de la 24 Flotilla
¡Larga vida a la 24!

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oarso
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!! Por Dios, Beltza ¡¡

¿No habias "husmeado" por aquí?

Esto es uno de los excelentes complementos de la 24 flotilla.

Aqui se describen Relatos que, surgidos de la propia imaginación o extractados de otros autores, hubiesen excitado la envidia del mismo Platón.. A pesar de ser este un Mito. :twisted: :twisted:

Saludos


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Castorp
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Yo que fumo, y como homenaje al gran Haddock, transcribo la versión fumadora-sufridora de su cita calderoniana (la encontré por internet):

...pues estamos
en mundo tan singular
que el fumar sólo es soñar,
y la experiencia me enseña
que el hombre que fuma sueña
lo que es hasta despertar.
Fuma el rey y es rey, y vive
con este engaño fumando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte: ¡desdicha fuerte!
¡Que hay quien intente fumar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Fuma el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
fuma el pobre en su pobreza;
fuma el que a medrar empieza;
fuma el que afana y pretende;
fuma el que agravia y ofende;
y en el mundo, en conclusión,
todos fuman según son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo fumo y estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida?: un frenesí.
¿Qué es la vida?: una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño,
y los sueños, de humo son.


Gracias por todo, maestro. :wink:
"Asturias... puntería natural..."

Castorp U-34 / 24 Flotilla Geweih
Imagen[img]http://i3.photobucket.com/albums/y69/ca ... ryforo.jpg[/img:c54c
Aizkora
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:shock: :shock: IMPRESIONANTE!!,muchas gracias por este magnífico relato.Este foro es la oxtia!!! Un saludote.
:twisted: :twisted: Aizkora U 202 :twisted: :twisted:
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