Un día de fría lluvia, tal como el de hoy, un coche atropelló a una gata. Uno de sus gatitos, todo empapado y triste se quedó velando el cadaver de su madre y maullando lastímeramente al borde de la carretera. Eso le salvó y fue recogido por unos amigos. Me lo enseñaron y caí de inmediato en los lazos de su encanto. Era chiquitín, me entraba en la palma de la mano, cabezoncito y tremendamente cariñoso. Y además, ¡guapíííisimo!
Durante diecisiete años cada vez que entraba en casa, estaba ahí. Cada vez que me sentaba en el sofá, estaba ahí, cada vez que..., siempre estaba ahí dulcificándolo todo y haciendo del hogar un rincón de sosiego y amor.
Es mi amigo, mi compañero, de mi familia. Se llama Txipi:

Pero hoy nos ha tenido que dejar. Con diecisiete añazos su tierno cuerpecito no ha aguantado más. Mi mujer, mis hijos y yo hemos subido entre los chaparrones de lluvia al monte que hay detrás de la casa. Ahora descansa cerca de nosotros. Pero nos ha dejado el hogar vacío, increiblemente vacío.
Hay quien piensa que es sólo un gato. Se equivoca. Es Txipi... y eso es mucho decir.
Un saludo a todos.