Este es un cuento que no trata en absoluto de submarinos, o al menos no de submarinos de acero en guerra en alta mar, pero sí quizás de submarinos del alma. Es una forma de verlo.
La Bruja Del Palillo
Había una vez una bruja pequeña, diminuta, a la que le dio, no sé cómo, por venir a instalarse en mi casa. Que existiera una bruja de medidas tan ínfimas no me sorprendía en absoluto, pero lo que me gustaba de ella era el nombre, le decíamos La Bruja del Palillo. No sé si yo tendría cinco años o así cuando llegó contoneándose y muy dispuesta, tomó posesión de un agujerito que había en todo lo alto de una de las paredes de mi dormitorio, casi junto al techo y desde allí se dedicó a observar y controlar todo lo que pasaría desde ese momento, en ese pequeño mundo nuestro. Me parece que ya he dicho que me gustaba mucho su nombre, sonaba bien, pero también su forma de moverse y lo segura que parecía estar de sí misma. La primera vez que apareció, por ejemplo, dio varias vueltas por la habitación ronroneando y mirándolo todo con mucha atención, hasta que encontró el agujerito que a partir de ese momento sería su casa, lo inspeccionó meticulosamente, hizo un gesto de aprobación torciendo la cabeza y frunciendo su boquita de vieja decidida, metió sus cosas al fondo y a partir de ese momento allí permaneció como si hubiese llevado toda la vida en ese agujero.
La llamábamos la bruja del palillo porque era una brujita diminuta, tan pequeña que, en vez de una escoba, utilizaba un palillo de dientes a modo de vehículo mágico aéreo. Era un palillo de esos redondos y perfectamente acabados de los que originalmente vienen envueltos en una fundita de papel celofán transparente y en vez de un gato negro, como mascota tenía una mosca. Una mosquita pequeñísima que volaba a su lado sin parar en círculos y en espirales; era una mosca con cierta vocación de piloto de acrobacias aéreas, pues siempre andaba con las piruetas y hasta con los fingimientos más atrevidos; había veces que parecía que entraba en barrena y se precipitaba hasta el suelo, para en el último segundo recuperarse, elevarse y volver junto a al palillo de la bruja que para entonces es fácil que estuviera muy enfadada por el comportamiento tan poco apropiado para una mosquita de compañía y que le riñese con suma energía su falta de dignidad brujística. Pero la mosquita la miraba con cara de pena y sacudía sus alitas transparentes, veteadas por unas finísimas líneas y a las que, según como les diera la luz, les brotaban destellos de todos los colores del arco iris. A veces la miraba embelesada con el cuentahílos de mi padre porque me encantaban esas pequeñas alas que parecían hechas de dos delgadísimas láminas de diamante y me gustaba observar como se frotaba las patitas y esos enormes ojos para su diminuta cabeza que me miraban con curiosidad y me parecía a mí, con un puntito de ironía.
Parece mentira, pero fue así de sencilla la irrupción de la brujita en nuestras vidas. Estábamos mi hermana y yo en la cama y de pronto aparece revoloteando la bruja del palillo con su palillo y su mosquita acróbata ejecutando todo tipo de arriesgadas y cómicas maniobras aéreas a su alrededor y una pequeña bolsa mágica de donde supongo que extraía todo lo que necesitaba. Efectuó varias vueltas de reconocimiento por la habitación, sin preocuparse de nosotras dos hasta que encontró su agujerito y allí se instaló para quedarse y vivir con nosotras.
Ya he dicho varias veces que era diminuta, creo que aproximadamente unos quince o dieciséis milímetros y para su estatura, rechonchita como una bolita que terminara en un gorro negro y puntiagudo y con un vestido también negro y largo hasta los pies, ceñido a la cintura por un lazo azul como única concesión a la coquetería brujeril. Cuando estaba contenta canturreaba entre dientes, eso lo aprendimos el mismo día que llegó, porque en cuanto se instaló la vimos entrar y salir muy atareada y comenzamos a escuchar un pequeño zumbido que al principio no supimos identificar, pero que no tardamos en darnos cuenta de que era ella misma canturreando los temas de moda. Se ve que seguía la radio o bien que disponía de unos auriculares a su medida, porque siempre estaba a la última y tarareaba los temas de moda con verdadera afición. Era una bruja muy moderna, a pesar de su aspecto clásico y tradicional.
Su trabajo principal era cuidar de mi hermana y de mí, sobre todo por la noche. Cuando nos dormíamos, a veces nos destapábamos y ella estaba toda la noche revoloteando por la habitación para subirnos las mantas, taparnos los pies y sobre todo para ahuyentar a los dragones, demonios, espíritus malignos y brujas perversas que nos pudieran atormentar en sueños. Desde el mismo día en que llegó, mi padre nos explicó que su trabajo principal en la casa iba a ser velar por nosotras en sueños para que nadie nos molestara y efectivamente, ella y su mosquita patrullaban toda la noche habitación arriba, habitación abajo en la oscuridad para evitar que ningún otro personaje fantástico indeseable viniera a perturbar nuestros sueños. A pesar de ser tan chiquitita debía de tener un poder mágico terrible, porque la verdad es que no hubo demonio que se atreviera a entrar mientras ella estuvo en la casa e incluso cuando dormía mal, no porque me molestara alguna pesadilla, sino porque estaba con un poco de fiebre por un resfriado o por cualquier otra enfermedad pasajera, siempre era un consuelo enorme sentir su zumbido atravesando la habitación y me volvía a quedar tranquilamente dormida sin sobresaltos en cuanto ella me daba su pequeño beso al que llamaba de “duérmete y no tengas molestias”, también estaba el de “descansa y no te preocupes” o el de “relájate que aquí estoy yo para defenderte”, pero el más suave de todos era uno que guardaba para cuando yo estaba verdaderamente enferma, ese era un beso que transmitía tanta preocupación y al mismo tiempo tantos deseos de que me curase y me pusiera bien que yo creo que hacía más por mi recuperación que todas las pastillas y jarabes juntos. Cuando sentía ese besito tierno en la frente, entonces sabía que me podía quedar dormida y que al día siguiente me encontraría mucho mejor.
Así que me acostumbré a tener en mi cuarto a mi pequeña bruja del palillo y me parecía la cosa más normal del mundo que en el dormitorio de una niña viviese una brujita diminuta con su mosca acrobática y que me cuidasen y me protegiesen en sueños. Hasta que un día desapareció. No hubo despedidas, ni explicaciones, simplemente no estaba allí, mi hermana que era más pequeña que yo, se negaba a aceptarlo y decía que no se había ido, que habría tenido que hacer un recado y que inmediatamente iba a volver, pero yo sabía que no volvería jamás. Al cabo de poco tiempo ya nunca la nombrábamos ni mi hermana ni yo y admitíamos, sin decirlo, que no la volveríamos a ver más. En esa época volví a soñar con monstruos y mis noches se llenaron de pesadillas hasta el punto de que a veces me resistía a irme a la cama para no tener que entrar en esos mundos de terror. No había ya nadie revoloteando por la habitación para hacer que durmiera bien. De vez en cuando al despertarme, a veces sobresaltada, miraba en dirección al agujerito de la pared por si veía la chispita de luz anaranjada que me hubiera indicado el regreso de mi bruja del palillo, pero no era así, seguía estando oscuro, vacío y abandonado y yo seguía sintiéndome sola y extraviada.
Así que pasé una época irritable, respondona e irascible. Por nada me peleaba con mi hermana y continuamente le respondía a mi madre, dejé de ir a casa de mi padre los fines de semana y aunque le echaba de menos, me pasé meses sin verlo, sólo tenía valor para hablar con él por teléfono y decirle un escueto buenas noches. En el fondo lo culpaba a él de la desaparición de la bruja del palillo, no sé si porque ella se había ido muy poco tiempo después de que él abandonara la casa, cuando se separó de mi madre o porque había sido él quien nos estaba contando el cuento de la bruja del palillo, cuando ella apareció, o por las dos cosas a la vez, porque yo ligaba en un mismo mundo a mi padre y a la bruja del palillo. El caso es que lo culpaba a él de cada uno de mis fracasos y cada vez que me sentía mal, él tenía la culpa por no estar junto a mí o por vaya usted a saber porqué. El caso es que la bruja del palillo no patrullaba mi habitación y mi padre no estaba allí para sentarse en mi cama y contarme sueños absurdos y maravillosos con la luz apagada y con esa voz ronca que me adormecía y que yo agradecía tanto.
Hasta que un día...
Contarle cuentos a los niños a veces resulta muy tedioso y otras francamente agotador, a mí me gustaba, no obstante, llegar cansado a casa y saber que mis hijas me estaban esperando con toda la ilusión del mundo porque estaban seguras de que me iba a poner a contarles un cuento. Yo me hacía de rogar, claro, aducía que no tenía ganas, que estaba muy cansado o que prefería ponerme a leer un rato. En realidad estaba deseando de que me convencieran para irme a la cama con ellas y empezar a divagar un relato inventado.
Habitualmente nos metíamos los tres en una de las dos camas de su dormitorio, mi hija pequeña a la derecha y mi hija mayor a la izquierda y comenzábamos a tantear qué tipo de cuento íbamos a contar esa noche. A veces les decía “no tengo ganas de contar cuentos, contádmelo vosotras a mí esta noche” a lo cual ellas protestaban ruidosamente, pero yo insistía y me negaba, hasta que una de ellas comenzaba vacilante, “había una vez una niña...” a mí me encantaba preguntar, como hacen los niños y obligarles, de esa forma, a continuar la narración que, aunque de una forma simple, ya empezaba a tener la estructura de un relato.
Otras veces les contaba variaciones absurdas y un poco alocadas de un cuento clásico, esto era lo que más les gustaba: Caperucita Amarilla, que era la prima fresca de Caperucita Roja, la chica tontita y un poco cursi que todo el mundo conocía y de su compañero de aventuras El Lobo injustamente tratado por la tradición oral, puesto que lo único que quería era jugar y que le tiraran un palo, como a esos perros ricos que siempre veía en las casas desde el borde de su bosque. Qué mal lo pasaba el pobre lobo cada vez que accedía a subirse con Caperucita Amarilla en la Vespino que le regalaron cuando cumplió los dieciséis años y que ella conducía como una posesa por las veredas del bosque...aunque eso es otra historia.
Otras veces era un cuento de verdad y otras muchas, nos dedicábamos a pasar de una a otra historia, o bien uno contaba una parte y el otro seguía como le parecía bien y así disfrutábamos del placer real que no era otro que el de estar los tres juntos y reírnos y en muchas ocasiones, quedarnos dormidos en la misma cama, hechos un amasijo e incomprensiblemente cómodos. Ellas disfrutaban de un padre al que no veían tanto como quisieran y yo disfrutaba de unas hijas que, posiblemente, ignoraban cuánto las echaba de menos cuando no podía verlas.
Pero una de esas noches pasó algo realmente extraordinario, estaba comenzando un cuento sin saber como iba a continuarlo y pensando que me había metido en un atolladero y no sabía salir de él, cuando de pronto se oyó como un zumbidito y pasó volando como una exhalación un ser diminuto, rechoncho y con un sombrerito ínfimo y ridículo acabado en punta. Montaba un palillo y revoloteaba por toda la habitación seguida a todas partes por una mosca que no paraba de hacer piruetas a su alrededor y que más parecía que estuviera exhibiendo sus habilidades acrobáticas que acompañando a nadie por más bruja que fuera. La pequeña mujercita subida en el palillo recorrió volando el dormitorio varias veces, observó cada detalle y cada rincón, hasta que un pequeño agujerito que había junto al techo llamó su atención. Debió de gustarle porque después de inspeccionarlo detenidamente, se introdujo en él y se instaló definitivamente como si estuviera en su casa. Así que no sé como me vino la idea, pero comencé a contarles a mis hijas el cuento de la Bruja del Palillo que pronto se convirtió en su favorito y todos nos referíamos a ella como si existiera de verdad, hasta el punto de que hoy día no podría jurar que no existió realmente; bueno la verdad es que creo que existía realmente, vivía allí en lo alto de la pared, dentro de su agujero minúsculo, con su mosquita de compañía. Las veces que yo no dormía en casa por estar de viaje o por cualquier otro motivo, me consolaba pensar que allí estaría la Bruja del palillo montando guardia y cuidando de los sueños de mis hijas, dándoles el beso de buenas noches que yo no podría darles y arropándolas cuidadosamente si por la noche se destapaban. Realmente me caía bien ese ser diminuto, pequeña y todo, era una gran mujer esa bruja del palillo. Podía confiar en ella.
Después vino la separación y los altibajos en la relación con mis dos hijas, de hecho la mayor de ellas tardó años en aceptar la situación y se rebelaba continuamente de mil maneras...hasta que un día cambió súbitamente, hablamos, discutimos largamente sobre el asunto como dos adultos y a partir de ahí fue cambiando paulatinamente y todo comenzó a arreglarse. Muchos años después, conforme fue haciendose mayor, hemos hablado a menudo sobre esa época inmediatamente anterior y posterior a la separación, pero la sorpresa ha sido hace muy poco, cuando mi hija mayor que es ya una mujer hecha y derecha me contó algo que nunca me había contado hasta ahora: “¿ te acuerdas de la época en que me pasé varios meses sin ir a verte y sin hablarte apenas y tú no sabías porqué, ni comprendías qué es lo que me pasaba? ¿te acuerdas de que cuando te pedí perdón me dijiste que no bastaba con pedir perdón sino que tendría que explicar porqué pedía perdón y porqué me tendrías que perdonar?...” es verdad que por aquella época pasamos una temporada francamente mala en la que no nos veíamos y cada cual estaba empecinado en su posición, hasta que un día, súbitamente, ella apareció y se sentó conmigo y me explicó que la tenía que perdonar porque se había portado como una cría consentida y que no sabía lo que quería, que había sido una tremenda egoísta, pero que no quería dejar pasar la oportunidad de estar con su padre y que ni ella misma entendía qué era lo que le había pasado. Me pidió que la perdonase y realmente se esforzó en cambiar, pero nunca supe exactamente qué era lo que la había llevado a tomar una decisión tan súbita. “Pues bien papá, nunca te he contado que lo que me hizo comprender y lo que me hizo volver para pedirte perdón fue que un buen día la bruja del palillo volvió, se había ido poco después de que tu te marcharas de casa y yo me dediqué a echarte de menos a ti y a echar de menos a la bruja del palillo y a culpar a culpar a todo y a todos de que ya no estuvieras conmigo, pero un día la Bruja volvió, se metió en su agujerito y allí se quedó canturreando y yo de pronto te comprendí, no con palabras como si me lo estuvieras explicando sino, sencillamente, te comprendí. Vi tu punto de vista y estuve de acuerdo. Me di cuenta de que no podía estar enfadada con el mundo y contigo porque tu ante todo seguías siendo mi padre y estabas ahí muy cerca, como la bruja del palillo.” Y me dio un beso que, aunque más de diez años tarde, fue un beso muy dulce.
...Hasta que un día de primavera incipiente, uno de esos días en los que el calor empieza a dejarse notar un poquito, fui a abrir la ventana de mi cuarto para que se ventilase la habitación y ante mi perplejidad vi entrar muy seria y muy digna a la bruja del palillo tarareando la última canción de moda. Me quedé con la boca abierta siguiendo su vuelo majestuoso en dirección a su agujerito en lo alto de la pared. Volvió como si nunca se hubiera ido. Mi bruja del palillo estaba de vuelta en casa como si tal cosa y yo de un solo golpe entendí a mi padre. Quizás no pudiera devolverle el tiempo que había estado sin verlo y sin hablarle pero mi brujita volvía a estar conmigo y eso era señal de que las cosas iban a empezar a marchar bien a partir de ese momento. Todavía estaba a tiempo de irme a ver a mi padre, darle un beso, pedirle mil veces perdón y decirle que lo entendía, que no sabía como ni porqué, pero lo entendía y sobre todo decirle que lo quería por todas las veces que no se lo había dicho en los últimos meses.
Joaquin Bretones
Corkran
Almería
Si te ha gustado y como ya he escrito en el post del foro general te pido dos cosas
que le cuentes a tus hijos la "verdadera" historia de la bruja del palillo, esa que vive en un agujerito del dormitorio de tus hijos en tu propia casa. Si este cuento fuese contado oralmente a algún niño, ya me sentiria féliz y pagado por haberlo escrito.
Y si además quieres postearlo en cualquier otro foro en el que participes, me haría una gran ilusión. Me gustaría verlo circulando a su antojo por internet y así hacer que otros padres lo conozcan y lo cuenten a sus hijos y puedan tener la oportunidad de sentirse la Bruja del Palillo.
A todos los que lo intenten les deseo un gran éxito en ese nuevo papel de bruja amable.
La Bruja del Palillo
Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.
Moderador: MODERACION
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