Cuentos del otro lado III

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Haddock
Bootsmannsmaat
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Cuentos del otro lado III

Cuentos del otro lado III

De nuevo estamos en esa casa del Maine donde se lee y donde se practica esa extraña afición de querer entender el pasado para, en un exceso de fe en la humanidad, entender el presente y, de este modo, mejorar el futuro. En fin, locos hay para todo y es bueno que así sea mientras vivan su locura en paz consigo mismos y con los demás. Este loco nuestro, ahora mismo, le está diciendo a la mujer con la que comparte sus locuras: "¿Has visto esto cariño?" La voz no puede ser más explícita "Uhmmm...." Pobre loco: se le duermen en clase, las amodorra en casa... a veces, solo a veces, piensa que debería hacer algo extravagante: como bailar, por ejemplo. Pero claro será difícil que lo haga: para aprender empezaría leyendo El baile: una forma de ritual en el paleolítico superior, para seguir con Formas de danza en el primer neolítico y continuar con El pasodoble bajo los asirios y, por descontado, con Nabucodonosor: el rey del mambo, sin olvidar, en esta introducción a la vida bohemia, Grandes boleros hititas. Es evidente que, cuando llegara al siglo XX, estaría ya en el asilo y con muy pocas ganas de bailar. Mejor la locura cotidiana, vuelve a pensar, y continúa:

"Realmente en las guerras, sobre la base del dolor y de la destrucción, del todo punto inaceptables, pueden vivirse la situaciones más increíbles y los seres humanos son capaces de llevar su humanidad hasta límites insospechados" "Si, cielo, supongo que así es y...bueno... por lo que veo, como vas a contármelo de todos modos, mejor no lo leas, amor, hazme, como siempre un resumen cortito... sigues con ese diario de guerra del teniente James Bond, verdad?" "Si, cariño; ahora mismo cuenta la patrulla que hicieron su corbeta, el Socarrimath y otra nave, una corbeta también, del Mando de los Accesos Occidentales, la HMS Snowberry, al mando del Capitán John Townsen, un marino de carrera, a diferencia del Capitán Cardhú, del Socarrimath, que era un marino de la reserva naval, movilizado por la guerra."

Y aquí tenemos a las dos corbetas, esta mañana de febrero, navegando juntas camino de cierto punto, a cuatro días de navegación de Irlanda, donde hay un U-boot especialmente odiado y diabólico; o especialmente eficaz y bien preparado, según se mire desde Londres o desde Berlín pues, en materia de patrias, banderas, religiones y credos quien recibe agasajos y honores en la plaza de un pueblo es quemado, sin más, en la plaza del siguiente. En cualquier caso, las dos corbetas quieren hundir al submarino y este, muy probablemente se lo va a poner difícil.

Nada parece diferenciar a los dos navíos, en principio. Un observador naval avispado, pero, ¿encontraría a la Snowberry más... limpia? ¿Moderna? Bueno, no es que el Socarrimath sea una chatarra ambulante, no; sus tripulaciones no lo califican de viejo sino de antiguo, que es distinto, claro. En cualquier caso si que parece un poco... ¿destartalado? Sí, esa es la palabra. Con todo, es uno de los buques más eficaces y expertos de la flota en esta compleja materia de hundir barcos que navegan, la mayor parte del tiempo, hundidos. Complicada y paradójica materia esta en la cual, otra paradoja como es el Socarrimath, se ha convertido en un as.

Navegan a toda máquina y un cierto aroma de wisqui invade el aire marino para desesperación de los marinos de la Snowberry que no saben que proviene de la chimenea del Socarrimath: se les debe haber ido la mano a los maquinistas con el complemento calórico del combustible, pero claro, tenían que seguir a la moderna corbeta del capitán Townsen y no quedar mal; de modo que la dulce irlanda debía de haber puesto más de un barril de licor en el depósito de los motores

Las cabras escocesas duermen placidamente y el alambique del almacén de señales destila sin cesar. Todo parece normal; en la sala de máquinas ensayan la nueva melodía de moda en Dublín, "Oh, no tengo edad para beberte Guidness querida" y los caballeros ingleses del puente están considerando seriamente la posibilidad de dar una mano de pintura verde en la cubierta de popa y poder jugar un poco al golf: Estas travesías largas les impiden la práctica de las buenas costumbres sociales de Londres y deben ponerle coto al asunto!

El mar lo mira todo con indiferencia de siglos y los dioses marinos andan preocupados en sus cosas, todas de orden divino. La guerra es lejana, absurda, incomprensible, imposible, como debieran ser todas las guerras. Tú reparte té con curry para tirar y llenar con otra cosa, el sonarista no ve ni oye nada inquietante; MacfamousGrouse, el timonel titular, el timonel de guerra, lleva la corbeta con los ojos cerrados y está encerrado en el sueño de su vida: ser conductor de vaporetto en una Venecia en paz. Sueños, claro, solo inocentes sueños de timonel.

Pero la guerra llama de nuevo a la puerta. El Alférez Jameson estaba de guardia y dio el grito: "¡Capitán al puente, mensaje de la Snowberry!" El capitán Cardhú viene pronto: un salto de su litera y ya está con los prismáticos frente a los cristales descifrando las luces que surgen, destellantes, potentes, de la otra corbeta. Tú aparece con un té con curry para tirar y llenar pero se retira en silencio: él mismo tirará ese té con curry y llenará su taza con orujo: en el puente no están para otra cosa que la guerra.

Al momento se oye el toque de zafarrancho de combate y la voz del capitán Cardhú por los altavoces: "Hijos míos, tenemos a ese submarino ahí delante; la Snowberry con sus trastos eléctricos dirigirá el ataque y nosotros lo ejecutaremos. Hijos míos, tenemos trabajo. Que san Jorge, san Andrés y san Patricio beban a nuestra salud y bendigan a este buque!"

Rumbos, marcaciones, velocidades y profundidades pasan de un navío a otro y empieza la caza. Dentro del mar, otros seres humanos oyen pings y piensan que, quizás, hoy será su último día. Se ordena, en el submarino, nuevo rumbo, nueva velocidad y nueva profundidad, como el que quiere empezar una nueva vida pero todo es en vano: ondas invisibles susurran a la Snowberry los matices de cada maniobra y, los secretos, dejan de serlo. Ondas aéreas repiten lo mismo que las marinas y el Socarrimath corrige con pericia y exactitud de cirujano su navegación hasta que se ordena lanzar las cargas. Vuela la muerte y toma su baño. En el sumergible el sonarista da la voz de "¡Cargas en el agua!" y quien sabe reza; quien no, mira a un cielo hecho de hierro, llaves de paso, cables y marcadores y otros, simplemente, esperan fuego, agua y dolor. Booommm! Booommmm! Boooommm!

El sumergible va de lado a lado y los peces, admirados de tanta luz, de tanta fuerza que transmite el agua, de este pez tan grande y negro que se ilumina a veces, oran también a los dioses de los peces: ¡pueden estar delante del fin del mundo! Pero eso no será hoy; los del sumergible han podido escapar, si lo hubieran podido ver, por metros de mar convertidos en metros de vida. Pero el comandante alemán es combativo: sabe que ante dos corbetas solo tiene una oportunidad, hundir una y escapar los más hondo y lento que pueda. Y a eso va.

El u-boot ha llegado a cota de periscopio, casi en posición de tiro, guiado por el sonar y la intuición de su comandante, un viejo zorro de las primeras promociones de Memel, bien entrenado en el aula y en el mar. Ascender suave, rápido y virando, ese es el secreto; subir periscopio, esa es la continuación que procede y, luego, cálculos veloces y correctos. El final será la orden de fuego y la espera: el resultado saber si habrá posibilidades de vivir más o menos tiempo. Eso es lo que toca y lo que espera la tripulación; pero nada de eso sucede: el comandante está, contra todo pronóstico, como clavado en el periscopio de combate y en silencio. Sus hombres no entienden esta conducta y empiezan a mirarse.

El comandante se da cuenta y, como quien retransmite un acontecimiento a oyentes lejanos, empieza a contar lo que se ve por esa redonda tan pequeña pero que pueden contener todo un mundo: “Una de las corbetas, esa que parece salida del siglo pasado, ha parado máquinas y todo el mundo está en la popa; dos hombres en un bote están en el agua. La otra está lanzándole señales luminosas… esperaros…. Textualmente dicen… a ver “¿Qué demonios estáis haciendo? ¡Seguir las órdenes!” Pero en la otra corbeta no le hacen ni caso, ni que les hubiera caído su madre al agua…esperar… si, si, están sacando a un hombre del mar… o es un niño… ¿Qué estarán haciendo?” Oído esto, y de la boca de un comandante de u-boot, que es gente seria, será mejor que nos acerquemos a ver que está pasando realmente en el Socarrimath.

Veamos, todo el mundo en popa, con caras de mucha preocupación, especialmente los oficiales; se oyen voces de “¡Es, ciertamente inadmisible!” o bien “¡Esta guerra está acabando con la civilización!”, incluso algún “¡Mi madre no podría soportarlo!” Parece que la colonia escocesa no comparte tanto dolor, pero están presentes, en silencio y bebiendo de sus petacas; la dulce Irlanda agrupada y formada, atenta a la batuta del oficial O’Ballantine’s, jefe de máquinas, está interpretando “¡Oh Mary Anne, no llores; en el hospital también hay wisqui!”, tradicional canción irlandesa muy adecuada en momentos de dolor relacionados con accidentes.

Todos miran al bote que vuelve: en él un marinero rema y el otro, trapos blancos en mano, atiende al herido. Los trapos blancos están ya muy teñidos de rojo. Las heridas han de ser graves. También lo ven desde el u-boot que, no puede evitarlo, ya empieza a emerger: allá arriba debe estar pasando algo muy grave.

Tampoco puede evitar, el capitán John Townsen, oficial naval criado en clase de guardiamarina, impecable, británico, muy británico y en estos días lacerado por un dolor muy grande, ordenar que su bote se lance al agua y dirigirse al Socarrimath. Aquello, sea lo que sea que está pasando, ha de ser muy grave, coincidiendo en esto con el diagnóstico alemán. Al poco de estar este bote en el agua desde su nave le advierten, a gritos, tan cerca están, de un u-boot en superficie. La sensación de peligro se atenúa al ver que, en el sumergible, todos están igual que en su barco: en cubierta mirando al socarrimath. Parece ser, en esta guerra extraña, que ver sangre y no saber de quien es, devuelve sentimientos, reconstruye personas, convierte guerreros en marinos, deja ideologías en la sentina y trae a las cubiertas aires de humanidad.

Todos los asistentes ven como el herido es izado a bordo; todos ven como la concurrencia del Socarrimath se aparta respetuosa, como familia en funeral; el capitán Cardhú, al que los años en el mar le presuponen conocimientos médicos casi milagrosos, se agacha y observa el cuerpo que late bajo las telas, ya absolutamente rojas. La inspección, silenciosa, atenta, lenta, dura poco: levantándose sin prisa, a velocidad de respeto, va diciendo no con la cabeza. Los irlandeses de la sala de máquinas, a una simple señal de su jefe, atacan “¡No te vayas todavía, no te vayas por favor!”; los escoceses apuran, como metiendo el sufrimiento en ellas, sus petacas. Tú, cocinero hindú de erráticas costumbres, pero previsor y prudente, está empezando a acercar diversos bidones pequeños de madera, llenos de wisqui, ron o ginebra para los casos más graves de enfermedades nerviosas que se empezaran a producir sin duda alguna. Los oficiales, todos, tienen ya lágrimas en los ojos.

Es, en este instante, que el capitán de la Snowberry pone los pies en la cubierta del Socarrimath “¿Qué diablos está pasando aquí?” Las caras que lo miran no expresan otra cosa que un absoluto desinterés por las cosas terrenales; sólo el capitán Cardhú, por aquello del protocolo, le señala el cuerpo. John Townsen aparta telas y sábanas y ve al herido. Su voz no es la más apropiada para esta sala de urgencias provisional en que se ha convertido la cubierta de popa, grita: “¡Esto es…esto es… esto es un pingüino!!!!” La voz de Cardhú suena tranquila, de abuelo que sabe que sólo su calma puede curar aquello que los ojos humanos no ven: “Efectivamente, querido colega, el más grande y hermoso ejemplar de pingüino que se haya visto jamás”; Townsen, no da crédito a lo que ve; está rojo, un rouge pasión precioso, por cierto. Habla, mejor dicho, exige gritando: “¿Pero… como… como es posible esto?” Cardhú, sin duda confundiendo lamentablemente el sentido de la pregunta, responde: “¡Si, es tremendo, han sido esas malditas cargas de profundidad! vimos el banco de pingüinos demasiado tarde. Solo ha quedado este pobre, malherido. Ha sido espantoso. Toda la oficialidad del buque, que somos a la vez, la Junta Presidencial de la Real Sociedad Protectora de Animales de la Royal Navy, no hemos dudado ni un segundo y hemos cumplido con nuestro juramento: salvar a la pobre criatura; pero creo que hemos llegado demasiado tarde!” El herido lo confirma con unos “xuiiiiiiiic-xuiiiiiiiiiiiiiiiicccccc” que helaban el corazón.

En ese momento John Townsen está a punto de tener una crisis nerviosa; afortunadamente hay a bordo un joven alumno: un teniente de la Navy que sabe que, en este barco, las cosas no son como en los demás buques y, sabe también, que eso no es necesariamente malo. Se acerca al capitán Townsen, le abraza por los hombros y le dice una frase que está destinada a tener cierto éxito en la marina inglesa, puesto que con ella empieza todas sus frases el meritorio americano; dice “¡Mi nombre es Bond, James Bond…!” y se lleva de allí al confundido británico.

“Xuiiiiiiiiiicccc-xuiccccccccccccccccccc”

Este momento, también, es el elegido por el comandante de u-boot para preguntar, con las luces y en inglés, si en el Socarrimath necesitan algo: medicinas o cualquier otra cosa; médico, dice, no tienen a bordo. Cardhú le ordena al segundo, el teniente Chivas, que disponga que el señalero MacKnockando, les responda dándoles las gracias y que añada que más que un médico necesitan un veterinario.

Fue el viejo suboficial Glenfarclas quien tradujo primero la respuesta del u-boot: “¡Es admirable Señor! ¡Contestan estos nazis que solo disponen de un especialista en animales, pero que solo sabe, aunque mucho, de un tipo determinado!” ¿Puede navegar la esperanza en una corbeta detenida en medio del Atlántico? La lógica dice que no, claro; pero el mar, o sus dioses o ese cocinero indio que, sin que nadie lo vea, anda metido en raros rituales indostánicos encerrado en su cocina, o todos juntos, disponen lo contrario. Esta vez es MacKnockando, el suboficial de señales, cogido en falta por despistado hace un momento, quien traduce al tiempo que surgen los destellos: “¡Solo… pingüinos... a bordo…! Hans…! Pin… …ayudante… principal… herr… doctor-professor…Klaus…Ocelloskhi… máxima autoridad…. mundo… pingüinos…!” Cardhú, con lágrimas en los ojos, no deja acabar la traducción: “Oh, vamos, señor Jameson, llévese a MacTomatin y a MacGlenfiddich con el bote a motor, vamos, vamos…!” El alférez saltó al bote; los escoceses acudieron a rellenar las petacas y los irlandeses, con aires de bautizo arrearon con “¡ Mira otra vez, Patrick, por fin han abierto el bar.!” y los oficiales de la vieja Socarrimath vieron un rayo de sol en medio de un temporal.

xuiiccccccccc!!! xuiccccccccc!!!

El subteniente Hans Pin, rubio, con una sonrisa de oreja a oreja, saludó muy marcial al capitán Cardhú y éste, como padre recibiendo al médico en casa, le señaló al herido. Hans se agachó y empezó su trabajo. El animal respondía con unos “xuic-xuic” agradecidos, consciente que, quien ahora lo tocaba, sabía tocar bien y sabía lo que hacía. Y así, entre peticiones de Hans, ahora trapos, ahora agua, ahora sulfamidas, ahora hilo… los “xuic-xuic” se hicieron más suaves y tranquilos, hasta que el animal se durmió. La sala de máquinas bordó hasta el delirio una versión a tres voces de “¡Oh, deja ya de roncar, despierta y bebamos wisqui!” La normalidad había vuelto a bordo.

Hans Pin, hermano ya de todos, fue llevado a la cámara de oficiales para ser agasajado; allí les presentaron al teniente Bond y al capitán Townsen. Al oír ese nombre el subteniente alemán sonrío más aún: “Oh capitán, ¿tiene usted un pariente en la marina mercante?” La mirada del inglés fue gélida; el silencio de los demás absoluto; lo rompió Cardhú “¡Bueno, querido amigo, el padre del capitán, bien… pereció hace quince días… hundieron su barco no muy lejos de aquí… y bueno… en fin…¡” El alemán cortó el incómodo discurso: “¡Su padre hace unos fantásticos pasteles de manzana, capitán!” Townsen acertó a responder: “Si, papá hacía, maldito boche, hacía… unos pasteles muy buenos… cuando vivía..!” El capitán Cardhú, como acertando a ver, de golpe, el absurdo que estaban viviendo, empezó a decir: “¡Bien, quizás haya llegado el momento de…!” El subteniente-doctor de pingüinos respondió rápido: “Oh, Dios mío, no entienden nada: su padre está en el submarino, con nosotros! En nuestro u-boot, cuando podemos, siempre recogemos náufragos, al fin y al cabo los llevamos nosotros a esa condición: una cosa son las patrias, otra las personas y la tercera los marinos: su padre está bien, incluso ha engordado. Si el capitán me permite ponerme en contacto con mi buque… “

Han pasado dos horas; un bote ha ido del Socarrimath al submarino y ha traído a otro capitán Twonsen, con lo cual ya son dos. Hay otra expedición, aún, al submarino, más complicada: dos botes: en el primero un subteniente alemán, un cocinero hindú, el suboficial de señales Macknockando y el teniente artillero Jhonnie Walter, que quería dar un vistazo, una cosa no quita la otra, a la pieza de cubierta del sumergible. En el segundo bote, atado al primero por una cuerda, hay carga: barriles y dos sacos; lleno hasta arriba.

Al cabo de un rato, en la cubierta del u-boot tenía lugar una sesión formativa espectacular, ante los ojos atónitos de la tripulación alemana. Macknockando, director general de las destilerías Socarrimath, dio una conferencia sobre los tres tipos de licor presentes, wisqui, ginebra y ron; las horas más propicias para tomar cada uno, las temperaturas en que debían consumirse y el modo de almacenarlos. El teniente, mientras, silbaba y miraba palancas, mandos, miras i calibres. La siguiente charla la dio Tú; entonces las miradas ya no eran atónitas: reflejaban algo muy simple: “¡¡ganaremos la guerra: están todos locos menos el teniente, que nos espía el cañón!!” Tú les explicó la técnica del té con curry para tirar por la borda y llenarlo luego con otro líquido, wisqui, té o ginebra que, en materia de beber, no pueden haber reglamentos, ni órdenes, ni obligaciones.

Sobre la cubierta quedaron pues nueve barriles, tres de wisqui, tres de ron y tres de ginebra, que los inviernos, en el atlántico norte son largos, fríos, húmedos y puñeteros; como sentenció, con autoridad y ciencia de mucho calado, el suboficial señalero. También quedaron un saco de té y un saco de curry para utilizar según la instrucción: “Hierbas tú miras, mezclas como puedes y primero coges pote encuentres y dentro agua con, no caliente, total se tira…!”, como sentenció como pudo, para pasmo alemán general, el cocinero Tú.

Y los buques ya se separan, sin prisa: los adioses en el mar son largos. Los ingleses enfilan al sur; los alemanes al norte. Que en este mar, hoy, cabe todo el mundo; que en este mar, hoy, hemos tenido mercado y todos han ido y todos vuelven a casa con cosas: unos con padre, otros con licores, té y curry y todos con la seguridad que, hoy, solo hoy, han sido marinos a secas; como antes de la locura.

En este día de mercado marítimo otros han encontrado casa: como cierto pingüino tronera y viajero, que por fin ha sentado la cabeza y se ha quedado a vivir en el Socarrimath; han decidido llamarle uboot, así, seguido, y Tú ha decretado, invocando varios dioses lejanos, que tiene derecho a té con curry. El capitán Cardhú, para sorpresa escocesa general, ha dicho, serio, naval, muy capitán, pero también muy paternal, como diciendo que “en el mar todo se sabe”: “¡De acuerdo, que se quede, pero que se gane el pan: llevará a pastar las cabras por el pasillo de la cubierta inferior, en la guardia del tercer oficial!” La colonia escocesa, como era esperable, anduvo varios días rara, nerviosa, se preguntaban: “¿Cómo ha descubierto ese maldito inglés chiflado lo de las niñas?”

Y así, como una especie de loca Arca de Noé de hierro en donde un pingüino naval pastorea cabras escocesas, navega tranquila la única corbeta del Imperio que no tiene nombre de flor, el Socarrimath; sigue a la Snowberry, otra corbeta británica, donde un serio capitán inglés hoy, por primera vez en muchos años, ha vuelto a dormirse en brazos de su padre, también capitán, también inglés.
Mix-martes86
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¡Mas, mas! :D :wink:
Navegando las tormentas como mejor se puede.
Haddock
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Hola!!!!

Fe de erratas: por algún misterio informàtico ( :oops: o más probablemente por mi inutilidad informàtica!!) donde aparece un sorprendente "suya-suya" debería poner xuiiccccccccc!!! xuiccccccccc!!!
Lo siento.
Un abrazo gordote a todos!!
Haddock
Mix-martes86
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Nada hombre, un error tan pequeño no puede hacer sombra a un relato tan grande. :wink:
Navegando las tormentas como mejor se puede.
Francisco
Stabsoberbootsmann
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UP ¡ UP ¡ UP ¡ UP ¡ UP ¡ UP ¡ UP ¡ UP ¡

Pues eso que opino como MM, ¡ Genial !, ¡ Mas, mas, mas ! jejeje
Saludotes !
Miguel
Leutnant zur See
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Y seguimos aumentando el foro de relatos, estoy entusiasmado :lol:
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Alfonsuas
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Absolutamente ojonudo, con te, con ron, ginebra o wiski.
TIEMPO DE PAZ
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OTROS TORNEOS::
Imagen [img]http://www.24flotilla.com/Distincion_especial_
Invitado

La Snowberry, otra corbeta británica, donde un serio capitán inglés hoy, por primera vez en muchos años, ha vuelto a dormirse en brazos de su padre, también capitán, también inglés. :cry:

En donde he aprendido que la rigidez de las normas limita la creatividad y bondad de la naturaleza humana.
Gracias Capitan Cardhú por su ejemplo de liderazgo y profesionalidad.

Y gracias a ti Haddock por brindarme tu amistad y confianza al dejarme navegar juntos por esos revueltos mares de guerra llenos de caballerosidad. La misma que te distingue a ti.
corkran
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haddock ENHORABUENA
oye ¿porque no sigues la historia del pingüino y de como llego a convertirse en el pingüino pega-collejas de oarso? ¿quien era oarso? ¿como adopto el pinguino?
impresionante imaginacion e impresionante ritmo de trabajo. a este ritmo vas a dejar a asimov pequeñito y mira que el tipo escribia.

un abrazote
"Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens" F. V. Schiller
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