La mujer de la Isla Juncal

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

Moderador: MODERACION

Responder
Kamille Rososvky
Leutnant der Reserve
Leutnant der Reserve
Mensajes: 7957
Registrado: 17 May 2008 01:44
Ubicación: Río de la Plata Uruguay

La mujer de la Isla Juncal

Hace dos años me hicieron un regalo especial, un libro de un escritor argentino sobre uno de los misterios de una isla que vi desde niña donde comienza el río Uruguay. Cada vez que llegaban las vacaciones parecía mas extensa, sola rodeada de juncos.
Con una amiga y su esposo la rodeábamos e íbamos a una marcha mínima. Pero siempre salíamos defraudados, nunca veíamos ni distinguíamos, ni una vivienda ni una persona, y sabía que nos estaban observando, es más sabía que nos conocían, a la hija del Jefe de Aduanas de la ciudad donde nací y a la nieta de un vecino muy querido y muy respetado
Después leí en un articulo en un diario una entrevista a la persona que vivía allí que era parte del misterio, del encanto de los relatos que escuché desde niña debajo del parral inmenso de la casa que mandó edificar mi bisabuelo cuando su único hijo varón dijo que iba casarse, no con su prometida sino con una jovencita que no más verla le hizo perder el alma.
El libro está bien escrito, cuenta de un hombre que se afincó en lo que era entonces un motón de tierra y juncos, aluviones traídos por el río con las grandes lluvias del norte y sus peripecias.
Yo quería saber de la mujer que desde que entendí las cosas extrañas del mundo de los mayores, vivía sola y que no permitía que nadie pisara la isla.
Comentaban mis tíos, que venía a comprar provisiones, que no sabían de donde sacaba el dinero y alli esta la primera contradicción con el escritor. Ellos afirmaban de buena fuente, que vendía lo que hacia producir esa tierra venida vaya a saber de donde.
Este escritor, afirmaba que iba al Delta del Tigre en Buenos Aires y que el padre vendía legumbres y que ella andaba por allí, ente los puestos de pescados, de frutas y según narra, aquello se convirtió en un nido de contrabandistas.
Mi ciudad tiene bien ganada esa fama, como otras ciudades del litoral desde la época de la Colonia.
Pero si fuera así no hubiera vivido en esos páramos rodeada de juncos, que me daban una impresión de tristeza y soledad antigua.
A veces hay que escuchar a la gente de los pueblitos, que no le van a contar a un escritor por simpático y elegante, venido de “la otra orilla eso detalles íntimos del pueblo, que son casi, intimidades de la familia.
Allí me explicó mi padre, posiblemente rendido ante mis preguntas, era un niñita callada que entendía lo que se hablaba entre los mayores y que deseaba que le explicaran las cosas por fea que fueran.
Se me abrían muchos los ojos, cuando escuché el relato, pero no lo interrumpí.
Mi hermano observó a mi padre y aportó dos experiencias vividas por gente muy amiga de la familia, con la pobladora de la isla.
Había vivido allí sola desde la muerte de los padres, y ya era una persona mayor, pero no vieja. Dura, fuerte sana delgada al parecer aún bonita, con un cabello rubio entre cano y ojos muy azules.
Años atrás desde el pueblo, algunos hombres, con algunas copas de más intentaron ir a acompañarla, lo que fue tomado muy mal por la que luego fue dueña de la isla.
No quería a nadie en su propiedad y menos con las intenciones con las que iban ellos.
Tenía un rifle o carabina parte del folklore del pueblo y se afirmaba que sabía tirar muy bien.
Me pareció allá por mis seis o siete años toda una heroína.
Pasamos por falta de nombre a llamarla la señora de la Juncal, que es el nombre de la vasta isla.
Así que fue cierto que sacó a tiro limpio a enamorados y a contrabandistas. Los pescadores que salían en lanchas o en botes, cuidaban de mantener una buena distancia con la orilla.
Un día escuché que mi hermano contaba que cerca de “la Juncal” se había dado vuelta un bote con gente aficionada a a la pesca en pleno temporal que había pasado dos o tres noches atrás.
La oscuridad era completa y no sabían bien hacia donde nadar hasta que un gran relámpago cruzó el cielo tempestuoso.
Se dieron cuenta que lo más cerca para llegar a nado, en medio de la borrasca que se levantara sin previo aviso, era la isla.
Dio los nombres de estos conocidos, pero era muy pequeña para conocerlos.
Siempre que se dan estos fenómenos baja mucho la temperatura, pero llegaron extenuados..
Al alzar la vista a la luz de un relámpago vieron que tenían delante de su nariz los caños de dos escopetas. Estaban tendidos cuan largo eran en la barrosa orilla.
Contaron que la mujer preguntó con un tono que no admitía excusas que andaban haciendo con ese temporal.
Junto a ella un perro cimarrón mostraba los dientes.
-Estábamos pescando fue la respuesta que les sonó torpe a sus propios oídos.
-¿Y no se dieron cuenta que se iba a levantar tormenta?
La respuesta fue un nervioso –no señora.

Los tuvo un rato así, tendidos en el barro, bajo la lluvia y luego les dijo que se levantaran de a uno, pero al menor movimiento mal intencionado les volaba la cabeza.
Fueron caminando alumbrados por la peor tormenta eléctrica que recordaban hasta el otro extremo de la isla.
Alli sobre pilotes, había una vivienda que les pareció de ladrillos. Los hizo subir de a uno, y entraron en lo que era una habitación que servía como cocina y lugar para estar.
Los hizo sentar en hilera en el suelo contra la pared. Les arrojó tres mantas de las que se llamaban frazadas moras, muy limpias y se sentó en un sillón hamaca, viejo rústico pero seco.
Estuvieron así toda la noche.
Ella y el perro mirándolos, apuntándolos por las dos escopetas. Estaban allí con frío, sin tomar nada, solo escuchando el tronar de la lluvia en el techo de zinc.
Agotados debieron dormirse, la habitación estaba caldeada por una cocina económica. Cuando despertaron les dio pan y sopa. Al amanecer el río se había calmado lo suficiente como para intentar el cruce. Ella sola, mientras dormían había rescatado el bote.
Luego de un seco -¡vamos! fueron en filia india hasta donde habian llegado, pensando que nunca saldrían vivos del río enloquecido.
-Ahora váyanse ;ordenó y cuando salgan a pescar no vengan cerca de la Juncal.
No les aceptó las gracias, solo repuso que tenían cara de gente decente. Y que se fueran de una buena vez; tenía mucho que hacer.
No lo contaron a más que a la familia y a los amigos íntimos.
Para algunos graciosos que tres hombres jóvenes fueran reducidos por una mujer alta, flaca con mirada fiera, un perro y las dos escopetas era algo para burlarse.
En la otra anécdota hay una nota triste.
También eran tres jóvenes aficionados a la pesca, uno de ellos un gran nadador y remero, pero creo que el relato puede ser demasiado largo, solo les diré que uno de ellos no volvió nunca.
Kamille Rososvky
Kamille Rososvky
Imagen
Responder

Volver a “FORO DE RELATOS”