Diarios del otro lado II

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Haddock
Bootsmannsmaat
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Diarios del otro lado II

Diarios del otro lado II

(Son las 18'30, está nevando y me acaban de llamar del trabajo: se acabó leer por hoy. He visto, por el camino, como la nieve convertía todo en algo irreal).


El viejo HMS Socarrimath está merodeando al sur de Islandia. El destructor que manda la escolta del gran convoi que llevan hasta Liverpool lo mandó tras una sospecha, un indicio, una posibilidad de submarino. Lo mandó a cazar un destello en medio de esta gran llanura gris; llanura que se no se acaba jamás, que sube, que baja, que cambia a cada momento y que, a diferencia de lo que pueda pensar la gente de tierra adentro, es grande para todos: puede contenerlo todo, puede esconderlo todo, puede disimularlo todo, hasta un sumergible que también busca presa que llevar a sus torpedos. Pasó cerca del convoi pero la fuerte lluvia les impidió ver nada. Fue muy poco el tiempo en que pudieron verse, convoi y submarino, aunque fue suficiente para dejar un minúsculo rastro visto por unos ojos atentos; rastro de luz en una pantalla de un invento nuevo, rastro sin nombre ni apellidos, pero suficiente para una orden por rádio, bastante para dar inicio a una cacería que el submarino no espera.

Con el anochecer vino la nieve. Suave en la piel, bailando enloquecida al son del viento del norte: la proa del Socarrimath parecía cortar un gran algodón cada vez que bajaba y entraba en el mar. Puntos blancos sobre fondo negro, esperanzas pequeñas sobre fondo de guerra.

Desde el puente el viejo suboficial MacGlenfarclas había vaciado en la borda tres tazas de té con curry y las había llenado convenientemente de liquidos civilizados; estaban a media guàrdia: todavía vaciaría y llenaría otras tres. Tú estaba atento y solícito: era MacGlenfarclas quien le suministraba el orujo, por eso lo cuidaba; este era uno de los secretos mejor guardados de la Royal Navy. Había otro secreto: ¿cómo se obtenía el orujo en Liverpool? Como en todas las historias turbias, había una mujer por medio. El suboficial vivía en pecado con una mujer, una mujer gallega. Se habían conocido cuando uno era grumete y ella una mocosa con un padre que trajo un día, de la Costa de la Muerte, un chiquillo inglés acabado de salvar de un naufragio. Y hasta hoy: ella dejó en Galícia los recuerdos de toda una vida y sólo se llevó el alambique de hacer orujo del abuelo para su hombre: le devolvieron a la vida con carajillos de orujo y el buen MacGlenfarclas nunca más quiso beber otra cosa.

Cuando le mobilizaron y le embarcaron en el Socarrimath el orujo le ayudaba a vivir, a navegar y, sobre todo, a estar sin una mujer que era su vida. Hasta que una madrugada, cuando pensaba que estaba solo con su orujo y sus recuerdos intuyó una sombra. Se giró de golpe y sorprendió al cocinero mirándole con lágrimas en los ojos. El cocinero dijo: "¡Tienes todavía agua buena... tonto yo pensar que tenía más y quedado sin!" Fue el principio de una gran amistad: al suboficial nunca le faltaba una taza de té con curry para vaciar y, al cocinero, jamás le fallaron las reservas de un fanatástico orujo de pajar, mejor dicho, de garage.

Pero Glenfarclas está ahora mismo de guàrdia; enciende una vez más su habano y se concentra en el trabajo. Pronto intuye que algo no es como todas las guardias; su olfato de veterano le lleva la mirada hasta la cubierta de proa: una sombra camina por ella. Va despacio, como buscando, como mirando, como paseando. Glenfarclas lleva 40 años en el mar y su gallega le ha dado cinco hijos. Es marino y es padre, no necesita ver más. Se cala la gorra, sube el cuello de su abrigo azul marino y se dirige a la cubierta.

Se acerca despacio, no quiere asustar al marinero que está haciendo un muñeco de nieve junto a la pieza de artillería. El mar se ha calmado: él también lo ha comprendido todo con una sola mirada. La voz suena dulce pero un punto rota, como si su propietario hubiera hecho algún uso frecuente de alcoholes de alto valor heroico. "Buenas noches, hijo. Te está quedando bien el muñeco... si, muy bien" El jovencísimo marino se pone en pié de golpe y de queda en posición de firmes. Pero las lágrimas, miedo, añoranza, todo junto, no estan militarizadas y continuan cayendo, lo que provoca más nervios al marinero. "¡A sus órdenes mi suboficial, se presenta el....!" Glenfarclas le corta el discurso, al tiempo que alborota su pelo rubio con la mano: ¡Oh vamos, se perfectamente quien eres, lo que no se es cuantos años tienes!" "¡Acabo de cumplir 18 mi suboficial!" "¿Y cuanto llevas en la Marina?" "¡Cuatro meses, señor!"

"Bueno, con tan poco tiempo no habrás aprendido a hacer los muñecos como dice el Reglamento; te ayudaré" Y ante la sorpresa del muchacho el viejo suboficial le ayuda a terminar su obra y, al mismo tiempo se le van secando las lágrimas al chico: encontrar família en medio de una nevada lo cura todo, aunque sea un viejo tio que bebe cuando está de guàrdia y lo encuentres en la cubierta de una destartalada corbeta, navegando al lado de Islandia.

Acabado el muñeco el suboficial le pregunta: "¡Cómo se te ha ocurrido hacer eso, hijo?" "¡Oh señor, es lo que haciamos en el instituto la última vez que nevó, Señor!" "¿Y cuando fué eso, marinero?" "Hace seis meses, Señor" El Tio Glenfarclas no dijo nada; solo murmuró algo parecido a "demasiada guerra, demasiada guerra". Acto seguido encendió su viejo habano y se lo ofreció al muchacho; "¡Oh gracias, Señor, no fumo!" "Hay momentos en a vida de un hombre en que se debe fumar; fuma, hijo!" Mientras el niño grande uniformado tosía el suboficial sacó su petaca "¡Toma hijo, bebe!" "¡Oh, no bebo, Señor!" "¡Hay momentos, en la vida de un marino, en que se debe beber; bebe hijo!" Y así, se oyeron nuevas toses en cubierta. Pasándole la mano por el hombro, el Tío Glenfalclas se llevó a su nuevo sobrino a su cámara: humos y líquidos le ayudarían a dormir. Mañana sería otro día. El volvería al puente pensando que las guardia ya no son lo que eran.

Y el viejo Socarrimath sigue navegando y buscando algo que esta noche no encontrará. Pero eso, a bordo, aún no lo sabe nadie. También sigue nevando y eso es bueno: así pasará desapercibido por la mañana un muñeco de nieve hecho en jurisdicción militar: mal sitio para los muñecos de nieve, como es de común conocimiento, aunque sean navales y los hagan los tios con los sobrinos cuando todos duermen..

(Bueno, querida peña, aqui os dejo esto: es hora de salir a la calle, la noche, hoy, pinta larga y dura. Un abrazo!)
oarso
Könteradmiral
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Haddock; Cuidado hay fuera. :wink:
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¿Profesión?
Técnico Superior en sistemas de refrigeración de materiales de construcción.
¿El que moja los ladrillos en las obras?
El mismo.
Invitado

:?:
Última edición por Invitado el 06 Abr 2005 01:58, editado 1 vez en total.
Mix-martes86
Könteradmiral
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Que te sea leve. :wink: Y por cierto, no se ya una manera de decirte que tu relato es fantastico sin repetirme. :D :wink:
Navegando las tormentas como mejor se puede.
Francisco
Stabsoberbootsmann
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Gracias Haddock nuevamente, por sacarnos tan asiduamente de la "realidad" con estos magníficos relatos.

Saludotes.
Saludotes !
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