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Esta es la historia de cómo se pudo dar con él....
Año 1953. A veintitrés kilómetros de la pequeña ciudad de Nakhabi, muy cerca de Moscú, se encuentra el lago Stafriajodié. Solía ser un lugar de esparcimiento en los meses de verano hasta que a partir de agosto de dicho año comenzaron a suceder cosas extrañas. Realmente muy extrañas no, ya que se trataba de desapariciones de personas. Lo realmente extraño es que, salvo en dos o tres ocasiones, la última vez que se había visto a esas personas con vida era en las cercanías del lago Stafriajodié o dirigiéndose hacia él. La primera persona de la que se tiene constancia su desaparición en esta zona es Vladimir Debehaberovich, un contable de una fábrica de cuchillas para segadoras situada en las cercanías de Moscú. Este hombre venía a veranear junto con su familia, a la casa que sus padres tenían a medio camino entre la ciudad de Nakhabi y el lago. Una tarde de finales de agosto, a punto de volver a su puesto de trabajo, se le vio dirigiéndose hacia el lago Safriajodié en la bicicleta de su padre. Bien entrada la noche se dio parte a las autoridades por la tardanza de Vladimir y a la mañana siguiente comenzó la búsqueda. Nunca se pudo dar con él. Lo que si relatan algunos de los pocos que quedan ya que intervinieron en aquella búsqueda es que al ponerse el sol, en una zona boscosa junto al lago, se escucharon unas voces, un poco apagadas, diciendo algo que sonaba como “ dibremse… dibremse… dibremseeeeee dusoigling”
Año 1966. El mecánico ajustador Pavel Kalibradorskiy se había retirado después de una larga vida frente a las máquinas en la fábrica de abrebotellas y abrelatas que la empresa Destapovsky tenía y aún tiene en la ciudad de Feodosia junto al mar Negro, al pueblo de Ruza, al suroeste de Moscú, donde su hermana tenía una pequeña vivienda ya que estaba enferma desde hacía unos años y necesitaba cuidados. La anciana señora Kalibradorskiy le había contado los sucesos que llevaban sucediendo en las proximidades del lago Stafriajodié a su hermano, que comenzó a interesarse por ello y a hacer frecuentes excursiones hacia dicho lago ya que el autobús que cubre la línea Mozhaysk-Volokolamsk pasaba por Ruza y se desviaba por la entonces descuidada MCB-31 hacia Novopetrovskoye dos veces al día, una en cada sentido excepto los sábados, que era día de mercado en esta última ciudad. A veces iba el viernes y volvía el domingo, llevándose una pequeña caseta de campaña. Hasta que un domingo de octubre de 1966 Pavel no volvió. Ese lunes al mediodía se comenzó la búsqueda por las proximidades de la carretera donde el autobús le solía dejar y el lago Stafriajodié. Tras varios días de búsqueda y por empeoramiento del tiempo, se suspendió la búsqueda, sin resultado. La tienda de campaña apareció plegada y guardada en un saco de lona, así como su mochila y algo de comida y agua junto con una botella de vodka casi vacía.
La versión oficial dijo que posiblemente se emborrachara, resbalara en la orilla y cayera al lago. Las bajas temperaturas y la oscuridad hicieron el resto.
No apareció nunca su cuerpo, aunque tampoco se le buscó más ya que su hermana falleció dos meses después de aquello y en primavera, tras el deshielo, ya se había olvidado el asunto.
Olvidado para la mayoría, pero no para Oleg Tussuewosk, Este ayudante de veterinaria trabajaba a media jornada en una granja avícola cerca de Zvenigorod, al sur de Moscú, desde el año 1964 cuando terminó sus estudios. Al poco de establecerse en esa ciudad, sucedió otro caso de desaparición de una mujer conductora de segadora, Irina Kortaltriguin y Oleg se unió a la partida de búsqueda. Fue en esa primera salida hacia el lago cuando escuchó lo que a partir de entonces siempre oiría en una determinada zona boscosa: Las voces que repetían varias veces seguidas y en un tono apagado, como sin eco “dibremseee dibremse dibremseeee dusoigling”.
Veintitrés años después de aquello, Oleg Tussuewosk vivía obsesionado con esas voces.
Año 1987. Las desapariciones continuaron. Muy esporádicas, eso sí, pero al menos una persona desparecía cada dos años o dos años y medio. En este año, Oleg consiguió una grabadora de cinta magnética gracias al maestro de la escuela que se la prestó a pesar de estar totalmente prohibido. Con esta grabadora pudo registrar las voces que se oían siempre tras la desaparición de una persona en la zona del lago Stafriajodié.
Por más que las escuchó hasta casi romper el magnetófono, nunca pudo identificar las palabras que se oían en ellas.
Año 1989. Hilde Wassermitgass, una madura y enérgica ingeniera civil de 46 años que trabajaba en una empresa de energía, dedicada al diseño y explotación de centrales hidroeléctricas en la alemania oriental, pasaba sus cortas vacaciones con su marido en la capital de la URSS. Utilizando un coche del partido, al cual tenía acceso su marido por su cargo en el gobierno alemán, recorrían la zona oeste de Moscú cuando se enteraron de la desaparición de otra persona y supieron de la historia que allí sucedía.
Llegaron a la zona del lago cuando las brigadas de búsqueda finalizaban el tercer día explorando y recogían el material para continuar al día siguiente.
La suerte les llevó a topar con Oleg Tussuevosk con el que trabaron amistad y este, finalmete, les comentó lo de las voces.
Al principio Hilde y su marido no le dieron mayor importancia a lo que les decía Oleg que se escuchaba, pero no fue hasta que oyeron las grabaciones en la casa del ayudante veterinario cuando el matrimonio Wassermitgass y concretamente Hilde, ya que su marido estaba al teléfono hablando, sintió que esas palabras trataban de decirle algo. Estaba dándole vueltas al tema cuando su marido colgó de golpe el teléfono y agarrándola del brazo, la levantó y la llevó al coche, dejando a Oleg con la grabadora en brazos y la palabra en la boca. Los sucesos que empezaban a acontecer en Berlín preocupaban al gobierno alemán y obligaron al matrimonio a volver a la República Democrática Alemana a toda prisa. En el coche, de vuelta a Moscú, la cabeza de Hilde no dejaba de dar vueltas sobre lo mismo hasta que exclamó “¡¡pero si es alemán!!”. Y supo entonces lo que querían decir.
Año 2002. Hilde Wassermitgass vuelve al lago Stafriajodié nuevamente acompañada. Esta vez no es su marido sino un anciano caballero de escaso cabello blanco y unos brillantes ojos azules. El anciano ronda los 80 años, tal vez más. Les acompaña un envejecido Oleg Tussuewosk, esta vez sin grabadora. El anciano lleva la mano izquierda enguantadao y su brazo cuelga inerte. En la mano derecha lleva una vieja y manoseada fotografía. En ella se ven tres soldados con uniforme de la Wehrmacht. Dos de ellos llevan un extraño casco formado por tiras de cuero acolchadas. El tercero lleva el casco reglamentario de los Landser. Los tres sonríen a la cámara que, por la sombra que proyecta, está apoyada en el poste de una valla. El del casco está de pié entre los otros dos soldados con el extraño casco que están sentados sobre la guarda de la oruga de un tanque oscuro y amenazador. Un T34.
Detrás se ven algunos camiones junto a un par de casas y una iglesia. El tercer soldado guarda cierto parecido con el anciano que porta la foto. También tiene algún parecido con la señora Wassermitgass, hace treinta y dos años la señorita Kirchturm.
El anciano señor Kirchturm pudo finalmente reunirse con su hija en Berlin en el año 96 cuando ella le localizó tras la caída del telón de acero. Hace poco más de un año, Hilde le contó su experiencia en el lago Stafriajodié. A su padre, que nunca hizo cometario alguno sobre sus vivencias en la guerra, se le humedecieron los ojos cuando escuchó ese nombre. Y le contó lo sucedido aquella tarde de agosto de 1944.
Sus compañeros habían conseguido capturar tres blindados rusos un par de días antes y, como era de suponer, se les pintó con los distintivos reglamentarios. Los blindados parecían estar en buenas condiciones. Lejos estaban de saber que habían sido saboteados. Practicando con el blindado se separaron de su grupo y se internaron en una zona boscosa donde la niebla había hecho aparición. Entraron en una pronunciada pendiente y el blindado comenzó a acelerarse. Uno de los chicos le dijo al conductor que redujera. Lejos de obedecer, el carro corría cada vez más. El conductor chilló: Saltad, rápido, salid de aquí…- Kirchturm pudo salir por la torreta y saltó hacia un lado. El tanque siguió cuesta abajo y, lo único que se escuchaba sobre el chirrido de las orugas y el crujido de los arbustos al ser arrollados era – di bremseee.. di bremsee di bremseeeeee du soigling- (Die Bremse, die Bremse, die Bremseeee du Säugling) que traducido viene a ser algo como “Los frenos, los frenos, los frenoooooos, mamóoon".
Ahí terminó todo. Al caer al suelo, Kirchturm se fracturó el brazo izquierdo por varios sitios. Conmocionado pudo regresar a su unidad al día siguiente, para montarse en un camión y salir a toda prisa hacia el oeste. Los rusos se acercaban….
El relato es de principios de año. Ahora he podido averiguar que realmente se encontró en Estonia.
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