Tres son multitud

Espacio dedicado a aquellos comandantes que gusten de escribir y leer relatos sobre submarinos y aventuras marineras.

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Tuor
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Tres son multitud

Ni mucho menos el siguiente texto es mio, pero es un relato y supongo que aunque no sea de mi autoria estara bien puesto aquí.
Es el capitulo 7 del libro Dirección Oeste de Ivan Southall
El libro esta basado en las experiencias que él mismo y sus compañeros vivieron durante la segunda guerra mundial en el Comando Costero


Tres son multitud

LA GRAN OFENSIVA contra los U-boat continuaba; se caracterizaba por un abrumador hostigamiento. Se vieron envueltos en ella más aviones. Más barcos. Más U-boat. Los U-boat salían en flotillas de sus puertos, en el golfo, y trataban de introducirse en el Atlántico siguiendo la tradición naval: navegar agrupados en la superficie, confiando en la combinación de su potencia de fuego, que era considerable, para rechazar a los aviones. Pero sucedió algo extraño: uno de los muchos misterios psicológicos dentro de una guerra llena de misterios psicológicos. Cuanto más poderoso, certero y preciso era el fuego de los U-boat, más certeros y precisos eran los ataques aéreos. La Royal Navy puso rumbo al golfo de Vizcaya y los cazas alemanes acudieron al golfo de Vizcaya con una cantidad de efectivos nunca vista. Los JU-88 hicieron felizmente su aparición; tenían enormes ventajas y poseían camas vacías y sitios libres, más camas vacías y asientos libres de los que uno suele tener a su disposición. Todo ello desencadenó una batalla relámpago un viernes por la mañana que hizo que los U-boat volvieran a sumergirse y desbarató la estrategia de las formaciones defensivas para el resto de la guerra.
El «panorama» era vasto. Siempre lo fue, Generalmente se extendía hasta el fin del mundo. Nunca llegabas a ver tanto, solamente una pincelada dentro del cuadro; pero los expertos te aseguraban, probablemente con razón, que si creabas una alteración en un lugar cualquiera las consecuencias se notarían en todas partes. Una vez me dijeron que si pisaba fuerte haría temblar la tierra. Esta operación comenzó a 45 grados 42 minutos norte, 11 grados oeste, y acabó no muy lejos de allí, aunque abarcó cientos de kilómetros de aire y mar. Sus efectos estratégicos inmediatos llegaron hasta el Caribe por el oeste. Sus efectos humanos inmediatos fueron más complejos y difíciles de valorar. Los efectos humanos están más allá de todo cálculo. Muchas vidas jóvenes vieron ese día su fin, y a la vez hubo grandes celebraciones.
A las 09:45, hora de Greenwich, el Liberator O, de la Escuadrilla 53 de la RAF, descendió hacia el sur, 11 grados oeste. Unos cien kilómetros tras él, el Second Escort Group de la Royal Navy, compuesto por cinco barcos, navegaba, también en esa dirección. Por los cuatro puntos cardinales patrullaban, distantes y solitarias, pero atentas, reducidas escuadrillas de aviones. 09:45 horas. En ese momento el Liberator O avistó tres U-boat que navegaban en V y casi a la máxima velocidad de superficie, con rumbo sudoeste; una formación de barcos de abastecimiento, armados hasta los dientes, cargados de combustible, provisiones (y cartas de casa), y municiones para los compañeros que esperaban en medio del Atlántico. Vaya un encuentro.
¿Podía atacar? ¿Podía un Liberator solo lanzarse a la acción? No sólo él los había visto; también ellos lo habían visto a él y maniobraron para enfrentársele con todo su armamento. Quizá la prudencia fuera más útil para lograr la victoria que una valentía irreflexiva. De modo que el Liberator ascendió, telegrafió un informe sobre lo visto y transmitió la señal de localización para contactar con otros aviones. Fuera del radio de acción de los cañones de los U-boat, como un faro en lo alto de una montaña.
El primero en llegar fue un Sunderland R de la escuadrilla 228 de la RAF, establecida en Pembroke Dock, con los australianos. El capitán del R sobrevoló el perímetro, pero consideró que sólo un lunático se atrevería a atacar en solitario. A través de los prismáticos observó cómo los tubos de los cañones alemanes le apuntaban en su vuelo circular.
Otro avión apareció volando, a menos altura y a mayor velocidad, procedente del este: una insólita visión en aquellos días, un Junkers 88 solitario, sin compañía. Generalmente solían volar en secciones de vuelo o escuadrillas. A 11 grados oeste, debía de estar tan lejos de tierra, que pudo aventurarse con seguridad. Como un terrier se abalanzó sobre el Sunderland, doblándolo en velocidad, obligándolo a huir, obligándolo a elevarse por encima de las nubes, forzando a su capitán a deshacerse de las cargas de profundidad. No se puede afrontar un combate con un cargamento explosivo y esperar salir airoso de él. Las cargas de profundidad cayeron una tras otra. Fue lo único que ocurrió esa mañana. El 88 frustró el ataque (¡se pudieron oír sus carcajadas!) y dejó que el Sunderland se marchara.
En lo alto, el Liberator siguió dando vueltas, transmitiendo todavía señales para que pudieran oírlas los demás, amigos o enemigos. Se aproximaban, todavía invisibles, desde todas las partes, guiados por la señal emitida. El 88 se fue. Llegó un Catalina. El Sunderland volvió a descender de entre las nubes. Llegó otro Liberator, pilotado por los americanos. El Catalina puso rumbo al norte para localizar los barcos de la Royal Navy y guiarlos. Dos Halifax de la RAF hicieron aparición. Un montón de aviones dando vueltas y vueltas, uno tras otro, tratando de reunir valor para lanzarse al ataque.
Los U-boat de la superficie navegaban ahora a su máxima velocidad, alrededor de veinte nudos (la máxima velocidad que alcanzaban navegando bajo la superficie era de siete nudos). Mantenían su formación en V, haciendo zigzag y cerradas eses, rumbo al Atlántico, presentando siempre toda su potencia de fuego a cualquier avión que amenazara con lanzarse sobre ellos. La defensa antiaérea apuntaba hacia arriba como si fuera un escudo, como un muro explosivo: había demasiados. No conseguirías nada arriesgando tu vida o tu avión. O había alguna posibilidad de éxito, o si no, estabas totalmente loco. Si dabas tu vida, tenía que haber algo a cambio. Después de todo no pilotabas un caza. No estabas al mando de un Spitfire. Llevabas un aparato grande, pesado y lento y eras responsable de una tripulación.
El almirante Doenitz, con sus formaciones de superficie, parecía estar a punto de conseguir un gran éxito. Debían de sentirse muy importantes allí abajo. “Hemos detenido a esos fulanos” -debían estar diciendo-. “Hemos mantenido a raya a los aviones y, además, durante bastante tiempo”.
Un Sunderland de la escuadrilla 461 volvía a casa tras una larga patrulla, sin incidentes, cerca de España; doce hombres a bordo, capitaneados por Dudley Marrows, un piloto competente con bastante experiencia. Nunca había atacado a un U-boat, nunca se había visto envuelto en un combate a vida o muerte; por lo menos hasta ese día. Horas de duro trabajo a lo largo de cientos y cientos de horas de arduo volar, pero la acción siempre tenía lugar cuando él no estaba presente.
Ese día había visto algunos barcos de pesca en funciones de abastecimiento, pero no los 88 que solían aparecer cuando se localizaba uno de estos pesqueros. Barcos de pesca no preparados para el combate y Junkers 88 muy combativos tenían una curiosa afinidad. ¡Sospechoso! ¿Estaban realmente pescando? ¿Quién podía decirlo? Siempre cabía la duda y tenias que portarte bien, no se te permitía abrir fuego. Pero a menudo dudabas cuando te saludaban al pasar.
Marrows y sus hombres oyeron la señal de localización del Liberator O, pero apenas pestañearon. Quizá no fuera dirigida a ellos. Después de todo estaba a trescientos kilómetros de allí; otro océano, otro mundo. Ningún U-boat en la historia había esperado a un patoso Sunderland que tenía que recorrer trescientos kilómetros.
-Gracias -dijo Marrows después de oír el informe de su radiotelegrafista-. Es interesante, estoy seguro.
Pero no aumentó la velocidad, ni alteró el rumbo, ni pensó en ello.
Al cabo de uno o dos minutos, el radiotelegrafista volvió a hablar por el interfono:
-W/T llamando a capitán, hay un mensaje para nosotros.
-Léamelo, por favor.
-Debemos dirigirnos a 45,42 norte, 11,00 oeste. Se trata de la flotilla de U-boat, capitán. Está allí.
-¿Dirigirnos allí? -dijo Marrows, y miró a Leigh, que ocupaba el asiento del primer piloto-. De acuerdo. Supongo que será mejor que vayamos. Navegante, por favor, déme el rumbo.
Rolland dio a Marrows el rumbo de vuelo al mismo tiempo que le hacía una advertencia:
-Quite las manos de los aceleradores, capitán. No desperdicie el combustible con una velocidad excesiva. Si tiene que atacar, precisará de todos los litros que tiene en los tanques para conseguir volver a casa. Hemos tenido un día muy duro.
-Lo tendré en cuenta -dijo Marrows, de forma automática. ¿El combustible necesario para atacar a los U-boat? ¿Los U-boat en la superficie? ¿Trescientos sesenta kilómetros más allá, camino de casa? Estaba seguro de que no intervendría en ninguna batalla aquel día, pero el dios de la guerra estaba sentado en una nube cercana, afilando las espadas, riéndose de aquellos mortales que no podían adivinar sus designios.
U-461 era el submarino de la formación que estaba más a estribor. U/461 era el Sunderland que pilotaba Marrows. Si eso no era el aviso de un final cruento en un día de verano es que no ha habido nunca presagios desde que el hombre empezó a ser consciente de que el destino no planta sus semillas para que los hombres las ignoren.
Pero en el escenario del encuentro los otros protagonistas se mostraban un poco remisos a entrar en contacto; los aviones seguían volando en círculos fuera del alcance de las armas de los U-boat, el Second Escort Group no había llegado todavía, los U-boat seguían navegando en formación rumbo al oeste; durante unos instantes hubo una especie de parálisis, como si ninguno quisiera ser el primero en lanzar la piedra. El Halifax B fue el más decidido.
Descendió, en un alto estado de nerviosismo, desde quinientos metros sobre el mar. Su armamento era nuevo, con una bomba antisubmarino de doscientos setenta y cinco kilogramos, aunque no por ello el asunto resultaba más fácil. Siguió su trayectoria bajo las nubes, con un apuntador que consultaba sus instrumentos y señalaba los cambios de rumbo para dar en el blanco. Para el capitán era teóricamente muy fácil:
-Dirígelo recto, muchacho. Mantenlo alineado. Elude el fuego de artillería. Sobrevive. Pero no era fácil para el material de estos Sunderland, donde el capitán hacia todo menos dar órdenes al enemigo para que se detuviera o se sumergiera.
Así que viró cuando los U-boat giraron para mostrarle las bocas de los cañones. Todos los cañones de todos los U-boat dispararon simultáneamente sobre él. Se adentró a través de un cielo llameante, valeroso, firme y certero, sobre un muro de fuego antiaéreo todo lo denso que un fuego antiaéreo puede ser, para dejar caer un arma (las bombas A/S) diseñada por, locos, o malintencionados, o por ancianos que odiaban a los jóvenes. Los U-boat lo alcanzaron, pero él no dio en el blanco: arrojó tres bombas y la más cercana cayó a setenta metros. El capitán del Halifax siguió volando, evitando el fuego antiaéreo, y consiguió librarse de la destrucción por un inexplicable golpe de suerte. Se alejó volando. ¿Qué sentido tenía volver a intentarlo?
-A casa -dijo a su navegante-. Vámonos. Dame el rumbo.
El segundo Halifax gano altura para el ataque. Se elevó, sopesando los pros y los contras, a mil metros, considerando que a esa altura el peligro de los antiaéreos se reduciría. El capitán de ese avión era un holandés impetuoso. Llevaba dos horas dando vueltas alrededor de los U-boat mientras se dirigían hacia el oeste, esperando a que el sol saliera, que las nubes se despejaran, que la situación fuera la más adecuada. De pronto el sol asomó y el holandés se lanzó, balanceándose a través de línea antiaérea y manteniéndose delante del sol de manera que deslumbraba a los artilleros que intentaban hacerle volar en pedazos. Dispararon proyectiles a su alrededor, pero se las ingenió para sortearlos sin sufrir casi un arañazo. (Dios estaba de su parte; tenía que estarlo; no había otra explicación. Hubieran podido darle con un ladrillo). Arrojó tres bombas de doscientos setenta y cinco kilogramos...
Marrows llegaba silenciosamente desde el norte.
Se había acercado, mirando con preocupación el nivel del combustible. ¿Dónde estaba? ¿Tendría algún escape? ¡Qué cantidad de combustible hemos gastado! -seguía diciéndose a sí mismo-. No será problema. No necesitaremos más. ¿U-boat en la superficie? No habrá esa suerte.
-Capitán, aquí el primer piloto -dijo Leigh, hablando por el micrófono-. Ahí fuera a estribor. Tres destructores, creo. A veinticuatro kilómetros.
Marrows se estiró y miró fuera. Bonita luz, y la clase de azul que suele verse más lejos, hacia el sur.
-Si -dijo-, los veo; Jimmy, dirige tus prismáticos hacia ellos. Con los destructores no tenemos ni para empezar.
Leigh enfocó los prismáticos y Marrows giró hasta que tuvo a los destructores justo delante. Diecinueve kilómetros. La tripulación del Sunderland medía la distancia con desacostumbrada precisión, a base de experiencia.
-Primer piloto llamando a capitán. No son destructores, son U-boat. Veo resplandor de proyectiles y aviones; parece que es un ataque.
Le costó hacerse a la idea. U-boat en la superficie, ¡mientras les atacaban! Marrows tenía que pensarlo, tenía que cuestionárselo, antes de inclinar el morro y enriquecer la mezcla. ¿Qué representaba el combustible ahora sino un elemento más de vuelo? Si lo gastabas, lo gastabas. Qué más da. Conectó el interfono:
Capitán llamando a todos los puestos. Vamos a meternos ahí, creo. Revisad vuestras armas. Preparad las bombas. Remitid el informe a la base. Instalad los cañones de la cocina y estad preparados para el combate. No quiero que nadie se quede fuera.
Luego Marrows se dijo a sí mismo: “Han esperado. Siguen ahí. ¿Dos horas en la superficie? ¿Qué clase de juego es ése?”.
Allí estaban, ocho kilómetros delante de él, creando una cortina de fuego antiaéreo tan densa que los aviones se veían obligados a dar vueltas kilómetros más allá. Fue una sorpresa; ninguna persona a bordo podía imaginar que el fuego antiaéreo de los U-boat fuera tan formidable. A lo lejos, hacia el norte, un Halifax se había desengañado y se iba rápidamente. Más cerca, un segundo Halifax parecía seguir la pista a la formación enemiga a la increíble altura de mil metros. ¿Qué hacía aquel idiota ahí arriba? ¿Quería una muerte rápida? Las explosiones de los proyectiles en el aire parecían un sarpullido de sarampión.
El Halifax arrojó tres bombas. Tres bombas (¿te lo puedes creer?), que cayeron a través del fuego antiaéreo. Marrows miró con asombro. ¿Era una aberración? ¿Era alguna nueva técnica demencial? Ningún capitán que hubiese pilotado un Sunderland lo hubiera contemplado sin sufrir una conmoción. Marrows seguía atónito cuando las bombas cayeron lo suficientemente cerca como para hacer notar sus efectos. El U-boat de la izquierda se balanceó bruscamente hacia estribor y por unos momentos empezó a dar vueltas echando humo por la popa.
-¡Caramba! -dijo Leigh.
El Sunderland U/461 llegó al alcance del fuego antiaéreo y se unió al oscuro circuito a trescientos metros. Un metro más arriba era impensable. Incluso los trescientos metros era una altura excepcional. La tripulación de la nave empezaba a sentirse mareada por no poder contar los peces (Cierto. Cuanto más alto vayas más inseguro te sientes; algo paradójico y contrario al sentido común de las leyes del vuelo).
Control llamando a capitán -dijo Rolland-. Todo está dispuesto para el ataque.
-Gracias. (Como si los aparejos hubieran sido reparados para una alegre fiesta en medio de aquella confusión).
-Atacaremos al de la izquierda –dijo Marrows- Un U-boat dañado no es un U-boat hundido y será el más fácil de atacar. Veamos si podemos darle un susto.
Pero el U-boat dañado, como un animal herido, estaba a la defensiva, y quizá aún más que los otros, a pesar de tener hundida la popa y soltar una negra humareda.
Marrows descendió en picado virando en redondo. Todos los cañones se volvieron hacia arriba como si fueran uno. Era el Sunderland, no los U-boat, el que estaba en apuros.
-Esto está que arde -dijo Marrows, y se retiró zigzagueando y balanceándose en un amplio movimiento que no permitía al enemigo predecir su posición y alcanzarle.
-W/T llamando a capitán. Hay un Liberator americano que quiere hablar con nosotros.
-Ponte en contacto con él.
El americano dijo:
-Ese objetivo es demasiado duro de pelar para un solo avión. Tenemos que dividirlo con ataques simultáneos. ¿Lo hace conmigo?
A Marrows le pareció un buen sistema.
-Sí dijo.
-Acabemos pues con esos mamarrachos.
-Acabemos -dijo Marrows.
Cuatrocientos metros más allá los dos aviones descendieron zigzagueando hacia el mar, pero nuevamente los U-boat cerraron líneas y lanzaron una violenta barrera de fuego mucho más densa. Ambos aviones ascendieron vertiginosamente y retrocedieron.
-Son duros -dijo el americano.
Marrows volvió a volar en círculo, fuera del alcance de los antiaéreos, tratando de reflexionar sobre la situación. No podía admitir una derrota que luego pudieran reprocharle (“¿Qué hiciste en la guerra, papá?”. “Cuidar de mi avión, hijo, Nunca se le rayó la pintura”).
Dos horas y cuarto después de haber comenzado el combate nadie había sido capaz de descender hasta abajo. El almirante Doenitz y sus bien disciplinadas tripulaciones tenían todo lo necesario para vencer a los aviones. ¿Habían llegado los aviones por fin a su momento de crisis?
Quedaban cuatro. El Liberator ingles, que había desencadenado todo; el Liberator americano; el Sunderland australiano y el Halifax holandés, que todavía tenía un par de bombas en sus depósitos. Cuatro aviones, y todos habían llegado a la misma conclusión: atacar al ras del agua frente a la barrera defensiva era ir a una muerte segura, a no ser que fuera posible aproximarse de frente a los U-boat y permanecer allí fuera de su radio de giro. Pero ¿qué avión podía realizar esa clase de maniobra si no era en las fantasías de la ficción? Acabaría como antes, con todos los U-boat dando la cara y todos los cañones de frente. El ataque al ras del agua era suicida. Cabía esperar que incluso los Brass Hats (coloquialmente, Alto Mando de Londres) de Londres no hubieran previsto esto.
El siguiente en intentarlo fue un inglés, el Liberator 0/53 de la RAF. Resultó el peor parado. Llevaba una eternidad pensándoselo. Dos horas y cuarto dando vueltas al escenario y mirando. Pero su deber de señalizador arriba se había terminado. No había más aviones para dirigirse al objetivo; todos los aviones disponibles ya habían llegado o se habían marchado. Se lo había pensado demasiado, y cuanto más se lo piensa uno, más difícil parece. Cuanto más larga es la deliberación, más complicados son los planes. Pero lo intentó. Con sangre fría, heroicamente, lo intentó. Cosas de jóvenes. Terribles cosas.
Descendió en picado, recto y preciso, casi hasta la superficie del mar; con tranquila precisión, los U-boat cerraron líneas nuevamente, como el inglés había esperado que hicieran, y llenaron el aire que lo rodeaba de elementos de muerte. Se precipitó en medio de aquellos elementos respondiendo con todas las armas de que disponía la tripulación, mientras los obuses y la metralla se estrellaban contra la ventana del piloto y hacían pedazos el avión.
Por el interfono del Sunderland se escuchó, áspera, la voz de Marrows:
-Deséame suerte, Jimmy. Detrás vamos nosotros.
Se lanzó en picado con gran precisión, enriqueciendo al máximo el carburante y abriendo del todo las válvulas. Había echado el resto, y el aparato entero se estremeció y rugió con la vibración, el estruendo, el excitante ruido de su potencia máxima; sonidos por los que viven y a veces mueren los jóvenes. El Sunderland se arrojó desde dos kilómetros de distancia, conducido por Marrows a toda la potencia de sus motores.
El inglés seguía volando, sobreviviendo y controlando como podía su avión, que se caía a pedazos tras los numerosos impactos, y envuelto en una masa de humo y explosivos viró hacia el submarino que llevaba el mismo número que Marrows, el U-461. Si hubiera escogido otro, quizá hubiera podido anotarse una victoria. El inglés aguantó el cañoneo, siguió volando y arrojo sus cargas de profundidad, pero sabía que caerían inútilmente lejos. De pronto se encontró fuera de aquel infierno, en el cielo abierto, sin proyectiles explotando ni estela de balas a la vista. Como Alicia en el País de las Maravillas tras cruzar el espejo. A mil metros de allí, todos los cañones apuntaban como uno solo a Dudley Marrows, que se encontraba a su alcance.
La defensa antiaérea se alzaba en ráfagas, en bloques de fuego y humo, pero Marrows mantuvo la velocidad, descendió y luchó como un gigante para introducir el avión entre las líneas enemigas. Estaba demasiado lejos, demasiado fuera, y constituía un excelente blanco para los de abajo, mientras que sus propios artilleros no podían apuntar bien. Un proyectil se incrustó en su ala de estribor; con un enorme esfuerzo físico, un enorme esfuerzo psíquico y una gran tensión nerviosa, logró, como pudo, enfilar magníficamente al U-boat. Voló en línea recta, sobre la superficie, con la quilla a sólo unos metros del mar, encarando el fuego enemigo, pero tan bajo y tan hábilmente colocado que ninguno de los cañones de los U-boat pudo darle. Pearce, situado en el morro del avión, un poco más abajo que Marrows, consiguió hacer puntería, y con una pequeña Vickers 0,303 barrió a los artilleros enemigos uno tras otro: sus vidas se extinguieron en un instante. Momentos después se encontraban sobre el U-boat; tan cerca, que Marrows estuvo a punto de chocar con la torre, que pasó a sólo unos centímetros. Cayeron a plomo siete cargas de profundidad sobre la cubierta de proa y Marrows se encontró en el campo de tiro de los otros submarinos; pero, entonces, el americano optó por apartarse.
Marrows se elevó, sorteando el fuego violento, volando a toda su potencia, y el artillero de cola, sin poder creer lo que veía, fue testigo de una inmensa erupción de espuma y chatarra que se elevaba rugiente desde la superficie. En medio de ella el U-boat, largo y estrecho, se partió como un palito.
El fuego se alternaba, tan pronto contra Marrows como contra el americano, pero Marrows lo atravesó para colocarse al otro lado de la nave. Explotó un proyectil en su depósito de bombas y el terrible impacto debía haberlo hecho pedazos, pero seguían volando; los artilleros barrieron cualquier signo de vida de la cubierta del submarino, aunque las cargas de profundidad no llegaron a salir de sus anaqueles. Todo el depósito de bombas estaba destrozado.
Marrows alcanzó el punto máximo de su ascensión y viró para atacar de nuevo. Las ráfagas de fuego antiaéreo y las balas trazadoras volvieron a cruzarse, pero los dos U-boat supervivientes estaban demasiado lejos para alcanzarlos. Descendió hacia el charco naranja brillante de chatarra, aceite y espuma que había sido el U-461 mientras el holandés llegaba volando a seiscientos metros de altura para realizar una segunda pasada. El U-462, el otro barco, disparó de nuevo, esta vez contra el holandés, casi con tanta violencia como antes. El holandés resistió el fuego y sus bombas cayeron lo suficientemente cerca como para dañarle la popa. Casi al momento pareció inundarse la cubierta y los tripulantes comenzaron a salir del interior y a hinchar botes neumáticos para abandonar el barco.
Marrows sobrevoló los restos del U-461. Se veían cerca de treinta hombres, tratando de asirse a los restos del naufragio para mantenerse a flote y poder sobrevivir, aunque realmente sus posibilidades eran muy pocas. ¿Cuántos habrían muerto? ¿Cuántos estarían heridos? ¿Cuántos estarían atrapados en aquel momento en bolsas de aire en una u otra de las mitades del barco o en los pedazos que ya estaban hundidos? La tripulación del Sunderland pasó sobre ellos, volando bajo y velozmente, sin que les dispararan ni una bala ni les apuntara un arma, y tirando por la popa sus botes salvavidas, dando al enemigo los botes que todavía podían necesitar ellos (“Dios mío, exclamó el Alto Mando, esto tiene que acabarse”; y dos días después prohibió a las tripulaciones lanzar los equipos salvavidas tras atacar U-boat. No obstante, la prohibición no significó gran cosa en la práctica).
Pero Marrows ya los había dejado atrás y seguía elevándose; aún le quedaba una carga de profundidad y aún había un blanco al que arrojársela, el U-boat del centro, el U-504 que seguía avanzando a toda velocidad por la superficie, dirigiéndose al oeste. Marrows fue tras él, acortando distancias, pero se encontró con una nube de fuego antiaéreo que le sobresaltó, hasta hacerle casi perder el control; una nube inmensa, extendida por todo el mar como una alambrada de espino.
-Centro llamando a capitán -fue como un sollozo-. Cinco barcos, a estribor. Están disparando.
¡Otra vez ellos!
Marrows interrumpió su carrera con violentas sacudidas. Se incorporaban a la escena, venidos desde el norte, los barcos del Second Escort Group, a cuyo jefe se le denominaba “General Chase” (General persecución) desde algún acontecimiento feliz de los tiempos de Nelson; cinco barcos navegando en formación a toda máquina, gris el acero, blancas las estelas, azul el cielo, verde el mar. Habían emprendido camino y allí estaban, para bombardear el mar donde sé encontraba el U-boat. No eran la clase de adversario que los alemanes podían rechazar con armas antiaéreas y cañones de cien milímetros. Se sumergieron rápidamente. Qué lástima. El avión voló sobre ellos y arrojó señalizadores marinos sobre el remolino, que levantaron columnas de humo sobre el mar como lirios blancos. Allí abajo quedaba, ileso, el U-boat y sus hombres. ¿Hubiera debido el comandante del U-504 leer las señales, permanecer en la superficie y probar la suerte? Mirando atrás es fácil ser sabio. Pero no es frecuente que seamos sabios, ninguno. Incluso ahora, qué ingenuo resulta ser hasta el hombre más sabio.
Una inquieta calma se extendió sobre el mar. Del mar viene toda vida, dicen. Se veían docenas de salvavidas individuales, y brillantes colores de manchas de aceite y porquería, y cuerpos, y lirios de humo, y las cinco fragatas tan hermosas, tan impasibles, tan indiferentes a la vida humana.
El americano puso rumbo a su base; el holandés a la suya, y Marrows continuó su vuelo para informar.
-Dos U-boat hundidos -dijo Marrows-, hay numerosos supervivientes; la posición del tercero está fijada con señalizadores marinos.
Luego una voz le habló a él; la del ingeniero de vuelo:
-Has agotado el combustible, capitán. No nos queda suficiente para regresar.
También el inglés del Liberator tenía problemas para volver a casa. Ninguna esperanza de alcanzar Inglaterra, había que ir a otro sitio. El avión podía volar aún otros trescientos kilómetros, una distancia suficiente para llegar a Portugal y también suficiente para estrellarse.
El Kite, el Woodpecker y el Wild Guose, tres hermosos barquitos, se dispusieron en seguida a la caza, bombardeando con cargas de profundidad y una eficiencia abrumadora. Primero comenzaron a aparecer manchas de aceite, luego brotaron, en grandes cantidades, burbujas de aceite quemado. Salieron a flote las maderas, la chatarra y las ropas, y todos los hombres del U-504 perecieron.
El almirante Doenitz y unas pocas familias y personas interesadas recibieron el mensaje. No hubo más combates por grupos sobre la superficie. El momento de crisis de los aviones fue el momento de su victoria. Los barcos rescataron setenta hombres del océano, pero Marrows no esperó para verlo.
-Tira hacia las Sorlingas -dijo Rolland-; es la costa amiga más cercana.
Las Sorlingas son unas islas del Atlántico al sur de Inglaterra. (Solíamos descender allí algunas veces para practicar subrepticiamente amerizajes en el océano, aunque con playas lo suficientemente cercanas como para alcanzarlas a nado).
-¿Llegaremos? -dijo Marrows.
Pero el resto de la tripulación pensaba poco en eso. En distinto grado, todos estaban excitados, perplejos; reaccionaban ante lo pasado.
¿Combustible? ¿Qué era eso? Iban a llegar a casa. Lo iban a conseguir. Había navegantes, pilotos e ingenieros que estaban para preocuparse de los detalles técnicos. Después de todo, no se conseguía todos los días la mayor victoria parcial de la guerra contra los U-boat en el golfo de Vizcaya. Y había otras cuestiones de gran importancia que no lograban comprender. ¿Cómo había podido atravesar su enorme avión aquella explosiva pared de muerte y salir indemne? Ni un herido, ni un rasguño, ni una quemadura. ¿Cómo había sucedido? Y en los otros aviones, en todos, incluso en el que fue alcanzado y casi había acabado hecho añicos, no se perdió ni una vida, ni hubo un herido. Hacían recuento. ¡Qué extraordinario!
Había ocasiones en que uno se daba cuenta de que tenía que aceptar lo evidente: los dioses de la guerra tenían sus favoritos, si bien eran capaces de retirarles sus favores sin previo aviso.
-Morro llamando a control. Un U-boat a estribor por la proa.
Marrows, abstraído en sus pensamientos, recuperándose de la reciente impresión y tratando de hacerse a la idea de un posible amerízaje en medio del océano, volvió de repente a la consciencia. Era la voz de Watson, la voz de Paddy, aquel irlandés del sur con un sentido del humor tan endiabladamente particular. No siempre era recomendable tomarse a Paddy en serio; ése era precisamente el tipo de bromas que solía gastar y, además, se oían risas en el interfono, los compañeros por aquí y por allá, conectando y desconectando. La disciplina del interfono se había relajado un poco; Marrows no había tenido ganas de insistir mucho en ello.
Pero Paddy Watson no estaba bromeando.
-Aquí el morro. ¡Escucha! ¡Te digo que hay U-boat! ¡Cuarenta grados a estribor! ¡A dos mil metros de aquí!
Marrows miró de reojo a Leigh y conectó el micrófono. Una broma era una broma, pero aquello ya era pasarse.
-Mira. Paddy -dijo con firmeza-, estas viendo visiones, muchacho...
-Alucinaciones... -dijo Marrows.
-¡Es un U-boat!
Un repentino silencio.
-¡Voy directo a él! gritó Marrows. ¡Preparad la bomba! ¡Colocad rápidamente las ametralladoras de la cocina! ¡Coged la cámara!
Se arrojó desde seiscientos metros en picado directo, sin hacer ninguna finta, sin acordarse del combustible; atacó de repente y aceleró con rapidez. Sólo unos segundos después, a mil metros de distancia, todavía descendiendo vertiginosamente, estaba preparado para la acción y había sorprendido al U-boat sin protección..., o quizá en el preciso momento en que salía a la superficie. Watson ya había abierto fuego y estaba barriendo la cubierta para mantener dentro a la tripulación del submarino, y el resto, a bordo del Sunderland, estaba aún preguntándose qué pasaba. Marrows confrontaba la altura con la distancia, el rumbo del U-boat con el suyo propio y la evidencia con su incredulidad. De repente comenzó el fuego antiaéreo del U-boat, y lo rodearon grandes oleadas de explosivos y balas trazadoras. Tuvo la impresión de ser alcanzado, de un impacto, de una explosión en la base del ala.
Aun descendían, con todo maravillosamente calculado, afrontando el fuego antiaéreo. Del ala del Sunderland salía humo y nadie lo sabía. Marrows llevaba el pulgar en el botón de disparar las bombas, pero comenzaba a ejercer la presión que permitirla elevar el morro del Sunderland sobre la torreta de mando del enemigo. Comenzó a aumentar la presión, a forzar el timón, a doblarlo porque no respondía. El Sunderland seguía bajando y no se enderezaba. Los controles estaban atascados. La pesadilla más horrible de un piloto.
-¡Jimmy! gritó Marrows desesperado-. ¡Ayúdame!
Leigh asió los otros mandos y ambos hombres lucharon a la vez; pero el mar, el fuego antiaéreo y el U-boat siguieron acercándose durante segundos que se les antojaban largas horas; el velocímetro marcaba trescientos setenta kilómetros; iba a ocurrir en un instante, el pulgar estaba agarrotado contra el botón de las bombas, y los pies de Marrows y Leigh se apretaban contra el panel de instrumentos, tensos, agotados, en el esfuerzo supremo. El U-boat parecía ocupar el mundo entero. Su tripulación y artilleros, horrorizados, se arrojaron al agua. Hubo un atroz instante de indecisión entre la vida y la muerte, en el que la quilla pasó a unos pocos centímetros de la cubierta del U-boat, y el Sunderland se encontró volando casi al nivel del mar levantando tras él humo y espuma.
-Aquí la cocina. Tenemos fuego en la sala de bombas.
-Aquí la cola. Ni una carga de profundidad, capitán. No han salido.
Pero Marrows y Leigh, totalmente empapados de sudor, seguían luchando a ras de agua, y lograron elevar la nave y arrastrarla unos pocos metros más arriba, aunque buscaban el mejor modo de amerizar en el océano. Intentaban desesperadamente estabilizarla para subir el morro, con los músculos doloridos y los miembros temblorosos. Marrows gruño:
No sé cuánto tiempo podremos aguantar esto.
Pearce había salido disparado escaleras abajo desde el panel de control hasta la cocina, llevando consigo el extintor.
¿Dónde estaba el U-boat? En algún lugar a popa, recobrándose del violento combate, zigzagueando a todos los kilómetros que podía de velocidad, mientras Marrows y Leigh se esforzaban por ganar altura. El U-boat desalojó la cubierta, cerró las escotillas y se sumergió rápidamente para desaparecer de la escena, como cualquiera haría ante una situación comprometida y peligrosa.
-Ingeniero llamando a capitán. El fuego estaba en el motor transversal. Lo he apagado. Y el mecanismo de bombas está medio destruido. Por eso no ha salido la carga de profundidad.
Marrows y Leigh seguían esforzándose por ascender, con el rumbo puesto hacia las Sorlingas, aunque con menos posibilidades que nunca de alcanzarlas. Con un brutal esfuerzo estabilizaron el avión a trescientos metros, pero en caso de que alcanzaran las Sorlingas, ¿cómo podrían descender sanos, salvos y enteros? ¿Cómo iba a amerizar un avión en tales condiciones? ¿Cómo podrían mantener el morro con la elevación suficiente como para hacer un amerizaje seguro? Quedaba fuera de las posibilidades humanas de resistencia. Bajo una tensión tan desesperante, algo acaba fallando siempre. Algo mecánico o algo humano, y el resultado en uno u otro caso era la destrucción instantánea.
-Capitán llamando a ingeniero. Los mandos están dañados seriamente, creo, aunque estoy tratando de arreglármelas. Deben de haberse roto con los proyectiles. ¿Qué será lo que los ha atascado? Debe de haber algo encallado, o descolocado. Echa un vistazo.
Pearce revisó todos los cables, todas las pasarelas, de proa a popa.
-Ingeniero llamando a capitán. Ningún desperfecto que pueda ver. Nada atascado. Nada anormal.
Marrows miró a Leigh, que estaba a su lado, tenso, con las manos aún sobre el timón, fruncido el ceño y reluciente de sudor. No tenía buen aspecto, pero no podía hacerse nada. De repente, de improviso, los abandonaba la suerte. Pero ¿por qué, si no les habían dado en la zona que estaba fallando? Una molesta sensación, entre el júbilo y la culpabilidad, hizo que Marrows dirigiera la mirada a su izquierda. El piloto automático. Allí estaba, ¡conectado!
Qué alivio...
En el fragor del ataque, el brazo derecho se movió para activar las cargas de profundidad. ¿Se habría tropezado la manga con la palanca, empujándola a la posición de contacto, mientras el avión estaba descendiendo en picado? ¿Importaba ahora cómo o por qué había sucedido? Soltó la palanca (con todo el cuidado de que eran capaces sus dedos) y el timón se desencalló, y, allí sentados, los dos pilotos reencontraron la calma, encantados por el murmullo, que les traía el interfono, de los otros muchachos despreocupados y eufóricos, que no pensaban para nada en picados mortales ni en carburantes.
Marrows lo puso todo en orden de nuevo, ajustando la mezcla, las válvulas, el rumbo y la velocidad en un delicado equilibrio de unos con otros que les permitiera llegar lo más lejos posible. Fue un vuelo manual, tenía que serlo. Rezó para no encontrar aviones o barcos enemigos, por un vuelo tranquilo y un pacifico amerizaje en las Sorlingas.
Lo logró (la tripulación nunca lo había dudado). Tomó tierra en el canal, a las afueras de la ciudad de St. Mary, cuando sólo le quedaba el carburante suficiente para encender un hornillo.
Seis semanas más tarde, Dudley Marrows y su tripulación -gran parte de la cual realizaba el último vuelo que les quedaba para completar su período de servicio- no volvieron de su patrulla. A dieciocho kilómetros del escenario de su victorioso asalto al submarino U-461, los atacaron seis Junkers 88 que les derribaron tras incendiar el avión, romper las torretas e inutilizarles tres motores, en una absoluta masacre. Durante una hora lucharon con gran ánimo, mientras Marrows pilotaba el avión destrozado con un esfuerzo brutal e implacable y lograba por fin aterrizar casi hecho pedazos en cuatro metros de espacio con la ligereza de un pájaro. Marrows no perdió ni un hombre.
A la mañana siguiente fueron rescatados por el H.M.S. Woodpecker, el buque insignia del Second Escort Croup, el barco que había recogido del mar a los supervivientes alemanes del U-461. El destino le jugó una mala pasada a Dudley Marrows, pero le permitió salir del apuro.
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Tuor U73
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divertido relato, salvo porque los u-boote son las victimas y en el fondo eso no have mucha gracia. ¿porque no se sumergirian antes? y en cuanto a la DCA de los U, no es esa impresion de potencia tremenda la que da cuando es uno el que esta a bordo. en fin, reconozco que no tiene que ser divertido aproximarse en un avin en vuelo rasante mientras te disparan pero me temo que el autor exagera un tanto la potencia de fuego de los U.
saludos y gracias por el relato.
"Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens" F. V. Schiller
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