De adolescentes vivimos tan preocupados por ese granito que nos ha salido en la cara que termina siendo una montaña más alta que el Everest; insuperable. Estamos todo el día pensando en él. Tanto que al final termina condicionándonos de modo continuo. De esa forma, solo sufrimos. No disfrutamos de los amigos, del fútbol, del cine, de la comida, de la novia...
Hasta que un domingo cambiamos de táctica. Pasamos del grano, nos vamos a un asadero, nos cantamos unas canciones con los amiguetes, tomando unas cervecitas, luego vamos al cine con la parienta... Y cuando llegamos a casa por la noche ¡Oh, sorpresa!

El granito ya no está. Y yo tan preocupado que ni vivía... Pero si se va a ir igual.
De mayor, cuando te sale un granito, lo único es que tienes que tener cuidado al afeitarte, por no cortarte. De resto, ni existe.
Por cierto, yo ya me he afeitado.
Eski guos jíar